31 Medellín: Deterioro y Abandono de su Patrimonio Histórico. Superman en Medellin
Superman en Medellín
Para Alberto José Gallo y
Leonardo de Constantino
Estoy perplejo, pero
perplejo es perplejo. Me dirigía a filmar por las orillas del río, perdón lo
que queda del río Medellín, allá por el Puente de Guayaquil, y qué veo, nada
menos que en la fachada del nuevo edificio del Banco de Colombia, algo así como
una imagen, nunca una escultura, mejor un maniquí de Superman. Vuelvo y miro, y
no podía creerlo. Era el colmo de la lobería que una de las poderosas
empresas financieras, situara un maniquí, porque lo es, de Superman, en la fachada de su edificio por donde entran sus clientes a realizar miles de
transacciones comerciales. Cierto, aquí en este lugar, y ante este comic, comienza la superficial nueva historia de Medellín
representada con este maniquí. O sea, la descomposición cultural ante la
precariedad de responder a la masificación de los productos culturales de los
países desarrollados. Lo extraño es que situar este tebeo allí no fue impuesto
por alguna campaña publicitaria externa sino por los mismos dueños de esta
institución. Como nunca hemos valorado un icono que nos definiera, debimos
buscarlo en otro lugar, en otros tiempos, para continuar con ese tono de
ciudad que niega su presencia, su historia, mejor, que la reescribe como
historieta.
El mercado de cómics de los Estados Unidos contribuyó a crear sagas retomadas de culturas antiguas. Superman
remite a Sansón, a Zeus, a Hércules. Mientras los alemanes tomaron de Grecia su
tradición filosófica y la pusieron a hablar en alemán, Estados Unidos, país sin
mitologías, debió saquear desde los medios masivos para crear su atribulada historia
retomada de la vieja Europa y adaptarla para consumo masivo, no
solo en su país sino en el resto del mundo. Asimov tenía razón, en el poderoso
país del norte, la mayoría de sus habitantes viven ilusos en las fantasmagorías,
una de ellas: la Edad Media. No en vano, hay un fuerte consumo de historietas
donde seres fantásticos hacen alarde de sus poderes para salvar el país, la
humanidad, pero además llenan el vacío de la estolidez de una gran clase media
consumidora de televisión, de cine y de historietas como si fueran crispetas
con Coca-Cola.
No cabe duda, es Superman con el rostro del malogrado Christopher Reeve, por supuesto,
vestido con su elástico azul, su capa roja, sus botas rojas, y pensativo. ¿Pensativo
Superman? ¿El hombre de acero, el que tiene visión de rayos x, que vuela y
además es fuerte, que levanta lo que sea,
que nació en Kriptón, que fue adoptado por una familia en Kansas? ¿Y además, tan
circunspecto vigila a quien entre aquí, a la sede del banco? No puede ser, me
dije.
De inmediato asocié
la imagen con la del escultor de Rodin, a su obra, el Poeta; o sea, el famoso
Pensador, cuya intención era situarlo como Dante en una de sus obras, Las
Puertas del Infierno. Por supuesto que Rodin también había intuido el
Pensseroso de Miguel Ángel. Pero su talento le dio para construir otra visión,
así ese musculoso y contradictorio, Pensador, posea su sello personal.
Pero aquí en la
llamada Avenida del Río, en la Ciudad del Río, donde Medellín busca otros
espacios, a veces parece que uno se encontrara en otra ciudad, en un proyecto
de ciudad artificiosa, donde aún no se detecta la huella, la pátina de una
ciudad habitada por sus gentes, sino la extensión de un extenso centro
comercial, limpio, frívolo y aséptico, o mejor un Parque Temático, lugar sin
corazón.
