domingo, 17 de enero de 2016

Todos se van de Sergio Cabrera, ¿Una telenovela? / Víctor Bustamante


Todos se van de Sergio Cabrera, 

¿Una telenovela?

Víctor Bustamante


A Sergio Cabrera le cabe un valioso merito, haber dirigido una de las películas colombianas de mayor aceptación entre el público. Por qué no decirlo, La estrategia del caracol, es una gran película donde hay de todo: humor, escarnio, sobrevivencia, ingenio; en síntesis, buen cine. Donde se identificó el público que la vio por su temática y elaboración equilibrada. Es tan colombiana, tan sentida, que uno sale satisfecho de la película luego de disfrutarla, vivirla, saborearla, porque esas son las palabras que permiten recordarla. Además, como plus, se abría la posibilidad de seguir realizando un buen cine colombiano. 

Hoy 16 de noviembre, por pura casualidad, en casa de una amiga, supe que Sergio Cabrera había filmado Todos se van. Y, para empezar, una cintilla en el DVD añade que es Cine Colombiano. Viendo la película sabemos que hay aportes del Ministerio de Cultura y de otras empresas de acá, pero no, esta película no es colombiana, es una realización de un director del país. El tema, las preocupaciones, no tienen nada que ver con Colombia. Esta anotación la hago porque entiendo que hay escasos fondos, cuando no se quiere ayudar a algunos cineastas, para promover el fomento del cine nacional. O sea que esta película es una coproducción, según entiendo, donde hay tantos responsables que el director termina por realizar un film donde queda bien a todo el mundo, no como un guardia rojo sino como un guardia moral. Sobre todo porque no cuestiona, no indaga, sino que trascribe de un solo lado, ya que el tema es cruel. Algunos dirán que fue fiel a la novela. Y así olvida nada menos que la causa de quienes se fueron de la isla, aún está vivo en la memoria. Otra cosa es ver allí como Cabrera maxfactoriza su versión de los que se fueron, se van y se seguirán yendo, mientras la burocracia de un solo partido, sin prensa libre, y sin elecciones de la única dinastía familiar en América Latina mantenga la postración de la bella Cuba.

Pero bueno, antes de que nos digan que somos provincianos, antes de que nos digan que en otros países hacen coproducciones y que los directores pueden filmar en cualquier parte del mundo en ese caos creativo, y de marketing que se impone. O el coro griego que no tiene autocritica, afirme que se cometieron errores en ese caso; crueles por cierto, digamos que me sorprende que Cabrera filme una película cubana, porque lo es, teniendo en cuenta un tema tan álgido y de una vez sea incapaz de poner el dedo en la llaga, y de no decir lo que en realidad pasó porque el título del film, Todos se van, basado en la novela de la cauta Wendy Guerra, no entrega ni un asomo de lo que en verdad ocurrió. Nunca supimos en este film por qué se fueron los cubanos, o si lo sabemos de una manera superficial con los estereotipos necesarios para dar la impresión de que fue algo fugaz y no un malestar general ante ese agobio de la burocracia castrista para el pueblo de Cuba, que obligó a que unos ciento veinte mil cubanos se fueran, en ese momento, tratados como escoria.

La historia es sencilla. Una niña, Nieves Guerra, vive con su madre, pero la madre es separada y convive con un sueco algo disoluto. El maltrato moral y la mala fama endilgada a su mujer por parte de Manuel, su esposo, hacen tomar partido del espectador por esa mujer cuidadosa que vive su otro amor, ya que rehace su vida. Manuel es un escritor nunca crítico, más bohemio de estereotipo que otra cosa, y quien, con ayuda de funcionarios, se les entrega en cuerpo y alma. Y, en ese amancebamiento, entre un escritor frágil y funcionarios le permiten la custodia de Nieves, su hija. Pero Manuel prosigue en su eterna rumba, irresponsable, y con sus mujeres. Vive en una casa donde todo falta, con un cuarto secreto donde, ingenuo y perseverante, con su santería de plástico, mantiene una esfinge que representa a su mujer. La punza con agujas con tan mala suerte que esta nunca regresa a su lado, como si esa suerte de brujería diera un efecto contrario, y ella se apegara más al sueco bondadoso, siempre al margen, siempre sirviendo de espejo de lo que debe ser un hombre, más que todo un padre. Este personaje, Manuel, que pudo haberle dado grandeza a la película se disuelve en sí mismo como un istmo, y así se deja de lado el verdadero peso de la historia, al no darle el carácter de ser un disidente con todo el riesgo que ello implica en un país sin libertad de prensa.

Luego el drama se asocia más a Manuel, que al comienzo era una persona recataba para luego convertirse en un borracho, -esa es la versión de Wendy y Sergio de los disidentes-, y ya el espectador pierde el cariño que sentía hacia el escritor, ya que revela su verdadera personalidad: es mal padre, y lo más grave, se va de la isla. Nieves, su hija, es devuelta al hogar materno luego de los desmanes y abandono de su padre.  Poco a poco se plantea el estatus de Manuel como disidente sin aura al entrar a la fuerza en la embajada del Perú.  Y es aquí cuando el tono rosa de la película se trasgrede a un tono rosa pálido, blando e insignificante, digno de la frivolidad de una telenovela, porque se olvida que Manuel ya estaba siendo preparado para ser una persona de pésimo carácter, que agrava su situación. Lo de disidente, -allá les dirán gusanos-, nos sorprende después, ya que de él no sabemos si participó en alguna actividad clandestina,  como leer en una noche cerrada en una casa al escondido, junto a sus amigos escritores, poemas en contra del régimen, de la dictadura mejor, para luego quemarlos debido al miedo, ya que en público era impensable. O si dirigió una revista de escasos ejemplares, escrita a mano para mantener la llama viva de la poesía.
Wendy, nunca en guerra, sino algo frívola dice en una entrevista aparecida en el Miami Herald, durante el festival de cine, que en Cuba no quiere que se filmen películas donde se tocan ese tipo de heridas. Es un lenguaje taimado. ¿Herida?, puro maquillaje de una ligereza cruel. Debió haber dicho catástrofe social, y mal gobierno, porque quienes se fueron no lo hicieron por gusto sino presionados por quienes crearon el socialismo de la pobreza, porque si fueran disidentes serían llevados a la prisión del Castillo. Si eran homosexuales a los únicos campos de concentración de América Latina, UMAP. Y si querían huir de allá, como los balseritos, serían ejecutados.

