sábado, 9 de diciembre de 2017

LA CIUDAD QUE REPUDIA / Darío Ruiz Gómez




LA CIUDAD QUE REPUDIA

Darío Ruiz Gómez


Cuando  creíamos  en Medellín haber superado  esa especie de adelanto del  apocalipsis  que supuso la construcción del deprimido para dar paso a los jardines del río, las calles invadidas por toda clase de vehículos, el repique  espantoso  de bocinas  y pitos, el asma de los motores contaminando el aire, los alaridos de las gentes enloquecidas, la morbosa lentitud de la obra. Desde entonces o sea desde hace nada supimos lo que significa sacrificar nuestra cotidianidad ante el altar del “progreso”, sacrificar nuestro equilibrio emocional, nuestra necesidad de ponderación, el amor al prójimo y lo que significa perder  el vivir plenamente una ciudad. Casi que súbitamente comienza de nuevo  sin previas pedagogías, sin la debida adecuación de las vías alternas, sin la debida socialización del proyecto e información  sobre los presuntos proyectos  adjuntos  de vivienda y renovación urbana - ¿Cómo se incorporarán  el Jardín Botánico, la Universidad de Antioquia, el Sena, la Autónoma? ¿Cómo se integrará el Centro? -  que deben acompañar   la renovación vial  necesaria de  la Regional, sin contar aún con  la presencia  del río y sus “aguas cristalinas”  que  es el  eje estructural del proyecto. Serán  dos largos  años de intervención  en un proyecto  que,  puede llevar  la ciudad al colapso total  y al quiebre de su economía, a una  mayor crispación social pues  sin ningún planteamiento  de  ciudad,  unas obras aisladas ahondarán  la desintegración  de la malla urbana . La imagen de la corrupción administrativa  se remonta a la década  en que un ciudadano  vio  pavimentar una calle y a los pocos días romperla, imagen de desorden y de ineficacia a la cual se le adjudicó   el calificativo de “contratismo”, mal endémico de Colombia   y que desde hace unos años  reapareció  con virulencia. Por eso  ante la  mayúscula crisis  que padece  la movilidad  - y no a causa del vehículo particular-  cobra vigencia,  pues  la paciencia del ciudadano se ha agotado  ante la proliferación de  tantas y no planificadas   “intervenciones”  en las calles  cuya ejecución tiene una fecha de  comienzo pero su  finalización  suele  perderse en la bruma de los tiempos,  mientras aumenta el caos. Lo que  indica ausencia de veeduría  ciudadana  y  los contratistas rompen a su antojo  sabiendo que no se los va a  sancionar. Seguimos  constatando lo que ha supuesto  el abandono de la planeación  de la ciudad, del diseño y la salvaguarda de calles y parques   dejados en  manos de una burocracia inepta  que una y otra vez  ha desvirtuado los objetivos del POT para  seguir alentando   el llamado  sistema de loteo donde  la manzana  se anarquiza, donde el  ventorrillo  impunemente invade los espacios  públicos, todo esto promovido y justificado  soterradamente  por un  cada vez más peligroso  populismo  para  el cual  sancionar  al  tugurizador de los espacios públicos  “es negarle  el derecho de los pobres al trabajo”.  Abandonada la ciudad  a la anarquía la invaden los talleres de mecánica, los  mercadillos, desaparecen las aceras convertidas en parqueaderos  ¿Pueden  descaradamente  ciertos  combos  seguir   apoderándose  de  los espacios cívicos del Centro , del espacio de las calles  propiedad inalienable de toda la ciudadanía? ¿Quién entonces gobierna la ciudad? ¿No  constituyen estas acciones una  manifiesta  intervención   política  que debe ser enfrentada sin temor alguno?  Para hacer una gran ciudad se necesitan visionarios. La entusiasta  acción  del Alcalde  combatiendo   el crimen organizado necesita estar acompañada  de intervenciones de registro y control urgentes  en estos descuidados frentes donde  del deterioro  urbano y  el contratismo  depredador  se estarán  beneficiando  políticamente   en el llamado Postconflicto,  las organizaciones  delincuenciales. La ciudad está en peligro; del rescate de las ciudades  o sea de la defensa de los derechos del ciudadano, depende  el porvenir de  la democracia.

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