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El
Muñeco Colombiano (José Daniel Duarte Peña)
Víctor Bustamante
Hay dos conocidos
relatos de Kafka, “El artista del hambre” y “El artista del trapecio”, donde
refiere la vida dura de aquellas personas que deciden consagrarse al arte como
forma y norma de vida. Por supuesto que, en este caso, la vida de estas
personas no dejan de asomarse al abismo de la desesperanza ya que se corre el riesgo
de no triunfar sino de mantenerse a flote por la pasión y por el deseo de permanecer
fiel a ese arte que cada uno ha logrado perfeccionar debido a su persistencia,
es decir a la enajenación, ya que un artista se aparta de la reglas y de la
normalidad de lo cotidiano por dedicarse a su arte, es decir a la
representación de sí mismo. Algo es cierto el abismo atisba desde todo punto de
vista a aquellos artistas que persigue el triunfo y no lo logran, pero han olvidado
que su camino está lleno de momentos inverosímiles.
Este es el caso de José
Daniel Duarte Peña. Lo encontré un domingo en pleno centro del Parque de Bolívar
donde trataba de entretener a las personas qué, sentadas en las gradas, lo observaban
bailar, lo escuchaban cantar parodias de canciones de Piero, siempre con humor
a flor de piel, también sus chistes y chascarrillos, además del elogio de la cotidianidad
como algo que es decisorio romper ante su seriedad, así las eventualidades de
la vida le traigan cada día la necesidad de actuar para conseguir algo de
dinero.
En realidad su maquillaje
lo hace asemejar a un muñeco debido a que queda sin movimiento facial, se parece
a Ken el amigo de Barbie y además sabe moverse a ritmo mecánico al ritmo de la música.
A veces uno cree que posee los pasos de Michael Jackson, otras veces parece que
imitara los movimientos de una marioneta que al despertar quiere asemejarse su
movimiento al humano sin lograrlo.
Duarte no está
teorizando sobre la condición del artista, sobre las diversas maneras de
abordar una obra de arte, sobre el público y sus circunstancias y aceptación.
No, él se ha hecho así mismo porque por su sangre fluye el torrente de representarse,
de ser artista a su manera.
Para su presentación,
Duarte, ya convertido en Ken, pierde su expresividad y quiere ser un muñeco de
caucho, y es en esta inexpresividad de su rostro donde conmueve al público. Un
público callejero que no ha salido a ver ningún espectáculo sino a caminar y
vivir las calles, y de repente en el parque se ha encontrado con él, en ese
momento fortuito entre el que actuar y quien se dispone a abrevar un momento de
su tiempo para mirarlo y entretener. De ahí que él no posea un escenario especifico,
detenido en una sede de teatro fija sino que la calle, los parques le sirven de
escenario disponible para instalar su equipo de sonido y disponerse a saludar a
sus espectadores, todos habituales de la calle, encontrados al azar.
Tal vez el público
que lo acompaña le tenga cariño, ya que todos tuvimos alguna vez la compañía de
algunos muñecos, que fueron quedando en casa luego de que la adolescencia borrara
la niñez atiborrada de muñequitos de las más disímil catadura como una creación
cercana a lo que sea una persona que nos ha acompañado en diversas formas. Eso sí
Duarte encarna la realidad de un nuevo tipo de muñeco impuesto por la creadora
de la Barbie, que en 1961 lanza al mercado a Ken Carson para que la Barbie no esté
sola en el mundo de las niñas. Pero Duarte, ya convertido en el Muñeco colombiano,
es un juguete que se mueve, es un humano convertido en muñeco un caso de involución.
En su esencia es un artista sin los flashes
de la tele y los andamios personales que lo encumbren. Él, siente su arte, y
lejos de los medios, se hace a sí mismo y nos representa.
El público que lo acompaña
siempre anónimo llega sin invitación y sin publicidad, pero al actor no
le molesta; él sabe que va tras sus quimeras y en nada lo diferencian de los actores
llamados consagrados y los actores callejeros, ya que en la calle es espontáneo,
seguro y, además, una suerte de vagabundo que va de ciudad en ciudad.
También en escena lo
acompaña el Hombre Noticias que, vestido de periódicos, baile música electrónica y le dan el realce a esos
artistas callejeros, a los cuales el rebusque no los anonada; la incertidumbre es su norma de vida.
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