martes, 3 de mayo de 2016

PORFIRIO BARBA JACOB EN LA NOSTALGIA / Raúl Mejía.



PORFIRIO BARBA JACOB EN LA NOSTALGIA

Raúl Mejía.



Para el gran “Barbajacobiano” Víctor Bustamente.

I
Está allí, veo al adolescente (que soy yo) leyendo diversas antologías de poesía colombiana. En esta década de los setentas sólo existían algunas farragosas, de enormes cifras de páginas, ausentes de rigor, exigencia y calidad. También prevalece la escasez de bibliotecas de la Medellín de entonces y las cohibiciones de cualquier menor de edad para moverse en transporte público. La biblioteca más acudida es la del barrio, apéndice del colegio parroquial: allí, entre decenas de folletos baratos y recomendaciones eclesiales, estaban eclécticos títulos, enciclopedias y aquellas antologías mencionadas al comienzo. Ya alguna vez cité la de Núñez Y Arce y no voy a recular sobre la misma, pero sí agrego otra: “ANTOLOGÍA DE POETAS ANTIOQUEÑOS”. ¡Sorpresa! , ¿cada departamento, según eso, tendrá la propia?

II
Nos citamos varios estudiantes en el foro de la Universidad de Medellín, es el año 1983 y se celebra el centenario del nacimiento de Miguel Ángel Osorio. La mayoría hacemos parte de una licenciatura en Español y Literatura; el asunto que nos convoca es la charla de docentes sobre la vida y obra del poeta antioqueño. Recuerdo la erudita y no por ello menos extravagante presentación del experto universitario, enfrascado en lectura de cuartillas y cuartillas sobre el poema “FUTURO”. Es un poema corto, célebre por aquel verso: “Decid cuando yo muera…/ (¡y el día esté lejano!)”. No es lo mejor de Porfirio, pero le confiere un aura aceptablemente similar al poema de Vallejo: “Me moriré en París con aguacero/ un día del cual tengo ya el recuerdo”. Los vates no sólo componen tremendos epitafios, los versifican con bastante anticipación. Es mil novecientos ochenta y tres, el foro se desocupa y en alguna parte funden miles de llaves y objetos metálicos para la prometida estatua, busto o esfinge sobre el poeta andariego, la misma que, sinceramente, ignoro quien es el artista, si la hicieron o dónde está.

III
“Muchos años antes”, parodiando al cataquero, estoy ante la lectura de “LA CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA”, es el tema para un trabajo de bachillerato y la desidia de ese entonces contrasta con el encanto de tener la mayor parte de sus poemas poco tiempo después. ¿Poeta de ciclos? Maín Jiménez es un bardo de momentos, de antologías, de seminarios y de apatías: visceral y a la vez excluyente. Con pereza y de mala gana interpreto el antológico poema en cuartetos, sé que tendré pésima nota. Al finalizar mi secundaria he adquirido el libro de la otrora famosa editorial Bedout: “EL CORAZÓN ILUMINADO” y así deteste citas y epígrafes, me deleitaría sumar múltiples del gran ensayo –prólogo del señor Daniel Arango: ¡ES EXCELENTE! Me sorprendería que fuese poco reconocido o citado, vaya elegancia e inteligencia para acercarse a los altibajos y complejidades del liróforo santarrosano. Sólo con la publicación de “EL MENSAJERO”, de Fernando Vallejo, surge otro texto que pudiera asemejársele en calidad. Entre los diecisiete y veinte años ya había leído la totalidad de los poemas de Barba Jacob, biografías y anécdotas.

IV
Mucho es lo que reí cuando leía apuntes de amigos y escritores que lo trataron en vida: ¡qué tremendo era este hombre, de feroz sátira y arrasante ironía! Verídico o no, la vez que mutiló con sonora carcajada el retórico y eterno discurso de algún político de parroquia y, peor, cuando en medio de burgueses declamó (ebrio y seguramente drogado con marihuana) cierta pedida improvisación: “Jesucristo nació en un pesebre/ ¡Ah diablos” / donde menos se piensa/ salta la liebre” …Pero qué sujeto más caustico, debió ser (y lo fue) toda una “figura”. En menos de seis, siete años fue mucho, demasiado lo que supe y se habló de este mal llamado “poeta maldito”. ¿Maldito por qué o de qué? Verborrea barata de incipientes ensayistas o xenofílica manía por copiar apodos y calificaciones. Pero es que nosotros, señor Ricardo Arenales, sus lectores y detractores –tarde que temprano-, necesitamos en algún instante hacer un “ajuste de cuentas” con usted, saberle agradecer la pasión y la carne abierta de sus angustias y recalcarle que no es a través de oropeles modernistas y parnasianos que ibas a hacerte eterno.

