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Laboratorios Uribe
Ángel de Horacio Marino Rodríguez
Víctor Bustamante
En la actualidad el
edificio se nota burdamente pintado de una manera tan sin imaginación, tan
rotunda en su desprecio arquitectónico que da la medida de sus dueños, aquellos
comerciantes clásicos de la cacharrería paisa, sin sueños, que han ocultado toda
la probidad y elaboración pulcra de este edificio. El amasijo del color crema,
porque lo es, al pintarlo ha sido tan tosco y tan ridículo que han ocultado la
nobleza del Art Decó con sus líneas como elemento decorativo. El color crema
también ha ocultado el friso del último piso y ha dejado de lado, en la misma
situación, el ladrillo como elemento decorativo del canal entre los dos
torreones que enseñan sus hexágonos de la fachada, donde aún es posible
entrever dos losas con dos esculturas donde una persona con su mortero preparan
una droga y en el otro una figura, a mano derecha, con una rama como si la
recogiera para algún bebedizo. Las otras dos imágenes, esculturas en cemento,
del segundo piso han sido cubiertas, revocadas por esta inteligencia bovina. Estas
cuatro esculturas son de Bernardo Vieco. Pero también el infausto color crema
ha uniformado las vidrieras de cada torreón que, incrustadas, sobresalen en su
fachada. Ese cerebro con neuronas al uno por ciento que ordenó “matizar”
también las estribaciones de las columnas delgadas, decidió pintarlas con el
color rojo oxido para destacarlas como si fuera su máxima creación, y, en
realidad, fue su máxima creación pero la del desastre con sus excoriaciones en
la fachada porque el edificio entre las demás construcciones, la de los
edificios Carré y Vásquez que le sirven de marco en las fotografías lo dejan
mal situado casi como un tugurio en pleno centro de Guayaquil. Para colmo al tercer piso le ha sido agregado
un cobertizo con improvisadas latas de zinc que lo dejan mal en su
aspecto, típico agregado de los badulaques sin reposo y sin entorno, y, así
mismo, irrespetan una obra con la firma de HM Rodríguez. Eugenio D’Ors diría
que al mirar el estado actual de este edificio nos causaría, alipori, es decir,
vergüenza ajena. Este edificio se había construido inicialmente por la firma HMR & hijos en 1926 para Droguerías Aliadas.
En su primer piso
funciona el Salón de Billares Aguadas, al lado izquierdo junto a las escalas
para el segundo piso el aviso de la Sastrería y pantalones J Aristi, que se
pierde en su significación ya que no existe, y en su reemplazo nada menos que
un local pequeño para venta de celulares. Alguna vez quería subir al segundo
piso cuando entraban mercancías, paquetes, cajas y bultos, seguro para uno de
los almacenes de Guayaquil, pero el dependiente con su carreta atestada no me
permitió subir las escalas. No, no se puede, dijo, y siguió con su pesaba carga
al segundo piso, y con su paranoia en bandolera continúa a los pisos altos
habilitados como bodegas.
Laboratorios Uribe Ángel emprendió la tarea de elaborar
productos farmacéuticos que antes se importaban, teniendo considerable
aceptación en el mercado de medicamentos. Inició operaciones el 10 de noviembre
de 1922. Los socios fundadores fueron: Bedout Escobar & Cía., Ismael Correa
& Cía., Lalinde Rodríguez & Cía., Nicanor Restrepo R. & Cía., y
Restrepo & Peláez, luego se incorporó como socio, Luis Restrepo Mesa,
propietario de la Droguería Nacional. El objeto de Laboratorios Uribe Ángel,
según su escritura de fundación, era "la preparación y venta de
especialidades y productos farmacéuticos en toda la República de Colombia; la
introducción de materias primas y maquinarias para la elaboración de ellas; el
establecimiento de almacenes o sucursales en todo el país para el expendio de
sus artículos y en general cualquier otro negocio lícito que tienda a facilitar
sus operaciones".
