32. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico: las librerías.
Un adiós para la
Librería Nueva y la Librería Científica
Víctor Bustamante
De nuevo el Centro
de la ciudad, de Medellín, digo, sufre otro revés: han cerrado dos de sus
librerías más representativas: Librería Nueva y Librería Científica. Digo revés
porque el empobrecimiento cultural continúa a pasos agigantados y seguros. El
año pasado habían cerrado la Librería Dante; lo otro, es lo previsible en el
desmantelamiento de los teatros, con lo cual Medellín se quedó sin una
posibilidad de ser buscada, sentida a través de lo que es su corazón, su parte
pensante, la posibilidad de un encuentro de un libro mirado ya sea en la
vitrina o en una búsqueda inusitada; debido a la indolencia, que lleva al
abandono. Poco a poco el Centro, al perder su parte cultural, se convierte en
ese gran galpón de mercaderías chinas, de almacenes con su oferta de champús y línea
de belleza, de ropas, y, por supuesto, de objetos de segunda, robados, y de la
ilegalidad que campea en diversos niveles por sus calles más emblemáticas. Digo
emblemáticas porque lo fueron, ahora solo son hastío y hacinamiento.
Boyacá, Colombia,
Bolívar Palacé, Junín, La Playa, y sus otras calles representativas se
convierten en calles desteñidas: tráfico trágico, caótico, hacinamiento,
vendedores de cachivaches, jibaros, putillas. O sea, Guayaquil ya fue sacado de
su lugar original y permea el Centro. Y este es el signo de la decadencia a
ojos de todos. Nadie hace nada por el casco histórico de la ciudad; o sí, los
urbanizadores con sus mandíbulas babeantes para tumbar los edificios
históricos, con curadores non sanctos cuyo conocimiento de Medellín es de una
profundidad de medio centímetro.
El Centro refleja el
ser del antioqueño: mezquino y miserable con su cultura. En cada local ve solo
una posibilidad de llenarse de dinero; así, las librerías salen derrotadas ante
esa mentalidad enfermiza de la ganancia y del lucro a como dé lugar. Cierto, las
librerías, como los teatros son desplazadas hacia otros lugares o a desaparecer.
Así como en el antiguo Guayaquil no había librerías. Ahora, en esa nueva versión
del Guayaquil simulado y extendido al Centro, con otro nombre, el Hueco, no hay
espacio sino para el lucro personal, legal o ilegal, de ahí no se tiene
escapatoria.
Así Junín, sin la Librería
Nueva, pierde su lugar cultural de más relevancia, y deja de ser un punto de
encuentro para ser una calle de cafeterías de todo a 500. Así, tampoco la calle
Boyacá, al cerrar la Librería Científica, resiste el embate de las nuevas
formas de comercio, ya sea callejero o legal. Ambas librerías declinan ante el
salvajismo del comercio que no augura sino la ganancia per se, síntomas de la pauperización
no solo cultural de la ciudad sino de sus habitantes.
Pero hablemos de
nuevo del libro, del abandono de las librerías, de la nulidad de políticas
públicas sobre el tema. Con cada librería que se cierra se rompe el eslabón de
la cadena del libro. No bastan las triquiñuelas jurídicas. Una librería no se debería
tratar como un negocio cualquiera como los fastuosos centros de belleza, las cafeterías,
las ventas de buñuelos y empanadas, los asaderos de pollos, sino de ser un
sitio donde el espíritu se cultiva con los libros que esperan a sus lectores.
Pero también ante
este réquiem, que sepulta el Centro construido por generaciones anteriores, no deberíamos
olvidar que el edificio donde existió la Librería Nueva, así se encuentre
masacrado por su uso, y abuso, por sus afiches que lo ocultan, es el último
edificio de los años 30, casi intacto en la calle Junín. El otro era el Club
Unión. Ya sabemos que eso a nadie le interesa en la ciudad más educada o en la más
innovadora.