Y no es para menos,
en el extremo, en la esquina de San Juan con lo que fue la Avenida Ferrocarril, se levanta el llamado Edificio Inteligente de las Empresa Públicas. Y desde aquí
lo veo, poderoso e inflexible. En este momento camino por la mitad de la
calzada del Puente de Guayaquil, y al sur veo el edificio de cristales, despersonalizado
del Banco de Colombia. Entre estos dos edificios el Puente de Guayaquil, una de
las joyas arquitectónicas de la ciudad, el único puente de los construidos
sobre el río aun intacto. Hasta aquí llegaba la ciudad hace unos años, muchos
años, los suficientes para que este lugar quedara casi olvidado. Pero así mismo
en la entrada del Bancolombia me inquieta de nuevo el tebeo de Superman, el
comic que llegó a convertirse para muchos en un pasatiempo y para otros, como
ahora, en una obra de arte, entre comillas, obra de arte. De ninguna manera
puede uno creerse tal concepto. Una obra de arte posee signos, características,
un peso específico que le da esa estatura. Más bien estamos ante un maniquí
multicolor casi de plastilina. Medellín que posee una multitud de esculturas
buscadas con ahínco y pasión por Alberto José Gallo y Leonardo de Constantino,
tiene acá algo que se sale de nuestro canon, pero no por su peso y convicción,
sino por su superficialidad. Medellín, que posee su gran tradición de artistas:
ninguno de ellos fue escogido para exaltar su propuesta.
Este maniquí de
Superman corresponde a una época light de Medellín, superficial y pedante. En
la ciudad de las esculturas, aún estoy perplejo al observar, como una
institución bancaria, asume un cómics de la cultura, del consumismo, como su
emblema, como si Medellín no tuviera derecho a perpetuar su historia, que es su
presencia, ante quien pretenda borrarla como en este caso.
¿No posee el Banco
de Colombia, entre sus dirigentes, alguien que valga la pena destacar, algo así
como un líder financiero? Superman no expresa una epopeya del ahorro, ni del
trabajo, ni de la disciplina sino el entretenimiento. ¿Qué pensará de esto el
poderoso Sindicato Antioqueño, dueño del banco? O es puro pragmatismo
y un venal concepto de modernidad, exhausto
con una ciudad y su grandeza, porque aunque en algunos sectores se deseche la ciudad
la posee.
El anterior símbolo
de Bancolombia era el águila, lo publicitaba una frase, “Únete al águila”. Eran
las épocas del superpoderoso Jaime Michelsen Uribe, el intocable, nunca un superhéroe.
Muchos que se unieron al Fondo Grancolombiano terminaron en la ruina. Se decía
que ningún gobierno lo intervenía porque la economía del país se iría al suelo
y al subsuelo. Hasta que le llegó su día debido a sus excesos; hizo mucho
mal en ese sentido. Luego se fue Michelsen Uribe, pero el águila, como símbolo
de Bancolombia, persistiría unos años. Luego el águila desaparecería del logo
de la entidad, acaso por las malas referencias a Michelsen, o porque los
animales ya no estaban de moda.
Superman, sin reserva, se definía: “«Más rápido que una bala, más poderoso que una
locomotora, capaz de saltar altos edificios de un solo salto», además posee
vista de rayos x, es inmune a cualquier ataque, es rápido con sus superpoderes,
así sea en el papel, junto a estas apreciaciones calenturientas y
desaprensivas, por supuesto, de Nadim Ospina, su escultor, tomadas del Portal
del Banco de Colombia:
"¿Por qué un Superman
para el espacio público del edificio de Bancolombia?
“Superman en
Medellín, como una figura icónica que representa la modernidad, el poder y el
primer mundo, genera un espacio irónico que tiene un sentido del humor, una
serie de preguntas con relación a los entrecruzamientos culturales que vivimos
los colombianos y particularmente Medellín, que es una sociedad mestiza,
mezclada, donde confluyen las grandes modernidades y los grandes avances de la
civilización y, al mismo tiempo, una sociedad premoderna que todavía es de
arriero, donde el campo es muy importante. Ese Superman se convierte en un
llamado de atención a ese sentido, a ese mestizaje que vivimos en Colombia”.
(No será mejor porque lleva plasmada la serpiente en su pecho)
¿De todos los
superhéroes por qué Nadín eligió Superman?
“Porque Superman es
el rey, el icónico, el indestructible. Además tiene unas connotaciones muy
interesantes: el pobre es huérfano, extraterrestre y con unas dificultades
sicológicas y amorosas muy complejas. Es un personaje muy interesante”.