Foto de Luisa Vergara |
En uno de los boletines que publicaron, Labor, hay una fotografía donde aparecen sus fundadores de pie: Don
Jaime Rodríguez L., Don Jaime Retrepo M., Don Ismael Correa C., Don Alberto
Latorre, Don Abelardo Botero G. Sentados: Doctor Enrique Ehrensperger,
Don Daniel Peláez, Doctor Alejandro Vásquez B., Don Luis Restrepo M.
Luego, en sucesivas
fotografías en cada página, se destacan Delio álzate B., farmaceuta y creador
del Vermífugo Imperial, director de Labor,
revista de Laboratorios Uribe Ángel, también había sido director del periódico Unión Liberal. Daniel Peláez R., sería el gerente. Enrique Ehrensperger, uno de sus fundadores,
y el primer revisor fiscal, era oriundo de Suiza, socio de la Casa E vogt,
representante en Colombia de los prestigiosos laboratorios Ciba y, además,
llegó a ser profesor de química y metalurgia en la Escuela de Minas. Luego de
su regreso a Europa, fue reemplazado como revisor fiscal por el cirujano
Alejandro Vásquez B. También el Dr. Joaquín Escovar, químico de la universidad
de Valparaíso en Estados Unidos y autor de, Nociones
de farmacia para el examen, 1925, quien era profesor de Física en la
Universidad de Antioquia y, además, administraba la Farmacia Blanca en Boyacá
con Junín y dirigía la revista La
Farmacia. Otro personaje fue el Dr. Samuel Arturo Meza y Posada,
médico-cirujano de la Universidad de Madrid, del Instituto Médico Farmacéutico
de Barcelona, muchos años más tarde en 1949 pertenecería a la Sociedad
protectora de animales y publicaría un libro, El Elogio de los animales, también sería el primer presidente del
Centro de Historia de Envigado al declinar el escritor Fernando González.
Laboratorios Uribe Ángel también publicaría, más tarde un Boletín clínico.
El 5 de diciembre de
1928 varios empresarios decidieron unir sus distintas droguerías para conformar
el grupo más poderoso del ramo en Colombia. De ahí nació Droguerías Aliadas en
Medellín, compuesta por Droguería Restrepo & Peláez, Antioqueña, Bedout,
Central, Medellín y Nacional. A las cuales se sumaron Droguería Nueva York en
Bogotá y Droguería San Roque en Barranquilla.
En 1932 cuando Olaya
Herrera estuvo de visita en la ciudad, en campaña política, hay una fotografía
de Obando que enseña la plenitud de la Plaza de Cisneros atiborrada de
personas, incluso sobre los techos de los edificios aledaños, en las ventanas
del edificio Carré y aun mas allá en el edificio Uribe Ángel, se ven las
personas ahítas por mirar a Olaya Herrera. Ese político de alta estatura pero
física.
El nombre de estos laboratorios se debe a un homenaje que estos
socios deciden realizarle a una de las personas más prestantes de la ciudad,
Manuel Uribe Ángel, médico, político de otra catadura, investigador y escritor
de uno de los libros de más peso en Antioquia, ya que aun su geografía, su
topografía, trata de abarcar una totalidad: la riqueza de sus municipios, de
sus departamentos, y asimismo da una idea de lo que era el estado de Antioquia
a mediados de 1800.
En el libro, Medellín en 1932, de
Luis F Pérez y Enrique Restrepo Jaramillo, un periodista de nombre armonioso,
creo que sea un seudónimo, Alfredo Bonito, asiste con entusiasmo y curiosidad
para conocer el funcionamiento de los laboratorios. Ismael Correa, el gerente, le refiere los
beneficios de esta empresa para abaratar los costos de sus productos con
respecto a los de casa extranjeras así como a la calidad debido al trasporte y
al tiempo de demora en su llegada de drogas del exterior. También refiere sobre
su independencia, habla de su sede en Barranquilla así como de sus
distribuidores en Bogotá, Manizales, Cali y Honda.
En este avieso momento de toda su prosperidad, el periodista
acompañado por don Ismael tuvo la posibilidad de entrar al interior de los
laboratorios, donde don Ismael comenta la gentileza de la Honorable Academia de
Medicina que insinúa a sus profesionales medicar sus productos.
