sábado, 3 de marzo de 2018

Puesto de Combate 84 de Milcíades Arévalo / Víctor Bustamante


Puesto de Combate 84 / Milcíades Arévalo

Víctor Bustamante

Ante lo que alguna vez llamaban Deleuze y Guattari, crear “máquinas de guerra”, en el sentido de existir, pero construyendo y produciendo ante una realidad que no está aún terminada ni determinada; o sea, ante el derecho a que la existencia sea digna y vital, apuntan a que es necesario crearla y, sobre todo, mantenerla a flote  para mostrar y compartir su trabajo literario desde diversas ópticas. En esta dirección, recordemos como las últimas grandes iniciativas en materia de revistas relevantes de este género han sido disimiles en Bogotá. Letras nacionales, en los años 60, dirigida por Manuel Zapata Olivella, daba más énfasis a escritores nacionales. Le dio cabida a diversos movimientos, y opciones creativas. Una de ellas, la discusión de Gonzalo Arango con Jorge Zalamea. Otra donde se le hace un homenaje al gran León de Greiff, y allí mismo la escritora Fanny Buitrago reniega del nadaísmo.  Otra revista, Nadaísmo-70 se publicó unos 8 números, y era más que un grupo muy unido, muy temido, que abrió las puertas a cómo mirar la literatura de otra manera, lejos de la comodidad de diván, nunca selecto del realismo mágico y de la escritura de la tierra. Golpe de Dados muy articulada a su director, con un ego muy grandioso y de una poseía muy urbana en el sentido estricto del término, como fue Mario Rivero. Aun, en estas revistas, existía el derecho a la esperanza, es decir a la utopía, como la manera de una generación a establecer sus preguntas, sus dicterios, su poesía. Me refiero a estas tres revistas por ser iniciativa de personas que necesitaban instaurar su presencia en la capital, paradójicamente escritores llegados de afuera de Bogotá, pero ya establecidos allí. Eco, con Juan Gustavo Cobo Borda como jefe de redacción, conjugaba escritores extranjeros con algunos del país. Su lectura era, aún es, un preciado encuentro por la probidad y por los autores que abrían esa ventana para comprender otras sensibilidades; además era el tesoro publicado por la Librería  Buchholtz. Luego hubo un intento del inefable Moreno-Duran, con su prolepsis, por establecer un émulo latinoamericano de Quimera, con licencia de la edición española, que duró pocos números, ya que, como su nombre lo definía, era más latinoamericana, es decir pendiente de lo de afuera y no del país, de las entrañas de la creación colombiana, por una razón de peso, RH quería el reconocimiento exterior, lo cual no llegó como lo buscaba, y así la revista naufragó al convertirse en un refrito de su original. No me referiré a El Malpensante, ya que como lo definió alguno de sus directores, Mario Jursich, el de los Glimpses, durante un encuentro de revistas en Medellín, que ellos andaban más pendientes y pensantes en la literatura anglosajona, motivo por lo cual, creo, también deberían buscar sus lectores allá. Prefirieron más al admirado Wilde que a Gonzalo, o a cualquier narrador de alguna parte del país, en ese énfasis del arribismo intelectual del acomplejado colombiano. En este mismo sentido marcha Arcadia produciendo refritos de afuera, más sintonizada con lo exterior, y eso sí sin ninguna utopía debido a los negocios y a la manipulación de sus marcas publicitarias, es decir, el mundo acaramelado del márquetin editorial y del espectáculo, con una definición muy propia: la cultura del entretenimiento, nunca de la creación personal. No me referiré a los leídos y extrañados suplementos editoriales de los diarios porque hace años naufragaron, cuando el periodismo olvidó que venía y viene de la literatura y dejaron de lado a los creadores, por el servilismo con las noticias, lejos de la poesía como estremecimiento nacional y cerca al fútbol como anestésico mundial. Es decir el camino que ha llevado al analfabetismo en medio de todas las posibilidades de lectura.

Por esa razón recobro la labor de Milcíades Arévalo lejos de esas disquisiciones. Él, más práctico, ya se había dedicado a poner a prueba, Puesto de Combate, aquí en el trópico traidor, otorgándole a su revista un aire diferente, donde caben los escritores del país, ya sea de algún rango creativo notorio, así como aquellos que comienzan y despunten con su talento. Por esa razón al leer u último número, el 84, se evidencia aun ese propósito de Milcíades, apartarse de la élite bogotana que aun piensa que son ellos quienes deciden en conjunto, añadir quien es el poeta nacional, así en mayúsculas o el novelista a promover, dejando de lado o que se escribe en el resto del país, que es una sucesión de ciudades. Total, en esta revista creada desde 1972, es posible rastrear la literatura que se ha escrito en Colombia. Milcíades lo ha hecho posible, desde su bonhomía, su magnanimidad, y, sobre todo, al alejarse de lo establecido porque él ha salido a visitar esas ciudades para escuchar y leer otras voces.

