Medellín, 12 de octubre de 2021
Periodista
IVÁN GALLO
Portal Las2orillas.co
Bogotá, D. C.
Ref. Sobre entrevista a Gustavo Álvarez
Estimado periodista Iván Gallo, cordial saludo.
Agradezco a usted la difusión de los cincuenta años de la novela Cóndores no entierran todos los días. Buenas las dos notas, aunque en una de ellas Gustavo siga perdiendo espacio y tiempo hablando mal de quien por durante cuarenta años le ha servido como el que más para sus apetencias y escandaleras narcisistas, en lugar de ilustrar a los lectores y escuchas con las bondades de la obra.
Debo asegurarle que nada de lo que dice contra el suscrito es verdad. ¿A qué editor, periodista, publicista, no le interesará celebrar los cincuenta años de una obra de su catálogo, y más si los derechos de autor de la misma pertenecen a su institución?
La importancia que damos a nuestra tarea hace que las publicaciones del autor se distribuyen en cerca de treinta y cinco librerías nacionales, además de los distribuidores Rettalibros de Uruguay y los portales de Amazon, Buscalibre.com y lalibreriadelau.com, entre otros sitios.
Con el mismo desparpajo conque ha vivido sus desvergüenzas, continúa diciendo mentiras sobre mí. Tengo sobradas razones para demostrar que los insultos a los que vengo siendo sometidos durante este último año y medio (no dos, ni dos años y medio, como lo ha dicho en otros medios), no tienen ningún asidero. Ni yo ni ninguno de los amigos comunes conocemos la causa de su perturbación. ¿La pandemia? ¿La senectud? ¿Su ego incontrolable?
A Gustavo le aplica la anécdota de Mariano Ospina Pérez. Cuando fue presidente de Colombia, uno de sus asistentes le comunicó que Fulano de tal estaba hablando pestes de él, que estaba furioso y denostando de sus capacidades. El presidente, ecuánime como siempre, solo atinó a responder: ¡Eh!, qué extraño. Si yo nunca he hecho ningún favor al señor.
Consta a quienes nos conocen que a Gustavo le hemos servido con abundancia en sus deseos de figuración desde los remotos días en que lo retraté con Juan Rulfo y Camilo José Cela (en 1978). En la Biblioteca Pública Piloto (1983-1987) rendimos todos los honores que pudimos y nos cansamos. En esa época lo saqué de su ignorancia respecto a la nacionalidad de Fernando Vallejo cuando empezó a publicar su trilogía de la infancia. Creía el tulueño que nuestro gran escritor era mexicano. Tengo la columna dominical de El Colombiano agradeciendo mi apunte. Años más tarde, en 2014 (viernes 21 de febrero) presenté a Gustavo a Fernando porque lo quería conocer. Esa noche, inolvidable para todos, quedó testimoniada en la crónica de Pascual Gaviria, “Sainete en Casablanca”, publicada en el periódico Universocentro al mes siguiente (marzo, número 53).
Cuando fue alcalde de su pueblo, realicé un reportaje especial para el suplemento de El Colombiano, de Medellín, publicado con despliegue en tres páginas, sobre su manera informal de gobernar, para celebrar sus ocurrencias. Y siendo director de varias direcciones del ITM, lo tuve allí y publiqué mi libro exaltando su “lengua de zurriago”: Gardeazábal: confesión de parte [2007].
En Ediciones UNAULA lo recogí en 2014 cuando ya nadie lo publicaba por sus altanerías frecuentes con los editores que se atrevían a divulgarlo. No es cierto que Gustavo haya llamado al Rector para ofrecer sus textos. Ni lo conocía. Vino a la Universidad por mí, y con las directivas fui yo quien lo entronizó. Desde entonces, nuestra amistad se mantuvo, sirviéndole con generosidad a sus afanes presuntuosos. Reitero, periodistas, amigos, colegas de otros fondos, regentes de la Universidad, escritores (muchos se quejaban porque yo solamente, en su sentir, publicaba y trabajaba para Gustavo…), atestiguan mi vocación de servicio y la dedicación con la que siempre he asumido el oficio de promocionar a quienes considero útiles para la formación del gusto y la educación de los colombianos.
