jueves, 31 de octubre de 2013

MI OMBLIGO, MI PUNTO DE ORIGEN. Edith Yagarí.



MI OMBLIGO, MI PUNTO DE ORIGEN.

Edith Yagarí.

… Un cierto día mi madre me confesó algo que jamás imaginaria… pero que muy en el fondo de mi ser, sabía que anhelaba. No es porque la haya visto anteriormente, no; pues éste sentimiento surgió mucho antes de ver alguno de sus retratos.
Un día me dijo que la tierra nos llama, y que cuando eso ocurría debíamos acudir a ella cuanto antes, y que en caso de no ser así, más adelante tendríamos que atenernos a las consecuencias. Aquella vez quedé muy pensativa; poco después le pregunté ¿por qué me había dicho que cuando la tierra llamaba debíamos acudir a ella?, le dije que no comprendía nada de lo que me había dicho esa vez, y me respondió, que cuando alguien sentía que no encajaba del todo en un lugar, y sentía que otro lugar  lo atraía, era porque debía acudir a ese sitio…. Le dije que continuaba sin entender, ella sonrió para luego decirme  algo que nunca olvidaré.  
Cuando sientas que tu cuerpo, tu mente y tu espíritu son jalonados por un lugar diferente al que vives, es porque algo de ti se halla en ese sitio, es porque  tu ombligo se encuentra en ese lugar, y no en el sitio donde te encuentras, donde te criaste… Ese territorio te reclama porque le haces falta, y porque hace parte de ti, sabe que no estás completa y que debes llenar ese vacío acudiendo a ella, antes de que olvides de dónde provienes. Quedándote en el mundo sin saber realmente quien eres.
A los pocos años me preguntó si continuaba con la misma sensación de ir en busca de  algún lugar desconocido, -como si alguna vez le hubiera dicho algo-; alguna parte del mundo que me atraía como un imán, con una fuerza física y emocional completamente extraña; esa vez le respondí que si, que aún sentía la necesidad de querer buscar algo que no comprendía, que me llamaba y que  cada vez era más fuerte, constante e incesante  la sensación… y la  necesidad enorme de querer  ir en busca de ello… -Entonces fue ahí cuando me confesó que yo pertenecía a otro lugar diferente al que había crecido-, y que era necesario que fuera a ese sitio cuanto antes, porque me reclamaba… -mi lugar de origen, mi punto inicial, mi ombligo-… reclamaba mi presencia.
Desde entonces no he dejado de pensar en ello, desde entonces no he dejado de imaginar como podra ser, cuento las horas y los días  que faltan para ir a nuestro encuentro, a nuestro primer encuentro después de tanto tiempo.

