45 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico. Carlos Arturo Longas(I)
Carlos Arturo Longas Matiz
Víctor Bustamante
¿Cuántas veces he pasado por el frente de esta casa? Y cuántas veces me he detenido a preguntarme, ¿quién vivía ahí, o quién la diseñó y cuándo la construyeron? Su sola fachada de color crema con sus puertas verdes irisadas por el sol de la tarde le da un aspecto de nobleza que la destaca entre las demás casas. En esa esquina, aún perdura ella entre los árboles que la ocultan, pero cuyo motivo principal era airearla, es decir matizarla en medio de la naturaleza,de esa ciudad jardín que había proyectado Félix Mejía. Ahora no un Panida, aunque lo continuará siendo para la historia de la poesía sino un arquitecto de fuste y un gran dibujante.
La casa ostenta un antejardín protegido por un vallado de hierro con una base de ladrillo desnudo que da la sensación de que fue dispuesto más tarde, quitándole al conjunto cierta dignidad. Luego, a la entrada, una reja elaborada en hierro, incrustada en dos columnas con dos faroles anclados, y sobre cada columna de granito lavado que le dan la datura de haber sido construida en 1930. (En una panorámica es notorio ese concepto de ciudad. Al lado izquierdo se erige esa mansión separada de las demás, mientras un auto baja y la carrilera del tranvía aun luce su presencia).
La reja, a la entrada, es una manera de decir al visitante, y, sobre todo, al foráneo que la casa ha sido poseída por sus dueños y que es una manera de buscar la privacidad, ya que solo podremos mirar el antejardín y la fachada desde las rejas de hierro, cuyas varillas recogidas en haz, permiten al transeúnte que se aferre, que las recoja para mirar; así, el transeúnte que se aproxime se convierte en un confidente y en quién disfruta de la vista del interior. En las columnas que la soportan hay dos faroles hexagonales con su linterna de vidrio martillado y en cuadriculas que se suceden, donde la luz no da directo sino que se desplaza desde su interior, como dando cierta opacidad, que se multiplica en las diversas caras que el foco despide, y que alguna vez sirvieron para guiar al dueño a su regreso. De igual manera la luz en la noche describía el exterior y también se colaba hacia el antejardín, donde podríamos ver la fuente con la mansedumbre y tranquilidad de este espacio donde los árboles, a lo mejor, se mecían por el viento del norte que le daba ese toque que el arquitecto buscaba. Ante todo era su residencia, seguro le dio ese carácter personal para habitarla, para pasar sus horas de tranquilidad, luego del regreso de su oficina, de las diversas oficinas donde laboró, donde los proyectos lo mantenían alejado de su espacio vital.
Antes, había una fuente en mitad del antejardín para que, quien llegara, y aun más, sus habitantes escucharan el rumor del agua que persistía, como si este elemento le diera, nos diera, esa musicalidad que avanzaba sin descanso desde el continun del alba, de la mañana, del mediodía, de la tarde y del anochecer que arrulla. Pero ya la fuente no está al igual que una parte de atrás de la casa que ha sido habilitada como apartamento con la arquitectura de ocasión, como expresión de la tosquedad de otros, sus sucesores y dueños, de sacarle provecho al conjunto, así como la valla, que bordea la acera, una tela metálica, indica la protección a la vivienda y le da cierto tono de seguridad pero altera nuestra mirada y contrasta con la reja elaborada que nos ha recibido.
Al lado izquierdo hay un zaguán donde seguro ingresaron la servidumbre o, a lo mejor, también servía para el acceso de algunos animales, un caballo, a lo mejor que halaba un coche. Pero poco o casi nada sabemos de la vida de su dueño.
Entonces era otro Medellín, era otra ciudad, que se expandía hacia las laderas, con la idea de planificarla, de construir villas apartadas para que sus habitantes disfrutaran del sosiego y hubiera más comunicación con la naturaleza, que aquí perduraba con los árboles, con la fuente y con los espacios de la casa que poco a poco nos revelará sus misterios, sus secretos, porque una casa siempre los posee. Una casa define la historia personal de quién la diseñó, de quien la habitó, de quien la hizo cara a sus deseos de construirla para morar y así convertirla en el solaz y su refugio.
