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Gonzalo Arango
Victor Bustamante
Gonzalo Arango, Alberto Escobar, Jotamario, Jaime Jaramillo, Amilcar
Osorio, Darío Lemos, Eduardo Escobar, Malmgrem Restrepo, Jaime Espinel,
Humberto Navarro, Elmo Valencia y el lejano Eduardo Zalamea crearon un espíritu
de cuestionar, de maldición, de humor que oxigena esa literatura de mitos y
leyendas, de micos y mariposas, sacaron la literatura de los gabinetes de los
graciosos gramáticos e insuflaron, ah!, ese soplo que aún nos llega.
Para ellos mi devoción, y mis afectos
Por eso soy, somos nadaístas de la segunda generación, o
neo-nadaístas. ¿Acaso no existen
computadores de primera y segunda generación?
Aunque Alberto Escobar refiere en largos y bebidos diálogos que los
demás somos para-nadaístas.
Tengo graves sospechas de que son nadaístas: Andrés Caicedo, Jairo
Guzmán, Fernando Vallejo, Fernando González, Lautremont, Artaud, Bernardo Ángel,
Lucia Agudelo, Ricardo León Peña-Villa, Rubén Vélez, Charles Bukowski, Pacho
Velásquez Luz Ángela Rendón, Martha Quiñonez,Luis González de Guzmán, Henri Miller, Jack Kerouak, Thomas Bernard,
Sade, Allen Ginsberg, Voltaire, el Hamaquero
y yo.
La vida intelectual de Gonzalo Arango fue polémica desde un comienzo,
atravesó todas las etapas creativas de un momento peculiar donde se cuestionó
todo.
Brillante, sagaz, líder, místico, panfletario, gígolo, poeta,cronista
encarnó el intelectual polémico y supo ser contemporáneo.
Este cuento inédito fue cedido para Los papeles de Babel por el
poeta Rubén Vélez.
Un lago para ese amor
Gonzalo Arango
Como nunca le dije nada, mi
derecho sobre ella nació de la gran facilidad con que yo me instalaba en el
mundo de las ilusiones. Si le hablara –pensé- toda la ansiedad y la espera se
desvanecerían en un poco de polvo, de viento o frenesí. Quise que este amor se
debatiera solo, luchara en sí mismo con imágenes ausentes, que triunfara por sí
mismo. Tuve celos cuando la veía pasearse sola con su aire ingenuo y fascinante
como un desafío a los hombres y a la naturaleza. Para evitarme esas emociones
violentas que se desencadenaban en mí, prefería no verla y me retiraba a la
soledad a gozar íntimamente mi dulce e incomunicable secreto.
Poco me interesé por su vida,
aunque me atormentaba ese gran espacio negro y desconocido de su pasado que no
quise investigar para no afrontar un mundo de realidades vulgares, de
incidencias, pensamientos y deseos. Yo la amaba y pensé que su pasado sin mí,
sin mi ternura y sin este bello idealismo de que la hice objeto, se desvanecía
su valor, se hacía opaca su belleza...
Nunca supe su nombre, pero yo la reconocía como Babel, seguramente por
ese significado de infinito y de fracaso que encierran todas las aspiraciones
humanas.
En uno de esos ataques de celos
me encerré en mi cuarto. Pasaron algunos meses sin duda, y cuando salí de la
fascinación de las lecturas que había hecho, había desaparecido. No pregunté si
se había casado o muerto o si se había ido a la luna. Yo no hacía parte de su
mundo real: éramos dos lejanías. Pero yo la amaba contra su voluntad, fuera del
tiempo o en la muerte.
No la volví a ver...
Ahora tengo 40 años. Han pasado
muchos desde entonces. A esta edad no puedo asegurar que mi vida ha sido un
éxito o un fracaso. Me parece que cuando se hace parte del tiempo estas dos palabras carecen de sentido. No tengo derecho a dar un concepto sobre lo
que soy. De todos modos soy algo, supongo. He tenido aspiraciones, he meditado
en la muerte, la vida me ha parecido un acontecimiento merecido y hermoso, he
querido escribir un libro...
