sábado, 5 de noviembre de 2011

Thomas Bernhard.

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Poemas

Thomas Bernhard.

Víctor Bustamante

Thomas Bernhard nos recuerda como el papel del escritor es la independencia y el derecho a decir lo que se piensa en un momento en que la fragilidad de los medios ha creado una serie de escritores que opinan sobre todo dejando de lado el aspecto creativo de la literatura llevándola a la banalización.
Ante una serie de escritores funcionarios y escritores espectáculo que dilapidan su capacidad creadora, la presencia de este austríaco siempre es reconfortante.
Conocido por sus grandes novelas: Corrección, Trastorno, Extinción la obra poética de Bernhard reafirma su derecho a indagar y masacrar la oscuridad actual y a mantener su derecho a ser disidente.
Bernhard continúa esa tradición de escritores en extinción que siempre nos recuerda como existe alguien que padece y escribe el mundo contemporáneo. Junto a Beckett, Ciorán y Celine mantiene ese vigor intacto de aquellos escritores al borde del abismo que son nuestra tradición.



El día de los rostros

Mañana es el día de los rostros.
Se alzarán como el polvo
y despedazarán entre sus risas.
Mañana es el día de los rostros que cayeron
en la tierra de las papas. No puedo negar
que soy culpable de la muerte de sus retoños.
¡Soy culpable!
Mañana es el día de los rostros que portan
en su frente mi martirio,
que poseen mi obra de cada día.
Mañana es el día de los rostros que como la carne
bailan sobre la tapia del camposanto,
mostrándome el infierno.
¿Por qué he de ver el infierno? ¿Es que no hay otro
camino
hacia Dios?
Una voz: ¡No hay otro camino! Y éste
lleva por el día de los rostros,
lleva a través del infierno.


Al cementerio van mis pies

Al cementerio van mis pies,
por mil años entran al cementerio,
a la tierra que huele al mortero de las ánimas
y a los dedos de los gitanos.
Al cementerio van mis pies,
por mil años entran al cementerio,
al viento,
y a las voces de la tierra.
Al cementerio van mis pies,
por mil años entran al cementerio,
a la fuente del ruido,
a la carne,
a los pesares que hay en los corazones y los oprimen,
y a los cántaros negros
de los que el vino
de los ahumaderos y los enterradores,
el vino de los dioses campesinos
va ascendiendo.


En el jardín de la madre

En el jardín de la madre
junto con mi rastrillo los astros
que cayeron mientras estaba ausente.
La noche es cálida y mis miembros
despiden aquel origen verde,
flores y follaje,
el grito del mirlo y el rechinar de un telar.
En el jardín de la madre
piso con mis pies desnudos las testas de las serpientes
que a través del portón mohoso se asoman
con sus lenguas de fuego.
Sé que entre los arbustos moran las almas
Sé que entre los arbustos moran las almas,
las de mis padres,
en la semilla
está el dolor de mi padre
y en el gran bosque negro.
Sé que sus vidas extintas ante nuestros ojos
hallaron un refugio
en las espigas,
en la frente celeste del cielo de junio.
Sé que los difuntos son
los árboles y los vientos,
el musgo y la noche
que abriga mi tumba.


Biografía del dolor

Donde ayer dormí es hoy día de asueto. Ante
la entrada
se apilan las sillas y nadie, a quien preguntó por mí, me
ha visto.
Las aves han alzado el vuelo para dibujar mi cara
en las nubes
encima de mi casa y encima del jardín de los muertos.
Con los difuntos conversé y hablamos de la lira
del mundo
a la que sus bocas ya no engendran, ni sus labios
que hablan una lengua que al perro de mi primo aflige.
La tierra habla una lengua que nadie entiende
porque es inagotable —a ella le arranqué estrellas
y podré
en medio de la desesperación
y bebí el vino de su cántaro
cocido con mis dolores.
Estas carreteras conducen al destierro. Percibo a Dios
detrás de un vidrio y al diablo en un altavoz;
ambos llegan juntos a mi corazón
que anuncia la decadencia de las almas.
La hojarasca revolotea sin cesar por las callejuelas,
causando destrozos entre los monumentos.
En octubre quisiera soñar con la hierba.
Abajo de la puerta de casa está clavado
un mandamiento:
NO MATARÁS
Pero en el diario hay tres asesinatos cada día
que podrían ser míos o de alguno de mis amigos.
Los leo como una fábula,
de una puñalada a otra, sin aburrirme.
Mientras confunden la carne y la fama
mi alma duerme bajo el movimiento de la mano
de Dios.


