EL TERRITORIO Y LOS
TERRITORIOS
Darío Ruiz Gómez
Las “masacres” de campesinos
en zonas apartadas de nuestra geografía han sido convertidas en oportunistas
escándalos por parte de algunos
políticos y los medios de comunicación de la llamada oposición. En Medellín en
el último año de gobierno de Federico Gutiérrez hubo seiscientos asesinatos,
una suma mayor hubo en Bogotá y en Cali y en cada ciudad colombiana, en cada
región el número anual de asesinatos es escandaloso pero solo ahora se ha sacado esta problemática
de las páginas rojas de los medios de comunicación para
manipularlas en una escalada de
esa Oposición en contra de nuestras fuerzas de seguridad. Por
el hecho de ser cometidos por “grupos armados al margen de la ley” – con este
eufemismo se pretende ignorar el nombre y la responsabilidad de cada grupo
criminal- se ha pretendido no seguir diferenciando
las verdaderas matanzas de las Disidencias
de las FARC, ELN, Los Pelusos, El clan
del Golfo, de los asesinatos cometidos a diario por la
delincuencia común. Que cobre inusitada
relevancia informática el asesinato de unos pobres mineros o de unos
mercenarios en algún territorio ignorado es algo que
cobra una gran importancia en
estos momentos al venir a recordarnos que existen los territorios y que en esas
periferias viven ciudadanas(os) para los cuales su territorio es sagrado y que
ningún violento puede avasallarlo por la fuerza. El comienzo de la
reestructuración democrática del país a
partir del frágil acuerdo de Paz debió comenzar por replantear divisiones territoriales
caducas
mantenidas solamente por un interés electorero de algunos grupos políticos
gracias a los cuales se continúa permitiendo abusos administrativos, ausencia
grave de la justicia y el hecho de que la barbarie campeen a sus anchas recurriendo al más horrendo delito como lo es
el desplazamiento violento. ¿Existe
Urabá o existe el Meta o Barbacoas o
Itsmina o Bagadó o Peque o Samaniego? El monstruoso bogotanismo
de la información y la justicia ha supuesto como lo acaba de recordar el
Procurador la invisibilisación del país
nacional. ¿De qué se habla entonces en el Senado y el Congreso, en las
Asambleas y Concejos a qué Colombia se refiere nuestra izquierda pija? La ignorancia, el
cretinismo, son manifestaciones propias
de la tautología que se ha apoderado de buena parte de nuestra
clase política cuando como hoy la realidad se ha encargado de cuestionar su supuesta representación de las
regiones o sea de realidades históricas, culturales , legitimadas por las
redes del intercambio social establecidas a lo largo de los años y que
muchos de esos representantes ni siquiera conocen. Reconocer las regiones consiste
en reconocer sus autonomías para contar
con el más válido de los argumentos contra la violencia de los desplazadores. En un mapa abstracto cualquier
atrocidad puede pasar de soslayo ya que sus habitantes simplemente no existen para esta bogotanización
de la justicia que instrumentó el
santismo para su propio beneficio y que sólo puede ser respondida recuperando
la autonomía de los territorios, el rostro y los derechos y deberes de sus
pobladores.
Pero la tarea destructora del populismo y anarquismo consiste en negar la fiscalización de la razón y regresar a la ley de la selva tal
como lo vemos en el caso del petrismo donde el individuo convertido en masa es capaz
de cometer los peores desafueros y donde las
ideas políticas convertidas
en religión conducen al
fanatismo: organizadas brigadas de choque mussolinianas transformadas
hoy en frenético yihadismo. Y nuestro
eufemismo: seguir llamando vándalos a quienes la justicia universal tipifica como
terroristas y somete a severas condenas.
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