PENSAR EN LA VIOLENCIA DESDE LA INJUSTICIA
Darío Ruiz Gómez
Leer nuestros
periódicos, escuchar nuestros noticieros de t.v o las revistas de información
es llegar a la conclusión de que – en la mayoría de los casos- como decía
Fernando González los colombianos “morimos huérfanos de realidad” porque somos incapaces de elaborar un juicio complejo sobre las
realidades complejas que vive una sociedad. Lo que vemos no va más allá de la anécdota
y la política la reducimos no a una necesaria discrepancia sino a un ejercicio
de odios y rencores. Aquello de que en Colombia el enemigo de una escritora(or)
es otra escritora u otro escritor se extiende a todas las demás profesiones y
es lo que imposibilita la conformación de una verdadera opinión pública en un
momento histórico donde la ignorancia es la comprobación de nuestra
incapacidad para aceptar el derecho de los otros a pensar de manera
diferente. “Sólo hay, dice Theodoro Adorno el gran pensador alemán, una expresión
de la verdad: el pensamiento que niega la injusticia” Cuando comencé a estudiar
Derecho en las horas libres me marchaba a los Juzgados en el Palacio Nacional a
ver distintos juicios hasta que algo me escandalizó para siempre: si el abogado
defensor era dueño de una histriónica retórica
capaz de convencer al jurado mediante una hábil escenificación del caso, su cliente por culpable que fuera siempre era
declarado libre pues lo que importaba para aquellos jurados no era la verdad
sino la grandilocuencia delirante del
defensor. Esta grandilocuencia, estas escenificaciones hoy se han travestido en las componendas que
en las cloacas de juzgados y magistraturas fraguan los nuevos poderes oscuros haciendo que la justicia se localice para,
de este modo, hacernos olvidar los
alcances de lo consagrado ya por la justicia universal: lo que es el
terrorismo, lo que debe ser la responsabilidad personal en cualquier delito donde
ya no cabe la disculpa de que “yo recibía órdenes”, de que “reclutar niños
estaba permitido bajo las normas
“revolucionarias”.
“El individuo ha de
ser condenado por lo que ha hecho, no por lo que es o por lo que encarna: he
ahí- recuerda Todorov- otro principio fundamental del derecho al que no debemos
renunciar en modo alguno” Sobre Fedor
Rey y Pizarro Leóngómez directos responsables
de ese escándalo universal que fue la
matanza de Tacueyó, remedo abominable de los juicios del
estalinismo, escribí y denuncié en el
suplemento cultural de “El Tiempo” cuando lo dirigía Enrique Santos Calderón:
ahorcaron, enterraron vivos, les sacaron el feto a las embarazadas y los declararon “fetos
contra-revolucionarios”, los colgaron a niños indígenas, a muchos les sacaron el corazón, mujeres analfabetas que tuvieron que aceptar
su culpa mediante estas indescriptibles torturas que ya el terror estalinista había
instituido como lo recuerda Milosz: para no seguir sufriendo aceptaban las “culpas” que estos comandantes paranoicos les imputaban. Como ya lo registra Wikipedia fueron 165 las víctimas de esta
orgía de sangre. ¿Cuántas veces estos “juicios revolucionarios” se hicieron por
parte del Secretariado? O sea las FARC ajustició a Fiodor y a Pizarrogómez bajo
su estatuto revolucionario o bajo
los principios de la justicia universal para que vengan ahora a adjudicarse su muerte? Braulio
Herrera presidió el Comité Nacional de Derechos Humanos nombrado por el entonces Presidente Betancourt
y este “hombre culto” ejecutó a 33 de
sus milicianos a martillo para no “gastar balas” por “actos
contra-revolucionarios” como robar una panela o tomarse unos aguardientes o
quedarse dormidos cuando estaban de guardia. Lo que quiero señalar es que en la
justicia universal la tipificación de estos delitos es clara cuando en Colombia se los sigue manteniendo como anécdotas del
“Conflicto Armado” olvidando que en la Corte de la Haya se los ha
venido juzgando con el rigor necesario, caso
de la guerra de los Balcanes, ya
que a los criminales de guerra hay que
condenarlos como tales y no como Enrique Santiago lo impuso en el caso de
nuestro Acuerdo de Paz donde estas atrocidades no se tienen en cuenta e
implícitamente son perdonadas a nombre “de la Paz”.
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