A
PROPÓSITO DE ABDUCCIONES Y DESAPARICIONES
Raúl
Mejía
A
la notoria conmoción que está viviendo Colombia, país que para expertos de
“Alienígenas Ancestrales”, es territorio tan inhóspito que ni los más
temerarios extra terrestres visitarían (en particular si son de extrema derecha
o izquierda), se le suman varios sucesos cuasi inconcebibles: cierta fredoniana
poetisa/modelo, se ha convertido en gurú del marketing lírico, supérstite del
surrealismo macondiano-tropical, escribe la que será su antepenúltima obra
maestra: “Oda al fríjol verde en compañía de Fabio” y abducciones, ¡oh sí!, que
se han detectado en este país ecuatorial. Obviamente, desde el gobierno local
niegan esas extrañas desapariciones; en cambio, opositores, bebés probeta y
billones de poetastros tricolores, aseguran que son “víctimas caídas o
desaparecidas por el régimen”.
Superando
pavor al caos que vive la democracia suramericana, dos de los directores del
célebre programa del canal “History”, se allegaron a ciudades principales, eligiendo
a Medellín para documentar el que sería singular caso de Brian Steven Urrea,
joven de diecinueve años, habitante de comuna nororiental, desempleado y en la
actualidad validando bachillerato nocturno. Estos investigadores, antes que
nada, consultaron variopintas fuentes informativas. Inicialmente acudieron al
comando principal de la policía en donde, al manejar irregular español, fueron
mal entendidos. Allí no tienen idea de desaparecidos, “vayan a las ONG de
mamertos, gringos maricas”, les espetó el subteniente Cástulo Enoc Mejía.
Rentaron
oneroso piso de hotel estrato seis, solicitaron periódicos, revistas, lo que
les fuese útil para rastrear datos. Confusa ayuda, la parcialidad y retórica
allí contenidas (amén de pavorosas columnas de opinión), los hizo sentir más
americanos que el golfo de México. Se establecieron en aquel hotel justo el día
en que por poco se deshacen montañas del sector que se conoce como “Las
Palmas”. En medio de feroz borrasca, optaron por crear perfil falso en Facebook
y, desde ahí, ejecutar sondeos.
Escasamente curtidos en información básica sobre Colombia (creían que
era territorio vedado al planeta por la cantidad de caníbales), se
impresionaron con tanto sujeto revestido de los colores primarios, puestos o
sobrepuestos sobre la foto de sus perfiles oficiales. “How is or how many color
has colombian flag?”, se decían. Puesto que en Facebook crear grupo es tan
fácil como convertir tres frases cualesquiera en poemita con doce o más
versitos, buscaron allí, destacándose los siguientes: “¡Pilas hey, nos están
quebrando!” (vaya confusión en su traductor) y “¡Dónde están los que no
llegaron!”, recalcando el caso de Brian Steven. “At least”, they said.
Se
unieron a este último grupo mientras caía granizo por toneladas. Los aceptaron
al día siguiente. Al hacerse pasar por víctimas del Esmad, esto les dio vía
libre con respecto a recientes casos de desapariciones. Se enfocaron en el
joven de marras, debido a la truculencia de su título: “O me chuparon unos
marcianos o me drogaron los tombos”. Al parecer el perfil de Brian estaba
censurado, pero hallaron en aquel grupo suficiente orientación: sector donde
ocurrió la abducción, el lugar preciso donde reapareció, dirección de
residencia, etc. Empero, lo fundamental y que a la postre les sirvió, fue vital
número de WhatsApp. Estos sujetos del programa “Alienígenas Ancestrales”, una
vez contactaron al confundido joven, tuvieron que vivir ingentes peripecias
para poder salir del hotel: la vía principal se hallaba enlodada, cerrada a lo
largo de varios kilómetros. Con suficientes dólares, solicitaron helicóptero
(el hotel contaba con helipuerto). El breve viaje los llevó rápidamente hacia
el aeropuerto Olaya Herrera; desde allí, evitando torturantes marchas, se
allegaron a inmediaciones del Jardín Botánico. “Por allá nos pillamos”, les
había escrito Brian. Al cabo minutos, mientras se escuchaban tambores, arengas
y los habitantes de Moravia arrojaban escombros, he pues que, por fin, arribó
el joven colombiano. Padeciendo terrible castellano, de parte y parte, lograron
grabar video de unos veinte minutos (la sesión duró muchísimo más). Hacia el
mediodía, exhaustos, aquellos ufólogos convidaron a suculento almuerzo al
muchacho. Múltiples fotos y buen fajo de dólares sirvieron de colofón.
