MI OMBLIGO, MI PUNTO DE ORIGEN.
Edith
Yagarí.
… Un cierto día mi madre me
confesó algo que jamás imaginaria… pero que muy en el fondo de mi ser, sabía
que anhelaba. No es porque la haya visto anteriormente, no; pues éste
sentimiento surgió mucho antes de ver alguno de sus retratos.
Un día me dijo que la tierra
nos llama, y que cuando eso ocurría debíamos acudir a ella cuanto antes, y que
en caso de no ser así, más adelante tendríamos que atenernos a las
consecuencias. Aquella vez quedé muy pensativa; poco después le pregunté ¿por
qué me había dicho que cuando la tierra llamaba debíamos acudir a ella?, le
dije que no comprendía nada de lo que me había dicho esa vez, y me respondió, que
cuando alguien sentía que no encajaba del todo en un lugar, y sentía que otro lugar
lo atraía, era porque debía acudir a ese
sitio…. Le dije que continuaba sin entender, ella sonrió para luego decirme algo que nunca olvidaré.
Cuando sientas que tu cuerpo, tu mente y tu espíritu son jalonados por
un lugar diferente al que vives, es porque algo de ti se halla en ese sitio, es
porque tu ombligo se encuentra en ese
lugar, y no en el sitio donde te encuentras, donde te criaste… Ese territorio te
reclama porque le haces falta, y porque hace parte de ti, sabe que no estás completa
y que debes llenar ese vacío acudiendo a ella, antes de que olvides de dónde provienes.
Quedándote en el mundo sin saber realmente quien eres.
A los pocos años me preguntó
si continuaba con la misma sensación de ir en busca de algún lugar desconocido, -como si alguna vez le
hubiera dicho algo-; alguna parte del mundo que me atraía como un imán, con una
fuerza física y emocional completamente extraña; esa vez le respondí que si, que
aún sentía la necesidad de querer buscar algo que no comprendía, que me llamaba
y que cada vez era más fuerte, constante
e incesante la sensación… y la necesidad enorme de querer ir en busca de ello… -Entonces fue ahí cuando
me confesó que yo pertenecía a otro lugar diferente al que había crecido-, y
que era necesario que fuera a ese sitio cuanto antes, porque me reclamaba… -mi
lugar de origen, mi punto inicial, mi ombligo-… reclamaba mi presencia.
Desde entonces no he dejado
de pensar en ello, desde entonces no he dejado de imaginar como podra ser, cuento
las horas y los días que faltan para ir
a nuestro encuentro, a nuestro primer encuentro después de tanto tiempo.
…Despues de un tiempo…
… Es tan
pequeña, acogedora, atrevidamente misteriosa y mil veces más hermosa de como me
la había imaginado.
Sus escenarios son un milagro
de la creación, bien pensada y construida; sus diferentes lugares, límites geográficos,
estructuras urbanas y rurales son de admirar. La vista que da hacia los demás
países o ciudades es sencillamente majestuosa, y su clima es tan cálido y sereno
que sólo puede transmitir calma y un inmenso deseo por querer vivir allí por
siempre.
Cuando te ubicas en sus
altas montañas puedes sentir su olor silvestre, puro y sabio; al viento soplando
por cada rincón de tu rostro, tu cabello, tu ropa, tu cuerpo, acariciando tus
manos con una fresca brisa que trae el océano; como si te contemplara porque
sabe que la contemplas, la mimas y la amas, haciéndote olvidar del tiempo e invitándote
a sentarte lentamente para que continúes
contemplando su alrededor, suspirando una y otra vez por su maravillosa existencia.
Cuando no estás en la ciudad
sientes en cada piedra de sus laberínticas y estrechas calles su larga vida llena de innumerables
experiencias; en cada ladrillo, en sus tejados anaranjados y desgastados, en
sus ventanas, sus fachadas a veces retocadas de pintura o simplemente con musgo,
dejando al descubierto su antiquísimo estado; en cada esquina, en cada
jardinera, en las caras de la personas, en su modo de hablar, de vestir, de
comportarse, en todo eso vi y sentí su existencia.