Queda una pregunta como coda, en este edificio, en su interior, en la década de los años 70 fue asesinada la administradora de la Librería Nueva durante un fin de semana; ella
fue encontrada al lunes, y el crimen fue pasto de diversas conjeturas, ya que un
asesinato en una librería es un verdadero oxímoron. Por supuesto, nunca se develó el misterio de
ese asesinato. Ni Dupin, ni Poirot, ni Sherlock Holmes, ni Marlowe y menos 007,
James Bond, solucionarían este caso.
Cierto, en una librería
existe una nueva forma de diálogo, de aquellos autores que pensaron la ciudad,
que viajaron a un sitio exótico y nos revelaron su misterio, o aún más, escondido
de quien viajó a un lugar conocido y miró un aspecto que nadie observó. Los libros
además abren las puertas para que le mente piense, para que el diálogo entre
culturas perviva. En los libros de poesía nos volvemos inmortales: en síntesis, ahí,
en ellos, nos espera el diálogo con los saberes y con la eternidad de las
palabras y con el balbuceo del hombre, quien no solo ha sido capaz de escribir
los verso más dulces sino vivir en guerra perenne, pero también pensarse así
mismo.
Con la desaparición
de estas librerías continúa el declive del Centro, que pasa de ser un lugar
amado, el cuadrivio de tantos pasos, de tantos flaneurs, a un lugar evitado, olvidado,
guayaquilizado, de la peor catadura. Allí se manifiesta, no la evolución de la
ciudad, sino la costumbre del medellinense de abandonar lo que ha creado,
símbolo de su peor catadura: la insensibilidad del negociante.
No solo han muerto dos Librerías emblemáticas de Medellín, también le estamos dando el adiós al bello oficio del Librero.
ResponderEliminar"A mi modo de ver, una ciudad no es una ciudad sin una librería. Puede llamarse a sí misma ciudad, pero a menos que tenga una librería no engaña a un alma."
Neil Gaiman
Qué lástima. Alcancé a visitar la librería Nueva el pasado 28 de mayo sin saber que estaba condenada a muerte. Y ahora también la Científica. Qué dolor!!! Y ni qué decir de la Continental, convertida desde hace años en una tétrica cueva para estacionar motocicletas. Y así muchas otras. Es la pseudocultura del consumismo insensato. La verdadera cultura no es rentable. La ciudad se está convirtiendo en el comerciante de la obra de Oscar Wilde, "que sabe el precio de todo y el valor de nada"
ResponderEliminarel acabose es solo parcial, las librerías que venden libros, se están exterminando en el centro de la ciudad, pero los parques biblioteca crecen en la periferia, gracias a unas administraciones municipales responsables que dotan de libros y dinamizan los clubes de lectores y escritores. En cuanto a este medio, el computador, que tanto podríamos odiar, nos permite también el acceso a autores diversos o a bagatelas tenebrosas si se usa inadecuada mente.En cuanto el oficio extinguido, también le llega su fin, ni será el primero ni el ultimo y el no se vara, por sus bastos saberes, deberíamos estremecernos más bien por el extinguido oficio del agricultor, con la complacencia de unos vende patrias que le abren las puertas a cuanto oportunista desalmado les ofrece divisas.
ResponderEliminarCOMO PERIODISTA Y ESCRITOR COLOMBIANO NOS DUELE EL CIERRE DE LIBRERIAS DE TANTOS AÑOS DE ESTAR LLEVANDO CULTURA Y DIGNIDAD AL PUEBLO COLOMBIANO- PUEBLO QUE NO LEE SE VUELVE IGNORANTE Y ATREVIDO
ResponderEliminarEs muy triste el cierre de estas dos librerías, La Nueva fundada por mi abuelo paterno (Luis Eduardo Marín) en 1926, y que luego pasara a manos de los dueños de la Científica, nuestra ciudad, la más innovadora está perdiendo cada día más lugares mágicos y de difusión cultural, cada vez Medellín se convierte en una ciudad más fría, en la cual hasta el paisaje urbano se ha transformado llevándose por delante a verdaderas joyas.
ResponderEliminarEn Antioquia la mas educada, ya no quedan sino elefantes blancos llamados "Parque biblioteca" y como canto Jorge Robledo Ortiz" Siquiera se murieron los abuelos Con esa muerte elemental y simple".
ResponderEliminar