La fachada nos dona un zaguán a la izquierda, pero al frente se destaca nada menos que una base en piedra con las líneas blancas y allí un ventanal de cuatro hojas que debieron abrirse no solo para dar iluminación al interior de la sala sino a la frescura que se colaba al regocijo de la tarde. El ventanal remata en arco de carpanel en el que sobresale la clave. Este ventanal posee veinte postigos con los cuales puede controlar la luz y el viento, según la abertura, dándole al interior el clima deseado, y sobre las hojas otras aberturas para dejar que esa luz entre al natural así como el viento y le den fresco para climatizar la casa. Luego, arriba, en el segundo piso, sigue una ventana con antepecho en madera y sobre este una balaustrada. Un remate en arco adintelado pero suavizado con una leve curvatura hacia el extremo superior define esta ventana, para situar un balconcillo como los de las otras tres ventanas de la fachada, tribuna rasante, que sobresalen, y, sobre ella una ventana redonda, una especie de ojo de buey que le da un toque de especificidad a la fachada, ya que se aparta de las líneas rectas. Y arriba la cornisa en ángulo del techo, rematado por un antefijo central, le da ese toque tan particular, ya que ese ojo de buey, al ser en lo alto de la casa, junto al techo, da la impresión de un gran cíclope,que nos espía con su solo ojo, al romper la simetría de los ángulos de ventanas y puertas.
Luego, en el interior, buscamos la entrada donde es necesario subir tres escalas, y al mirar, arriba de ella una de las ventanas gemelas que dan el segundo piso a los dormitorios, y así, por fin entramos a la casa, por la cual pasé por su frente tantas veces, que para mí se constituye en una pregunta cenital, quién la había habitado quién la había diseñado.
Entré, entramos a la sala, y entonces me siento un usurpador del espacio sagrado del arquitecto Longas. A lo mejor, en estas dos salas, protegidas por el ventanal, él tenía no solo un recinto sino al fondo una suerte de estudio para pulir sus bocetos luego de regresar de su oficina. A lo mejor podría ser un recibidor donde las visitas que llegaban, sus amigos, se dedicaban a tocar tiple y guitarra, mientras la noche era apurada, entre algunos vinos y la música que se enseñorea, no solo en el alma sino que servía como emético, dulce alimento de algunos dioses terrestres.
Hay una placa, en el interior, dice, Hogar dulce hogar, donde corroboramos que Longas, al llegar, lo recibía esa frase que le servía de alivio, ya que lo señalaba desde lo alto en la pared antes de subir las escalas.
La cocina y, a la usanza de esos tiempos, da a la casa un toque de extrañeza, no en vano los nuevos habitantes desde hace tiempo la adecuaron a la energía eléctrica y a los otros artificios caseros que han llegado. Diagonal está el baño de inmersión.
El baño de inmersión queda después de la cocina, a la entrada a mano derecha, solo ha quedado un lugar extraño, ya que el baño de inmersión era el mismo sello de esas casas, cuando no existía el acueducto y era necesario bañarse en esa pequeña piscina hogareña, donde era posible relajarse un buen rato y sentir la caricia del agua parcialmente detenida. El agua detenida en el baño, abraza, otorga una nueva sensación de equilibrio, no es la rapidez del baño del agua que cae de la llave, en el afán de la llamada vida moderna. No, el baño de inmersión permite regresar al amnio universal y así saber que el agua forma parte de la vida cada que se va a su disfrute. Luego sigue lo que ahora es una suerte de biblioteca, pero no, nada sabemos para qué servía este espacio, por la cual nos devolvemos para las escalas interiores.
La primera planta es usada para lo híbrido entre lo privado de la casa con respecto al exterior; aun en la sala se reciben visitas, aún es posible el estudio de Longas en el vestíbulo, aun existía la costumbres familiares: la ceremonia de la cena, la ceremonia del baño.
En mitad de la casa hay una escalera para subir al segundo piso, a otra espacialidad, a los dormitorios. En el rellano hay un vitral que seguro es del mismo Longas, que ilumina de una manera preciosa a quien vaya al segundo piso. El vitral es sencillo en sus formas geométricas. Este vitral es el toque de Longas en su otro quehacer, ha dispuesto que la luz se destile al interior a partir del propio filtro de su vitral con sus rombos rojos y azules, ante los cuadrados que le imprimen un colorido a quien lo mire, en este caso, nosotros, sus visitantes. No en vano Longas, que era un experto en este arte, realizaría la decoración de interiores del salón de la asamblea, ahora Palacio de Cultura, con sus múltiples “vidrieras emplomadas” o vitrales.