…Despues de un tiempo…

… Es tan pequeña, acogedora, atrevidamente misteriosa y mil veces más hermosa de como me la había imaginado.
Sus escenarios son un milagro de la creación, bien pensada y construida; sus diferentes lugares, límites geográficos, estructuras urbanas y rurales son de admirar. La vista que da hacia los demás países o ciudades es sencillamente  majestuosa, y su clima es tan cálido y sereno que sólo puede transmitir calma y un inmenso deseo por querer vivir allí por siempre.
Cuando te ubicas en sus altas montañas puedes sentir su olor silvestre, puro y sabio; al viento soplando por cada rincón de tu rostro, tu cabello, tu ropa, tu cuerpo, acariciando tus manos con una fresca brisa que trae el océano; como si te contemplara porque sabe que la contemplas, la mimas y la amas, haciéndote olvidar del tiempo e invitándote a sentarte  lentamente para que continúes contemplando su alrededor, suspirando una y otra vez por su maravillosa existencia.
Cuando no estás en la ciudad sientes en cada piedra de sus laberínticas y estrechas  calles su larga vida llena de innumerables experiencias; en cada ladrillo, en sus tejados anaranjados y desgastados, en sus ventanas, sus fachadas a veces retocadas de pintura o simplemente con musgo, dejando al descubierto su antiquísimo estado; en cada esquina, en cada jardinera, en las caras de la personas, en su modo de hablar, de vestir, de comportarse, en todo eso vi y sentí su existencia.
Su estilo de vida expone tantas cosas que a veces tenía que detenerme a analizar cada cosa, contemplando algunos caminos bien pavimentados ante la vista de algunos cultivos o lagos, árboles de diversas especies, tamaños y colores, a veces tan viejos y místicos como el lugar, o veces tan jóvenes como yo; personas que pasaban en carretillas, motocicletas, bicicletas y algunos carros de viajeros que torpemente preferían ir en coche, a caminar y disfrutar de ese maravilloso paisaje. Si caminaba un poco más podía alcanzar a divisar uno de sus tantos y monumentales monasterios en medio de la nada, algunos entre colinas y senderos piedrosos, acompañado de árboles frondosos a su alrededor… lugares en los que se guardan tantos secretos y recuerdos de su historia.  
Una vez me senté en una colina que quedaba en un barrio de otro pequeño pueblo. Allí como en cualquier otro lugar tuve de una vista increíble; veía sus viejos tejados, pequeñas terrazas, balcones con jardines, gatos y algunos pájaros; las casas desde allí parecían de juguete, de cartón o cajitas hechas a la perfección en medio de esas callecitas empedradas, limpias y antiguas. Ese día me senté a pensar tantas cosas, dedicada a mirar el esplendoroso ocaso, y  como cada hombre y mujer luego de una larga jornada de trabajo en el campo u otro lugar regresaba a casa para reunirse con sus hijos y con sus mascotas, a terminar el día en una deliciosa cena familiar.
Algo que me pareció extraño fue que casi no vi niños, siempre era gente adulta y joven… que lastima, habiendo tantos niños en el mundo deseando por estar en un lugar así; creciendo en una paz eterna, serena y completa. Como me gustaría que el lugar en donde crecí tuviera este bello panorama, me imaginé a los niños creciendo en un lugar asi.   
Otra bella experiencia era las mañanas tan frescas cuando el sol salía dando cara al occidente a las 8.30. La casa donde me encontraba daba cara hacia el oriente, pero el ventanal de mi habitación no tocaba de frente al sol, así que  cuando habría los ojos, lo primero que veía era una maravillosa luz poco brusca a la mirada, ésta daba a una jardinera y desde allí podía escuchar algunos pájaros y pequeños automóviles pasar por el lugar.
Cerca de esta casa quedaba una panadería; la verdad siempre me hacía despertar con una gran sonrisa y un gran apetito, pues el olor que provenía del lugar era exquisito, a cruasanes doraditos con quesito derretido en su interior, calientitos, suaves y deliciosos al paladar. En lo primero que pensaba era en comer un delicioso desayuno proveniente de aquel lugar -panecillos recién horneados con un delicioso café que sólo ellos sabían preparar-; casi en pijamas salía a buscar el desayuno y al mismo tiempo a contemplar las tiernas mañanas de sol.
Una vez terminé mi estadía en este bello pueblo me dirigí a las ciudades, ¡JA! Y QUE CIUDADES, QUE MONUMENTOS Y ARQUITECTURAS, que historias legendarias y eternas por contar; no fui a todas, solo a algunas  -muy encantadora todas -, pero me enamoré de una en especial, una que nunca voy a olvidar –parecía la madre de todas las ciudades-. Cuando llegué… (Ahora sonrío porque me parece gracioso), cuando llegué sentí que me regañó por haberla hecho esperar durante tanto tiempo, decía que comenzaba a cansarse por esperar mi regreso, y que todos estos años no había sido lo mismo sin mí, pero que ahora al verme, podía descansar, sentía que señalaba los lugares a donde debía ir. Cada rincón de esta ciudad me hablaba de de sus historias, más de las antiguas que de las nuevas; su espíritu me acompaño por todo el recorrido, quedé maravillada y suficientemente ilustrada de todo lo que ella posee.
Fue muy triste el regreso, pero por lo menos tendré la hermosa sensación de saber que al fin estuve con ella… con mi patria, mi lugar de origen.
No podría estar más feliz de saber que dejé un pedacito de mí con ella, eso que me mantendrá unida a ella por siempre… MI OMBLIGO, MI PUNTO DE ORIGEN.
Antes de regresar dijo que siempre me recordaría como yo a ella, y que a pesar de la distancia y el tiempo, iba a esperar mi regreso con las puertas abiertas de par en par, y con la esperanza de saber que en esa ocasión… me quedaría con ella por el resto de mis días.






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