V
En alguno de sus sonetos, no siendo eficiente sonetista, él mismo se describe (de hecho, es en lo que más se reitera, década tras década): […] “y al amparo de númenes propicios/ en dilatada soledad tremenda/ bruñir mi obra y cultivar mis vicios”. Tal fue uno de sus derroteros, búsqueda de la perfección del significante, de nutrir –si es oportuno el verbo- a la poesía con rimas excelsas, léxico almibarado y excesiva vanidad de perfeccionista, cuyos resultados son, lamentablemente, menos felices que cuando el lírico se zafa, se aleja de grandilocuencias y nos obsequia versos contundentes, limpios, como acaece al final de su estimado poema “LA ESTRELLA DE LA TARDE”: “Tú, que sobre las hierbas reposabas/ de cara al cielo, dices de repente:/ -“La estrella de la tarde está encendida”./ Ávidos buscan su fulgor mis ojos/ a través de la bruma, y ascendemos/ por el hilo de luz…// Un grillo canta/ en los repuestos musgos del cercado,/ y un incendio de estrellas se levanta/ en tu pecho, tranquilo ante la tarde,/ y en mi pecho en la tarde sosegado…” Es muy hermoso este colofón, son versos simples, serenos y de profunda belleza, que contrastan con deplorables cantidades de líneas, estrofas y fallidos intentos por la perfección formal, siendo “ACUARIMÁNTIMA”, el ejemplo máximo, más allá del hallazgo de la preciosa palabra, el texto es mediocre, así Barba Jacob haya defendido los versos que allí se leen.

VI
En alguno de los prólogos que escribió para la edición, no siempre ocurrida o permitida por él, de sus poemas, es reiterativo y vehemente con la frase: “Vivir es esforzarse”. Y lo suyo fue eso, poeta errante, difuso, nómada impenitente, al tratar de ganarse la vida no se cohibía ante jornadas intensas de trabajo; podía –sin prejuicios o accesos de moral- redactar alabanzas y discursos al presidente, tirano o político de ocasión, personajes que se multiplicaban año tras año en las pequeñas repúblicas de centro américa. Y si ocurrió un terremoto, allí estaba él, con notorias capacidades de cronista y de periodista. No sería desatinado especular que Miguel Ángel Osorio pudo, de haberlo buscado o pretendido más, convertirse en ese gran prosista, en el exquisito e incisivo relator de aquellos años de la Colombia de inicios del siglo XX. Dice habérsele perdido una novela, mala suerte para este antioqueño con indudable talento para la prosa. Pero era en la poesía donde quería permanecer, asirse, trascender. “Mi poesía es para hechizados”, tal vez en vericuetos de lejanas sensibilidades, pero lo es ahora para nostálgicos y para antologías. No pudo huir del influjo decadente de lo peor de Rubén Darío, de esa mixtura que se formó del trasnochado romanticismo, de la pésima asimilación del simbolismo y de entronizaciones del parnasianismo y modernismo: ismos recargados de ínfulas y de desastres inmediatos y permanentes, como ocurrió con la poesía de Guillermo Valencia, Julio Flórez, Aurelio Mutis y tantos, tantos que sólo perviven en esas ominosas y pesadas antologías de hace casi un siglo. Entre ellos Porfirio, casi todo él, apenas rescatable por su genuino dolor, su trashumancia y valor para desnudarse en pocos, pero valiosos poemas, como es el caso de “LOS DESPOSADOS DE LA MUERTE”, tremendos versos, sin ínfulas pseudo modernistas, poesía íntima que recupera ecos de Silva y antecede poéticas más elaboradas como las de Aurelio Arturo y los poetas de “Mito”.


VII
Miguel Ángel Osorio nace en 1883 y muere en 1942. Es contemporáneo de incontables poetas locales, americanos y europeos. Próximo a la muerte o en sus años de decadencia es celebrado por sujetos como Cardoza y Aragón, Lorca e incluso un jovencísimo Octavio Paz alcanza a conocerle. Los cincuenta y nueve años que vivió abarcan impactantes sucesos de la historia universal y de la literatura, además de la tecnología, por supuesto. Me es inevitable intentar y/o fabular una comparación con otro poeta que por muy poco coincide con él en fechas de nacimiento y muerte: Fernando Pessoa.

Sí, cualquier comparación más que odiosa es inútil, es torpe, pero no deja de seducir. ¡Vaya par de poetas más distantes y disímiles! Pero, ¿lo son? Quizás no y no me amparo en la casualidad del uso de heterónimos: en el portugués es verdadera, auténtica transfiguración, en el colombiano es más moda o urgencia de ocultar el nombre real so pena de ser capturado, pero me inquieta la figura del poeta nómada de sí mismo como lo fue Barba Jacob, siempre viajando, recorriendo, en contraste con el poderoso nómada mental que fue Pessoa quien, desde la desolación de una oficina o un cuartucho, sin salir más allá de escasas cuadras, siguió viajando, errando, buscando como Porfirio el paraíso perdido de la infancia. Allí hay inusitadas concordancias, allende de sus abrumadoras diferencias estilísticas.

Mayo 1/2016



5 comentarios:

  1. Es una interesante muestra de como releer a los poetas. Creo que Mejia es depurado en sus conceptos

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  2. Hay superficialidad en el texto,parece escrito por un muchACHito de doce años a quine le han quitado la bicicleta

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  3. Pense que este Raul Mejia, era un tipo con mas alcurnia para criticar al vate nacional, pero solo lo observo como un diletante de mediapetaca que nada para comentar sino sus sueñitos de bachillerato. Creo que escribe por llamar la atencion..de todas maneras lo espramos en el taller para que aprenda algo..Como les parece peelando con los muertos

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  4. Vealo como aparece por aqui el enemigo de Alejandrita dictado cátedra sobre su infancia, nunca creí que la tuviera. Debería salir del closet primero, para qeu de la cara..

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  5. Hola. Bobis. , vas a acabar con uno de los poetas mayores? Lo que faltaba pobre gallito

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