Arriba, en las escalas aun con tapete, nos lleva al lugar secreto de su dueño. Los dormitorios, lugar privado por excelencia. Allí se disuelve para siempre la vida pública del señor y señora de la casa. Así como en otros cuartos, la vida de sus hijos. Desde ambas ventanas, que dan la apariencia de balcones de los dos cuartos de la fachada del segundo piso, miro afuera. El paisaje debe haber sido diferente al de 1930. Ahora se ven fachadas y la agresión de los muros de otras casas, de los autos en su desordenado ritmo. En ese momento de debió haber visto unas cuantas casas de esa ideada ciudad jardín, donde el verde era una compañía junto a los árboles que le daban solaz y frescura al ámbito.
En esta división de la casa hay un cuarto donde unos escaparates empotrados dejan ver que son de barro estas paredes. Y además, aun veo, vemos los vestigios de una pared forrada con papel de colgadura; ese papel que le daba a su interior ese toque personal, que luce unas flores como si evocara el paisaje, la naturaleza misma, como añade Proust, con deseos de asir esas ramas que replican a la naturaleza misma.
Ya en esta suerte de patio interior, seguro Longas, por la informalidad del lugar, recibió algunas visitas. En dos de sus columnas perdura la presencia de su hermano, el pintor y arquitecto Horacio Longas: son dos dibujos de él, empotrados en ambas columnas, como si estos dos mosaicos. Uno que representa un hombre, un paisa gordo con carriel y machete y en la esquina de abajo, la izquierda,una iglesia donde se enfrascan esos dos símbolos, el carriel y el machete, con la iglesia; improntas del paisa taciturno con sus dos valores el dinero y el Señor. En otro mosaico, dos mujeres en su pilón, pilan el maíz para la delicia del gourmet y una opípara cena, pura mazamorra.
Por supuesto, en la casa habita el espíritu de Longas, pero no encontramos un mueble, un escritorio, donde el arquitecto puso sus manos, guardó un plano, un escrito, el diseño de un vitral, menos hay una mesa donde él elaboró uno de sus proyectos.
He, hemos auscultado con la cámara de fotografía la casa, como si quisiéramos que esta primera mirada quedara intacta. Una casa que se merece todo el recordatorio posible –es la única que aún se encuentra intacta entre los tesoros por escudriñar y preservar de Aranjuez-.
Y es entonces cuando aparece la presencia de su arquitecto y primer habitante, Carlos Arturo Longas Matiz, que había nacido en Medellín en 1886. Él trabajó en la oficina de un arquitecto de prestigio muerto prematuramente en 1902, Antonio de J. Duque.
En 1905 para los Certámenes artísticos e industriales Longas participaría con varios proyectos para remodelación de iglesias, donde fue cuestionado por Francisco Antonio Cano, pero este también recibió las réplicas del dibujante que le daba su matiz personal al pintor consagrado, celoso del autodidacta. También Carlos Arturo Longas participaría en 1905 en la elaboración de un proyecto para el Monumento del Salvador pero su estatua con Jesús abrazado a una cruz y la voluta de una banderola no fue aceptada. En ese año, Longas, vivía en la carrera 33.
Hay un plano de la ciudad, por supuesto, de Medellín en 1906, no el Medell-out, de la exclusión de ahora, completado por Joaquín Pinillos, uno de los primeros arquitectos de la ciudad con el joven Longas. Este mapa, corrección de uno anterior, adecúa y expande el plano de la ciudad. Un mapa significa haber caminado las calles, haber conocido a fondo la ciudad. No en vano sus dos dibujantes, Pinillos y Longas, la debieron haber analizado, la debieron haber recorrido, y así nos entregan la memoria del plano para ubicar el Medellín de 1906. Isidoro Silva L. los había contratado para el primer directorio de la ciudad.
Cierto, este mapa es la primera huella de Longas, impresa y enviada desde esos años al transeúnte que ahora mira el mapa y repara en la ubicación de las trilladoras de café, en las fundiciones, en el museo, en el hipódromo, en un velódromo, -sí un velódromo-, en los parques, en las casas de beneficencia. Ahí en ese mapa se conserva una ciudad que era aún un pueblo, donde los vecinos y las familias se reconocían aun en su distancia y en su diletancia. Un libro, Kundry, de Gabriel Latorre, de 1905, es la expresión literaria de ese momento.
Longas persistiría en su labor, abriría la Agencia de Arquitectura en 1903 con Erasmo Rodríguez, Gonzalo Ángel, y Sergio Gómez. Luego en 1905 tendría otra oficina llamada El Trabajo junto a Joaquín Pinillos. Longas fue un creador, no solo elaboraba vitrales para decorar edificios, sino que también, como fotógrafo, tuvo un estudio en Jericó.
