Don león Vargas, el luthier en Aranjuez.
Víctor
Bustamante
“¿Por qué me preguntas por mi linaje? Como la
generación de las hojas, así la de los hombres”
Homero
Llegué,
llegamos, a la entrada del taller de don León Vargas, en este inicio de un
periplo por Aranjuez, porque es un periplo caminar las calles del barrio, mirar
las fachadas de algunas casas que pasan desapercibidas para sus habitantes, y
sobre todo, saber que su acervo cultural es necesario tenerlo en cuenta,
sacarlo a la superficie, ya que esta valoración lo que le da lustre al barrio.
Sí, ahora con
el poeta Luis Fernando Cuartas, cicerone preciso, llegamos a lo que él llama la
calle no calle: a un local ubicado en la mitad de una manzana con este número:
86-41; él, conocedor de los secretos de Aranjuez, abre la puerta y junto a
Carlos Vásquez, bajamos las escalas en búsqueda del taller. Esperamos un
momento, el justo, para que abra la reja un señor que enseguida se revelará
como don León.
El taller
nos entrega toda la curiosidad al mirar su
interior que parece detenido en el tiempo. Hay una fotografía del taller y sus
expertos en blanco y negro. Una vitrola aguarda sobre otros objetos, hay un
piano, varios pianos con su costillar de cuerdas al aire libre, Mauricio, su
hijo, nos enseña las maderas del piano que debe arreglar, para devolver a la
vida no solo la música del piano sino fortalecer su vida útil. Sobre la mesa de
trabajo diversas herramientas en ese desorden que solo ordena quien trabaja
allí. Luego hay unas rocolas por arreglar, al lado derecho algunos tornos, y en
otra mesa, como el monarca del salón un sofá, creo que Luis XV, con su elaborado
espaldar de color rojo, pero que aquí deben devolverlo a su vida ya que algunas
maderas debe de ser reparadas. Hay una mesa antigua que debe de ser reparada, y
la sorpresa nos aguarda en el fondo, hay diversos relojes en la pared con la
paciencia de sus diversas horas que parecen definir el tiempo que aquí, en este
lugar, en el taller, se ha detenido.
Aquí,
cerca de la ventana que baña con su luz esta parte donde don León trabaja, hay una mesa con sus herramientas, y es ahí
donde se encuentra esa joya envidiaba por un músico de postín, nada menos que un
violín de prestancia, un Maggini. Es decir, un violín construido por Giovanni
Paolo Maggini, (1550-1630), este con Gasparo da Saro son considerados los mejores
constructores de violines de la escuela bresciana.
Los
instrumentos elaborados por Maggini al final de su carrera son considerados los
de mayor renombre, debido a la calidad de la madera y los orificios sonoros,
grandes, bien curvados y cuidadosamente terminados, así como por su tono
excepcionalmente suave. Muchos se adornan en la parte posterior con
decoraciones tales como la cruz de San Andrés, un dispositivo de la hoja del
trébol, medallones, crestas, y otros motivos. Los barnices varían de un marrón
claro en sus primeros esfuerzos a un color más transparente brillante del oro o
del rojizo-marrón de la calidad rica en instrumentos posteriores. El típico
modelo tardío de Maggini tiene una fila doble de lados. Maggini construyó
durante su vida unos sesenta violines, nueve violas, dos violoncelos, un
contrabajo y algunas violas. Don León consiguió este valioso instrumento
musical en una anticuaria del Poblado y poco a poco lo ha estado restaurando,
no en vano, este oficio lo aprendió de su padre, y de un maestro polaco. No sé si él sabrá en qué año y cómo fue traído este valioso instrumento a Medellín.
Su fecha de construcción data del año 1600 más o menos. Especulo algo, podría
haber sido un legado de las diversas compañías de ópera que llegaron a la
ciudad o pudo haber pertenecido a un violista, nunca en el tejado, sino a un artista de renombre que lo perdió o lo
vendió. Lo cierto es que esto es pura especulación, ya que el instrumento no es
cualquier instrumento sino que posee su pedigrí.