Martirio

Ante el sol estoy muriendo
y ante el viento y ante los hijos que se disputan
al perro.
Estoy muriendo en un amanecer que no puede ser
un poema;
sólo triste, verde e infinito es este amanecer... mi padre y
mi madre
están en el puente, creyendo que vengo de la ciudad;
no me traen nada más que sus primaveras desmoronadas
en grandes cestos y me miran—
pero no me ven
porque estoy muriendo ante el sol.
Algún día ya no veré más los arbustos y la hierba
acogerá
la tristeza de mi hermana. El arco del portón
se pondrá negro y el firmamento ya no será inasequible
para mi desesperación... En un día
veré todo y por la mañana apagaré los ojos
de muchos...
Después vuelvo a estar entre los jazmines,
mirando al jardinero cómo ordena a los difuntos
en las eras...
Ante el sol estoy muriendo.
Estoy triste porque de nuevo hay días que ya no
vendrán... A ninguna parte.


En una alfombra de agua

En una alfombra de agua
bordo mis días,
mis dioses y mis males.
En una alfombra de hierba
bordo mis penas de rojo,
mis mañanas de azul,
mis aldeas de amarillo y mis panes de miel.
En una alfombra de tierra
bordo mi fugacidad.
Allí bordo mi noche,
mi hambre,
mi duelo
y el barco bélico de mis desesperaciones
que surca un millar de aguas,
las aguas de la inquietud,
las aguas de la inmortalidad.


Ante la aldea

Las caras que emergen del campo
me preguntan por el retorno.
Mi grito no aturde a la golondrina
que se posa sobre una rama rota.
En penumbra está mi alma a la que el viento
se lleva hasta el mar para oler la sal de la tierra.
Mi leyenda es mortal.
Debajo del árbol que semeja a mi hermano
me pongo a contar los astros de los navegantes.

La flor de mi cólera...

La flor de mi cólera crece salvaje
Y cada espiga
Perfora el cielo
De modo que la sangre gotea de mi sol
Aumentando la flor de mi amargura
De esta hierba
Se lavan mis pies
Mi pan
Oh caballero
Flor inútil
En la rueda de la noche se estrangula
La flor de mi caballero del trigo
La flor de mi alma
Mi dios me desprecia
Estoy enfermo de esta flor
Que crece roja en mi cerebro
Sobre mi dolor.


Quién en esta ciudad

¿Quién en esta ciudad es la mañana,
con qué derecho
más abierta a los hombres,
no la experiencia del guerrero
ni mi invención…

Quién en esta ciudad vivía de mí,
producía sólo un eco,
incapaz de una sola línea de verdad,
y provocaba más que el sollozar de las almas de perro
con el calor del mediodía…

Quién en esta ciudad no soporta los golpes,
el jurado de catorce horas,
los interrogantes sin pausa de la noche…
Quién en esta ciudad no moriría
al borde de las grandes frases,
fuera de los grandes libros
cayendo como caen los cerdos
en el olvido…?
Tú en el camino de los pensamientos…
campos embrutecidos humean
en medio de la perfección. (…)

3 comentarios:

  1. Sin duda uno de los grandes poetas. Me gusta ese sentido tragico de su poesia y de la manera en qeu ve la vida. Gracias

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  2. La gran pesia de los grandes escritores no necesitan cartas de presentacion. Ellos son grandes y generosos con sus palabras.

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