Desde hace tres años sustenté la solicitud de un honoris causa para nuestro Escritor. Y este mismo año, las directivas no sólo le concedieron ese honor, sino también el de Asociado Benefactor de la Universidad por su dación de los derechos de autor de la obra Cóndores. Es decir, seguimos llenándolo de distinciones, lo que nos acarrea todavía la protesta de profesores que no lo consideran digno para recibirlos.
¿Cuál será la queja de Gustavo conmigo? ¿Cuál es el sentimiento de odio que lo incomoda con este servidor? ¿Por qué dice que lo atropello hace tres años? Le quedaría muy fácil hacerme pagar por ello: el maltrato a los niños, a las mujeres y a los ancianos da cárcel en Colombia, con una simple denuncia penal podría cobrarme lo siniestro y malvado que soy.
¿Por qué, desde hace año y medio no responde a mis llamadas telefónicas, a mis correos y mensajes de WhatsApp? En actitud contradictoria de su parte, ¿no aconseja él e insta a los gobernantes a que hablen con sus enemigos y contradictores para encontrar soluciones a los problemas que aquejan a la Patria? Ahora resulta que se volvió cobarde para hablar con el amigo, de cualquier nimiedad que lo molestó, y solucionar el impase que lo tiene tan ofendido.
“Refutar una tontería es mucho más espinoso que hacerlo con una idea seria y bien cimentada, porque no se sabe cómo tomarse con ella sin enredarse en su propia ridiculez”, decía Roberto F. Giusti [1927].
Hasta ahora no había querido contestar a los desatinos de Gustavo porque conozco su talante camorrero; cualquier palabra mal dicha es suficiente para lanzarse de nuevo en otro griterío de bruja, que es lo que alimenta su vida. Y por el respeto que todavía me merece, pero, ante todo, por la consideración que tengo por mi Universidad. No es que no tenga nada por decir. Hay demasiado, pero ¿qué funcionario del país se ha escapado a sus injurias? Hace unos años torturó a Héctor Abad Faciolince, con agravios vulgares contra su padre Héctor Abad Gómez, cofundador de nuestra Universidad, aprovechando el poder de sus honorarios en La Luciérnaga. Nadie supo entonces por qué atacaba injustamente el gozque rabioso. Después quiso vomitar su furia contra Juan Diego Mejía y la Fiesta del Libro de Medellín [2013]. Su pretexto: argüía que no aparecía de primero en la lista de invitados. Fui testigo entonces de aquella rabieta inútil. El inventario de heridos dejado en su carrera colérica es tan largo como el de los muertos de sus novelas.
Los medios de comunicación donde colaboró (desde los años setenta) tuvieron que cancelar sus columnas por las difamaciones frecuentes a personas honorables de la República, abusando del poder momentáneo de su escritura. Los mentores del Cementerio de Circasia rescindieron el contrato de su tumba, donde quería reposar al lado de Ñito Restrepo, por los caprichos desmedidos con que intimidaba. ¡Imagínese, usted, tenerse que perder un muerto de esa calaña! Cómo sería el cansancio al que los sometió. Nuestro Catálogo General tiene ciento ochenta autores vivos. Nadie, a excepción de Gustavo, ha pretendido que lo encumbremos más allá de sus facultades. Con acertado juicio Juan Cruz tuvo el talento para definir a sus colegas de oficio: los escritores desayunan egos revueltos.
Responder a sus ofuscaciones es improductivo. Gustavo es “sapiente”, tiene la verdad absoluta, es oráculo inequívoco, como ciertos políticos de pacotilla. El tiempo que quitaría objetar sus disparates sería trabajo productivo que dejaría de cumplir. Si ahora escribo estas líneas es porque ya me cansé de las majaderías que anda diciendo cada tanto. Tan sencillo que fuera solucionar las diferencias que puedan haber surgido entre nosotros durante la pandemia. Pero no. Con sus falsedades periódicas contra mí parece estar practicando el mandato de Goebbels, repite una mentira que termina siendo verdad. Por fortuna, quienes me conocen saben de mi entereza, esos no me preocupan. Lo que me duele es que quienes no saben de mí terminen por creer que son ciertas sus badajadas. Y que sus fans, harto peligrosos, atenten en un rapto de locura contra quien no ha hecho sino estimarlo y alcahuetear sus vanidades.