Por iniciativa de Tulio Medina, arquitecto recién graduado en Inglaterra, se creó la Sociedad de Arquitectos de Medellín en el año de 1919. Se contaba entre los participantes a Horacio M. Rodríguez, Martín Rodríguez, Enrique Olarte, Dionisio Lalinde, Roberto Flórez, Arturo Longas, Félix Mejía Arango y Francisco Navech. Hasta mediados del veinte su secretario fue el poeta Ciro Mendía, que dejaba de ser un Panida vestido con su chambergo y su capa negra con su toque de distinción que le servía de protección en las noches y dejaba sus poemas para irse a la labor que más detesta un poeta: trabajar. Ciro se turnaba con los otros poetas para publicar en los diarios y así recibir algún dinero por sus colaboraciones.
Luego, en l934, se originó la Sociedad Colombiana de Arquitectos de Antioquia con la participación de: Luis Olarte Restrepo, Juan Restrepo Álvarez, Ignacio Vieira Jaramillo, Roberto Vélez Pérez, Gerardo Posada González, Roberto Vélez Restrepo, Carlos Obregón, Jesús Mejía Montoya, contando también con: Arturo Longas, Martín Rodríguez y Félix Mejía Arango.
Longas persistiría en su necesidad de preparación profesional, ya que desde 1915 había ingresado a estudiar por correspondencia, en la Internacional Correspondence Schools de Scranton, Pensilvania, y recibiría su diploma en 1933. Ya su oficina era en Junín # 120/ 122. Esta institución había sido fundada en 1891 por Thomas J. Foster que respondía preguntas sobre minería y la maquinaria indispensable en su revista Colliery Engineer y Metal Miner, y así nació esa institución por correspondencia ante la necesidad de capacitar a los mineros, ante la sucesión de accidentes y debido a la necesidad de que se prepararan para su propia seguridad. “ICS también ofreció a sus estudiantes la oportunidad de inscribirse para cursos en el plan de cuotas. Los cursos podrían ser pagados por adelantado o en "sesenta-días-mismo-como-efectivo" base. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes optó por pagar en cuotas mensuales de tres, cinco o diez dólares. El plan de cuotas era extremadamente importante para la mayoría de los estudiantes, porque algunos de los cursos de ICS eran caros. Por ejemplo, en 1906, el curso de "Arquitectura Completa" costaba $ 110 .Estos planes de pago permitieron a las personas que no ganaban mucho aprovechar una oportunidad educativa increíble con un presupuesto”. (1)
El 12 de febrero de 1939 Longas participó en la colocación de la primera piedra del Club Campestre en el Poblado, del cual sería su constructor, ya que su hermano Horacio, había ganado el concurso.
En 1916, en la Guía Ilustrada de Medellín de Germán Hoyos, Longas aparece junto a Enrique Olarte en Boyacá número 123. Luego, en su trasiego, su oficina ya está en Bolívar 129 en 1938. Carlos Arturo Longas morirá en Medellín en el año de 1959.
Entre sus obras podríamos valorar su presencia: la Barquereña en Sabaneta, el Teatro Municipal de Aguadas, las casas de Ernesto Peláez, Alberto Echavarría, Daniel Peláez, Carlos Latorre, M.K. Rauch, Hernán Pérez, Ana Lucia Echavarría, Bernardo Mora, y la Farmacia Imperial. Él diseñó también la cúpula de la iglesia de San Antonio, luego trabajó en la Cooperativa de Habitaciones y en Colombiana de Construcciones. Es decir, Longas fue uno de los constructores de la ciudad, y aún perduran sus huellas.
Salí, salimos de la casa de Longas, esa casa que estuvo rodeada de pinos, que le daban esa apariencia de ser una mansión encantada donde los chicos del 90 iban a mirar la supuesta persona que aparecía en el ojo de buey del segundo piso. También una vecina recuerda un jardín de orquídeas que bordeaba la calle posterior de su fachada o de “encima” como dice. También allí vivió el cónsul de Holanda. Pero estos son apenas datos, fragmentos, donde intento reconstruir el hábitat de uno de los arquitectos que le dieron lustre a Aranjuez, por haber vivido allí y a la ciudad por la elaboración de algunas obras, escasas, pero valiosas, aun en pie.
La casa de los pinos, como aun, le dicen está ubicada entre San Cayetano y Aranjuez, perteneció a esa familia de artistas qué trabajaron el vidrio, vitrales, la escultura y pintura. Luego abrieron allí las oficinas de una EPS, también la Cooperativa Multiactiva, y ahora un grupo de teatro, Arlequín y los Juglares dirigido por Adriana María Diosa.