Este número trae material de lectura significativo. Material donde se entrelazan ensayos, conversaciones, poemas, entrevistas. Es decir, una ventana a la creatividad. A los que en su momento tienen que decir algo y lo dicen porque estas páginas de Puesto de Combate están abiertas para el diálogo, para la apertura, para vivir en estas páginas el quehacer literario.

Hay un texto sobre Luis Vidales escrito por su sobrino poeta donde revindica uno de los libros de poesía más esenciales y pocos mencionados en la poesía colombiana: Suenan timbres que es un libro que deja ver el humor, deja notar la sensibilidad de un poeta que sacude, en su momento, la forma de escribir en el país. Un país donde Julio Flores-Negras, al decir de Gonzalo Arango, se había enseñoreado con su poesía mortuoria y sentimental. Además, cómo olvidar a Luis Vidales, junto a Luis Tejada, a León de Greiff que formaron ese grupo, Los Nuevos, acaso el grupo poético de más influjo en el país en la década del 20.

Otro texto que llama la atención, es el cruce de cartas entre Robinson Quintero y Jorge García Bustamante. Robinson, lejos de su isla, insiste en contar que lee una biografía de Esenin, y más aterrizado García Bustamante persiste en recomendar que lee Arenas movedizas de Henning Mankell. Este diálogo, aunque Quintero insiste en verse como erudito, a veces se apaga, otras veces se reactiva, ya que son correos electrónicos, con algo meritorio, nunca escritos de afán sino regresando al género epistolar, donde García Bustamante menciona a Porfirio y le da cierto sentido a sus deseos de proporcionar pasión al intercambio, así critique tanto la llegada del papa, lo cual le molesta que vaya a México. Prosigue Robinson Quintero mencionando a Isadora, otra vez a Esenin que parece lo cautiva con un poema normal del ruso, más iluso que nosotros, “Hombre negro”, donde Quintero trata de encontrar el gran misterio que no lo tiene en ningún momento, sino de verse descrestado por los atisbos del suicidio teatral del contemplado Esenin.

Hay un ensayo de Milcíades Arévalo “El maestro”, sobre el escultor, Emiro Garzón Triviño. Este texto indaga en la Jagua, donde vive el escultor, y es una manera de buscar  en la Colombia profunda y olvidada un ser de esos quilates.

Entre los poetas leo un verso ingenuo, flojísimo, de Armando Orozco cuando añade en el poema “Carlos Marx”, ¿Dónde pudiste robar encadenado a tu silla tanto amor hacia el hombre?”. No sé si Orozco no sabía que Marx odiaba a los poetas. No en vano le dijo a su mujer que no quería que su hija Laura siguiera una relación con el poeta Paul Lafargue, a  quien llamaba despectivamente el Negro. Este verso diverso de Orozco parece pertenecer a la ingenuidad neo mística cristiana con la que muchos mamertos en fila india y no india hablan de esa fraternidad de mentiras que sacan de sus bolsillos de vez en cuando.

Pero Puesto de Combate es más, leo algunos poemas muy precisos y preciados de Pedro Arturo Estrada ya muy defindo en su temática. Leo poemas atinados de Omar Ardila, un sentido poema de Verano Brisas dedicado al director de teatro Gilberto Martínez, y además, un descubrimiento muy especial una poeta, Daniela Lesmes. También John Sosa, el poeta, reflexiona sobre su relación e historia con las cometas que son su halago, su pasión y su ordalía.

En síntesis, Puesto de Combate, es la meritoria revista que, desde Bogotá, da la medida de los escritores que a nivel nacional persisten, aún creativos. Es la revista que expresa una manera de comunicarse desde la capital, donde Milcíades Arévalo. – de quien es necesario mirar la obra literaria en conjunto, así como su trabajo fotográfico– le imprime su carácter de ser abierto, inteligente, sensible y dispuesto a mostrar escritores, ya sean narradores y poetas, desde su énfasis creativo. Hay tanto esfuerzo y persistencia de su director, hay tanto de sí por afincar y mantenerse a flote, por buscar los diálogos casi imposibles en un país tan disperso y diferente.

Allí, en Puesto de Combate la escrituras no adquiere la soberbia de algunos escritores afincados en Bogotá, que desprecian al resto del país, menos prosigue con  ese tufillo de chicle de los poetas llamados jóvenes, sino que se abre y se dispone a permanecer, a indagar, a saber que una revista permanece viva en la medida y en el buen sentido en que incluya. Donde solo la buena literatura mantenga ese oasis, donde confluyen las diversas escrituras, porque leer esta revista es aislarse de la verbosidad y de la pequeñez que quiere tapar a los otros, es mirarnos a nosotros mismos. Y saber que, en ese amplio país de  espectros diversos, desde la remota calle de una ciudad, un poeta nos dice algo: su pasión por la vida.


  



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