LAS POBRES CINCUENTA
SOMBRAS DE GREY
JANIEL HUMBERTO PEMBERTY
Como Cincuenta
sombras de Grey y sus subsecuentes Cincuenta
sombras más oscuras y Cincuenta
sombras liberadas no dejan de mencionarse en los medios o las redes
sociales; como siguen ocupando primeros lugares de ventas en el mundo y hasta
están siendo llevadas al cine además de que se están vendiendo juguetes
sexuales como los usados por sus protagonistas, quizá valga la pena intentar
entender a qué se debe su enorme éxito.
La trilogía Cincuenta sombras de Grey fue desarrollada por la escritora
británica Erika Leonard James a partir de su fanfiction[1] de
Crepúsculo, que llamó El amo del universo y que comenzó a
publicar en blogs. Crepúsculo es una trilogía de Stephenie Meyer sobre
el amor de un vampiro y una humana, creada para jóvenes, y también un éxito editorial
y cinematográfico sobre todo en los países de habla inglesa. Por eso, quienes
han leído la saga de vampiros dicen recordarla con frecuencia al leer la obra
de James. La trilogía Cincuenta sombras
de Grey no es pues original en sí misma y su valoración como obra literaria
ha resultado muy deteriorada por este hecho. Pero más allá de eso, en todo
caso, a la obra le quedó faltando literatura. La industria editorial suele
ofrecernos productos magnificados por su parafernalia publicitaria, a sabiendas
de que no siempre alimentan el espíritu o por lo menos el intelecto y cuando
mucho solo colorean nuestra fantasía. Y este quizá es un inmejorable ejemplo,
pues se trata de una historia de amor, sexo y dinero que busca solo entretener,
e incluso cuando hurga en el pasado infantil de Christian, carece de una
perspectiva profunda para mostrar la dimensión de sus traumas.
Sin embargo, Cincuenta
sombras de Grey tiene la virtud indiscutible de atrapar al lector y de
envolverlo con un estilo ágil y sencillo. La historia es narrada de manera
lineal, muy convencional, en primera persona, y por tanto se desinteresa de las
búsquedas técnicas de la novela moderna. No juega con el tiempo o el espacio
por ejemplo, y solo al final del último tomo se permite a Christian narrar
desde su punto de vista el primer capítulo de la trilogía, quizá como abrebocas
de unas Cincuenta sombras narradas por él. El despliegue del lenguaje a lo
largo de la obra no tiene otro interés que servir a la acción, prolija en
detalles, y si alguna significación subyacente aparece alguna vez, no demora en
diluirse dentro del texto. Además, sobre todo en el último tomo, Cincuenta sombras liberadas, James se
deja llevar por su capacidad de contar y con soslayadas intenciones
melodramáticas termina llenando páginas y páginas de episodios insubstanciales,
a veces empalagosos, a veces aburridos. Si sobre la obra hubiera pesado un
verdadero rigor narrativo, muchas de sus páginas habrían terminado en la basura
y las sobrevivientes la autora habría tenido que adobarlas con técnicas e
imágenes que tornasolaran al menos las descripciones eróticas.
Amén del humor e ingenio de los protagonistas
−notables en algunos de sus correos electrónicos− y la expectación que la trama
va generando en los dos primeros tomos sobre todo, muy bien desplegada hay que
admitirlo, el relato tiene demasiados diálogos internos de Anastasia, casi
siempre sobre los mismos asuntos. Pero es en las escenas de índole sexual donde
la poca elaboración literaria resulta indiscutible, porque a pesar de ser
sorprendentes en un principio por lo explícitas, a medida que el relato avanza
decepcionan por su persistente reiteración, al punto de que el lector, algunos capítulos
después de la desfloración de Anastasia, termina sabiendo con qué repetidas
palabras se contará el mismo goce de los protagonistas, las convulsiones de
placer que Christian, amante, esposo o amo, propicia a una Anastasia atada,
azotada, amordazada, con los ojos vendados, esposada o encadenada y el placer
que a la vez ella le brinda a él con su sumisión. No obstante, ¿debería
sorprendernos?, estas escenas tan flojas son lo más comentado y tenido en
cuenta por los lectores, quizá por la curiosidad morbosa de la mentalidad
popular sobre el sexo.
Ahora bien, quien se haya propuesto escribir erotismo
en el buen sentido de la palabra sabe que hacer obras de largo aliento sobre
este tema es como meterse en un territorio de arenas movedizas, como internarse
en una frondosidad espesa con la intención de extraer desde su oscuridad perlas
de luz para la conciencia, porque el erotismo late indómito desde lo más
profundo de nuestros sentidos y para ser domesticado requiere de una depurada
técnica. Y eso E. L. James lo olvidó o no lo tuvo en cuenta, como también
olvidó o no tuvo en cuenta que la gran literatura, por más páginas que la
contengan, siempre estará exenta de ripio.
Desde sus comienzos Cincuenta sombras de Grey mostró otra
virtud: su lectura se expandió de manera exponencial a través de la modalidad
de boca a boca. Esta modalidad se mantiene todavía mediante el mercadeo viral,
aunque la trilogía es comercializada por grandes editoriales y ha vendido de
2011 a lo que va de 2014 unos 75 millones de copias.
Ante todo la trilogía es una historia de amor típica del subgénero romántico, con historias de doncellas fascinadas por
hombres trastornados y adobadas con escenas eróticas, en estos tiempos casi
siempre de BDSM (bondage, dominación
y sadomasoquismo). Así, Christian Grey es un hombre joven, exageradamente rico,
muy apuesto, poderoso y talentoso, y antes de enamorarse de la estudiante
universitaria Anastasia Steel, atractiva, de familia corriente y virgen, solo
se permitía relaciones de dominación con mujeres clasificadas por la subcultura
BDSM como sumisas, impulsado por las secuelas de sus traumas infantiles, sus
cincuenta sombras según sus palabras. Sobre estos dos personajes rueda la obra
y mediante su relación queda atrapado el lector.