Su estilo de vida expone
tantas cosas que a veces tenía que detenerme a analizar cada cosa, contemplando
algunos caminos bien pavimentados ante la vista de algunos cultivos o lagos,
árboles de diversas especies, tamaños y colores, a veces tan viejos y místicos
como el lugar, o veces tan jóvenes como yo; personas que pasaban en
carretillas, motocicletas, bicicletas y algunos carros de viajeros que torpemente
preferían ir en coche, a caminar y disfrutar de ese maravilloso paisaje. Si
caminaba un poco más podía alcanzar a divisar uno de sus tantos y monumentales
monasterios en medio de la nada, algunos entre colinas y senderos piedrosos,
acompañado de árboles frondosos a su alrededor… lugares en los que se guardan
tantos secretos y recuerdos de su historia.
Una vez me senté en una
colina que quedaba en un barrio de otro pequeño pueblo. Allí como en cualquier
otro lugar tuve de una vista increíble; veía sus viejos tejados, pequeñas
terrazas, balcones con jardines, gatos y algunos pájaros; las casas desde allí parecían
de juguete, de cartón o cajitas hechas a la perfección en medio de esas callecitas
empedradas, limpias y antiguas. Ese día me senté a pensar tantas cosas, dedicada
a mirar el esplendoroso ocaso, y como
cada hombre y mujer luego de una larga jornada de trabajo en el campo u otro
lugar regresaba a casa para reunirse con sus hijos y con sus mascotas, a
terminar el día en una deliciosa cena familiar.
Algo que me pareció extraño fue
que casi no vi niños, siempre era gente adulta y joven… que lastima, habiendo
tantos niños en el mundo deseando por estar en un lugar así; creciendo en una
paz eterna, serena y completa. Como me gustaría que el lugar en donde crecí
tuviera este bello panorama, me imaginé a los niños creciendo en un lugar asi.
Otra bella experiencia era las
mañanas tan frescas cuando el sol salía dando cara al occidente a las 8.30. La
casa donde me encontraba daba cara hacia el oriente, pero el ventanal de mi habitación
no tocaba de frente al sol, así que
cuando habría los ojos, lo primero que veía era una maravillosa luz poco
brusca a la mirada, ésta daba a una jardinera y desde allí podía escuchar
algunos pájaros y pequeños automóviles pasar por el lugar.
Cerca de esta casa quedaba
una panadería; la verdad siempre me hacía despertar con una gran sonrisa y un
gran apetito, pues el olor que provenía del lugar era exquisito, a cruasanes
doraditos con quesito derretido en su interior, calientitos, suaves y deliciosos
al paladar. En lo primero que pensaba era en comer un delicioso desayuno proveniente
de aquel lugar -panecillos recién horneados con un delicioso café que sólo
ellos sabían preparar-; casi en pijamas salía a buscar el desayuno y al mismo
tiempo a contemplar las tiernas mañanas de sol.
Una vez terminé mi estadía
en este bello pueblo me dirigí a las ciudades, ¡JA! Y QUE CIUDADES, QUE
MONUMENTOS Y ARQUITECTURAS, que historias legendarias y eternas por contar; no fui
a todas, solo a algunas -muy encantadora
todas -, pero me enamoré de una en especial, una que nunca voy a olvidar –parecía
la madre de todas las ciudades-. Cuando llegué… (Ahora sonrío porque me parece
gracioso), cuando llegué sentí que me regañó por haberla hecho esperar durante
tanto tiempo, decía que comenzaba a cansarse por esperar mi regreso, y que
todos estos años no había sido lo mismo sin mí, pero que ahora al verme, podía descansar,
sentía que señalaba los lugares a donde debía ir. Cada rincón de esta ciudad me
hablaba de de sus historias, más de las antiguas que de las nuevas; su espíritu
me acompaño por todo el recorrido, quedé maravillada y suficientemente ilustrada
de todo lo que ella posee.
Fue muy triste el regreso,
pero por lo menos tendré la hermosa sensación de saber que al fin estuve con
ella… con mi patria, mi lugar de origen.
No podría estar más feliz de
saber que dejé un pedacito de mí con ella, eso que me mantendrá unida a ella
por siempre… MI OMBLIGO, MI PUNTO DE ORIGEN.
Antes de regresar dijo que siempre
me recordaría como yo a ella, y que a pesar de la distancia y el tiempo, iba a esperar
mi regreso con las puertas abiertas de par en par, y con la esperanza de saber que
en esa ocasión… me quedaría con ella por el resto de mis días.
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