sábado, 28 de abril de 2018

LA PAZ TOTALITARIA Darío Ruiz Gómez




LA PAZ TOTALITARIA

Darío Ruiz Gómez

Aquello  que  los firmantes del llamado acuerdo de Paz no alcanzaron a prever – al olvidar  que somos un Estado de Derecho-  es  el hecho de que  la Paz no  iba a comenzar  a partir del supuesto abandono de las  armas,  ya  que, precisamente,  a partir de este momento  era  necesario contar con los imprevistos  que inevitablemente  surgen  cuando  es imposible calcular  los efectos colaterales de una  violencia  de  una complejidad  nacida de  la “justificación teórica” de delitos de lesa humanidad  como el secuestro, la relación con organizaciones internacionales del crimen.  Complejidad  presente a medida que  se va haciendo  visible  el  país que  desapareció  de nuestra vista  secuestrado por  esos  grupos violentos, nada menos que el país de las víctimas reales.  Recordemos una vez más que  esta  guerrilla   justificó   la lucha armada   a nombre de ” la guerra contra el imperialismo”  y  crear “la patria del proletariado”, tópicos  oportunistas  que la realidad se ha encargado de  derrumbar  estrepitosamente cuando  se  ha comenzado a conocer el comportamiento  de estos supuestos “Robin  Hood”  y  en Facebook  se han  encontrado con unos nuevos ricos cuyas familias  aburridamente se pasean por las grandes capitales de Europa. ¿Dónde está su supuesta y pregonada fraternidad si dejaron abandonado  al  guerrillero  raso  en las cárceles y en los inhóspitos campamentos? ¿A quién le han pedido perdón por los sufrimientos infringidos?  El Acuerdo de Paz al negarse  a  la posibilidad  de  que  pudiera surgir una investigación  sobre  temas neurálgicos  se convirtió de inmediato  en un discurso  abiertamente  totalitario  que ha funcionado  censurando  a quienes, como las víctimas,  denuncian los  graves fallos de una paz diseñada  por los victimarios. Se entiende  entonces  que los medios  justifiquen  el fin y que no se puedan  hacer preguntas sobre el papel de Romaña en ese mar de coca de Tumaco donde fijó su residencia.

El  postconflicto  debió suponer  lo contrario: la incorporación  del  disenso, de la controversia, de la participación activa de las víctimas, el regreso a los principios  de la justicia universal, la  presencia de  conceptos  políticos  renovadores . ¿Claudicó España ante la ETA o exigió el previo desmonte de ésta y de sus grupos armados como condición para integrarse a la democracia?  ¿Para qué renunciar a la lucha armada si no se renunciaba a la  barbarie de prácticas delictivas?  ¿Un Tribunal de la Verdad para enjuiciar supuestos paramilitares  o para exigir de parte de las Farc la verdad sobre el narcotráfico? Como lo ha mostrado Le Carré al analizar  la tarea  del agente encubierto,  lo que se esconde detrás de la escenificación  de este tipo de  pacto  es siempre una densa y tortuosa trama caracterizada  por su dependencia inevitable  hacia  innombrables  intereses donde las  fronteras  entre el delito y la ley  llegan a desvanecerse:  el comienzo del  fin de la trama.  Santrich  fue el detonante  esperado no sólo para hacer visible el poder del narcotráfico  doblegando conciencias  de lado y lado sino para mostrar los inverosímiles alcances de la corrupción capaz de colocar a la justicia contra la pared  merced  al sofisma de que el narcotraficante es condenable solamente  cuando es sorprendido por la DEA mientras  el corrupto que se ha robado miles de millones de Odebrecht, Reficar y el Programa para los reinsertados, puede esperar a que un juez venal  olvide su delito.

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