Anastasia, una chica
lista e ingeniosa, se niega en algunos pasajes a aceptar lo ya demasiado
evidente para el lector y cae en unas suposiciones estúpidas por el esfuerzo de
su autora de darle mayor encanto, desprecio hacia el dinero y candidez, consiguiendo
por poco casi desdibujarla como personaje. Con Christian en cambio su creadora
tuvo mayor cuidado. Lo revistió de un carácter dominante, enigmático y a veces
amenazador y lo envolvió en un príncipe azul del siglo XXI con un elemento de
misterio asomando desde su pasado. Gran parte de la trilogía se dedica a narrar
la rutina de este hombre y lo que ofrece a su inocente Anastasia. Derroche y
protección a la manera de los más ricos, un astuto señuelo para la mayoría de
las lectoras de la trilogía, que unido a una sexualidad poco corriente
despereza la adormecida fantasía de mujeres casadas mayores de treinta años,
según los sondeos, las principales devoradoras de la obra. Debido a ello
algunos medios, con una socarronería que linda con el coqueteo y el sarcasmo,
le pusieron el remoquete de “porno para mamás”.
No obstante lo dicho, la trilogía
de Cincuenta sombras de Grey muestra
algunas facetas más allá de su aspecto literario que vale la pena no pasar por
alto. Una de ellas está relacionada con el lado oscuro de Christian, su lado
dominador, aterrador para Anastasia en un comienzo y anhelado después con tanta
fuerza por ella. Una faceta culminante en la sexualidad de Christian. La que lo
lleva a interesarse en Anastasia porque la ve como un encantador proyecto de
sumisa. Los practicantes y defensores de la subcultura BDSM han tratado, con
dudoso éxito hasta ahora, de quitarle el
carácter demonizador a sus gustos sexuales valiéndose de, palabras más,
palabras menos, este argumento: las relaciones basadas en prácticas BDSM se
rigen por consenso de sus participantes. Lo que alguno de ellos no quiera hacer
no se puede hacer, porque al contrario de las violentas perversiones descritas
por Sade y Sacher-Masoch, las prácticas BDSM solo buscan intensificar el placer
y realizar las fantasías eróticas de sus practicantes sin daño o perjuicio para
ninguno de ellos. En la relación de Anastasia y Christian ese corolario sin
embargo no deja de tener cola, pues cuando él se enamora de ella y decide por
amor abandonar el sexo transgresivo, para sorpresa del lector, recordando su
anterior miedo a esas prácticas, es ella quien lo desea e incita a Christian a
continuarlo. Además termina aceptando el carácter demasiado dominante de él
dentro de la relación. Pero hay más. La trilogía avanza al paso del
develamiento de las perversiones sexuales de Christian, sin preocuparse jamás
por indagar la razón de la sumisión de Anastasia, justificada por el amor o el placer, quizá porque ella es la
narradora y no sabe o no quiere o teme mirarse a sí misma, reconocidas
desventajas de los relatos en primera persona. En todo caso este aspecto de la
relación de la pareja ha motivado opiniones diversas. Para unos la obra es un genuino
guiño al machismo aunque se diga que Anastasia nunca renuncia a ser igual a su
hombre, que la trilogía ha ayudado a las mujeres a reconocer más a fondo su sexualidad
y que gracias a ella muchos matrimonios han recobrado su felicidad conyugal.
Para otros “los libros no son notables por el sexo transgresivo, sino por el hecho
de que las mujeres ahora utilizan la tecnología para subvertir la vergüenza de
género mediante la exploración de contenido sexual explícito en privado a
través de lectores electrónicos”.
Partiendo de esta última
hipótesis la trilogía de Cincuenta sombras
de Grey, bien que mal, es un escenario que ilustra una sociedad en que la
mujer, más allá de su búsqueda igualitaria respecto al hombre quiere sacudirse
de todas las ataduras seculares que la han considerado templo del pecado y del
fardo de las sociedades que la han ignorado o la han visto como mero objeto de
placer o reproductor de la especie. Miremos nada más del siglo XX hacia atrás,
y para no ir demasiado lejos detengámonos en esa vergonzosa, horripilante y
atroz maquinaria religiosa que fue la Inquisición, una llaga viva en la
historia de la cultura occidental entre otros asuntos por su despiadada
misoginia. Quizá a eso esté conduciendo a la mujer todo este desafío de la
tecnología y ese otro mundo que acabamos de empezar a construir y que ignoramos
a dónde puede llevarnos: el mundo virtual.
Hace poco, apenas muy
poco, la mujer ha empezado a ocupar el espacio que se merece en la sociedad,
ganado a fuerza de sacrificios y silencio. Todavía le quedan obstáculos a
superar como la recalcitrante ignorancia de algunas instituciones que la
ignoran o todavía la miran como una fuente de pecado. Podría ser… Y entonces
quizá ello nos explique en parte el enorme volumen de ventas de una novela como
las de Corín Tellado, pero con repetitivas descripciones de sexo explícito.
[1] Se entiende por fanfiction a relatos escritos por fans de una obra literaria o
dramática en los que ellos utilizan los personajes, situaciones o ambientes de
la historia original para recrearlos con acciones, situaciones o ambientes de
su autoría. Es una práctica muy de moda en blogs y redes sociales y de mayor
actividad en idioma inglés.
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