Luego sube al segundo piso con el químico alemán, el Dr. Hans
Eduard Obergfell, hombre entusiasta, amable, emprendedor que revisa su libro de
fórmulas y también piensa dedicarse a la revisión de algunos compuestos de la
empresa. Además le habla de los productos del laboratorio: Vitaemulsión,
Limolax, Urosalina, Ferrola Arsenical, Ferrol Simple, Antiplasmodio, Kola
Granulada, Kitadolor, Sal de Frutas Lúa, pastillas de Melba.
Foto de Luisa Vergara |
Luego con el gerente y el químico conoce los diversos
departamentos donde las diligentes obreras prosiguen su labor.
Ya en 1940, el arquitecto Félix Mejía diseñó y construyó otras
instalaciones para Laboratorios Uribe Ángel, en la avenida 33, motivo por el
cual esta empresa abandona el edificio de Carabobo con la calle Estrada desde
su fundación diez y ocho años atrás.
Una publicidad de Laboratorios Uribe Ángel aparecida en El Colombiano del 26 de octubre de 1940
añade: "Al levantarse o al acostarse, Urosalina normaliza hígado y riñones
y mejora la digestión. Laboratorios Uribe Ángel, LUA. Medellín, Barranquilla y
Cali". Ésta, la primera industria farmacéutica que se creó en Colombia,
nació en Medellín. Su producto más recordado, la Sal de Frutas Lúa, aún está en
el mercado, pero no ha bastado ese prestigio que en estas tierras es volátil,
para que miremos lo que fue su primera sede en la actualidad.
Para 1945 ya funciona allí la Droguería Guayaquil, y, aun, el
edificio mantenía el señorío, así como cierta prestancia, ya en ese Guayaquil
arrabalero donde los cafés y cantinas y el mercado público sobrepasaban el
ámbito de las calles y llego a merodear de una manera letal a los edificios,
como este hasta convertirlo con su color crema detestable en el Hotel Olímpico.
Ya sabemos que este cambio de oficio en esta construcción lo llevó nada menos
que a ser una suerte de hotel de paso nunca para paseantes sino para lo más
lastimero: para los vagabundos que nunca cayeron en cuenta que allí se había fundado
una prestigiosa firma comercial. Además, una copera, Amalia Hernández, contaba
que, a ese lugar, no entraba ni la policía por esa fachada fantasmal, sino la
ralea clásica de las calles, y que de olímpico no tenía nada, sino el parecerse
a un edificio de terror.
Años más tarde ya sin reputación ni alguna droguería en sus
instalaciones el edificio se convirtió en el Hotel Olímpico. Allí vivía
aprovechándose de este prestigio, estableciendo sus reales el Doctor Montoya,
un anciano casi parecido a Uribe Ángel, mejor, que lo imitaba, que conocía la
historia del lugar y su caída precisa y sin alarmar a nadie. En el último piso,
el tercero, había situado su consultorio con el pretexto de que sus pacientes
subieran algo cansados, es decir con la lengua afuera para buscar una consulta
barata con remedios incluidos. Allí había establecido sus alambiques y retortas
a fuego lento, nunca fatuo, donde los clientes maravillados veían esos
elementos químicos calentarse, y burbujeantes, mostrar como pasaban de un frasco
a otro, mientras él les examinaba y les recetaba sus específicos. Lo que no
sabían ellos en ese cuarto con su escritorio donde reposaban las fotografías de
Uribe Ángel y del médico escritor Alfonso Castro, era que esos productos los
fabricaba con Coca Cola y gaseosas Posada Tobón compradas en la tienda de la
esquina a la cual les agregaba esencias con hierbas de olor para enternecer a
sus clientes. La mayoría de estos eran hombres díscolos, que acusaban alguna
enfermedad venérea, adquirida en los lupanares baratos de esa zona nunca
sagrada sino de placer, Guayaquil mismo. Para él era fácil, aun vendía el
Treponiol, que era una droga para el tratamiento de la sífilis, a base de
mercurio, arsénico, yoduro, zarzaparrilla, opio y belladona. Y su fama se debía
a que retardaba los efectos de esta enfermedad. Además les recetaba a las damas
otro producto emblema de los laboratorios Uribe Ángel, Ovariogen, la publicidad
añadía, es un preparado de indicaciones precisas en la congestión uterina
primitiva y un poderoso auxiliar en el tratamiento de las congestiones
secundarias. Combate los dolores y las perdidas profusas. Romántico de los
laboratorios Uribe Ángel aun vendía sus productos como Limolax, Sal de frutas,
Palehol, Electrogeno, Mentolin, Urosalina, Tonikola. Ferrol y Vitaemulsión. El
doctor Montoya, que no era médico, cuando el caso de algún paciente se salía de
sus manos, le decía debes esperas unos días, tu caso es digno de tratarlo
mejor. Así, en este interregno, consultaba con otros profesionales verdaderos
la sintomatología y el tratamiento para salir de la encrucijada.
