domingo, 7 de noviembre de 2021

A PROPÓSITO DE ABDUCCIONES Y DESAPARICIONES / Raúl Mejía

 


A PROPÓSITO DE ABDUCCIONES Y DESAPARICIONES

Raúl Mejía

 

A la notoria conmoción que está viviendo Colombia, país que para expertos de “Alienígenas Ancestrales”, es territorio tan inhóspito que ni los más temerarios extra terrestres visitarían (en particular si son de extrema derecha o izquierda), se le suman varios sucesos cuasi inconcebibles: cierta fredoniana poetisa/modelo, se ha convertido en gurú del marketing lírico, supérstite del surrealismo macondiano-tropical, escribe la que será su antepenúltima obra maestra: “Oda al fríjol verde en compañía de Fabio” y abducciones, ¡oh sí!, que se han detectado en este país ecuatorial. Obviamente, desde el gobierno local niegan esas extrañas desapariciones; en cambio, opositores, bebés probeta y billones de poetastros tricolores, aseguran que son “víctimas caídas o desaparecidas por el régimen”.

Superando pavor al caos que vive la democracia suramericana, dos de los directores del célebre programa del canal “History”, se allegaron a ciudades principales, eligiendo a Medellín para documentar el que sería singular caso de Brian Steven Urrea, joven de diecinueve años, habitante de comuna nororiental, desempleado y en la actualidad validando bachillerato nocturno. Estos investigadores, antes que nada, consultaron variopintas fuentes informativas. Inicialmente acudieron al comando principal de la policía en donde, al manejar irregular español, fueron mal entendidos. Allí no tienen idea de desaparecidos, “vayan a las ONG de mamertos, gringos maricas”, les espetó el subteniente Cástulo Enoc Mejía.

Rentaron oneroso piso de hotel estrato seis, solicitaron periódicos, revistas, lo que les fuese útil para rastrear datos. Confusa ayuda, la parcialidad y retórica allí contenidas (amén de pavorosas columnas de opinión), los hizo sentir más americanos que el golfo de México. Se establecieron en aquel hotel justo el día en que por poco se deshacen montañas del sector que se conoce como “Las Palmas”. En medio de feroz borrasca, optaron por crear perfil falso en Facebook y, desde ahí, ejecutar sondeos.  Escasamente curtidos en información básica sobre Colombia (creían que era territorio vedado al planeta por la cantidad de caníbales), se impresionaron con tanto sujeto revestido de los colores primarios, puestos o sobrepuestos sobre la foto de sus perfiles oficiales. “How is or how many color has colombian flag?”, se decían. Puesto que en Facebook crear grupo es tan fácil como convertir tres frases cualesquiera en poemita con doce o más versitos, buscaron allí, destacándose los siguientes: “¡Pilas hey, nos están quebrando!” (vaya confusión en su traductor) y “¡Dónde están los que no llegaron!”, recalcando el caso de Brian Steven. “At least”, they said.

Se unieron a este último grupo mientras caía granizo por toneladas. Los aceptaron al día siguiente. Al hacerse pasar por víctimas del Esmad, esto les dio vía libre con respecto a recientes casos de desapariciones. Se enfocaron en el joven de marras, debido a la truculencia de su título: “O me chuparon unos marcianos o me drogaron los tombos”. Al parecer el perfil de Brian estaba censurado, pero hallaron en aquel grupo suficiente orientación: sector donde ocurrió la abducción, el lugar preciso donde reapareció, dirección de residencia, etc. Empero, lo fundamental y que a la postre les sirvió, fue vital número de WhatsApp. Estos sujetos del programa “Alienígenas Ancestrales”, una vez contactaron al confundido joven, tuvieron que vivir ingentes peripecias para poder salir del hotel: la vía principal se hallaba enlodada, cerrada a lo largo de varios kilómetros. Con suficientes dólares, solicitaron helicóptero (el hotel contaba con helipuerto). El breve viaje los llevó rápidamente hacia el aeropuerto Olaya Herrera; desde allí, evitando torturantes marchas, se allegaron a inmediaciones del Jardín Botánico. “Por allá nos pillamos”, les había escrito Brian. Al cabo minutos, mientras se escuchaban tambores, arengas y los habitantes de Moravia arrojaban escombros, he pues que, por fin, arribó el joven colombiano. Padeciendo terrible castellano, de parte y parte, lograron grabar video de unos veinte minutos (la sesión duró muchísimo más). Hacia el mediodía, exhaustos, aquellos ufólogos convidaron a suculento almuerzo al muchacho. Múltiples fotos y buen fajo de dólares sirvieron de colofón.