Bibliografía:
-100 años de arquitectura en Medellín 1850-1950, Banco de la Republica, Medellín, 1989.
-González, Luis Fernando. Del alarife al arquitecto, Universidad Nacional de Medellín, 2011.
-(1) http://digitalservices.scranton.edu/cdm/landingpage/collection/ics
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La casa ostenta un antejardín protegido por un vallado de hierro con una base de ladrillo desnudo que da la sensación de que fue dispuesto más tarde, quitándole al conjunto cierta dignidad. Luego, a la entrada, una reja elaborada en hierro, incrustada en dos columnas con dos faroles anclados, y sobre cada columna de granito lavado que le dan la datura de haber sido construida en 1930. (En una panorámica es notorio ese concepto de ciudad. Al lado izquierdo se erige esa mansión separada de las demás, mientras un auto baja y la carrilera del tranvía aun luce su presencia).
La reja, a la entrada, es una manera de decir al visitante, y, sobre todo, al foráneo que la casa ha sido poseída por sus dueños y que es una manera de buscar la privacidad, ya que solo podremos mirar el antejardín y la fachada desde las rejas de hierro, cuyas varillas recogidas en haz, permiten al transeúnte que se aferre, que las recoja para mirar; así, el transeúnte que se aproxime se convierte en un confidente y en quién disfruta de la vista del interior. En las columnas que la soportan hay dos faroles hexagonales con su linterna de vidrio martillado y en cuadriculas que se suceden, donde la luz no da directo sino que se desplaza desde su interior, como dando cierta opacidad, que se multiplica en las diversas caras que el foco despide, y que alguna vez sirvieron para guiar al dueño a su regreso. De igual manera la luz en la noche describía el exterior y también se colaba hacia el antejardín, donde podríamos ver la fuente con la mansedumbre y tranquilidad de este espacio donde los árboles, a lo mejor, se mecían por el viento del norte que le daba ese toque que el arquitecto buscaba. Ante todo era su residencia, seguro le dio ese carácter personal para habitarla, para pasar sus horas de tranquilidad, luego del regreso de su oficina, de las diversas oficinas donde laboró, donde los proyectos lo mantenían alejado de su espacio vital.
Antes, había una fuente en mitad del antejardín para que, quien llegara, y aun más, sus habitantes escucharan el rumor del agua que persistía, como si este elemento le diera, nos diera, esa musicalidad que avanzaba sin descanso desde el continun del alba, de la mañana, del mediodía, de la tarde y del anochecer que arrulla. Pero ya la fuente no está al igual que una parte de atrás de la casa que ha sido habilitada como apartamento con la arquitectura de ocasión, como expresión de la tosquedad de otros, sus sucesores y dueños, de sacarle provecho al conjunto, así como la valla, que bordea la acera, una tela metálica, indica la protección a la vivienda y le da cierto tono de seguridad pero altera nuestra mirada y contrasta con la reja elaborada que nos ha recibido.
Al lado izquierdo hay un zaguán donde seguro ingresaron la servidumbre o, a lo mejor, también servía para el acceso de algunos animales, un caballo, a lo mejor que halaba un coche. Pero poco o casi nada sabemos de la vida de su dueño.
Entonces era otro Medellín, era otra ciudad, que se expandía hacia las laderas, con la idea de planificarla, de construir villas apartadas para que sus habitantes disfrutaran del sosiego y hubiera más comunicación con la naturaleza, que aquí perduraba con los árboles, con la fuente y con los espacios de la casa que poco a poco nos revelará sus misterios, sus secretos, porque una casa siempre los posee. Una casa define la historia personal de quién la diseñó, de quien la habitó, de quien la hizo cara a sus deseos de construirla para morar y así convertirla en el solaz y su refugio.
La fachada nos dona un zaguán a la izquierda, pero al frente se destaca nada menos que una base en piedra con las líneas blancas y allí un ventanal de cuatro hojas que debieron abrirse no solo para dar iluminación al interior de la sala sino a la frescura que se colaba al regocijo de la tarde. El ventanal remata en arco de carpanel en el que sobresale la clave. Este ventanal posee veinte postigos con los cuales puede controlar la luz y el viento, según la abertura, dándole al interior el clima deseado, y sobre las hojas otras aberturas para dejar que esa luz entre al natural así como el viento y le den fresco para climatizar la casa. Luego, arriba, en el segundo piso, sigue una ventana con antepecho en madera y sobre este una balaustrada. Un remate en arco adintelado pero suavizado con una leve curvatura hacia el extremo superior define esta ventana, para situar un balconcillo como los de las otras tres ventanas de la fachada, tribuna rasante, que sobresalen, y, sobre ella una ventana redonda, una especie de ojo de buey que le da un toque de especificidad a la fachada, ya que se aparta de las líneas rectas. Y arriba la cornisa en ángulo del techo, rematado por un antefijo central, le da ese toque tan particular, ya que ese ojo de buey, al ser en lo alto de la casa, junto al techo, da la impresión de un gran cíclope,que nos espía con su solo ojo, al romper la simetría de los ángulos de ventanas y puertas.
