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Carta abierta a Gustavo Zuluaga, El Hamaquero, a propósito de la
censura al programa Defensa de la Palabra.
Querido Gustavo:
En marzo de 1996- si la memoria no me falla-, iniciamos juntos el programa de radio
Defensa de la Palabra, en la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia. Tu venías
de haber dirigido por muchos año el programa Sol Nocturno en la misma emisora,
editabas libros de poesía y vendías libros usados en los corredores de la biblioteca de la
Universidad de Antioquia. Yo acababa de graduarme como Comunicador Social del alma
mater y buscaba espacios para ejercer mi profesión. Otros amigos nos acompañaron al
comienzo en este programa, que hicimos gratuitamente, todos los domingos en el horario
de los domingos a las once de la mañana. No olvido a Angela Rendón, a Leoncio
Cardona, a Mario Sánchez, entre otros.
Tras un año de labor conjunta ininterrumpida en Defensa de la Palabra, te hiciste cargo
de la dirección del mismo desde Abril de 1997 hasta el día de hoy, pues yo tuve que
radicarme en Neiva, para asumir una plaza docente en la Universidad Surcolombiana. En
tus manos, el programa no solo continuó sino que adquirió la personalidad que lo ha
distinguido a lo largo de estos años, y que lo ha convertido en una modesta pero
indispensable ventana de expresión y de comunicación de la cultura popular de la ciudad
de Medellín.
El pasado 7 de marzo, por medio de una carta firmada por el Secretario General de la
Universidad de Antioquia y la Directora de la Emisora Cultural, se te notificó la decisión de
"suspender de manera inmediata la emisión del programa Defensa de la Palabra...", con
el expediente de que el mismo no está "a la altura" de lo que debe ser un programa de
radio de una institución con la "respetabilidad" del Alma Mater, ni tiene la necesaria
calidad académica, ni responde a los principios de "pluralidad" e "inclusión" que la rigen.
Para justificar la clausura del programa, los referidos funcionarios invocan un informe de
una comisión de supuestos académicos- cuyos nombres hasta ahora permanecen en la
sombra-, que dizque hicieron una evaluación "juiciosa y objetiva" de las emisiones del
programa y llegaron a la conclusión de que este reñía con las pautas de calidad de la
Emisora Cultural.
Como lo has recordado en varios escenarios, resulta muy paradójico que solo unos
pocos meses antes, durante la conmemoración de los 80 años de la Emisora Cultural, el
Jefe de Programación de la misma hubiera exaltado públicamente tu aporte a la
construcción de la Emisora por cerca de cuatro décadas, si sumamos el tiempo que
dirigiste el programa Sol Nocturno y el programa Defensa de la Palabra. También es
sintomático que se apliquen criterios de evaluación de corte exclusivamente académico a
un programa de naturaleza periodística dedicado a auscultar el movimiento cultural de la
ciudad y a sus protagonistas, con las herramientas propias del periodismo cultural.
En su afán desmesurado por silenciar el programa, los funcionarios de la Universidad y de
la Emisora involucrados en esta decisión desestimaron la obligación de agotar recursos y
procedimientos que surgen de un elemental sentido del respeto y de la ponderación, tales
como dar a conocer en su integridad el informe de la comisión anónima al Director del
Programa y a su equipo de colaboradores, , discutir en forma franca con ellos sus conclusiones,
escuchar lo que estos tuvieran que decir sobre la calidad de su programa y
buscar posibles soluciones para los problemas identificados. Surge entonces la pregunta:
¿ a qué tipo de presiones ocultas se intentó complacer con este vergonzoso acto de
censura?
Y además, ¿Qué significado tiene para la cultura de la ciudad de Medellín y para el
proyecto comunicativo de la Universidad de Antioquia, la inesperada y abrupta censura
del programa Defensa de la Palabra y de quien ha sido su infatigable orientador a lo largo
de casi dos décadas?
Sin lugar a equívocos la ciudad de Medellín y el Valle de Aburrá pierden un espacio que
permitía seguir el pulso y las palpitaciones de una parte la cultura popular que vive y se
expande en sus esquinas, sus barrios, sus lugares de trabajo y estudio; la ciudad se priva
de escuchar a sus creadores independientes, a las nuevas voces de la literatura, la
música, el teatro, el cine, la pintura, a menudo desconocidos o excluidos por los circuitos y
los agentes de la cultura oficial.
Tu labor de muchas décadas, Gustavo- desde que guindaste tus hamacas artesanales en
el cruce de la Avenida La Playa con Junín y convertiste esa esquina de la ciudad en un
lugar de encuentro de los jóvenes que en esos años buscaban en la literatura y las artes
un camino para expresar las nuevas sensibilidades y pensamientos de la urbe-, ha sido la
de un eficaz e imprescindible mediador cultural, la de alguien que ha tejido pacientemente
hilos de intercambio humano y creativo entre gentes procedentes de distintos lugares y
condiciones, personas que necesitaban ser escuchadas, dar a conocer sus creaciones y
dialogar con otras personas con búsquedas semejantes.
Has sido un mediador cultural imprescindible en cada una de tus facetas, en las que no se
trataba solo de ganarse la vida y el sustento, sino de poner a circular sentidos,
imágenes, palabras, lenguajes: como editor de libros de poesía y de reflexión, como
librero, como organizador de recitales, presentaciones de libros, actos culturales, como
animador de jóvenes poetas y amigo franco de escritores y artistas de larga trayectoria.
La esquina de Junín con La Playa, o la calle Barranquilla donde hace años tienes la
librería que te ayudó a fundar el poeta José Manuel Arango, así como el programa
Defensa de la Palabra en la Emisora Cultural, han sido algunos de los lugares que te has
inventado para propiciar esos acercamientos, esas fecundaciones, esos diálogos a través
de los cuales una cultura popular vive y se fortalece, al margen de los circuitos oficiales
de la cultura establecida.
Estoy seguro que esa labor, que es parte consustancial de tu propia existencia, no va a
cesar con la inesperada clausura del programa Defensa de la Palabra. Pero sin duda la
cultura de la ciudad se empobrece cuando funcionarios obtusos silencian un espacio
radial creado para reconocerse a si misma en su diversidad, en sus ocultas conexiones
con aquellos elementos de insumisión, desobediencia, crítica y serena altivez que anidan
en la cultura popular del Valle de Aburrá.
Si los saberes académicos son incapaces de dialogar y de conversar con las expresiones
del saber popular, de la cultura y la sensibilidad populares, la Universidad abandonaría su
vocación crítica y su lugar como espacio para recrear críticamente las realidades que nos
circundan y para ensayar alternativas novedosas a la desazón y la inequidad que nos gobierna.
con afecto y admiración sinceros,
Juan Carlos Acebedo
Profesor Universidad Surcolombiana
Neiva, 14 de abril de 2014