24. Medellín: Deterioro y Abandono de su Patrimonio Histórico. Melitón Rodríguez
Melitón Rodríguez
Para Maribel Tabares
Víctor Bustamante
En
una visita a San Petersburgo, Claudio Magris va un busca del rastro de
Dostoievski. En la calle Kaznachéiskaia 11 encuentra la placa en el primer piso
de la casa donde él vivió cuando escribía Crimen
y Castigo, y cae en cuenta que ese paisaje de buhardillas y pasadizos es el
mismo que vivió Raskolnikov hundido en su nihilismo. Era uno de esos cuartos,
de esas casas arrendadas, una de la veinte que habitó el escritor. Este barrio también
es conocido por que en él discurre la vida de otros personajes de sus obras,
así como las direcciones donde vivieron, y por esa razón el gusto popular lo ha
llamado el Barrio de Dostoievski. Este elegía casas en las esquinas con vista a
una iglesia, siempre alrededor de las mismas plazas la Sennaya y Vladimir. Este
último apartamento, en el que vivió los últimos años fue reconstruido
y allí podemos notar la áspera poesía de su presencia: su sombrero, las tacitas para
el té, los cigarrillos Laferme, el escritorio con su paño verde, su tintero y
la pluma con que escribió. El ámbito de la casa de seis habitaciones nos da la
magnitud y el espacio de esos cuartos, de los zaguanes donde no solo caminó el
escritor sino que hasta altas horas de la noche daba rienda suelta a su genio
envuelto en una bruma de humo de los cigarrillos que fumaba uno tras otro. Y
aunque el tiempo es lejano, 1881, el barrio aún permanece intacto. Ha cambiado
el paisaje humano pero la memoria del escritor pervive. Y no es para menos en
sus libros trascurre indeleble el corazón de San Petersburgo.
Lo
anterior para referirme a la ausencia del espacio donde discurrió Melitón
Rodríguez, el mayor fotógrafo de Medellín, quien después de su muerte en 1942,
no sospecharía que su casa, laboratorio y estudio fotográfico, sería
arrasada, casi siete años después para construir el edificio de la Naviera Colombiana.
Solo nos queda la torpe memoria de saber
que en la carrera 9 (Palacé), -referenciado por un anuncio comercial en el Primer directorio general de la ciudad de Medellín para el
año 1906 de Isidoro Silva L.-, Melitón fotografíaba a quienes acudieran a
su estudio. Juan Luis Mejía en el prólogo a Lecciones
de Fotografía y Diario de caja de
Horacio M. Rodríguez y Melitón Rodríguez da una idea acerca de un estudio de
fotografía: “Un gabinete fotográfico estaba
conformado por uno o varios estudios, en los cuales se colocaba a la persona
que deseaba el retrato. El estudio era un pequeño escenario decorado con
telones con distintos paisajes, afines con la personalidad del retratado. Se
usaban además elementos decorativos como barcas de cartón, balaustradas de
madera o falsas columnas de mármol. El estudio era un verdadero espacio de
ilusión. La luz del sol debía entrar de manera lateral, preferible en un ángulo
de 45º. En el espacio contrario al ventanal, se colocaban unos reflectores de
lienzo que permitían equilibrar las luces y las sombras. ....Un día opaco era
un descalabro para el fotógrafo. Las mejores horas para la toma eran entre las
ocho de la mañana y el mediodía. El retoque era una operación común en
todos los gabinetes y era realizado por manos expertas, generalmente femeninas.
El retoque, efectuado en un atril con vidrio esmerilado sobre el cual se
colocaba el negativo, permitía corregir pequeños defectos en el momento del
revelado, como eliminar las partículas de polvo o las burbujas minúsculas que
luego afectarían la copia en positivo. Pero también había que corregir los
rostros”.
Así
mismo, Melitón, llegaba allí después de salir, algunas veces, a las calles a
fotografiar esos paisajes urbanos que aun vemos, para dejar algo que con el
tiempo se convertiría en un acervo de imagenes de tanto valor histórico,
sentimental y de documentación que cada que las miramos nos deja perplejos: toda
la memoria de lo que él quiso plasmar en sus placas y que el tiempo hace brillar
con ese halo no sé si de nostalgia, o mejor, de desazón al saber cómo la ciudad
se desmantelaba y así observamos que aún no posee un rostro, un paisaje urbano definido
al interior de ese espacio que poco a poco se desdibujaba, y apenas queda acudir
a los diversos autores que la reflejaron y la describieron y a sus fotógrafos para
darnos cuenta que Medellín posee una historia con sus recintos familiares,
intelectuales y sus misteriosas inquietudes.
