sábado, 17 de marzo de 2018

RELATOS MORALES Y NO TAN MORALES / Iván David Currea





RELATOS MORALES Y NO TAN MORALES

Iván David Currea

Tiempo:

Van dos personas caminando, cada una por un diferente lugar, ¿Dónde? En ninguna parte. Al cabo de varios años, miles tal vez, tras una corta caminata, se encuentran estas dos personas. Ambas se sorprenden con una leve timidez, pues no habían visto rostro alguno desde hace algún largo tiempo. Se saludan e inician a hablar. Tras una corta plática, unos cientos de días tal vez, una de las personas decide preguntarle a la otra: “Y tú, ¿Por qué estás aquí?”. A lo que la otra responde con un inmenso aire de melancolía (como llevaba haciendo la mayoría de tiempo): “Me deprime la tristeza”. La primera persona empieza a reírse fingidamente y le dice: “¡Pero qué tonto! Es de suponer que la tristeza debe deprimir, no te sientas raro”. Su compañera al oír esto pone gesto de rabia y le responde: “¡Mentira! He conocido personas, he conocido lugares, he conocido a Dios, y he podido comprobar que la tristeza alegra a ciertas personas, a otras en cambio las sorprende, a otra las intriga, a otras las enoja. Pero si hay algo cierto es que la tristeza jamás debe deprimir, o dime, ¿Acaso has llorado al darte cuenta de que estás metido en este tiempo sin sentido?”. La otra persona no responde, pero se queda pensando y concluye preguntando: “¿Por qué no has acabado con esto entonces?”. La persona responde: “En esta vida no nos debemos apurar, pues en esta existencia, tiempo es lo que nos sobra”. Se despiden formalmente y siguen su ruta por lugares distintos. Sin rumbo, sin esperanzas. Tal vez sigan avanzando sin camino, planteándose preguntas absurdas y esperando encontrarse nuevamente, y muy probablemente, pero en un tiempo muy, muy lejano, cientos de miles de años o más, se encontrarán. Hasta entonces solo queda caminar y ver cómo pasa el tiempo.



Una historia indiscreta:

Adolescente, impulsivo, ansioso y virgen. Este es Brenton, un chico de catorce años víctima de la violencia familiar, pero no se sientan mal por él, en el país donde vive esto es absolutamente natural, y ni a él ni al resto de su círculo social les afecta esto así que da igual. Brenton tiene cuatro especiales cualidades, y las cuatro están relacionadas con la adicción: adicción al pegamento, adicción a la heroína, adicción a la cocaína y sus derivados, y la última y más especial, adicción a la masturbación.
Brenton es partidario del placer, y piensa que esto debería ser el centro de la vida de cada humano, pero entiende que no puede controlar la vida de los demás, así que solamente pone en práctica esta filosofía con su vida.
Brenton se vio obligado a acabar con la vida de otro adolescente de su colonia, pues éste quería quitarle su revista pornográfica, el único elemento literario con el que creció, él, al realizar esta acción sintió un placer distinto, un placer nuevo, un placer que no sentía al inyectarse, ni al oler una línea de perico, ni al inhalar solventes, y lo que más le sorprendió, un placer que no se podía comparar con la infinita y hermosa sensación que sentía al eyacular sobre sus manos. Ahora Brenton tiene una nueva adicción, una quinta cualidad.
Hoy Brenton se da placer en una celda mugrienta, y no por haber matado a ese otro muchacho, pues a quién le importa la vida de un indigente. Hoy Brenton se pudre en una celda como consecuencia de acabar con la vida de su santa madre y del imbécil de su padre, y unas cuantas personas más que a nadie le importan, y qué honor más grande que ser asesinado por la sangre de uno mismo, por esta razón Brenton en su celda no se arrepiente de nada; pero lo que más le gusta a Brenton de este hermoso lugar es que puede estimularse en paz, y bueno, algún que otro día cuando los otros presos entran a jugar con él, es doloroso pero piensa que vale la pena, una nueva adicción está naciendo, una sexta cualidad.
  

 Inocencia:

Miradas de culpa caen sobre mí,
lluvia ácida de incomodidad recae en mi rostro aparentemente contento.
Es difícil caminar así, sabiendo que no todo es igual,
que cada paso que doy es un paso que me acerca al juicio del que soy juez, abogado, acusado, y por qué no, jurado.
Ahora es tiempo de demostrar mi inocencia, todo está a mi favor.
Me pregunto y me doy cuenta que no tengo que demostrar nada,
si es mi ser el que inspira tal degradada emoción de culpa sobre mis acusadores, así debe ser, cumpliré con mi papel de mesías y no haré nada, decisión constante a lo largo de mi vida.
Me queda probar mi inocencia ante mí mismo,
me queda aún esperar un veredicto dictado por mi corazón, mi razón, y tal vez mi sentido del tacto.
Soy inocente, lo sé, siempre lo sabré,
aunque este don siempre me hará parecer culpable,
aunque todo siga a mi favor,
aunque todo siempre haya estado a mi favor,
aunque la inocencia sea evidente y se pueda olfatear el día de mi juicio
jamás podré demostrar mi inocencia ante mí.
Esperaré el juicio, pues no tengo nada más que hacer,
lo estaré esperando tomando una buena dosis de cianuro
dentro del ataúd que me tiene atado a este juicio sin sentencia.

  
Una triste visión del recuerdo:

Olvido mío que veo reflejado en el anaranjado del atardecer,
atardecer de un nuevo día lleno de frustración, de aburrimiento;
color naranja camuflado en el escondite del sol,
que demuestra estrés, odio y fastidio;
nostalgia que invade el nuevo día, el nuevo año.
¿Qué sentido tiene recordar,
cuando recordar es el acto más grande de egoísmo,
cuando la tragedia se convierte en rutina
y ante esto solo se puede fingir indiferencia?
Olvido que me causa tristeza…
Va siendo hora de abandonar la nave del recuerdo.

  
Un amanecer sin rocío:

Y aún encerrado en cuatro paredes,
siento la vista encima de mí; nervioso y aterrado pero conforme
me he acostumbrado al calor de la fría brisa
que inunda las mañanas de melancolía a su paso…
Una melancolía con sabor a esperanza de cambio,
de un nuevo día lleno de lo mismo
con aires de provecho, pero a fin de cuentas lo mismo.
He intentado huir de estas paredes, es fácil,
es mi deseo de permanecer junto a lo que me causa dolor,
a lo que me recuerda que puedo sentir,
lo que me hace quedarme aquí, atrapado,
es mi deseo estar acá,
rogando a gritos al dios que me abandonó aquel día
que me saque de aquí,
y así poder escupir en su mano cuando sea tan amable de tendérmela.
Mientras llega ese día estaré escuchando canciones de locura encerrado,
así me acostumbraré a cuando tenga que ver el mundo con mis ojos.


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