viernes, 8 de julio de 2016

JOSÉ MANUEL ARANGO / Raúl Mejía







JOSÉ MANUEL ARANGO 

                                                 Raúl Mejía.

1

El vasto desasosiego de lo hipotético… Poco antes de morir, alcancé muy a medias a conocer al poeta José Manuel Arango, lo saludé en un sitio poco propicio: un supermercado. Allí estaba, seleccionando algunos objetos y desconfiando del sujeto que se le aproximaba y le hacía la tonta pregunta: “¿es usted José Manuel Arango?”. Sonrío y ese lacónico “si” se adecuó a su extrema síntesis. No lo vi más, sólo su imagen en medios masivos, especialmente tras su muerte, a comienzos de la década pasada. En aquella ocasión, ¿pude haber intentado algo más, llegarle con represadas inquietudes menos sonsas, ridículas y obvias como las de la poetisa Piedad Bonett en trivial, frívola e intrascendente entrevista, pero consecuente con la primera tríada de adjetivos para su obra en prosa y en poesía: sonsa, obvia y ridícula? Una única pregunta le habría hecho al Maestro del Carmen de Viboral: ¿qué idiotez emotiva o chantaje analítico te llevó a considerar a Emily Dickinson como poeta de valor y, peor, a traducirla? Ese habría sido mi interrogante, dejando de lado varios sobre su experiencia y vivencias con Georg Trakl.

2

No debo ser el solitario que percibe y ha percibido grotesca rebatiña sobre la figura y obra del poeta de “Este lugar de la noche”, rebatiña en cuanto a querer hacerlo referente de cierta trasnochada intelectualidad universitaria, en este caso de la Universidad de Antioquia, como si fuese su poeta “estrella” y “logo” de generaciones entre politizadas y mamertas a más no poder. La colosal timidez y el laconismo de José Manuel pareciera haber hecho metástasis de escenas y verborreas que él no habría propiciado, siendo de los poetas mayormente citados “post mortem” y no con acierto y menos buen gusto. ¿Es nuestro poeta ese nuevo “ídolo” de la anacrónica antioqueñidad? Algunos dirán que sí, he ahí sus poemas a las montañas, símbolo por antonomasia de la cultura “paisa”. ¿Es, también, el poeta de la Medellín de las tres últimas décadas del siglo XX? Tal vez. Apoyaría ese subjetivo ícono y su hermosa “iconografía” leída en versos contundentes, descriptivos de la soledad y violencia de la Medellín que, felizmente, no vivieron los jóvenes de esta generación de la Internet.
¡Qué ambiciones narcisistas las de sus supuestos amigos y compañeros para dotarlo de pasaportes y de rótulos! Cuánto ha debido disgustarle saberse como celebridad o figura que cada grupúsculo local, bogotano o internacional quieren y han querido hacer de él y de su poesía, reclamándolo para sí.

3

Con esa misma parquedad que lo conocí, me llegaron sus primeros poemas. Es el año 1984, la edición es sencilla y los hallazgos memorables de un poeta directo, conciso e incisivo. “ESTE LUGAR DE LA NOCHE” y “SIGNOS”, son más que palimpsestos de auténtica poesía, son poco menos que atemporales papiros en donde discurren versículos con innovadoras acepciones de lo sagrado, es el vate que nos asombra con agudos acertijos líricos, asimilándose a esa figura del “profeta” si en ello no hubiese delirios pseudo religiosos y filosóficos. Tras la lectura de esos iniciales versos, la ciudad sonríe con la malicia de quien ha desnudado algo de piel:  calles, baldíos y cuerpos han ganado nitideces inevitables, el poeta ya nos invitó al frenesí, pero no queremos irnos, deseamos proseguir, poseer e incluso vociferar tras temporadas de sentidos cohibidos:

XX
En el mercado, entre sus jaulas
El vendedor de pájaros
Vocea la lengua de los vencedores

Pero tras su habla sibilante
Y las cópulas sorpresivas
De palabras

Se recata la antigua lengua armoniosa
Más clara, más
Cercana de las tortugas y el fuego

Que piensa en él
Y le da otro orden al mundo

Y cuando en la plaza
Real por un instante en el mediodía
Coge los pájaros en su dedo
Y les habla


Tal acto encubre otros actos
De más viejo sentido
Y a su mágico gesto de encantador
Los pájaros mueven los ojos dorados

4

En lo íntimo es un hombre oculto, docente de una materia que, sin duda, ha debido propiciar suicidios emocionales. Nacido en el campo, estudiante en el altiplano cundí-boyacense, especializado en los Estados Unidos de los densos “sesenta”, profesor durante lustros… Son ámbitos poderosos para este poeta, profundizando en su cautela y distancia. Se allega al mundo editorial desde el año 1973 y a partir de allí, sea con poemas propios o traducciones, seguirá activo hasta poco antes de fallecer. Son dudosas coincidencias y comparaciones con poetas de esos años y más con ismos o vanidosas cofradías. Hacia 1973 el “Nadaísmo” sigue bastante campante, Gabriel García Márquez es el suceso mundial de nuestra literatura, su eclipse total y universal; hay indicios de bonanzas, no sólo cafetera, sino de marihuana y cocaína. Y Medellín, su Medellín radiografiada y cartografiada a través de sus versos, va haciéndose metrópoli, derrumbando edificios, ampliando avenidas y repoblando laderas. Digamos que su “pequeño sistema solar” gravitaba alrededor de la Universidad de Antioquia, entornos próximos y eventuales, muy eventuales encuentros con escritores de aquellas épocas. Sus inicios, su ir ganando espacio y la lenta difusión de su obra, apabullan en cuanto no respira afán o cizañas al intentar ser o lucir como líder de desopilante revolución poética. Bien lo expresa el señor Santiago Mutis: “(…) la actitud del poeta: no participar en concursos, no ser colaborador de las páginas dominicales-literarias de los periódicos, no conceder entrevistas, etc. Es decir, mantenerse siempre dentro de lo primordial.” ¡Asombroso! Lo imagino, de haber vivido un tris más, anonadado ante las desbordadas eclosiones de bardos y de títulos, sin control, en histérica maratón de egos y banalidades. Admirable posición de José Manuel y despreciable que se desestime semejante demostración de respeto hacia sí mismo y el lector.