Desde
ahora sus fotografías la revierten de otra manera, desentierran un Medellín
perdido como si viajáramos en el trascurso del tiempo a una ciudad inexistente. Pero es cierto, todo este referente lo hemos destruido. De ahí que al mirar el espacio
vital de Dostoievski que se conserva nos lleva a una pregunta: ¿Qué ha pasado
en Medellín?
Una
ciudad también se encuentra en la escritura de sus detalles. Desde esa lejanía
nos habla y nos convoca. Esas fotografías causan asombro. Digo asombro porque
en el detalle de dos colores contrapuestos, el blanco y el negro, en ese solito fragmento, se hace indeleble: son los colores de nuestro pasado más inmediato. Él,
Melitón, ha captado en esos momentos, en cada una de sus fotos, lo irrepetible,
lo que se fugaría en pocos años, lo que habría de congelarse para la posteridad:
un parque, una calle, una casa, un retrato personal, pero no será una calle cualquiera
sino una calle donde existen unas fachadas, unos avisos, una disposición de
quien se detiene para ser fotografiado o quien pasa de largo, y es que ahí
sabemos cómo van vestidos con la moda de su contemporaneidad. En síntesis, cómo era
el medellinense corriente o con alardes de grandeza que por ese milagro de sus fotografías
quedan detenidos en el tiempo mismo. Símbolos de una época determinada que
Melitón nos ha enviado desde el pasado y que nos obliga otra vez a una
pregunta, qué se hizo esa ciudad de arquitectura diferente. ¿La destruimos?
Lo
sagrado se preserva, es decir su representación, en las diversas iglesias que
además sirven de punto de referencia; son las únicas construcciones que nunca
se han tocado. Pero lo venerable del ámbito civil no ha permitido que la memoria
se preserve, siempre ha sido destruido. Estas fachadas, estas cúpulas de las
iglesias, se convierten, en muchos casos, en el punto de referencia para reconocer
algún lugar y más o menos situarlo. Esas iglesias se constituyen en un punto de
referencia, ya que por medio de ellas, los sitios aledaños son localizados, porque
a veces muchas calles, muchas edificaciones serían irreconocibles. Y aquí me
pregunto por lo sagrado en términos de cierta secularización, lo que construyó
el hombre mismo, su espacio, su entorno, sus calles, sus casas, es decir su
historia no debería borrarse de un manotazo o a golpes de las grúas que se
llevan tras la ilusión de progreso una ciudad que tiene derecho a su historia
cotidiana no a la de las grandes generalizaciones. En este último concepto solo
existe la excusa del ocultamiento.
Hace
algunos años, en la década del 90, cuando la Foto Rodríguez estaba ubicada en
un segundo piso, diagonal a unas cuadras del Colombo-Americano, por El Palo, indagaba
por unas fotografías de Luis Tejada y de su familia. Doña Gabriela, su albacea,
amable, nos atendió y buscó en las libretas originales anotadas por el
fotógrafo previsor. Y preciso ahí pude notar lo indicado sobre Tejada con la
caligrafía del mismo Melitón. Luego, en la pieza contigua, pude observar los
armarios y anaqueles con una infinidad de negativos, con la herencia del gran fotógrafo sobre la ciudad. Luego husmee al interior del
estudio y vi a don Gabriel, hijo de Melitón, en el cuarto oscuro donde
había una ampliadora grandísima y él copiaba las fotos solicitadas por algunas personas
venidas de Bogotá que indagaban por el registro de sus abuelos, y al mirar a sus
parientes lejanos, perdidos en el tiempo, y ahora revertidos por la memoria en
el papel, se llenaban de sorpresa; de la oscuridad del tiempo ido regresaban,
rostros caros a ellos.
En
un costado de la sala reparo en la cámara con que Melitón fotografió toda una
ciudad, ahora en desuso, testigo de una época con toda la inmensidad de esa
presencia, pero ya relegada como si fuera una reliquia, pieza de museo, detenida
en el tiempo, sin las manos que tantas veces la utilizó para guardar en sus
placas tanta historia, tantas presencias, tanta ciudad, tanto Medellín. Definitivamente
el oficio y la pasión del fotógrafo es obra de él mismo: es irremplazable en su
presencia. Con cada fotógrafo, al morir, desaparece todo un concepto de su arte,
y además su visión, sus paisajes preferidos, sus personajes.
