PORFIRIO
BARBA JACOB EN LA NOSTALGIA
Raúl Mejía.
Para
el gran “Barbajacobiano” Víctor Bustamente.
I
Está allí, veo al
adolescente (que soy yo) leyendo diversas antologías de poesía colombiana. En
esta década de los setentas sólo existían algunas farragosas, de enormes cifras
de páginas, ausentes de rigor, exigencia y calidad. También prevalece la
escasez de bibliotecas de la Medellín de entonces y las cohibiciones de
cualquier menor de edad para moverse en transporte público. La biblioteca más
acudida es la del barrio, apéndice del colegio parroquial: allí, entre decenas de
folletos baratos y recomendaciones eclesiales, estaban eclécticos títulos,
enciclopedias y aquellas antologías mencionadas al comienzo. Ya alguna vez cité
la de Núñez Y Arce y no voy a recular sobre la misma, pero sí agrego otra:
“ANTOLOGÍA DE POETAS ANTIOQUEÑOS”. ¡Sorpresa! , ¿cada departamento, según eso,
tendrá la propia?
II
Nos citamos varios
estudiantes en el foro de la Universidad de Medellín, es el año 1983 y se
celebra el centenario del nacimiento de Miguel Ángel Osorio. La mayoría hacemos
parte de una licenciatura en Español y Literatura; el asunto que nos convoca es
la charla de docentes sobre la vida y obra del poeta antioqueño. Recuerdo la
erudita y no por ello menos extravagante presentación del experto
universitario, enfrascado en lectura de cuartillas y cuartillas sobre el poema
“FUTURO”. Es un poema corto, célebre por aquel verso: “Decid cuando yo muera…/ (¡y
el día esté lejano!)”. No es lo mejor de Porfirio, pero le confiere un aura
aceptablemente similar al poema de Vallejo: “Me moriré en París con aguacero/
un día del cual tengo ya el recuerdo”. Los vates no sólo componen tremendos
epitafios, los versifican con bastante anticipación. Es mil novecientos ochenta
y tres, el foro se desocupa y en alguna parte funden miles de llaves y objetos
metálicos para la prometida estatua, busto o esfinge sobre el poeta andariego,
la misma que, sinceramente, ignoro quien es el artista, si la hicieron o dónde
está.
III
“Muchos años antes”,
parodiando al cataquero, estoy ante la lectura de “LA CANCIÓN DE LA VIDA
PROFUNDA”, es el tema para un trabajo de bachillerato y la desidia de ese
entonces contrasta con el encanto de tener la mayor parte de sus poemas poco
tiempo después. ¿Poeta de ciclos? Maín Jiménez es un bardo de momentos, de
antologías, de seminarios y de apatías: visceral y a la vez excluyente. Con
pereza y de mala gana interpreto el antológico poema en cuartetos, sé que
tendré pésima nota. Al finalizar mi secundaria he adquirido el libro de la
otrora famosa editorial Bedout: “EL CORAZÓN ILUMINADO” y así deteste citas y
epígrafes, me deleitaría sumar múltiples del gran ensayo –prólogo del señor
Daniel Arango: ¡ES EXCELENTE! Me sorprendería que fuese poco reconocido o
citado, vaya elegancia e inteligencia para acercarse a los altibajos y
complejidades del liróforo santarrosano. Sólo con la publicación de “EL
MENSAJERO”, de Fernando Vallejo, surge otro texto que pudiera asemejársele en
calidad. Entre los diecisiete y veinte años ya había leído la totalidad de los
poemas de Barba Jacob, biografías y anécdotas.
IV
Mucho es lo que reí
cuando leía apuntes de amigos y escritores que lo trataron en vida: ¡qué
tremendo era este hombre, de feroz sátira y arrasante ironía! Verídico o no, la
vez que mutiló con sonora carcajada el retórico y eterno discurso de algún
político de parroquia y, peor, cuando en medio de burgueses declamó (ebrio y
seguramente drogado con marihuana) cierta pedida improvisación: “Jesucristo
nació en un pesebre/ ¡Ah diablos” / donde menos se piensa/ salta la liebre”
…Pero qué sujeto más caustico, debió ser (y lo fue) toda una “figura”. En menos
de seis, siete años fue mucho, demasiado lo que supe y se habló de este mal
llamado “poeta maldito”. ¿Maldito por qué o de qué? Verborrea barata de
incipientes ensayistas o xenofílica manía por copiar apodos y calificaciones.
Pero es que nosotros, señor Ricardo Arenales, sus lectores y detractores –tarde
que temprano-, necesitamos en algún instante hacer un “ajuste de cuentas” con
usted, saberle agradecer la pasión y la carne abierta de sus angustias y
recalcarle que no es a través de oropeles modernistas y parnasianos que ibas a
hacerte eterno.
V
En alguno de sus
sonetos, no siendo eficiente sonetista, él mismo se describe (de hecho, es en
lo que más se reitera, década tras década): […] “y al amparo de númenes
propicios/ en dilatada soledad tremenda/ bruñir mi obra y cultivar mis vicios”.