Aunque he vivido solo no puedo
decir que no amo a los hombres. Contra toda disculpa los amo, lucho en el mismo
mundo de ellos y a decir verdad, les temo: temo sus esperanzas, sus amores y
sus fracasos.
Respecto a la novela que he
estado escribiendo en los últimos años he tenido que reformarla cada vez que la
leo. Me siento vivir, fluir el pensamiento, la sangre y veo que no puede
terminarse, como si se tratara de un argumento infinito. Me parece que cada
palabra que escribí hace un año ha perdido su brillo o su verdad. Entonces
tengo que recomenzar. Es intolerable que el pensamiento sea algo tan frágil que
no resista el paso de unos días. Cuando reviso cada frase pienso que si ya está
escrita es porque el pensamiento ha sufrido una metamorfosis y toma una entidad
extraña, áspera y ajena y se me desliza la vida hacia una objetividad
intolerable. Cuando miro el perfil de las palabras con esa seguridad agresiva
bajo mi pluma, me dan ganas de gritar. Han pasado muchos años comenzando y
volviendo a caer en la misma trampa. He renunciado definitivamente a
escribirla.
Hoy he pensado en la conveniencia
de estar enamorado. Siempre me pareció difícil compartir una intimidad con
mujeres. Me imagino acercarse una con aire preocupado y redentivo:
-Amor, ¿en qué piensas?
Yo no sabría responder, porque si a algo tengo un verdadero temor es a las palabras, y además, uno suele
estar abstraído, con un vacío en la conciencia, eternizando. Pero esto es lo
que pensaría antes. Ahora sé lo que puedo responder:
-¿En qué habría de pensar?
Justamente estaba pensando en ti.
Pues he decidido buscas esa mujer
y tener con ella una vida simple para dejar de sentirme tan solo y olvidar en
ella el recuerdo o la sensación obstinada de que uno tiene tanta importancia
sobre la tierra.
Me he quitado la barba y me he puesto como son ordinariamente los hombres.
Espero que no habrá diferencias entre ellos y yo. Antes de salir a la ciudad (
yo vivo en el campo ) me miré en el espejo, cosa que no había hecho nunca y
dediqué a mi rostro una pequeña sonrisa. Cuando me reí de que me miraba y que
sentía como un descubrimiento de mi cuerpo, me reí estrepitosamente y temí que
estuviera loco. Me tranquilicé pensando que era apenas normal, pues me cayó muy
en gracia que yo fuera así y que nunca tuve inquietud en imaginarme cómo era.
El tiempo me había señalado con sus huellas inexorables.
El primer problema que se me
presentó cuando estuve en las calles de la ciudad fue el cómo hablarle a una
mujer. Es cierto que conocía muchas novelas de amor y los trucos del erotismo.
Recordaba ahora las palpitantes escenas de Julián Sorel con la señora Renal; la
inteligencia deliberada con que Kierkegaard pone en “El Diario de un Seductor”
la manera más directa para llegar a la conquista del ser amado. Pero esto no me
alentaba. ¿Con qué pretexto iba yo a interesar a una mujer, qué palabra inicial
le diría? ¿Ese “Te amo” no estaría precedido por miradas,
coqueteos, sonrisas y leves contactos corporales? ¿Tendría fuerza para llevar
hasta el final semejante aventura? Lo primero que se me ocurrió fue
encontrarla. Pensé que luego podría confiar, atraído por sus ojos, en la fuerza
de los impulsos, que en estos casos se debe sentir uno arrebatado por una
inspiración que fluye naturalmente de lo más profundo del ser.
