sábado, 3 de noviembre de 2018

A LA INMENSA MINORÍA / Darío Ruiz Gómez




A LA INMENSA MINORÍA
Darío Ruiz Gómez
La dedicatoria de Juan Ramón Jiménez  se daba en España en momentos históricos en que las masas en estampida, a medida que daban rienda suelta a sus desmanes,  reclamaban su supuesto derecho  a destruir desenfrenadamente lo que consideraban el orden burgués o las razas inferiores. Los desmanes que se cometieron en la Unión Soviética  llegaron a extremos de inconcebible  barbarie contra  iglesias, obras de arte, un gran patrimonio  histórico, en una orgía que el mismo Lenin tuvo que detener. Durante la Guerra Civil española  estas mismas  chusmas  se dedicaron al pillaje, al asesinato de  quienes consideraban sus enemigos, cerca de 11.000  personas  fueron fusiladas por las llamadas Checas en Madrid. Lo que vino a recordar Juan Ramón es que la poesía es un acto de afirmación cuando la montonera  atentaba en Europa contra la libertad de pensar. Naturalmente a los defensores de esas hordas  la dedicatoria de Juan Ramón les pareció ofensiva. Pero  la aparición del individuo  constituye  la  gran conquista  de lo humano frente a la irracionalidad de las ideologías  políticas convertidas en profecías banales por demagogos  de ocasión. Ya en esos momentos  aparecía el texto premonitorio de Ortega y Gasset “La rebelión de las masas” que hoy  mantiene  aún su magisterio en el pensamiento  mundial. También la luminosa lucidez de  Elías Canetti nos aclaró en ese texto decisivo “Masa y poder” lo que significa  dejar de ser un  individuo  para  ser devorado  por  el magma  de las masas, después de ser testigo de lo que significó  la nefasta irrupción de los totalitarismos, la traición  de muchos intelectuales   a la defensa de las libertades lo que condujo  a la catástrofe de la civilización. Fue el exilio, la muerte, la tortura de los espíritus libres  que no claudicaron ante la fuerza bruta revestida de nacionalismos como recientemente  lo  fue la violencia etarra  y su cadena de crímenes y atropellos y hoy lo es la xenofobia catalana y su “raza superior”. Porque  lo peor para ese ser masificado no es sólo perder su libertad   sino  el  aflorar  en él de  un sórdido resentimiento una vez que comprueba  que carece de inteligencia y sensibilidad y  se  refugie  en el ejercicio de su oscura capacidad  de revancha.  La imposición del  terror permite que la delación, la traición contra los  colegas, los amigos,  se disimule  como  una  justificación política. Veo, discreto, dueño de la soledad del verdadero orgulloso,  a Eugenio Montejo  cuya inmensa poesía  despertó de inmediato la envidia de los funcionarios  chavistas que trataron de anularlo sin saber que su verso era ya una llama perenne.
 Acabo de leer  emocionado que el gran poeta venezolano Rafael Cadenas  ha recibido en España el premio Reina Sofía la mayor  distinción  que en lengua castellana  se otorga a una obra.  Cadenas  cada semana   en distintos  barrios de Caracas ha leído un poema como afirmación de la resistencia  de la poesía contra la opresión. No voy, desde luego, a dar los nombres de los funcionarios  que al traicionarlo  traicionaron la poesía envileciendo la figura del poeta, convirtiéndose  en bufones de Chávez y Maduro. ¿Seguirán escribiendo para las “masas populares”  negándose a ver  este terrible drama humano que vive un pueblo al cual supuestamente  iban a redimir y que huye de su patria porque se muere de hambre? Puede detectarse en la poesía de Cadenas  cierto escepticismo  propio de la feroz lucidez de su mirada interior,  pero su poesía cargada  de ironía certifica que la fuente de todas los  escepticismos  es precisamente la palabra  con que todo  pueblo ofendido responde a sus tiranos, con que a través de las solas  armas de la inteligencia logra   burlar  el cerco de los censores. Con su familia Cadena apenas  sobrevive con su exiguo sueldo pero nunca se ha doblegado ante el sátrapa.

   

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