(Coincidencias)
Usted hace una
fusión del superhéroe con una escultura también icónica de la historia del
arte, ¿cómo fue lograr esa fusión y bajarle la prepotencia a Superman a un ser
que está pensante y dudoso?
“Yo digo que cuando aparece un pensamiento
como es un momento mágico, no son cosas que uno arme, que se ponga en una mesa
a pensar si llega ese idea, no, de pronto aparece a las cuatro de la mañana,
estoy durmiendo y surge esa imagen onírica: Superman como El Pensador de Rodin,
escríbala en el cuaderno ahí mismo. Eso ocurre, a mí me pasa ese tipo de cosas,
esta imagen viene de una experiencia onírica”. Para un ciudadano que piense que
es muy prepotente un Superman en un “superbanco”, ¿qué le diría? “Sí claro, se
trata de eso, como de reforzar ese sentido. Hay una sonrisita en el fondo, una
ironía, una cosa un poco crítica, es decir, estamos en el banco pero ese
Superman está haciendo un feedback irónico. Me ha parecido que el banco, que
tiene esa estructura de poder y las posibilidades de escoger cualquier cosa, se
arriesga por un tipo de arte contemporáneo e irónico” (se ríen de nosotros en
la cara)".
En esta entrevista ya
sabemos lo que se puede esperar de Ospina. Todos estos conceptos tomados del súper
vendedor de mercaderías, mercachifle del arte y de los nuevos coleccionistas
sin formación que compran esculturas de Jeff Koons. ¿Y quién es Koon? No es un
artista sino un productor de mercancías que posee un taller con 130 obreros a
los cuales les dice qué le fabrican. Koons no sabe dibujar ni pintar pero tiene
un olfato implacable para apropiarse y para realizar obras que vende a altísimo
precio en el mercado. En él, se acaba el talento siendo reemplazado por el
marketing.
Ese Superman, para
una ciudad hambrienta de turistas, quedaría bien situado en El Hueco, en el
parque infantil de algún Centro Comercial, junto a los demás tebeos de Disneylandia,
mientras los adolescentes miran llenos de perplejidad esos personajes que nunca
existieron alimentando sus fantasías. O quizá, podría situarse en alguna venta
de revistas de aventuras, pero no en una entidad de tanto peso
financiero, ya que no dice nada, no expresa nada, no significa nada.
Hay otra aversión,
que es su versión, sobre los superhéroes del cineasta González Iñárritu quien añade
que las películas de superhéroes son un genocidio cultural. Y esto lo expresa
en Birdman, su película, en la que el
universo de los superhéroes sirve de excusa para una reflexión existencial,
opuesta a la caricatura habitual de estos personajes de cómic: “Siempre los veo
matando gente, porque no creen en lo que tú crees o no son lo que quieres que
sean. Odio eso y no respondo a esos personajes. Han sido veneno, un genocidio
cultural, porque la audiencia queda sobreexpuesta al complot, las explosiones,
y esa mierda no significa nada acerca de la experiencia del ser humano. […]
Filosóficamente no me gustan”.
Hace poco, en El País de España, leí esta nota de uno de los grandes renovadores
y guionistas de comics, Alan Moore: “Los superhéroes son una catástrofe
cultural”. “Para mí, abrazar lo que son sin ambages personajes infantiles de
mediados del siglo XX indica una retirada de las abrumadoras complejidades de
la existencia moderna. Me parece que una parte muy significativa del público,
renunciando a comprender el mundo en el que viven, ha razonado que sí puede
entender los vastos, vacuos, pero al menos ‘finitos’ universos presentes en
Marvel o DC Cómics”.