5

Cierta vez tuve bizantina discusión con respecto a la faceta de traductor de José Manuel Arango y en particular al nombrar a la sobre valorada y patética Emily Dickinson, pero dejo este asunto para un poco después. Leemos y se lee en él interés por poetas de norte américa, en particular William Carlos William. Peco en este punto de perezoso: a medias sé quién es, recuerdo haberle leído (“a long time ago”) poemas al azar, pero tan evidente apatía trae consigo el escaso interés que pudo haberme creado, asunto que no va en detrimento del vate norteamericano, por supuesto. Me quedo, muelle e incapaz con lo que José Manuel haya expresado de él en sus escasas respuestas. Pero sí voy a detenerme en las versiones que hizo de Georg Trakl. Antes que nada y si va en ello un monumental error de parte mía, ofrezco disculpas, pero no creo que nuestro poeta haya traducido directamente del alemán, ha debido hacerlo sobre versiones vertidas al inglés y, especulando, me atrevería a apostar que se basó en algunas del escritor “Daniel Simko”. Si estoy equivocado, vale, pero es irrelevante ante los textos que pueden leerse en aquel breve volumen publicado por “Colcultura”: allí está Trakl, el poeta de poetas, su arrollador lirismo, la belleza sublime del, quizá, máximo poeta de la nostalgia y de la melancolía crepuscular que haya existido. Injusto con los precedentes poemas del bardo antioqueño, mi espacio de re lectura, el mayor placer que viví teniendo ese libro, fueron esos versos de Trakl. Y vaya que hay bastante del léxico, de las sensibilidades, mundos y dimensiones del poeta austríaco en los versos de José Manuel. Para quienes hemos leído lo máximo posible del suicida escritor del expresionismo, sabemos captar entre líneas, en los poemas iniciales de “Este Lugar de la Noche”, acentos y vocablos muy propios del autor de “Grodek”:

II
Repetido naufragio de los parques
En el anochecer

La hora en que cerrado
Por el roce de un ala
Sombría

El corazón desciende a frías moradas.

Y palabras y frases inusitadamente “Traklianas” como: “claustro, sombría, la sombra de un árbol, ruinas, el viento ciego gira, ahogada”, etc. Pero de ninguna manera hablo del usufructo de imágenes, conceptos o palmarias paráfrasis. No, en absoluto, creo que José Manuel cumple con aquel docto concepto de T. S Eliot según el cual, el “buen” poeta no roba versos trascendentes, sino que los mejora, prolonga e involucra en su propia obra. Digamos que hay algo en él de William Carlos William, de Georg Trakl (y como ha dicho, de otros poetas), pero, ¿de Emily Dickinson? ¿Qué hay de ella en él? Dirían que “la brevedad”, pero vaya error de apreciación y miopía monumental. No, no hay tal; pero, ¿qué llevó a José Manuel Arango a celebrar y traducir a esa señora? Francamente no lo sé, sólo sospechar: ¿algún fallido y abyecto Edipo? ¿Intensa y crítica broma para sus cercanos? ¿Ominoso resultado de un “hobby” misógino llevado muy lejos? No tengo idea, he intentado hallar, en medio de una de las peores hojarascas de poemas, alguno de esa poetisa que me abofetee, que me penetre como misil poético y no, nada, sólo acumulación de azúcar deleznable, proveniente de pasmoso colesterol de mediocres versos. Y, sadomasoquista, he de obligarme a volver a ella, a sus pendejaditas, temiendo que aparezcan debajo de sus incontables enaguas, flores disecadas y tafetanes llenos de caspa, otros millardos de versitos póstumos: ¡Oh caos! Maestro José Manuel Arango: ¿qué te pasó? Mmm…La muerte dejó en penumbras semejante acción inextricable.

6

Es precisa y suficiente la bibliografía del poeta citado. Pero es enorme la influencia de la misma antes y después de su desenlace. Dudo que haya dejado escuela; no nos confundamos con tanto poetiso, poetisa y poetastros en general, enajenados con risibles “haikús” y poemitas de no más de cinco, seis versos. La celebrada síntesis y brevedad de la mayoría de los textos de José Manuel, se cifra en la condensación extrema del significante, pero no del valor plural del significado. Esa sobriedad y si se quiere misantropía que se observan a lo largo de su obra, es saludable “herencia” y consejo para todo aquel que quiera sumirse como poeta, lamentablemente es casi nula la respuesta a sus esfuerzos líricos.
Instantáneas proveídas por gratas compañía de sus versos: el descenso de horizontes y la perfecta coreografía de colores anunciando el ocaso acompañado de los poemas de Trakl: “El Sol”, “Hacia el anochecer mi corazón”. Mis solitarios desplazamientos a lo largo de avenidas, habitante de ese “desierto dorado por la luna”, aquella sensación de sentirme (también) “maravillado, herido, triste” después del amor. Y la demoledora sensación de empezar a ver en el espejo y en el cuerpo huellas, sombras y gestos del padre muerto. Todo ello y la categórica lección de prudencia y silencio, inseparables del quehacer poético.
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