Darío Ruiz Gómez
El Consejo de Estado
acaba de condenar a la nación a pagar
480 millones a los deudos de la víctima mortal de un accidente de
tráfico causado por la mala señalización de una carretera. Que esto sirva para
sentar un precedente en un país donde la ausencia de la veeduría ciudadana
permite que grandes y pequeñas carreteras
se entreguen sin tener los acabados pertinentes, con materiales de
tercera, huecos disimulados, desniveles peligrosos en las capas de asfalto,
etc. O sea la inexistencia de una
señalización que permita evitar un accidente, que haga del flujo vehicular la imagen visual de un recorrido confiable y no una peligrosa confusión tal como sucede
en las carreteras colombiana donde
cualquier cosa terrible puede suceder ya que la función de la carretera como obra de ingeniería que,
es la de humanizar un territorio,
conectar una red de caminos vecinales, renovar la vivienda, crear un interland mediante cabinas telefónicas, gasolineras, farmacias, baños públicos
estratégicamente ubicados , en Colombia
no se cumple nunca y al pasajero una
vez emprende su camino está abocado
a lo desconocido, al asalto, al puente caído ya que no se ha cumplido
con la debida señalización, con la debida iluminación. La paradoja es que
quienes incumplen estas condiciones son grandes
empresas transnacionales. Y quienes deliberadamente olvidan estos
requisitos son funcionarios oficiales.
La señalización como diseño es parte de una disciplina que busca renovar el concepto de función a
través de un logro estético afirmando la confianza en el desplazamiento vial.
En Medellín ha venido sucediendo lo contrario: una vía rápida finalmente es una
vía cortada a tramos , sin marcar las salidas ni contar con las bahías
necesarias para buses y taxis y sin ese
elemento que incorpora a las vías un ingrediente estético de belleza, el
paisajismo ¿Cuántas veces se ha pavimentado Las Palmas? Algo tan grotesco como el trazado de los
Balsos ilustra la oficialización de estas chambonadas repetidas una y otra vez en calles y avenidas
con salidas que se convierten en una trampa mortal, caso del puente de Punto
Cero en el encuentro con la autopista y el Puente de Barranquilla donde
cualquiera se juega la vida. O Industriales donde caprichosamente
se juega con esos feos y temporales separadores marcando divisiones viales imposibles de prevenir en la oscuridad. El desorden visual lleva al
caos vial y es la evidencia de que el impacto entre la consolidada ciudad tradicional y la
necesidad de trazar una nueva estructura vial debido al aumento
de población, a la des-significación de los espacios cívicos, al atropello a los lugares consagrados, al
desconsiderado aumento de motos, ha exigido un reordenamiento la estructura vial y una resignificación pedagógica de la ciudad
en su totalidad. Por esto la señalización de la ciudad debe plantearse desde lo
que suponen unos nuevos contenidos culturales y no prolongar el aumento de accidentes mortales que el
municipio deberá pagar tal como lo señala el precedente sentado por el Consejo
de Estado.
Un motociclista
entra en un deprimido carente de iluminación y se choca con una de esas
barreras de plástico que los trabajadores mueven a su antojo, el motociclista y
su acompañante mueren tal como mueren o
quedan lisiados decenas de ellos,
decenas de automovilistas cuando
encuentran un hueco, una zanja sin llenar, un desnivel en la pavimentación, un cuello de botella,
errores terribles causados por la mala dirección y retraso de una obra ¿Cuántas
de ellas dejó sin terminar la Alcaldía anterior y hoy permanecen
como una trampa mortal? Llegó la hora de la responsabilidad de los funcionarios
ante estos condenables errores propiciados por la corrupción, muertes que para una
verdadera justicia no pueden seguir en la sombra de la impunidad.
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