jueves, 26 de octubre de 2017

SIN DEBATES Y SIN CRÍTICA / Darío Ruiz Gómez





SIN DEBATES  Y SIN CRÍTICA

Darío Ruiz Gómez

 Atento lector  de la realidad a todos los niveles,  Emilio Lledó el más importante pensador español actual ha hecho de la crítica del lenguaje  uno de sus objetivos  al comprobar que sin el esfuerzo  intelectual de salirse  de las frases hechas, de los clichés políticos  que sólo ponen de presente una angosta imaginación moral, cualquier disciplina, como lo repite, incapaz de acceder a la reflexión analítica,  termina por convertirse  en la guarida  de la pereza intelectual  y tal como lo podemos observar  todos los días,  en el arma afilada  de los fanáticos  que incapaces de admitir que una sociedad cambia, modifica secretamente sus objetivos,  se dedican  a  obstaculizar  la discusión,  las  necesarias discrepancia de opinión  acerca del país que vivimos.  Ante nuestros ojos entristecidos  hemos sido testigos del caricaturesco derrumbe final de lo que llegamos a llamar Partido Liberal y de cómo los principios que  lo fundamentaron,  devorados por  las ambiciones   de caudillos parroquiales, carcomido por una burocracia insaciable, terminó  por olvidarse de  lo que significaron sus grandes luchas por la libertad, por la tolerancia y sobre todo por la presencia necesaria de una vigorosa opinión pública  ¿Habíamos imaginado en pleno siglo XXI una demostración de tan feroz misoginia como la que nos dieron estos llamados dirigentes liberales? Un aparato totalitario manipulado por unos dictadores negados a admitir el aporte  de las bases populares  del Partido, de las mujeres. ¿Entonces de qué liberalismo hablamos, de cual democracia hablamos si la opinión del ciudadano no es tenida en cuenta?  Este espectáculo de farsa frívola en momentos en que el destino de la Democracia está en juego  ante las estrategias  soterradas  de los enemigos de la libertad  tratando de manejar  los hilos del poder contando con el relajamiento moral  de la llamada clase política. Pero ¿Cuándo en realidad hemos tenido debates  en la reciente  historia de Colombia?  ¿Partidos únicos con jefes únicos que nombran a dedo sus candidatos?  Y entonces el debate, la discrepancia que se supone están en la raíz misma de la racionalidad que exige la política en momentos de desestabilización de las Instituciones?


¿Podemos pensar  dentro de  los proyectos  para el postconflicto   en tener una pomposa  Casa del Pensamiento sin abrir antes la realidad del país al debate de ideas, a la necesaria  discusión pública ante un país cuya complejidad – lo está poniendo  de presente el caso  de Tumaco-  excede ya los maniqueos conceptos de lucha de clases, donde  el llamado identatarismo  se ha terminado por asimilar a un peligroso  populismo  o sea donde  la tarea liberadora  del  pensamiento ha sido sustituida  por un maniqueísmo  tercermundista? Aletargados  en la comodidad de un dogmatismo totalitario  que  únicamente ha dado  para trifulcas, para riñas folclóricas  entre supuestos “salvadores de pueblos oprimidos”, mientras los verdaderos debates  continúan  ausentes de  nuestro precario “pensamiento político” ¿Cómo acceder a la amistad y a la solidaridad  cuando  la llamada policía del lenguaje  está  violando permanentemente nuestro derecho a la libertad  de pensar, olvidando el reclamo de las víctimas?  Recordemos  a Aristóteles :  a la libertad por la razón para entender  la magnitud de una tarea que exige plantear una nueva forma de representatividad  que no sea la de los caciques  políticos  ni la de los  clichés  trasnochados  de una  izquierda anquilosada.     

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