Pero, y ese pero es una reivindicación, ya que Oscar Castro en su
cuento “Sola en esta nube”, 1979, narra el cumpleaños de Ana Clara Valderrama
del Valle, en su monologo, ya desquiciada y perdida su aura de haber sido una
mujer aclamada y que calmaba a los hombres de Guayaquil, sus amantes ocasionales,
en el Hotel Olympia, trasunto del Hotel Olímpico. Ella sabe cómo a sus setenta
años ha llegado la vejez a reclamar por esa vida disoluta, y ella, nunca
aferrada a la moral, sino a la belleza y la deja en un cuarto sucio que huye para
contarnos como su padre la había abandonado en la Estación de ferrocarril, y así
no le queda sino la vana y perversa ilusión de ser una mujer, no de cuatro en
conducta sino de muchos hombres que ahora desfilan como fantasmas en su recuerdo,
mientras el humo, como una huella esplendorosa, incendia el último piso del Hotel
Olympia.
Así Oscar nos aclarara la manera y el motivo para escribir uno de
sus cuentos más emblemáticos: “… precisamente allí me llegué a tomar unos
solitarios tragos cuando era joven y hermoso... mas no el lugar ni yo, sino lo
que quería escribir en ese momento. El último trago que me tomé allí fue un
"submarino", explosiva mezcla de cerveza, ron, aguardiente y no sé
qué otros mejunjes (dice la RAE: " Cosmético o
medicamento formado por
la mezcla de
varios ingredientes."). Mas
no conocía la nobleza de su origen, lo que me causa tristeza, pues merece el
rescate al lado de los otros dos que han recuperado bien.
Cuando andaba por el 78 buscando temas y ambientes para escribir,
allí me imaginé la historia de Ana Clara del Valle. Nunca entré en el edificio,
pues iba de noche al lugar, el cual era tenebroso a esa hora en los años
setenta. Ya se llamaba Hotel Olímpico, pero mi pudor y respeto por la propiedad
ajena me llevaron a denominarlo Hotel Olympia en mi cuento "Sola en esta
nube", para ubicar allí la última morada de Ana Clara. Para mí, cada piso
equivalía a dos de la época, por lo que calculaba que tendría unos ocho pisos.
Y el último es el que se quema con todo y arepa de Ana Clara en el cuento,
claro. Quizá lo incendié en ese momento, por lo abandonado que estaba: tenía
colores azulados, pero igualmente ya era un pastiche y de mala presentación, de
mal gusto, tenebroso y deteriorado, etc., etc.”
Ahora encuentro la ironía. Dice la nota de Patrimonio del Municipio, registro 001-013, sobre este edificio:
"DESCRIPCIÓN GENERAL
Se localiza en un lote rectangular entre medianeros sobre la
carrera Carabobo, importante eje vial y comercial de la zona, que conecta el
centro administrativo La Alpujarra y el centro comercial Palacio Nacional.