Junto a la
ventana, y colgado en la pared, hay un cuadro con una fotografía del padre de don
León, Julio Antonio, que era ebanista y músico, como si su presencia bastara
para acompañarlo en su labor diaria. Así mismo el taller es considerado una
prolongación del ámbito familiar. También en otra fotografía le da las gracias
a Remberto Osorio (afinador de pianos) y el luthier y compositor yugoeslavo Eduardo
Polanek. Polanek aparece como autor de obras junto a Verdi y a Tobani, Hatley,
Strauss, Marchetti, Herscbthwin, Malats, y José M. Tena durante un concierto en
el Pablo Tobón dado por Juan Duque B. en 1968. Polanek compuso el pasodoble,
Fiesta de la Candelaria. Además tocaba el contrabajo en Banda Sinfónica de
Antioquia.
Polanek fue profesor en el Conservatorio, luego organizó
su estudio privado en un local en el
pasaje Junín- Maracaibo, donde enseñaba la técnica de la escuela alemana de
guitarra y la técnica de la guitarra clásica; además de su propio método, también
instruía con el método de teóricos de la guitrra como Fernando Carulli, Matteo
Carcassi y Fernando Sor, y elementos
técnicos de la Escuela de Francisco Tárrega, así como repertorio de música del Renacimiento, el Barroco y los
clásicos.
Mauricio,
Sergio y Julián, hijos de don León, trabajan en el mismo taller. Creo, que de
él para ellos se admite la perdurabilidad de su memoria y de los secretos
adquiridos en la fabricación y arreglo de instrumentos, así como de la sutileza
de los materiales, para regresar a la vida el instrumento musical rescatado del
abandono o de aquel que sale de sus manos para entregarnos todas las músicas
del mundo.
Don León es un
lutier con todo el peso específico que esta labor otorga pasa muchos días buscando la madera precisa,
el diseño que ya tiene en su mente, el proceso de maduración del instrumento
que construye, hasta la solidificación de la música que saldrá de el cuando el
ejecutante rasgue las cuerdas, y el milagro de la música que aligera el alma
nos haga sentir un vibrato o las líneas musicales de alguna pieza. De tal
manera el luthier nos aparta de la construcción de producir en serie y en serio
instrumentos musicales. Este, al apartarse de este proceso, propio de los
tiempos modernos, permanece incólume para imprimirle a sus instrumentos ese toque
personal, ellos son su creación.
Pero no solo
aquí en este taller la exquisitez y la nobleza de la madera están presentes,
sino que la memoria de don León, nos lleva, durante la conversación, por esos
laberintos del tiempo perdido de la ciudad. Cierto, por esas diversas capaz que
lo forman, no solo el tiempo lineal que vivimos sino ese que es circular y nos
hace volver a esa memoria de la ciudad que si no fuera por él, se perdería. Él
nos comparte su memoria en cada palabra. En cada personaje que saca a colación
de inmediato comprendemos que de vivió Medellín, y sobre todo su presencia en
el barrio, en Aranjuez nos da el pulso de la medida de su riqueza cultural, que
sale a flote cuando en el trascurso de la conversación nos entrega nombres,
lugares, instancias que se convierten en la morada de otras presencias;
presencias valiosas Mascheroni, Bruckner, Correa, Longas, Matza. Alguna vez Margarita
Yourcernar admitía que conversaba mucho con su padre, debido a que este le
entregaba su memoria; de tal manera ella aseveraba que así poseía la felicidad
de saber que había existido antes de ella en boca de los relatos de su padre.
De ahí la perseverancia en conversar con las personas mayores. En ellos reposan
aquellos datos, aquellas personas, aquel ambiente que es casi imposible reconstruir
por medio de libros y prensa. Siempre falta ese toque de la atmósfera presente
que otorga quien fue contemporáneo, en este caso don León.
... ... ..
Todo un proyecto d einvestigación que apenas se inicia, gracias Victor por divulgar esta historia.
ResponderEliminarBuenas noches
ResponderEliminarNecesito contactarme con la Familia Vargas, hijos de el Maestro León
para la reconstrucción de un piano.
Sería tan amable de proporcionarme un teléfono donde pueda comunicarme con alguno de ellos?
Le estaré muy agradecida.
Ma Eugenia Echavarría
genieecha@gmail.com
cel 310 514 1895