Ahora,
una tarde de diciembre del 2014, camino por Palacé hacia el norte desde la
Avenida Primero de Mayo, es decir por estas calles casi abandonadas pertenecientes
a una ciudad desmantelada, aunque la maquillen con eslóganes, dejada al
desgaire, y apenas sé que ahí a unos pasos, al frente, Melitón oficiada en su
estudio. Allí, en el cuarto oscuro, con la paciencia del alquimista veía, al revelar
por primera vez, esa ciudad que el fotografió en ese presente, su presente, y
que después huiría y se convertiría, no en memoria, porque con frecuencia pasamos
por esa calle, Palacé, y nada sabemos, sino por los libros, eterna memoria,
como lo que no ha existido nunca y se ha olvidado siempre, ya que los transeúntes, en su mayoría, han
adquirido esa imposición de no saber qué sitio habitan sino que miran de soslayo los referentes históricos sin darse cuenta de su valor. Pero ahí están las fotos con el clima
interior, espiritual que Melitón le otorgó para resarcirnos.
Allí
en esos cuartos, con su cuidadosa caligrafía, Melitón anotaba en sus libretas
la fecha y el personaje o el paisaje que había fotografiado. Y así su
laboratorio, su espacio, el cual tendría derecho a perdurar, fue desmantelado, aun así él nos
haya dejado sus placas, la memoria de la ciudad y de sus gentes, como si ese corte
de tiempo, ese espacio entre lo anterior y lo de ahora fuera un punto de
referencia que es necesario mirar para saber cómo ha cambiado el paisaje
citadino. Sin estas fotografías no sabríamos tantas historias, tantas
presencias. Solo queda saber que ahí al frente trabajaba Melitón, ayudado por sus hermanas,que también tomaban fotos y retocaban: Rafaela, Amelia y Ramona; Así como Miro, Memos y Enrique Márquez. Carmen Luisa hermana de María Cano tambien trabajó allí.
Hay una fotografía del mismo Melitón donde una niña observa al trasluz de la vitrina las fotos en su interior, así como hoy hubiera querido entrar a ese estudio fotográfico solo previsible en la curiosidad. Luego el fotógrafo por litigios judiciales perdería su estudio lo cual le daría un golpe mortal. Melitón era un artista no un comerciante y los locales de esta carrera, Palacé, eran apetecibles para la especulación inmobiliaria.
Hay una fotografía del mismo Melitón donde una niña observa al trasluz de la vitrina las fotos en su interior, así como hoy hubiera querido entrar a ese estudio fotográfico solo previsible en la curiosidad. Luego el fotógrafo por litigios judiciales perdería su estudio lo cual le daría un golpe mortal. Melitón era un artista no un comerciante y los locales de esta carrera, Palacé, eran apetecibles para la especulación inmobiliaria.
Ahora estoy, estamos
enfrente del Edificio de la Naviera Colombiana que le dio otro matiz a esta carrera.
Este Edificio fue construido por la firma de arquitectos Vieira Vásquez y Dothe,
y hace alegoría a la Naviera Colombiana. Lo demuestran los medallones encajados
en las puertas vaciadas en aluminio con escenas de viajes. Sobra advertir que a
una mentalidad como la nuestra, encerrada y cantada entre montañas tropicales
como su fachada más hacendosa, poco le interesa la navegación, así esta fue
abandonada por el río Magdalena. En la actualidad el edificio luce descuidado,
aunque su nuevo propietario la Universidad de Antioquia seguro le dará un uso adecuado.
La celadora no nos permite fotografiar su interior. Revestido con piedra
bogotana da la idea de la proa de una embarcación como la expresión más acaba
de una ciudad que no cuenta ninguna epopeya marítima sino que arrasa con las
calles y su patrimonio ante la mirada pasiva del medellinense que sonámbulo solo
le interesa ver vitrinas.
Recién
construido, la firma cayó en bancarrota y debió venderlo al único cliente que
podía comprarlo, eso sí barato, el Departamento de Antioquia, para ser administrado
por las Rentas Departamentales y la Lotería de Medellín. Por fin licor y
ludopatía se hallaban reunidos en un mismo espacio como otra de las expresiones
del ser antioqueño que yacen bajo las ruinas morales de los pioneros del tanto
por ciento. Lo justificaba una razón de peso y de pesos: para pagar maestros y financiar
hospitales.