El retorno al hotel, sin posibilidad de rentar de nuevo al helicóptero, fue tan demencial como soportar recital de matronas poéticas. Vivieron complejo, exótico recorrido hacia el sur del valle, sorteando escabrosas lomas. Semanas después, ya en Estados Unidos, el canal History lanzaba primicia de aquel (y otros) casos impactantes de abducciones. Con extensas interpelaciones, música electrónica, no pocas especulaciones y efectos especiales, centraron el capítulo en la versión de Brian, la misma que fue un pandemónium para traductores de jergas tórridas. A continuación, la descripción:

“¡Huy maricas, qué vuelta la que viví! Recuerdo que andaba con la “parchis”, compañera del nocturno, tomándonos unas cervezas enlatadas (lástima que estuvieran al clima) que nos habíamos goleado en el décimo supermercado que vaciamos, cuando a ella le cayó el propio. Pese a conocerlo, esa nea no deja de mirarme todo rayado. En fin, una vez se prendió la vaina en el parque de los deseos, los que se esfuman. Pasé a la lata por Moravia y empecé a subir por cuatro bocas hacia la cuarenta y cinco. Conozco a bandas de Campo Valdés, Aranjuez, parches y tiendas. Con hartas ganas de mear, entré al granero de don Pacho; mientras soltaba, pillo al duro de los tombos decir que somos unos “vándalos”: hace días no sabía que significaba eso. Dos cuchos murmuraban sobre lo hijos de puta que son todos en este cagadero. Salí, viré hacia la iglesia del Calvario. La vieja me ha inculcado amor por el crucificado, pero me caen mal los curas (de hecho, somos pentecostales). Supuestamente estábamos bajo toque de queda continuo, pero en esas calles todo se mantiene muy prendido. Me caen unos pillos que conozco, les paso restantes latas de cerveza y paca de cigarros. Linda la iglesia del barrio, recuerdo detenerme, leer el “Padrenuestro” que me tatué a los siete años (algo borroso) y, ¡pailas!, que una luz tremenda cubrió todo lo que soy. Pensé: “me cayeron los de la fiscalía o los de la cuarta brigada. Sentí que volaba, igualito a cuando nos olemos dos “rocas”. “¡Ay marica!, ¿qué es esto?”, grité sin sonidos. Ni idea del tiempo que pasó entre esa luz y el verme completamente atado. Tenía montones de mangueritas, sujetadores y cosas que impedían el habla o el movimiento. Una rara claridad, como la de poetas en verbenas, producía terror. “Debo estar en la Sijín, me van a totiar las pelotas estas rayas”, pensaba. Pese a estar tan amarrado, sentía que flotaba, que no estaba en el barrio.

Al rato, pues, cagado de miedo, me rodean unos manes de negro. “¡Ay gonorrea, son los pirobos del Esmad!”, deduje. Aunque temía lo peor, ellos solo se quedaron un ratico, miraban no sé qué pantallas, yéndose pronto, con excepción de uno, tal vez el mero fuerte. Creo haberle entendido tremenda cantaleta, parecida a aquellas con las que nos lastima el pastor del culto, tipejo muy animado con beatas y plata. La verdad, parceros, es que estaba muy asustado y fue peor cuando sentí tremenda corriente que me erizó hasta la pecueca. Caí en tremendo sueño, reviví montones de recuerdos, en especial los que pasé en uno de tantos conciertos de rock al parque. Volví a verme en que desmadres de pogos, dando y recibiendo codazos, patadas, trabado hasta los callos. ¡Jajajaja!, recuerdo tropel que se armó cuando le dije a cierto vocalista, con voz de jabalí en proceso de castración, que tomara jengibre con limón o chupara pastillas Vick. Sí que volví a reírme y, póngale la firma, eso alertó a los de negro. Despierto, los pillo estudiando mis setenta y ocho tatuajes, les untan un polvo, sacan muestras y se quedan lelos al ampliarlos en un monitor todo raro. Leen, leen esos mensajes. Discuten si es rata o zarigüeya lo que me dibujaron en el culo; señalan símbolos maras, nombres de cantantes de reguetón, etc. Al rato se oye música, desconociendo el cómo, se oyen rolas de Maluma, Karol G. ¡Qué emputada la de esos manes!, creí que se venían hacia mí con ganas de destriparme.

Antes de despertarme todo en pelota en el atrio de la iglesia del Calvario (a lo “Terminator”), sé que volvieron a dormirme. Esta vez aprecié escenas recientes, la salida del rancho, encuentro con panas, ponerme gorra, pasamontañas, cargar piedras, garrotes y botellas con gasolina. Entramos a un “Éxito” y, antes de volverlo mierda, nos encaletamos varios celulares. En la Alpujarra nos damos duro contra los del Esmad; chumbimba, gas, ladrillazos. Corremos, le caigo a una vieja medio nazi, me entero que es de una secta Pizarniana (o algo así). Tomamos fotos para el “Face”, ¡una berraquera! Entonces, fue cuando escuché una vocecilla: “¿por qué hacen eso?”. Mmm, sólo atiné a decir: “por amor a la patria”, respuesta que debió provocar algún virus o explosión. Luego, despierto sin ropa, al tiempo que el Ovni se perdía, ¡qué cuca de experiencia!, ¿no? Felizmente estaba cerca de casa, por fracciones pensé en aquella tarea que me había encomendado la cucha para comprar huevos, verduras, leche. No aceptaría cuando le dijera que no hay nada en las tiendas, el paro los paró.”

Salvo truculentas exégesis, anexos semánticos de la Vendedora de rosas, el capítulo tuvo enorme sintonía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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