Tal fue uno de sus derroteros, búsqueda de la perfección del significante, de
nutrir –si es oportuno el verbo- a la poesía con rimas excelsas, léxico
almibarado y excesiva vanidad de perfeccionista, cuyos resultados son,
lamentablemente, menos felices que cuando el lírico se zafa, se aleja de
grandilocuencias y nos obsequia versos contundentes, limpios, como acaece al
final de su estimado poema “LA ESTRELLA DE LA TARDE”: “Tú, que sobre las
hierbas reposabas/ de cara al cielo, dices de repente:/ -“La estrella de la
tarde está encendida”./ Ávidos buscan su fulgor mis ojos/ a través de la bruma,
y ascendemos/ por el hilo de luz…// Un grillo canta/ en los repuestos musgos
del cercado,/ y un incendio de estrellas se levanta/ en tu pecho, tranquilo
ante la tarde,/ y en mi pecho en la tarde sosegado…” Es muy hermoso este
colofón, son versos simples, serenos y de profunda belleza, que contrastan con
deplorables cantidades de líneas, estrofas y fallidos intentos por la
perfección formal, siendo “ACUARIMÁNTIMA”, el ejemplo máximo, más allá del hallazgo
de la preciosa palabra, el texto es mediocre, así Barba Jacob haya defendido
los versos que allí se leen.
VI
En alguno de los prólogos
que escribió para la edición, no siempre ocurrida o permitida por él, de sus
poemas, es reiterativo y vehemente con la frase: “Vivir es esforzarse”. Y lo
suyo fue eso, poeta errante, difuso, nómada impenitente, al tratar de ganarse
la vida no se cohibía ante jornadas intensas de trabajo; podía –sin prejuicios
o accesos de moral- redactar alabanzas y discursos al presidente, tirano o
político de ocasión, personajes que se multiplicaban año tras año en las
pequeñas repúblicas de centro américa. Y si ocurrió un terremoto, allí estaba
él, con notorias capacidades de cronista y de periodista. No sería desatinado
especular que Miguel Ángel Osorio pudo, de haberlo buscado o pretendido más,
convertirse en ese gran prosista, en el exquisito e incisivo relator de
aquellos años de la Colombia de inicios del siglo XX. Dice habérsele perdido
una novela, mala suerte para este antioqueño con indudable talento para la
prosa. Pero era en la poesía donde quería permanecer, asirse, trascender. “Mi
poesía es para hechizados”, tal vez en vericuetos de lejanas sensibilidades,
pero lo es ahora para nostálgicos y para antologías. No pudo huir del influjo
decadente de lo peor de Rubén Darío, de esa mixtura que se formó del
trasnochado romanticismo, de la pésima asimilación del simbolismo y de
entronizaciones del parnasianismo y modernismo: ismos recargados de ínfulas y
de desastres inmediatos y permanentes, como ocurrió con la poesía de Guillermo
Valencia, Julio Flórez, Aurelio Mutis y tantos, tantos que sólo perviven en
esas ominosas y pesadas antologías de hace casi un siglo. Entre ellos Porfirio,
casi todo él, apenas rescatable por su genuino dolor, su trashumancia y valor
para desnudarse en pocos, pero valiosos poemas, como es el caso de “LOS
DESPOSADOS DE LA MUERTE”, tremendos versos, sin ínfulas pseudo modernistas,
poesía íntima que recupera ecos de Silva y antecede poéticas más elaboradas
como las de Aurelio Arturo y los poetas de “Mito”.
VII
Miguel Ángel Osorio
nace en 1883 y muere en 1942. Es contemporáneo de incontables poetas locales,
americanos y europeos. Próximo a la muerte o en sus años de decadencia es
celebrado por sujetos como Cardoza y Aragón, Lorca e incluso un jovencísimo
Octavio Paz alcanza a conocerle. Los cincuenta y nueve años que vivió abarcan impactantes
sucesos de la historia universal y de la literatura, además de la tecnología,
por supuesto. Me es inevitable intentar y/o fabular una comparación con otro
poeta que por muy poco coincide con él en fechas de nacimiento y muerte:
Fernando Pessoa.
Sí, cualquier
comparación más que odiosa es inútil, es torpe, pero no deja de seducir. ¡Vaya
par de poetas más distantes y disímiles! Pero, ¿lo son? Quizás no y no me
amparo en la casualidad del uso de heterónimos: en el portugués es verdadera,
auténtica transfiguración, en el colombiano es más moda o urgencia de ocultar
el nombre real so pena de ser capturado, pero me inquieta la figura del poeta
nómada de sí mismo como lo fue Barba Jacob, siempre viajando, recorriendo, en
contraste con el poderoso nómada mental que fue Pessoa quien, desde la
desolación de una oficina o un cuartucho, sin salir más allá de escasas
cuadras, siguió viajando, errando, buscando como Porfirio el paraíso perdido de
la infancia. Allí hay inusitadas concordancias, allende de sus abrumadoras
diferencias estilísticas.
Mayo
1/2016
Es una interesante muestra de como releer a los poetas. Creo que Mejia es depurado en sus conceptos
ResponderEliminarHay superficialidad en el texto,parece escrito por un muchACHito de doce años a quine le han quitado la bicicleta
ResponderEliminarPense que este Raul Mejia, era un tipo con mas alcurnia para criticar al vate nacional, pero solo lo observo como un diletante de mediapetaca que nada para comentar sino sus sueñitos de bachillerato. Creo que escribe por llamar la atencion..de todas maneras lo espramos en el taller para que aprenda algo..Como les parece peelando con los muertos
ResponderEliminarVealo como aparece por aqui el enemigo de Alejandrita dictado cátedra sobre su infancia, nunca creí que la tuviera. Debería salir del closet primero, para qeu de la cara..
ResponderEliminarHola. Bobis. , vas a acabar con uno de los poetas mayores? Lo que faltaba pobre gallito
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