El
retorno al hotel, sin posibilidad de rentar de nuevo al helicóptero, fue tan
demencial como soportar recital de matronas poéticas. Vivieron complejo,
exótico recorrido hacia el sur del valle, sorteando escabrosas lomas. Semanas
después, ya en Estados Unidos, el canal History lanzaba primicia de aquel (y
otros) casos impactantes de abducciones. Con extensas interpelaciones, música
electrónica, no pocas especulaciones y efectos especiales, centraron el
capítulo en la versión de Brian, la misma que fue un pandemónium para
traductores de jergas tórridas. A continuación, la descripción:
“¡Huy
maricas, qué vuelta la que viví! Recuerdo que andaba con la “parchis”,
compañera del nocturno, tomándonos unas cervezas enlatadas (lástima que
estuvieran al clima) que nos habíamos goleado en el décimo supermercado que
vaciamos, cuando a ella le cayó el propio. Pese a conocerlo, esa nea no deja de
mirarme todo rayado. En fin, una vez se prendió la vaina en el parque de los
deseos, los que se esfuman. Pasé a la lata por Moravia y empecé a subir por
cuatro bocas hacia la cuarenta y cinco. Conozco a bandas de Campo Valdés,
Aranjuez, parches y tiendas. Con hartas ganas de mear, entré al granero de don
Pacho; mientras soltaba, pillo al duro de los tombos decir que somos unos
“vándalos”: hace días no sabía que significaba eso. Dos cuchos murmuraban sobre
lo hijos de puta que son todos en este cagadero. Salí, viré hacia la iglesia
del Calvario. La vieja me ha inculcado amor por el crucificado, pero me caen
mal los curas (de hecho, somos pentecostales). Supuestamente estábamos bajo
toque de queda continuo, pero en esas calles todo se mantiene muy prendido. Me
caen unos pillos que conozco, les paso restantes latas de cerveza y paca de
cigarros. Linda la iglesia del barrio, recuerdo detenerme, leer el
“Padrenuestro” que me tatué a los siete años (algo borroso) y, ¡pailas!, que
una luz tremenda cubrió todo lo que soy. Pensé: “me cayeron los de la fiscalía
o los de la cuarta brigada. Sentí que volaba, igualito a cuando nos olemos dos “rocas”.
“¡Ay marica!, ¿qué es esto?”, grité sin sonidos. Ni idea del tiempo que pasó
entre esa luz y el verme completamente atado. Tenía montones de mangueritas,
sujetadores y cosas que impedían el habla o el movimiento. Una rara claridad,
como la de poetas en verbenas, producía terror. “Debo estar en la Sijín, me van
a totiar las pelotas estas rayas”, pensaba. Pese a estar tan amarrado, sentía
que flotaba, que no estaba en el barrio.
Al
rato, pues, cagado de miedo, me rodean unos manes de negro. “¡Ay gonorrea, son
los pirobos del Esmad!”, deduje. Aunque temía lo peor, ellos solo se quedaron
un ratico, miraban no sé qué pantallas, yéndose pronto, con excepción de uno,
tal vez el mero fuerte. Creo haberle entendido tremenda cantaleta, parecida a
aquellas con las que nos lastima el pastor del culto, tipejo muy animado con
beatas y plata. La verdad, parceros, es que estaba muy asustado y fue peor
cuando sentí tremenda corriente que me erizó hasta la pecueca. Caí en tremendo
sueño, reviví montones de recuerdos, en especial los que pasé en uno de tantos
conciertos de rock al parque. Volví a verme en que desmadres de pogos, dando y
recibiendo codazos, patadas, trabado hasta los callos. ¡Jajajaja!, recuerdo
tropel que se armó cuando le dije a cierto vocalista, con voz de jabalí en
proceso de castración, que tomara jengibre con limón o chupara pastillas Vick.
Sí que volví a reírme y, póngale la firma, eso alertó a los de negro.
Despierto, los pillo estudiando mis setenta y ocho tatuajes, les untan un
polvo, sacan muestras y se quedan lelos al ampliarlos en un monitor todo raro.
Leen, leen esos mensajes. Discuten si es rata o zarigüeya lo que me dibujaron
en el culo; señalan símbolos maras, nombres de cantantes de reguetón, etc. Al
rato se oye música, desconociendo el cómo, se oyen rolas de Maluma, Karol G.
¡Qué emputada la de esos manes!, creí que se venían hacia mí con ganas de
destriparme.
Antes
de despertarme todo en pelota en el atrio de la iglesia del Calvario (a lo
“Terminator”), sé que volvieron a dormirme. Esta vez aprecié escenas recientes,
la salida del rancho, encuentro con panas, ponerme gorra, pasamontañas, cargar
piedras, garrotes y botellas con gasolina. Entramos a un “Éxito” y, antes de
volverlo mierda, nos encaletamos varios celulares. En la Alpujarra nos damos
duro contra los del Esmad; chumbimba, gas, ladrillazos. Corremos, le caigo a
una vieja medio nazi, me entero que es de una secta Pizarniana (o algo así).
Tomamos fotos para el “Face”, ¡una berraquera! Entonces, fue cuando escuché una
vocecilla: “¿por qué hacen eso?”. Mmm, sólo atiné a decir: “por amor a la
patria”, respuesta que debió provocar algún virus o explosión. Luego, despierto
sin ropa, al tiempo que el Ovni se perdía, ¡qué cuca de experiencia!, ¿no?
Felizmente estaba cerca de casa, por fracciones pensé en aquella tarea que me
había encomendado la cucha para comprar huevos, verduras, leche. No aceptaría
cuando le dijera que no hay nada en las tiendas, el paro los paró.”
Salvo
truculentas exégesis, anexos semánticos de la Vendedora de rosas, el capítulo
tuvo enorme sintonía.
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