Hay un libro de cuentos de Reinaldo Arenas, Termina el desfile, ese sí toca la brutalidad de ese estado de cosas, con el vigor que se merece, donde se narra desde adentro esa crisis social y plantea el tema de la embajada de Perú, donde se hacinaron diez mil cubanos. Y luego vendría no la herida, como añade la cándida escritora, sino el aniquilamiento social de esas personas que debieron huir a Miami. Fueron ciento veinte mil, que el mismo Arenas luego nos contará en otro de sus libros. Por eso la nueva generación de escritores, cubanos falsean la historia, y así ese tipo de películas coayuda a suavizar la imagen de un régimen que se cae a pedazos, que no sabe cómo el comunismo con tinte estalinista es el mayor fracaso de la reciente historia política en América Latina.


Por eso en esa dosis de liviandad, la chica que dibuja, Nieves, lleva a donde vaya un monigote que se presenta en la película, como su dulce compañía. Nunca un Ángel de la guarda sino un demonio, con la imagen del Che, el ex guerrillero heroico, a quien los hechos verdaderos resquebrajan su imagen. Es como si Nieves en otro contexto llevara en su desidia de adolescente un muñeco con el rostro de Hitler o de Rasputín.

En esa misma línea se dirige el español que filmó una película del Che, ese icono chic de las rebeliones, que igual sufre un menoscabo cuando se comienza a revelar su verdadero corazón negro y lleno de odio con sus opositores. Ordenó ejecuciones sin sumario y hay unos ciento cincuenta casos descritos en la red, sin contar los asesinatos de su propia mano.

Falsear la historia es fácil en el cine, ocultarla es mal síntoma. No sé si Cabrera, sin cabrearse, habrá leído a Reinaldo Arenas que fue el gran escritor que se educó y padeció durante la Revolución cubana, el disidente nato, que cuestionó desde adentro, y sufrió todo tipo de vejámenes, de humillaciones, incluso cuando estuvo encarcelado, así algunas escritoras como Wendy Guerra, con su novela escamoteen ese tipo de cosas que sucedieron y que el tiempo histórico parece y perece, histriónico, en ella y en Sergio Cabrera. Por esa razón recuerdo Termina el desfile de Arenas. Hay allí un relato sobre el asalto a de la embajada del Perú, inesperado por la turba insatisfecha, lejos de los discursos del Caballo y de la masa pasiva de los noticiarios. Luego, en varios de sus libros, contará lo que padece un escritor disidente de verdad que toca puntos álgidos, no un caprichoso como Manuel, sino un valiente como Reinaldo Arenas.

Todos se van parece una telenovela de un tonillo rosa pálido que tiene como trasfondo un momento histórico sin precedente: la catástrofe de refugiados que huyeron, como fuera de la isla, convertida no en el territorio libre de América sino en prisión y síntesis de la utopía cubana, que oculta una realidad exasperante por lo cruel, pero que aquí, en la película, se centra más en una historia de amor.

Esa reelaboración histórica o mejor falsificación histórica da sus frutos. Padura en la Feria del libro de Guadalajara, en una entrevista, no quiso hablar de política. Ya sabemos lo que le espera en la isla si critica. En las últimas películas sobre el Che lo evidencian mostrándolo como un poeta o como un luchador por la causa social, dejando de lado su estalinismo y crueldad. Algunos intelectuales alienados y alineados con los Castro se silencian, son genuflexos con esa dictadura, con tentáculos en todo el mundo, inaugurando la nueva clase de intelectuales cubanos adictos al régimen que así, cómplices y silenciados, los deja salir y entrar, mientras las cárceles están llenas de disidentes.

Así la historia de ese país pasó a ser tergiversada por las nuevas generaciones de escritores. Aún recuerdo el silencio a que fue sometido el gran Lezama Lima. La traición de sus mismos compañeros de ruta a Carlos Franqui. El olvido total a Virgilio Piñera. El exilio de Heberto Padilla. La humillación a Reinaldo Arenas. El valor, el temple, la honestidad intelectual de Cabrera Infante. Y una pregunta, además, ¿Por qué se fueron de la isla, Norberto Fuentes, Raúl Rivero y Zoé Valdés? Es decir, todos ellos, la literatura valiosa de Cuba.

En esta suerte de apología al régimen, en Todos se van, espero que Wendy Guerra salga de su urna de cristal y Sergio Cabrera, antes de su desplome, ponga los pies en la tierra, pero no en la isla, sino en su cine, y lea a algunos de los escritores que lucharon por la democracia y la libertad en Cuba y fueron apresados o debieron marcharse.

.Como colofón podría decir que también Antonioni fracasó al filmar en Estados Unidos, Zabriskie Point, sobre un tema que él nunca fue capaz de captar en su esencia.








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