Librería Grammata de Wilson Mendoza.
Víctor Bustamante
Huimos del tráfago de la calle cuando la Navidad azota en el
Centro de la ciudad. Me refiero a la Navidad de vendedores de cachivaches caros
o contrabandeados de China; igual da, porque aparejan esa falsa alegría que
regresa cada año con su misma música, con sus fastuosas celebraciones de lo
mismo como si el tiempo estuviera congelado, y aun más, desangelado. Eso si
prosigue la desbocada necesidad, como consolación, de verse cabalgando tras el consumismo
más perverso. De todo se ve tras las vitrinas, en los supermercados, en los
hipermercados, en las ventas callejeras: hay que comprar para satisfacer las esperanzas
de un falso cielo. Pero si de todo se consume, se consume lo que irradia desde
sus soles neblinosos la publicidad que invita a ser moderno con lo que ofrecen
sus fauces nunca fáusticas. Lo innecesario, lo inútil corroe la estolidez de
los transeúntes y de quienes se reconfortan por tener tras su mano, en la
pantalla de su celular de alta gama, creo, el mundo a sus pies, a un golpe de
clik solo para trivializar el lenguaje, y mirar imágenes sin asombro.
Nunca antes como en este momento de avatar y avance tecnológico
en el campo de la comunicación, es imperioso leer. Todos esos consumidores solo
van detrás de un Eldorado de la ambivalencia y de la insatisfacción. Y de una
caen en ese abismo sin fondo del analfabetismo en medio de la posibilidad de no
dejar el continuo aprendizaje que se da a través de la lectura.
Por esa razón de un peso específico y sustancial celebramos
el primer año de la Librería Grammata. Una librería es un oasis. Un libro abre
mundos, agrieta paisajes, nos lleva a las dudas más sublimes, a las calles más irredentas,
a las pasiones de toda índole, al método de pensamiento como orden personal. Nos
conduce, a través de sus páginas, a mundos insospechados para saber que de esa manera
establecemos un diálogo muy personal e íntimo con aquellos escritores que han
decidido convertirse en testigos de una determinada contemporaneidad. Es decir viajamos
en el tiempo y en el espacio directo como una flecha certera hacia el interior
del corazón humano.
Aquí en La Librería Gramama gravitan los libros pendientes
de su próximo lector. Kerouac nos sorprende con un bello
libro de pasta azul, Proust aún guarda las calles de París a la espera que la magia
del lector que lo reviva, Joyce acecha detrás de un pub de Dublín. Magris navega
por el Danubio, Borges detrás de su mundo y su fantasía algo nos revelará
dentro de un momento. León de Greiff nos quiere hablar de sus búhos peripatéticos,
Porfirio se encadena para seguir por los mares aún extraviado. Cabrera Infante aun se dispone a caminar por Londres y añorar a la Habana
El actual Medellín nos llama desde sus estantes. Iván Darío Upegui redefine el acto amoroso de caminar por la ciudad. Rubén Vélez creo que por ahí se debe exhibir con ínfulas de una clase perdida. José Gabriel Baena ya no entra al Sanduche Exprés. Memo Ánjel tampoco decidió venir a la celebración y Reinaldo Spitaleta debe andar sumido en la catarsis de su columna periodística. ¿Juan Diego Mejía qué se hizo en estos comienzos de diciembre? ¿Saúl Álvarez buscando lugares inéditos de la ciudad? ¿José Libardo en la Huerta? No me referiré a Fernando Vallejo, aunque aquí esperan sus libros. Pero si a Pablo Montoya encerrado en su invernadero. Y Esteban Carlos Mejía ocupado en un taller de literatura. Ellos no vinieron a su espacio vital, pero bueno tendrán sus sin razones. Lo digo porque son la presencia de la literatura en la ciudad. O sea, son la literatura actual y de peso.
El actual Medellín nos llama desde sus estantes. Iván Darío Upegui redefine el acto amoroso de caminar por la ciudad. Rubén Vélez creo que por ahí se debe exhibir con ínfulas de una clase perdida. José Gabriel Baena ya no entra al Sanduche Exprés. Memo Ánjel tampoco decidió venir a la celebración y Reinaldo Spitaleta debe andar sumido en la catarsis de su columna periodística. ¿Juan Diego Mejía qué se hizo en estos comienzos de diciembre? ¿Saúl Álvarez buscando lugares inéditos de la ciudad? ¿José Libardo en la Huerta? No me referiré a Fernando Vallejo, aunque aquí esperan sus libros. Pero si a Pablo Montoya encerrado en su invernadero. Y Esteban Carlos Mejía ocupado en un taller de literatura. Ellos no vinieron a su espacio vital, pero bueno tendrán sus sin razones. Lo digo porque son la presencia de la literatura en la ciudad. O sea, son la literatura actual y de peso.
Cierto. Desde sus estantes los libros nos invitan a la lectura
a esa manera de dejar de ser pasivos y a mantenernos llenos de preguntas, de curiosidad.
Mediante los libros viajamos. Por esa razón un año con las fauces de la sociedad
del espectáculo como norma de vida para muchos es una hazaña que una librería se
mantenga y a Wilson nuestras felicitaciones y rabioso deseos para este oasis,
su librería perdure.
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