Ahora, recostado en mi cama, recuerdo infinidad de rostros, algunos de
ellos hermosos, otros saturados de perfumes inolvidables, de sonrisas
deliciosas, de ojos que abrían un pequeño mundo melancólico lleno de anhelos,
esperas, felicidades fracasadas.
He repetido la búsqueda varios
días. Confieso que en mi anhelo de encontrarla me he metido en los lugares más
refinados y he descendido sin escrúpulo a los más sórdidos sitios de mujeres
libertinas. Nada. He renunciado definitivamente a ella. Creo que cualquiera
estaría bien para mí, pero tengo mi fundado temor de que yo no estaría
apropiado para ninguna. Esta duda se
debe a la incapacidad de abandonarme a la posesión de otro ser.
Recuerdo con remordimiento los torpes diálogos que sostuve con algunas
mujeres y que no me hicieron muy feliz. A una que estaba sola en el banco de un
parque le dije:
-Sería el hombre más feliz si
me estuviera esperando.
Ella respondió con crueldad:
-Puede ser desgraciado, porque
espero a otro, y puede seguir su camino.
Yo me puse rojo de vergüenza y
no supe qué contestar. Como me quedé ca-llado sin saber qué hacer con los pies,
le dije: -bueno, de todos modos él ha tenido suerte.
No he vuelto a la ciudad desde
entonces. Cuando estaba en sus avenidas sentía una turbación de verme en medio
de ese oscuro y denso oleaje de la multitud, de rostros felices, puros,
intrascendentes. Una tarde, a la caída del sol, el aire parecía derretido,
sentí vértigo de verme arrastrado, sudoroso, en ese movimiento sólido y cálido
que no conducía a nada. Miré la puesta de ese sol de verano y me dije: “Mañana
no estaré y otros ojos mirarán en mi lugar un crepúsculo parecido: la
existencia es un fracaso”. Después pasó el mareo y me pareció estúpido lo que
había pensado. “Si me comparo con el sol –pensé- es porque estoy arruinado: lo
que importa es que estos ojos son míos ahora...”
Había renunciado a todo y me sentía tranquilo, pero mi vida ha sido
turbada por una nueva inquietud. Después de pasar el día encerrado en mi cuarto
salgo a recibir un poco de sol en el momento en que la tarde agoniza, cerca al
estanque, donde reverberan las orquídeas. Allí me echo sobre una yerba pura, de
cara al cielo. En el estanque saltan los peces. En la calma de tarde estival
miro el lago en su profundidad coloreada de verde. Me quedo horas enteras
mirando como salido del tiempo. Contemplo mi rostro retratado en esa calma
acuática y el movimiento de las nubes. Ayer estaba extasiado mirando el lago y
de repente, a un lado de mi imagen apareció una mujer. Me quedé quieto para no
espantar esta aparición y estaba seguro que había alguien absolutamente real a
mi lado. Hubiera podido decir hasta el color de sus ojos, verdes como el agua,
y la dulce sonrisa que se dibujaba en sus labios. Cuando intenté hablarle, las
aguas se agitaron movidas por el pecho de unas
golondri-nas que rozaron la superficie refrescante. Cuando las pequeñas
ondas del lago empezaron a morir y las aguas tornaron a su habitual serenidad,
la imagen había desaparecido. Miré los alrededores y no había nadie. Pensé que
había sido una alucinación, pero aún perduraba en mi el recuerdo de su rostro.
Esa noche me emborraché trastornado por semejante aparición.
Todas las tardes salgo al lago
para esperarla, pero la imagen no ha vuelto. Desde entonces no hago sino pensar
en ella con un sentimiento nuevo que es el amor. Ahora vivo esperando una
sombra, enamorado de una sombra. Cuarenta años de una vida de búsqueda, de
anhelos, de luchas y pasiones íntimas que culminan en un lago, en espera de
algo que no existe, instalado dolorosamente al pie de la irrealidad.
