A LA INMENSA MINORÍA
Darío Ruiz Gómez
La dedicatoria de Juan
Ramón Jiménez se daba en España en momentos
históricos en que las masas en estampida, a medida que daban rienda suelta a
sus desmanes, reclamaban su supuesto
derecho a destruir desenfrenadamente lo
que consideraban el orden burgués o las razas inferiores. Los desmanes que se
cometieron en la Unión Soviética llegaron a extremos de inconcebible barbarie contra iglesias, obras de arte, un gran
patrimonio histórico, en una orgía que
el mismo Lenin tuvo que detener. Durante la Guerra Civil española estas mismas
chusmas se dedicaron al pillaje,
al asesinato de quienes consideraban sus
enemigos, cerca de 11.000 personas fueron fusiladas por las llamadas Checas en
Madrid. Lo que vino a recordar Juan Ramón es que la poesía es un acto de
afirmación cuando la montonera atentaba
en Europa contra la libertad de pensar. Naturalmente a los defensores de esas
hordas la dedicatoria de Juan Ramón les
pareció ofensiva. Pero la aparición del
individuo constituye la
gran conquista de lo humano
frente a la irracionalidad de las ideologías políticas convertidas en profecías banales por
demagogos de ocasión. Ya en esos
momentos aparecía el texto premonitorio
de Ortega y Gasset “La rebelión de las masas” que hoy mantiene aún su magisterio en el pensamiento mundial. También la luminosa lucidez de Elías Canetti nos aclaró en ese texto decisivo
“Masa y poder” lo que significa dejar de
ser un individuo para ser devorado por el
magma de las masas, después de ser
testigo de lo que significó la nefasta
irrupción de los totalitarismos, la traición de muchos intelectuales a la defensa de las libertades lo que
condujo a la catástrofe de la
civilización. Fue el exilio, la muerte, la tortura de los espíritus libres que no claudicaron ante la fuerza bruta
revestida de nacionalismos como recientemente
lo fue la violencia etarra y su cadena de crímenes y atropellos y hoy lo
es la xenofobia catalana y su “raza superior”. Porque lo peor para ese ser masificado no es sólo
perder su libertad sino
el aflorar en él de un sórdido resentimiento una vez que comprueba
que carece de inteligencia y
sensibilidad y se refugie en el ejercicio de su oscura capacidad de revancha.
La imposición del terror permite
que la delación, la traición contra los colegas,
los amigos, se disimule como una
justificación política. Veo, discreto, dueño de la soledad del verdadero
orgulloso, a Eugenio Montejo cuya inmensa poesía despertó de inmediato la envidia de los
funcionarios chavistas que trataron de
anularlo sin saber que su verso era ya una llama perenne.
Acabo de leer
emocionado que el gran poeta venezolano Rafael Cadenas ha recibido en España el premio Reina Sofía la
mayor distinción que en lengua castellana se otorga a una obra. Cadenas cada semana en distintos barrios de Caracas ha leído un poema como
afirmación de la resistencia de la
poesía contra la opresión. No voy, desde luego, a dar los nombres de los
funcionarios que al traicionarlo traicionaron la poesía envileciendo la figura
del poeta, convirtiéndose en bufones de Chávez
y Maduro. ¿Seguirán escribiendo para las “masas populares” negándose a ver este terrible drama humano que vive un pueblo
al cual supuestamente iban a redimir y
que huye de su patria porque se muere de hambre? Puede detectarse en la poesía
de Cadenas cierto escepticismo propio de la feroz lucidez de su mirada
interior, pero su poesía cargada de ironía certifica que la fuente de todas los
escepticismos es precisamente la palabra con que todo
pueblo ofendido responde a sus tiranos, con que a través de las solas armas de la inteligencia logra burlar
el cerco de los censores. Con su familia
Cadena apenas sobrevive con su exiguo
sueldo pero nunca se ha doblegado ante el sátrapa.
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