Luego, en el interior, buscamos la entrada donde es necesario subir tres escalas, y al mirar, arriba de ella una de las ventanas gemelas que dan el segundo piso a los dormitorios, y así, por fin entramos a la casa, por la cual pasé por su frente tantas veces, que para mí se constituye en una pregunta cenital, quién la había habitado quién la había diseñado.
Entré, entramos a la sala, y entonces me siento un usurpador del espacio sagrado del arquitecto Longas. A lo mejor, en estas dos salas, protegidas por el ventanal, él tenía no solo un recinto sino al fondo una suerte de estudio para pulir sus bocetos luego de regresar de su oficina. A lo mejor podría ser un recibidor donde las visitas que llegaban, sus amigos, se dedicaban a tocar tiple y guitarra, mientras la noche era apurada, entre algunos vinos y la música que se enseñorea, no solo en el alma sino que servía como emético, dulce alimento de algunos dioses terrestres.
Hay una placa, en el interior, dice, Hogar dulce hogar, donde corroboramos que Longas, al llegar, lo recibía esa frase que le servía de alivio, ya que lo señalaba desde lo alto en la pared antes de subir las escalas.
La cocina y, a la usanza de esos tiempos, da a la casa un toque de extrañeza, no en vano los nuevos habitantes desde hace tiempo la adecuaron a la energía eléctrica y a los otros artificios caseros que han llegado. Diagonal está el baño de inmersión.
El baño de inmersión queda después de la cocina, a la entrada a mano derecha, solo ha quedado un lugar extraño, ya que el baño de inmersión era el mismo sello de esas casas, cuando no existía el acueducto y era necesario bañarse en esa pequeña piscina hogareña, donde era posible relajarse un buen rato y sentir la caricia del agua parcialmente detenida. El agua detenida en el baño, abraza, otorga una nueva sensación de equilibrio, no es la rapidez del baño del agua que cae de la llave, en el afán de la llamada vida moderna. No, el baño de inmersión permite regresar al amnio universal y así saber que el agua forma parte de la vida cada que se va a su disfrute. Luego sigue lo que ahora es una suerte de biblioteca, pero no, nada sabemos para qué servía este espacio, por la cual nos devolvemos para las escalas interiores.
La primera planta es usada para lo híbrido entre lo privado de la casa con respecto al exterior; aun en la sala se reciben visitas, aún es posible el estudio de Longas en el vestíbulo, aun existía la costumbres familiares: la ceremonia de la cena, la ceremonia del baño.
En mitad de la casa hay una escalera para subir al segundo piso, a otra espacialidad, a los dormitorios. En el rellano hay un vitral que seguro es del mismo Longas, que ilumina de una manera preciosa a quien vaya al segundo piso. El vitral es sencillo en sus formas geométricas. Este vitral es el toque de Longas en su otro quehacer, ha dispuesto que la luz se destile al interior a partir del propio filtro de su vitral con sus rombos rojos y azules, ante los cuadrados que le imprimen un colorido a quien lo mire, en este caso, nosotros, sus visitantes. No en vano Longas, que era un experto en este arte, realizaría la decoración de interiores del salón de la asamblea, ahora Palacio de Cultura, con sus múltiples “vidrieras emplomadas” o vitrales.
Arriba, en las escalas aun con tapete, nos lleva al lugar secreto de su dueño. Los dormitorios, lugar privado por excelencia. Allí se disuelve para siempre la vida pública del señor y señora de la casa. Así como en otros cuartos, la vida de sus hijos. Desde ambas ventanas, que dan la apariencia de balcones de los dos cuartos de la fachada del segundo piso, miro afuera. El paisaje debe haber sido diferente al de 1930. Ahora se ven fachadas y la agresión de los muros de otras casas, de los autos en su desordenado ritmo. En ese momento de debió haber visto unas cuantas casas de esa ideada ciudad jardín, donde el verde era una compañía junto a los árboles que le daban solaz y frescura al ámbito.
