Este blog, en permanente construcción, hace parte de una revisión de los textos iniciáticos nadaístas con el propósito de mantener nuestra fe intacta en algunos de ellos. Podríamos decir que es una versión remasterizada, con inyecciones letales de cinismo y humor negro, de esta doctrina creada, simultáneamente, en Medellín y Cali.
Mantenemos la fe intacta en la creación libre. Somos icoñoclastas por naturaleza.
neonadaismo@gmail.com
Las revistas siempre son una aventura, pero también
una presencia creada por un puñado de personas que quieren dar a conocer un
determinado punto vista sobre un tema, así como una institución que las respalda,
y además cree en esas personas. Las revistas se especializan en lo que los periódicos
no quieren por andar ahítos de política y del sensacionalismo de las malas
noticias; los arredra el rating y la sangre. Una revista es para leerla con la serenidad
de sus largos escritos que son los que interesan, sus ensayos, donde sus autores
entregan puntos puntos de vista, así como sus desasosiegos, dispuestos para la discusión.
Si escriben sobre un tema determinado, lo amplían, lo saborean, lo viven, y,
por supuesto, nosotros lectores sin remedio la disfrutamos.
Desde Ibagué llegan noticias gratas, una revista,
Candilejas, dedicada al cine, y esta publicación cobra importancia ya que abre
el espectro para poder publicar en otros lados, y así mismo escuchar otras
voces. Así como leer y conocer otros autores y temas que van detrás de una pasión:
el cine.
En esta conversación con su editora, Angélica Mora,
de visita en la ciudad para presentar Candilejas en el marco del Festival de
Cine de Medellín, es plausible la circunstancia de mantener en vida este
proyecto al lado de sus amigos, su visión de lo que es Ibagué en el país donde
solo resplandecen las malas noticias. Por esa razón de Ibagué sabemos que no
solo es tan musical, también sabemos que a través de Candilejas, también allí se
ama el cine.
33. Medellín:
Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico. Etnia Emberá Katío
Un ramito de laurel para la Etnia Emberá Katíos
Para Álvaro Restrepo
Víctor Bustamante
La ostentación propia de una ciudad, de un país, en una época
que ha perdido por completo la noción de la solidaridad, y la falta de calibre
humano de la mayoría de los administradores de la cosa pública, ha conseguido
que el afán personal se haya convertido en sinónimo de petulancia y de trivialidad.
Sin embargo, la ciudad, Medellín, en pleno siglo XXI, con su exhibicionismo
internacional, continúa con el abandono tantas veces mencionado de su centro
histórico, que no es más que la mascarada del nuevo rico, ha olvidado sus
guerras y genocidios, y también deja abandonados a su suerte a sus habitantes
originarios, a quienes desde hace más de 500 años, ha soslayado, ha masacrado
su cultura de una forma mezquina hasta reducirlos y hacerlos desaparecer de su
ciudad. Por supuesto que en el resto del país ha sido igual o peor.
Un testigo de esa situación lamentable la da Fadduil Alzate,
quien asevera que a mediados del 56, veía por el sector de la quebrada
Chorrohondo, allá por Caicedo, como algunas personas entraban dentro de huecos
elaborados en la montaña. Eran los últimos indígenas de Medellín que
soportaron la desidia y la emasculación del empuje industrial, y así mismo el
declive moral de sus dirigentes que luego idearon el concepto de raza
antioqueña, junto a los Desfiles de silleteros, de Mitos y leyendas como una loa
superficial para acercarse al concepto de lo popular como expresión.
Pero regresemos a los indígenas, ellos eran trigueños de cabello negro,
vestían túnicas de colores y pasaban por el camino de piedra ancestral, aun
visible, que comunicaba este sector con el morro del Salvador, ya que detrás de
este, había otro asentamiento indígena cerca a la quebrada del Indio. Por
supuesto, este paisaje ya desapareció, porque la derrota a los indígenas de la ciudad
era más que inminente. No representaban nada, para la ciudad industrial de
Colombia ni para la llamada Tacita de Plata.
Pero esto no es raro, ya Gonzalo Arango, El Profeta, en la
década del 70, había llamado la atención sobre la cacería de indígenas en Los Llanos
por parte de hombres blancos para expoliar la tierra a sus dueños, o de
los turistas que, al no encontrar animales exóticos, se deleitaban con la cacería
de nuestros indígenas. Esta era una práctica extrema desde hacía años y nadie
se dio cuenta en estas tierras de las leyes y de la prontitud moral antes de la
muerte.
Ahora en esta tarde del 23 abril del 2015, celebración del
clásico Día del Idioma, camino por las calles de Medellín que siempre entregan
sorpresas dentro de ese hervidero humano de transeúntes y de representaciones
que aparecen. Este día da para todo, para que los gramáticos graciosos piensen
que la gramática es la camisa de fuerza para escribir y traigan la presencia de
don Marco Fidel Suarez y, por supuesto, olviden a los escritores del país; se
menciona a uno solo, así como desde España nos recuerdan ese libro memorable
que es El Quijote, cada año.
Medellín ciudad de presencias y olvidos, y aun más de un
agravio perenne con sus indígenas. Nunca se ha solucionado ni se solucionará esa
deuda histórica con los habitantes originarios del país, de Antioquia; Medellín
ya los exterminó.
Esa guerra sucia en el país de las intrigas, mentiras y de
los proyectos sin cumplir, los hace salir, qué digo, huir, de sus resguardos
hasta llegar a una ciudad que no los acoge. No es raro verlos en las calles, arrojados
a la economía de mercado: vendiendo chicles, pidiendo limosna por ahí en las aceras
y ahora bailando en Pleno Junín, dentro de esa ascesis del rebusque como forma
de vida.
La humillación a que se ven sometidos estos indígenas en la
calles no tiene nombre en una ciudad clasista, elitizada hasta la médula. La deuda
social con ellos perdura, por supuesto nadie la pagará. Es la misma táctica: abandonarlos, y callar, para que los exterminen o los elimine la economía de
mercado a la cual no tienen acceso. La realidad social de ellos expresa: abandono
estatal, pobreza, bajo nivel de vida, y violencia en sus zonas.