A esta hora, diciembre 10 del 2014, al mediodía, Palacé es un batiburrillo de vendedores callejeros, de
transeúntes, de vagos, de la presencia-ausencia de los llamados desechables y del impasible y asediado
tránsito de buses, del ruido, de los vendedores de cds piratas y otras pócimas
ilegales. Síntesis de una ciudad, del Centro incontrolable, abandonado a su
azar: tanto por la negligencia de las autoridades, como la indisciplina
ciudadana, y bajo el acecho de las otrora poderosas compañías de buses con su
desorden y su ruido. He mencionado una palabra que se ha definido de una manera
despectiva, desechables, pero sí, así
se denomina a las personas de poca suerte, abandonados, y que cada día pueblan más
las aceras y calles de la ciudad. Y no es para menos, los edificios poco a poco también sufren el mismo menoscabo de su historia, es decir, la lejanía de la presencia
que los reafirmó.
Cierto.
Melitón, vivía y tenía su estudio en esta casa diagonal a la de Carlota Uribe
ubicada en Palacé, entre Maracaibo y La Playa, es decir entre el Club Unión y
la quebrada de Santa Elena. Ellos eran buenos amigos. “Esta casa no era lujosa
como si lo habían sido la casas de su bisabuelo Tomás Uribe, pero sí era
moderna y muy agradable. Tenía tres patios: en el primero, el más grande, resplandecía
una alta fuente de piedra con leones tallados, el otro con un jardín de flores
y mosaico de piedritas en el piso, y el tercer patio tenía árboles frutales
tales como guayabas, nísperos, naranjas, uchuvas. En la parte de atrás de la
casa había una huerta que lindaba contra la quebrada.” Señala Teresa Urreta de
Vélez nieta de Doña Carlota, y nos da una idea acerca de la amplitud de estas
mansiones, y además la sospecha acerca de que algunas fotos familiares
fueron tomadas en el propio solar de la casa de Melitón.
En
una visita a Medellín, parodiando a Claudio Magris, si buscamos la casa donde
vivió Melitón Rodríguez, nos darían una pésima noticia: nadie sabe nada de él, salvo
reparar en las fotografías, algunas que adornan las paredes de diversos cafés, bares
o almacenes del Centro. Todo ese arte para imprimir ese peso a Medellín y el carácter
popular referirlo con una palabra ominosa, el Medellín de antaño, para expresar
lo viejo, lo caduco, o sea lo que se fue, lo que se destruyó, y así pensamos, sin
significación alguna, como lo actual es la exegesis de lo nuevo sin un soporte
vital. Es como si se dijera él vivió en Medellín de una manera general, pero su
espacio cotidiano no existe.
A una ciudad la hace grande la experiencia de tener sus referentes, de caminarlos, vivirlos. En Medellín, el binomio, dirigentes políticos y urbanizadores, los destruye poco a poco con el POT o sin el POT.
En Europea suceden las guerras y sin embargo se levantan de las cenizas el patrimonio arquitectónico de las ciudades, aquí pasan las constructoras con almádana en mano y les permitimos acabar con nuestro nuestros casas y edificios historicos; hasta cuando va suceder esto?
ResponderEliminarMedellin es una ciudad llena de contrastes y de mentiras. No hay manera de educar a sus dirigentes
ResponderEliminarLa “dirigencia antioqueña”, Alias la ‘raza’, les tiene y les ha tenido sin cuidado el patrimonio cultural, tangible e intangible de Antioquia. Para ellos lo esencial, su único amor son los negocios, los que prosperan, si se extermina la memoria, para que nadie pregunte nada. Mirar los abarrotados centro comerciales de hoy día.
ResponderEliminarf.
Marx vaticinaba que el poder revolucionario de la burguesía, si no era detenido, habría de arrasar con el planeta. Pero los paisas no necesita ser marxistas donde ven un hueco construyen y si no lo hay tumban lo que sea. Felicitaciones.
ResponderEliminarVíctor, es lo más aproximado a la situación de nuestro patrimonio; uno de los factores que han conducido a la sociedad medellinense por el desprecio del legado, es la ambición por la acumulación de capital; ello supera cualquier nivel capitalista del planeta. La destrucción de lo patrimonial, ha generado en la comunidad una total indiferencia, pues estructura construida y con símbolo significativo, es derrumbada sin el consentimiento ciudadano. Por lo tanto, el habitante interpreta esto como un "desaire", no interesa ese patrimonio para los gremios de la construcción y la dirigencia política. Al sentirse la comunidad despreciada en sus apreciaciones por el legado; resulta una pérdida de interés hacia lo material e inmaterial heredado, pues los intereses monetarios y de "progreso", borran de manera impositiva, el sentido de apropiación o pertenencia de la sociedad.
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