En esta división de la casa hay un cuarto donde unos escaparates empotrados dejan ver que son de barro estas paredes. Y además, aun veo, vemos los vestigios de una pared forrada con papel de colgadura; ese papel que le daba a su interior ese toque personal, que luce unas flores como si evocara el paisaje, la naturaleza misma, como añade Proust, con deseos de asir esas ramas que replican a la naturaleza misma.
Ya en esta suerte de patio interior, seguro Longas, por la informalidad del lugar, recibió algunas visitas. En dos de sus columnas perdura la presencia de su hermano, el pintor y arquitecto Horacio Longas: son dos dibujos de él, empotrados en ambas columnas, como si estos dos mosaicos. Uno que representa un hombre, un paisa gordo con carriel y machete y en la esquina de abajo, la izquierda,una iglesia donde se enfrascan esos dos símbolos, el carriel y el machete, con la iglesia; improntas del paisa taciturno con sus dos valores el dinero y el Señor. En otro mosaico, dos mujeres en su pilón, pilan el maíz para la delicia del gourmet y una opípara cena, pura mazamorra.
Por supuesto, en la casa habita el espíritu de Longas, pero no encontramos un mueble, un escritorio, donde el arquitecto puso sus manos, guardó un plano, un escrito, el diseño de un vitral, menos hay una mesa donde él elaboró uno de sus proyectos.
He, hemos auscultado con la cámara de fotografía la casa, como si quisiéramos que esta primera mirada quedara intacta. Una casa que se merece todo el recordatorio posible –es la única que aún se encuentra intacta entre los tesoros por escudriñar y preservar de Aranjuez-.
Y es entonces cuando aparece la presencia de su arquitecto y primer habitante, Carlos Arturo Longas Matiz, que había nacido en Medellín en 1886. Él trabajó en la oficina de un arquitecto de prestigio muerto prematuramente en 1902, Antonio de J. Duque.
En 1905 para los Certámenes artísticos e industriales Longas participaría con varios proyectos para remodelación de iglesias, donde fue cuestionado por Francisco Antonio Cano, pero este también recibió las réplicas del dibujante que le daba su matiz personal al pintor consagrado, celoso del autodidacta. También Carlos Arturo Longas participaría en 1905 en la elaboración de un proyecto para el Monumento del Salvador pero su estatua con Jesús abrazado a una cruz y la voluta de una banderola no fue aceptada. En ese año, Longas, vivía en la carrera 33.
Hay un plano de la ciudad, por supuesto, de Medellín en 1906, no el Medell-out, de la exclusión de ahora, completado por Joaquín Pinillos, uno de los primeros arquitectos de la ciudad con el joven Longas. Este mapa, corrección de uno anterior, adecúa y expande el plano de la ciudad. Un mapa significa haber caminado las calles, haber conocido a fondo la ciudad. No en vano sus dos dibujantes, Pinillos y Longas, la debieron haber analizado, la debieron haber recorrido, y así nos entregan la memoria del plano para ubicar el Medellín de 1906. Isidoro Silva L. los había contratado para el primer directorio de la ciudad.
Cierto, este mapa es la primera huella de Longas, impresa y enviada desde esos años al transeúnte que ahora mira el mapa y repara en la ubicación de las trilladoras de café, en las fundiciones, en el museo, en el hipódromo, en un velódromo, -sí un velódromo-, en los parques, en las casas de beneficencia. Ahí en ese mapa se conserva una ciudad que era aún un pueblo, donde los vecinos y las familias se reconocían aun en su distancia y en su diletancia. Un libro, Kundry, de Gabriel Latorre, de 1905, es la expresión literaria de ese momento.
Longas persistiría en su labor, abriría la Agencia de Arquitectura en 1903 con Erasmo Rodríguez, Gonzalo Ángel, y Sergio Gómez. Luego en 1905 tendría otra oficina llamada El Trabajo junto a Joaquín Pinillos. Longas fue un creador, no solo elaboraba vitrales para decorar edificios, sino que también, como fotógrafo, tuvo un estudio en Jericó.
Por iniciativa de Tulio Medina, arquitecto recién graduado en Inglaterra, se creó la Sociedad de Arquitectos de Medellín en el año de 1919. Se contaba entre los participantes a Horacio M. Rodríguez, Martín Rodríguez, Enrique Olarte, Dionisio Lalinde, Roberto Flórez, Arturo Longas, Félix Mejía Arango y Francisco Navech. Hasta mediados del veinte su secretario fue el poeta Ciro Mendía, que dejaba de ser un Panida vestido con su chambergo y su capa negra con su toque de distinción que le servía de protección en las noches y dejaba sus poemas para irse a la labor que más detesta un poeta: trabajar. Ciro se turnaba con los otros poetas para publicar en los diarios y así recibir algún dinero por sus colaboraciones.