Además, se encuentra en el sector de Guayaquil, zona que poseía mucha
importancia económica en la primera mitad del siglo XX, por ser el lugar de
llegada de los visitantes a la ciudad cercana a la Estación del Ferrocarril y a
la Plaza de Cisneros. Antiguo edificio de cuatro pisos de altura, paramento
discontinuo y sencilla ventanería metálica donde inicialmente se albergó la
Droguería Aliadas, diseñado por el arquitecto Nel Rodríguez, correspondió a una
época que él mismo denominó "incertidumbre y copia" marcada por
tendencias estilísticas traídas del exterior, algunas veces a solicitud del
cliente.
El primer piso es destinado desde la época de su construcción al
comercio; a partir del segundo, su fachada es marcada por la simetría definida
por tres cuerpos así: Dos volúmenes hexagonales que sobresalen y se ubican a
cada lado del plano central en donde está colocado el nombre del edificio y se
distingue como remate una comisa decorada con figuras geométricas. El edificio
ha recibido diversas intervenciones por los cambios de uso como la sustitución
de algunas ventanas sin conservar ritmos, dimensiones y/o estilos y se
realzaron los volúmenes laterales hasta alcanzar la altura del cuerpo central,
ampliado el área de la edificación.
FACTORES FISICOS DE DETERIORO
Su uso comercial intensivo ocasiona trasformaciones en el interior
y en la fachada que afectan su diseño original. Además, el deterioro urbano del
sector donde se ubica y la vulnerabilidad a la contaminación ambiental y el
alto tráfico".
Sí, en el cruce de
Carabobo con la calle Estrada aún se levanta, nunca imponente, sino como una
vergüenza ese edificio que se deteriora cerca de quienes deben protegerlo y
regresarlo a su esplendor inicial. Como un dato, en la ciudad de los olvidos,
la calle Estrada, rememora al Doctor Pedro Dimas Estrada, eminente médico y
benefactor, en un momento de mucho prestigio para los médicos debido a la
cercanía con quien protege la vida de las personas con sus recetas y cuidados,
como Manuel Uribe Ángel, Miguel de la Roche, Tomás Quevedo R. y Ricardo
Rodríguez Roldan. Este tramo de calle fue bautizado en homenaje a este eminente
personaje muerto en 1888, que además colaboraba con Camilo Antonio Echeverri,
con Lino R. Ospina, actor empresario teatral y director de la Imprenta
Departamental, con Federico Jaramillo Córdoba, abogado y poeta, Jorge Isaacs, y
Epifanio Mejía en el periódico literario La
Aurora dirigido por Venancio A.
Calle.
HM Rodríguez e Hijos: Nel, Horacio Jr, Horacio Marino, Martín Foto de Melitón Rodríguez |
Para 1920 había una
concepción del mundo donde los médicos, como antes dije, poseían una veneración
casi religiosa, visible en un mosaico de graduados de la Universidad de
Antioquia, donde el dibujo de un galeno acaricia la cabeza de un enfermo y, en
medio, de la oscuridad, con la otra mano, le indica a la muerte que se detenga.
Además, en estos años, no hay certidumbre en la construcción de edificios que
recién se levantan, ya que hay arquitectos que otorgan su estilo para la
conformación de un paisaje citadino, en este caso Guayaquil, cuando aún poseía
una donosura, dentro de ese concepto y unión, así sea por conveniencia, entre
los médicos y los comerciantes. Mucho más tarde dentro de ese cambio de mentalidad
en estas profesiones, los médicos habitan el desfase de haberse convertido en
una carrera ávida del prestigio y la insularidad. Eso sí la mala conciencia del
mercachifle poseyó a los comerciantes, ya sin cierta ética un poco humanista, y
se plasmó en el edificio que hoy vemos, avasalló a algunos arquitectos y, sobre
todo, descubrió los planes fantasiosos de los responsables del patrimonio como
el cúmulo de un álbum desvaído de fotos y nombres donde afloran los yerbajos y
el óxido de la mala conciencia ya que cada que pasamos frente a este edificio
pensamos que la conservación del patrimonio en la ciudad no deja de ser un mal chiste.