Me dejé arrastrar por estos
pensamientos melancólicos. Veía muy clara mi falsa postura en el mundo, todo
inasible y abstracto como las imágenes del cielo que se retrataban en el fondo
del lago. Con el corazón oprimido empecé a reclamarla a grandes voces. No había
duda de que la imagen correspondía a un ser real, pues una imagen no surge de
la nada. Pero ella no estaba y mis voces se perdían tiernamente sobre las
aguas. Comprendí lo irremediable de mi soledad. Esa imagen desaparecida como
por un mágico sortilegio me hizo temer que yo no fuera un ser absolutamente
real. Cuando tuve este pensamiento me provocó hundirme en el fondo del lago y
sentir una agonía real en mis pulmones, encontrar la imagen en el fondo o
perecer.
….
Llegó la noche. Mi perfil era negro bajo el cielo. Comprendí que había sido rechazado en mi esfuerzo por ingresar como cualquier hombre en el mundo de los vivos. Ahora, mirando la noche estrellada, tuve la inquietud de cómo entraría en el de los muertos. ¿Volvería todo a comenzar? Yo me había deslizado tiernamente en busca de aquella imagen que en el pasado se llamaba Babel y ahora ya no podía ni imaginarla, pero había vuelto a mi vida con ese instinto liberador, sedienta de morir a mi lado.
Me acaricio la cara con un aire casi metafísico y siento que la barba ha crecido de nuevo. Tengo un verdadero fastidio de mi cuerpo. Hasta cierto punto me desprecio por todas estas cosas que nacen en mí como una fatalidad.
( Dedicado a Luisa Sánchez de Pérez con la siguiente leyenda: “Madame:
aspiro a que este cuento sea digno de tu gusto literario. Si logro conmoverte,
se salvó. Francia habla siempre por ti: Gonzalo” )
Gonzalito te amamos de por siempre
ResponderEliminarGonzalito te amamos de por siempre
ResponderEliminarSan Gonzalo Maldito
ResponderEliminarPatrono de los tontonientos
poetontos del tontódromo
que llaman neonadaismo
Te suplico que no permitas
que publiquen tus cuentos tan malos
que no parecen escritos por ti
Ten piedad de la ignorancia
y mediocridad de tus falsos devotos
que quieres cogerte de parche
para darse bomba a sí mismos
Gonzalito del averno de las letras
te perdonamos tu mala poesía y
tus histerias personales magnificads en pataletas que hicieron historia entre los pobres de espíritu
OJALA HUBIERAN MUCHOS GONZALITOS EN ESTE MUNDO PODRIDO
ResponderEliminarGonzalo Arango, motor principal de esa lucha, gastó la mayor parte de sus energías en alimentarla, a sabiendas de que le sustraía alientos a su vocación de escritor: Me siento como si la vida me hubiera soltado de la mano -dice en carta al también nadaísta Eduardo Escobar-, existo al vaivén, ni siquiera escribo mi obra maestra. Uno es un tramposo hijo de puta. Uno se aplaza, uno se muere cada día en el reloj suizo, uno es un suicida. En 1963, a consecuencia de una declaración de Gonzalo Arango, en la que acusaba al nadaísmo de desesperación nihilista y derrotismo, sus compañeros lo quemaron simbólicamente en el puente Ortiz de la ciudad de Cali.
ResponderEliminarGonzalito te necesitamos ene sta hora donde la poesia se ha vonvertido en algo de la bolsa de valores y en algo de la bolsa personal, regresa pronto. Estoy cansado de camianr por e cnetro comiendo pandequeso de 599, de cuenta de los amgigos que ya lo miran a uno con desconfiana. te cuentoq eu soy capaz de traducitrte otda tu obra al latin, inclusive mas que aquellos que traducen y nunc hna salido del pais.
ResponderEliminarGonzálo Arango: pobre montañero de Andes que nunca pudo botar el capote, como el hamaquero y como Vitor.
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