Luego, en l934, se originó la Sociedad Colombiana de Arquitectos de Antioquia con la participación de: Luis Olarte Restrepo, Juan Restrepo Álvarez, Ignacio Vieira Jaramillo, Roberto Vélez Pérez, Gerardo Posada González, Roberto Vélez Restrepo, Carlos Obregón, Jesús Mejía Montoya, contando también con: Arturo Longas, Martín Rodríguez y Félix Mejía Arango.
Longas persistiría en su necesidad de preparación profesional, ya que desde 1915 había ingresado a estudiar por correspondencia, en la Internacional Correspondence Schools de Scranton, Pensilvania, y recibiría su diploma en 1933. Ya su oficina era en Junín # 120/ 122. Esta institución había sido fundada en 1891 por Thomas J. Foster que respondía preguntas sobre minería y la maquinaria indispensable en su revista Colliery Engineer y Metal Miner, y así nació esa institución por correspondencia ante la necesidad de capacitar a los mineros, ante la sucesión de accidentes y debido a la necesidad de que se prepararan para su propia seguridad. “ICS también ofreció a sus estudiantes la oportunidad de inscribirse para cursos en el plan de cuotas. Los cursos podrían ser pagados por adelantado o en "sesenta-días-mismo-como-efectivo" base. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes optó por pagar en cuotas mensuales de tres, cinco o diez dólares. El plan de cuotas era extremadamente importante para la mayoría de los estudiantes, porque algunos de los cursos de ICS eran caros. Por ejemplo, en 1906, el curso de "Arquitectura Completa" costaba $ 110 .Estos planes de pago permitieron a las personas que no ganaban mucho aprovechar una oportunidad educativa increíble con un presupuesto”. (1)
El 12 de febrero de 1939 Longas participó en la colocación de la primera piedra del Club Campestre en el Poblado, del cual sería su constructor, ya que su hermano Horacio, había ganado el concurso.
En 1916, en la Guía Ilustrada de Medellín de Germán Hoyos, Longas aparece junto a Enrique Olarte en Boyacá número 123. Luego, en su trasiego, su oficina ya está en Bolívar 129 en 1938. Carlos Arturo Longas morirá en Medellín en el año de 1959.
Entre sus obras podríamos valorar su presencia: la Barquereña en Sabaneta, el Teatro Municipal de Aguadas, las casas de Ernesto Peláez, Alberto Echavarría, Daniel Peláez, Carlos Latorre, M.K. Rauch, Hernán Pérez, Ana Lucia Echavarría, Bernardo Mora, y la Farmacia Imperial. Él diseñó también la cúpula de la iglesia de San Antonio, luego trabajó en la Cooperativa de Habitaciones y en Colombiana de Construcciones. Es decir, Longas fue uno de los constructores de la ciudad, y aún perduran sus huellas.
Salí, salimos de la casa de Longas, esa casa que estuvo rodeada de pinos, que le daban esa apariencia de ser una mansión encantada donde los chicos del 90 iban a mirar la supuesta persona que aparecía en el ojo de buey del segundo piso. También una vecina recuerda un jardín de orquídeas que bordeaba la calle posterior de su fachada o de “encima” como dice. También allí vivió el cónsul de Holanda. Pero estos son apenas datos, fragmentos, donde intento reconstruir el hábitat de uno de los arquitectos que le dieron lustre a Aranjuez, por haber vivido allí y a la ciudad por la elaboración de algunas obras, escasas, pero valiosas, aun en pie.
La casa de los pinos, como aun, le dicen está ubicada entre San Cayetano y Aranjuez, perteneció a esa familia de artistas qué trabajaron el vidrio, vitrales, la escultura y pintura. Luego abrieron allí las oficinas de una EPS, también la Cooperativa Multiactiva, y ahora un grupo de teatro, Arlequín y los Juglares dirigido por Adriana María Diosa.
Bibliografía:
-100 años de arquitectura en Medellín 1850-1950, Banco de la Republica, Medellín, 1989.
-González, Luis Fernando. Del alarife al arquitecto, Universidad Nacional de Medellín, 2011.
-(1) http://digitalservices.scranton.edu/cdm/landingpage/collection/ics
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