domingo, 28 de agosto de 2016

Simón Atehortúa. 19 ENCUENTRO NACIONAL DE CRITICOS Y PERIODISTAS DE CINE DE PEREIRA

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Simón Atehortúa. 
19 ENCUENTRO NACIONAL DE CRITICOS Y PERIODISTAS DE CINE DE PEREIRA
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El recuerdo que seremos[1]

FIN. Así comienza el último documental de uno de los últimos representantes del Grupo de Cali, ese combo de locos que marcó (y marca) una época, retratando con palabras e imágenes un país transformado, trastornado y devorado por el futuro progresista y visionario (cegato y viciado) que a todos nos asecha.

Todo comenzó por el fin es el auto-retrato de Luis Ospina, sus amigos y su cine; por ahí derecho es el retrato de un país en un momento de su historia: el momento de unos buenos muchachos, luego hombres viejos, que hacían películas mientras parrandeaban, con una maestría envidiable para hacer las dos cosas bien. Sus principales representantes: Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y, el autor del documental: director y actor de su propia vida, primero en el papel de sobreviviente y luego en el de moribundo: Don Luis Ospina.

El moribundo comienza retratando cómo a causa de un repentino cáncer su documental debería ser terminado por dos de sus amigos; el realizador Rubén Mendoza -La Sociedad del Semáforo (2010), Tierra en la lengua (2014)- y el escritor y guionista Sandro Romero Rey. Si Luis Ospina hubiese fallecido el documental tenía que cambiar, pero el hombre resucitó de entre sus muertos para relatarnos como el siempre joven Andrés Caicedo se quitó la vida rapidísimo luego de escribirnos la salsa y la rumba, y como Carlos Mayolo se la quitó lentísimo a punta de gótico tropical.

Las 3 horas y media que dura la película se van como un suspiro de Mayolo, y pasan por los ojos una cantidad tremenda de imágenes y palabras hiladas con la maestría y el respeto de quien es protagonista por tantos años de la historia cultural y artística del país, y, más importante aún con el cuidado y el cariño de quien ama a sus amigos retratados por tantos años hasta sus muertes.

La película -como la vida- continúa, escuchamos una desconocida banda de rock en español, una frase que baila extasiada sobre los espectadores: “Nosotros de rumba y el mundo se derrumba”, mientras por la pantalla pasan fotos de gente mutilada, de gente consumiendo droga, de políticos consumiendo países y violencia por doquier; lo que vemos evidentemente no es un producto de la televisión nacional; ningún buen valor es promulgado en las imágenes de este documental, por el contrario, el objetivo es enseñar con el mal ejemplo, el grupo de Cali fue lo que quiso ser, incluso cuando participaron en televisión, ninguno se traicionó a sí mismo, no se convirtieron en modelos ni en ganadores de Oscares, no fueron seres políticamente correctos diciendo groserías solo en horario nocturno que muestran desnudos con censura, no, el grupo de Cali se desnudó frente a las cámaras y es su sinceridad lo que con más fuerza se siente por 3 horas y media. ¿Qué sería de Colombia sin estos personajes de película? Tal vez seriamos la misma triste historia, pero definitivamente estos 3 (estos miles) sazonan un país que hierve, este grupito es un plato fuerte, arroz con habichuela y vianda es lo que hay.

La historia de Colombia es la historia de las personas que habitan estas tierras con los pies y con el alma, la historia de Colombia pesa (y cuanto) sobre la espalda de hombres y mujeres que caminan estas trochas maltrechas. El Grupo de Cali fue un combo de amigos que se retrataron en la salud y en la enfermedad y ni la muerte los ha separado porque el cine los ha unido e inmortalizado. Son la viva cicatriz de este país, víctimas y amantes de sus drogas y su cine, extasiados hasta la muerte de la luz que se proyecta sobre estas tierras. En FIN, Cineastas que por principio viven su cine, que retrataron su tierra también agonizante, y que lo hacen hasta que la muerte los separa.

El documental, que también es una creación subjetiva, personal; ha sido usado para contar la vida; Luis Ospina ha recogido la experiencia visual y sonora suya y la de sus amigos, sin vanagloriarse de nada y desmitificando lo que el tiempo ha hecho de ellos; uno va viendo y descubre que la historia de esta película es también la de una reunión de amigos que cocinan, se ríen y recuerdan; enamora un documental que en el fondo es una muestra de cariño a unos pocos, y es porque en los rostros de aquellos personajes se reflejan los nuestros propios y los de nuestros seres queridos.

La historia se va tejiendo gracias a los testimonios de los amigos que aún viven; artistas y locos que han hecho lo que les ha salido de las entrañas y lo han disfrutado hasta las últimas consecuencias. Sandro Romero Rey, Ramiro Arbeláez, Hernando Guerrero, Vicky Hernández o Eduardo la Rata Carvajal, el hombre de la cámara, quien tanto ha retratado la realización de películas emblemáticas del cine nacional como La mansión de Araucaima (1986) o La vendedora de rosas (1998), además de las fotos más recordadas de Andrés Caicedo como en la que muy feliz, nos ofrece una cerveza. Es La Rata quien mucho filmó los detrás de cámaras y las aventuras tras bambalinas de estos muchachos.

El documental es un género cinematográfico que permite un acercamiento más directo, o más desnudo a una realidad, en el documental se privilegia la vida que pasa (o, como diría Luis citando a Jean Cocteau: la muerte trabajando), en la ficción la vida que se hace; en los documentales se graba la incertidumbre, es salir de pesca; esperar que frente a una cámara pase el tiempo y el espacio. Todo comenzó por el fin es el recopilado de una vida de artistas mirándose a sí mismos en un país cegado por las ganas de no mirar, estamos frente a uno de los trabajos más importantes de los últimos años en Colombia, lo particular se convierte en lo general, las vidas de muchos las podemos ver reflejadas allí: sus sufrimientos, sus dolores, su vida, su muerte, y su relación con un país que no perdona. Gracias también a la concepción con que este grupo usó y vivió el cine, toda una vida de grabarse entre amigos se constituye en un invaluable documento fílmico en el cual se estimula la reflexión acerca de la tradición cinematográfica colombiana, una historia que al igual que la historia general de nuestro país apenas se está contando, en esta tierra donde se silencian los testimonios y se olvidan nuestros muertos el cine debe servirnos como práctica de la memoria y apropiación de nuestras historias y nuestros protagonistas.

Luis Ospina: contestatario y políticamente incorrecto ha robado de nuestras vidas 3 horas y media; cual si fuera sanguijuela del alma nos ha sentado en las butacas del cine mientras nuestros ojos se alegran, lloran y sonríen nostálgicos frente a un pasado que solo volverá en la oscuridad de la sala; de él esperamos mucha vida para que siga haciendo lo que mejor sabe: registrar y compilar las imágenes fílmicas, ese recuerdo que seremos, que nos construye y nos refleja; el mejor cine es un espejo frente a nosotros que nos mira con insolencia y nos pregunta sin cansancio; a Luis un abrazo y un aplauso sincero; a nosotros nos espera una fiesta al salir del teatro, al enfrentarnos con la vida codo a codo a los compañeros, donde cada segundo es un comienzo.

Por Andrés Idárraga: Andrés Felipe Idárraga Arango Cineclubista, en sus rato libres estudiante de psicología.

Y Simón Atehortua: Simón Atehortúa Pulgarín Poeta Cinéfago, en sus ratos libres estudiante de realización audiovisual. Gestor Cultural.





[1] Artículo publicado en la Edición impresa 116 (Abril - Mayo 2016) de Periferia Prensa Alternativa



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