Gustavo siempre se ha sentido víctima. Es su coartada para hacernos profesar lástima por él. Desde joven, cuando todos creíamos que se moría por una supuesta leucocitemia. Darío Ruiz lo juzgaba en aquel momento a la manera paisa: “Pobre Gustavo. Godo, marica y leucémico”. Ya viejo, cada que hablábamos terminaba yo creyendo que realmente estaba en la agonía final. Ya ve usted, amigo Periodista, está entero. Por lo menos para ejercer sus habladurías, como buen tulueño, chismosos por naturaleza. Lo asegura él mismo, no lo digo yo.
Sospecho, al igual que algunos de nuestros amigos comunes, que Gustavo chantajea a la Universidad infamando contra mí. La explicación de ello ojalá no sea lo que pensamos. Para mí, y para el claustro, sería más fácil ceder a sus pretensiones, que tenerse que aguantar una borrasca de despechos infundados cada mes. Sería más fácil devolverle los derechos de autor de su obra preferida que aguantarse esa pecueca jacobina en mis espaldas. Pero exigir mi insubsistencia para ceder a su marrullería aldeana es grotesco, un Savonarola moderno, desproporcionado en su soberbia. Presuntuoso, e irrespetuoso, atreverse a ultrajar la autonomía universitaria. Después, seguramente, pedirá que cambien los estatutos para poder seguir publicando en nuestro Fondo o a las mismas directivas, tal su desmesurado envanecimiento, que cree que el mundo está hecho a su medida.
Apreciado Periodista, si desea aclarar alguna duda sobre el asunto en mención le dejo en la rúbrica mi teléfono. No vacile en hacerlo. Estoy a su disposición. En la universidad nos enseñaba Darío Arizmendi que en una noticia había que tomar en cuenta la información de ambos lados para ser ecuánimes. No lo ha hecho ninguno de quienes le están copiando al pie de la letra las instrucciones al dolido. ¡Qué periodismo estamos haciendo! Espero que estas notas que le suministro les sean provechosas.
Finalmente, estoy por admitir el sentir de uno de nuestros profesores. “Tanta vanidad es, en definitiva, falta de talento... En Unaula, por hacer una cosa altruista, terminamos despertando los perros rabiosos del sótano oscuro de la vida de Gardeazábal. Al final de la vida, está convirtiendo su obra cumbre, Cóndores…, en buitres para sacar los ojos a los que no le copian a su jactancia”.
Bienvenido el debate, no el chisme. La Universidad Autónoma Latinoamericana se distingue por su apertura a las ideas diversas y libertarias, por la observancia a la disputa inteligente, razonable y fecunda. Eso lo debemos aplaudir. Y quienes estamos allí nos parecemos a ella. Lo que no admitimos en ningún momento son las martingalas de los vergonzantes.
Cordial saludo,
JAIRO OSORIO GÓMEZ
c. c. Rectoría y directivas Universidad
Algunas declaraciones de personas ingratas: son poco empáticas ante los demás; se creen el centro del mundo; piensan que los demás tienen que “servirles” para algo en un sentido utilitario.
ResponderEliminarLa ingratitud es una conducta mucho más frecuente. Se basa en un matiz de rechazo social hacia el otro, cuando no se es capaz de corresponder apropiadamente a la ayuda o beneficios que se reciben de los demás. Mi abuela decía “Da sin esperar nada a cambio” es un gran precepto para la vida.
Sin embargo, una cosa es no vivir esperando nada de los demás, soltando las expectativas, y otra es la gente desagradecida: aquella que, por más que hayas hecho todo tipo de favores, los hayas ayudado de diversas maneras, jamás te expresarán su agradecimiento ni de la forma más mínima.
Que pesar de estas luchas personales. Parece una pelea de comadres.
Soy el guardián de la vigilia, tengo una duda que quisiera compartir con ustedes. Trataré QUE ambos amigos se reconcilien lejos de la tristeza, la soledad, el amor, la sociedad, los sueños, la esperanza. Deseo que ellos se sienten a conversar con un buen café. Gracias por este momento que debe ser de mucha paz.
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