De tal manera, ante
esta aceptación, no podemos negar que la nostalgia por lo trivial posee una
presencia en nuestro ámbito cultural que no
encuentra un símbolo, un icono, un edificio, una escultura relevante para expresar los tiempos presentes y defender a las glorias de nuestra cultura
del avance de lo que considera la internacionalización de la ciudad ante un
multiculturalismo banal y un relativismo superficial. En estos tiempos que campean,
una de las maneras de soslayar la presencia de nuestros artistas, en este caso
los escultores, es desechar toda una región con sus personajes y exhibir un maniquí de un superhéroe que nada tiene que ver
con Medellín, y menos con su cultura, ideado para entretener a
adolescentes, como si en la ciudad, y en la historia misma de esa institución
no poseyeran un personaje relevante que le diera su peculiaridad, su matiz, para
destacarlo, lejos de las operaciones financieras y del dominio del capital,
nunca semilla, sino contundente y frío en sus ganancias como meta única.
Ya que está ahí ese muñeco de acero, se les puede voltear la torta a este supergrupo financiero y en ese caso si puede ser un símbolo; es un supermán de capa caída, deprimido, abatido, impotente... y sí, está pensando, piensa en que acá en Medellín su poder de nada vale y piensa en que hasta el acero se corrompe, de oxida, se lo carcome el aire contaminado de la ciudad, incluso piensa en ese famoso epÍgrafe del poder de Juan Manuel Roca, ese que dice:
ResponderEliminar"CON CORONAS DE NIEVE BAJO EL SOL
CRUZAN LOS REYES".
Está bien como símbolo de un imperio financiero que como todo imperio también tendrá su cuarto de hora y de nada vale ser de acero y tener rayos X. El tiempo también es tragalón de cosas de acero o de oro.
No puedo creer que en Medellin ocurran esas tonterías. Lo cual da a entender que el grupo empresarial solo lee este tipo de basura. FelicitCIONES
ResponderEliminarBaraban. Hagamos de cuenta que el Superman está en el retrete. Y la cosa sale perfecta par su promotor. Las cosas se parecen a su dueño.
ResponderEliminarEsa es la ciudad light que los bancos nos modelan y los político "gestionan" y los gobiernos realizan con planeación sin urbanismo, No es casualidad. Se trata de "dar cimiento" al vacío de una cultura sin identidad y pertenencia, sin puentes entre el pasado y el presente, como si se odiara a los antepasados y todo vestigio de la ciudad y vida antigua hubiera que borrarlos. Solo vale el dinero. Dinero sin respaldo en la economía real. Porque estamos en la economía virtual de los mercaderes de chucherías sin valor pero alto precio, apalancadas por la especulación financiera. Se trata de dar cimiento al imperio de la dominación con la despersonalización del individuo y su existencia. ¿para qué referentes culturales en la ciudad light? ¿Qué utilidad brindan? Es que ese gusanillo utilitarista de solo vale el dinero, que se abrió paso desde los ochenta, pulula por doquier y esta carcomiendo toda institución y andadura.
ResponderEliminarA la misma institución escolar, en todos sus nivelesYa la universidad
Definitivamente los paisas todo lo entienden al revés. ¿Cual modernidad?, así se se disfraza la falta de amor a una región de donde han exprimido todo el dinero del mundo. El proximo va ser Batman para otra de sus empresas.
ResponderEliminarSin palabras. Que buena labor la de Victor, un etnógrafo de lo urbano que con su cámara en forma de bitácora describe sin miramientos esa Medellín que se transforma de una manera iNNovadora haciendo desaparecer por arte de mafia ese patrimonio vivo de los olores, los sabores, los colores, los sonidos y esos secretos que guardan sus calles, sus parques y lo poco que queda de sus fábricas. De nosotros depende que nuestra ciudad no se convierta en una pasarela aséptica donde los niños mueran asfixiados en las modernas cámaras de gas estilo divercity.
ResponderEliminarArnubio.
Sin palabras. Que buena labor la de Victor, un etnógrafo de lo urbano que con su cámara en forma de bitácora describe sin miramientos esa Medellín que se transforma de una manera iNNovadora haciendo desaparecer por arte de mafia ese patrimonio vivo de los olores, los sabores, los colores, los sonidos y esos secretos que guardan sus calles, sus parques y lo poco que queda de sus fábricas. De nosotros depende que nuestra ciudad no se convierta en una pasarela aséptica donde los niños mueran asfixiados en las modernas cámaras de gas estilo divercity.
ResponderEliminarArnubio.