lunes, 12 de octubre de 2015

Carlos Palau en Medellín




Carlos Palau en Medellín

                                            Para Ángela Marken, por su silenciosa devoción al cine.

Víctor Bustamante

Siempre me he preguntado la razón por la cual Carlos Palau nunca perteneció al grupo de Cali. Me refiero a esa fábrica nunca de celuloide sino de presencia generacional de aquellos que pretendían convertir a Cali en un facsímil tropical de Hollywood. Caliwood lo llamaban, pero de esa imposible factoría de cine,  quedaron los deseos de Andrés Caicedo de viajar a Los Ángeles a buscar a Roger Corman para que le dirigiera un guion suyo, su amor por el cine, la irrupción de los cineclubes, la mítica revista Ojo al Cine, su literatura; sobre todo el descubrimiento del mundo adolescente y citadino reflejado en Que viva la música, algún corto donde aparece vestido de militar, y, además su molestia con todo lo paisa: la burla a su música, ante la irrupción de la salsa y del rock. Incluso del nadaísmo nuestra más cercana utopía. Por supuesto Caicedo se suicidaría no por una suerte de élan existencial sino por lo más anodino, según Cioran, por una mujer.

Pero también en el suplemento de El Pueblo leí, leíamos, la columna de Luis Ospina; Sunset bulevar de la mano de Norma Desmont, y, sobre todo, ya en cine vi algunos largometrajes: Sangre de tu sangre, Carne de tu carne, La mansión de Araucaima, solo para referirme a esa época en que una generación de colombianos en sus ciudades quedó infectado de cine y del virus caleño hacia ese arte que en el país no se ha podido consolidar. Por supuesto, que no debo dejar de lado Agarrando pueblo, de Ospina y Mayolo, ya que en ese corto, se plantea una manera de hacer cine en el país. Pero sobre todo se critica debido a una razón: hay una constante en el país, filmar la escoria social, en un tercer mundismo deprimente para enviar a Europa donde seguro son ganadores. La filantropía europea disfrazada de arrepentimiento, ama premiar ese tipo de problemática social, que es la marca del tercer mundo una película donde se exprese el ser colombiano, nunca será premiada. Ellos quieren ver la problemática social, el despelote en estos países para después de los festivales apagar las luces de su solidaridad y entre comillas, preocupaciones sociales. Por esa razón es previsible en el cine colombiano, ese cine de putillas, de gamines, de sicarios, que expresan apenas una parte de lo que es el ser colombiano, pero que por la truculencia de ese carácter que imprime la violencia da como resultado un camino que ha elegido el cine. Agarrando pueblo por esa razón no solo es un valioso el testamento de los caleños sino la critica a una propuesta nunca estética sino de naufragio del cine colombiano al continuar expresando el caso social que conmueve, eso sí a Europa. En este caso la estética del mal, mejor la estética del mal causa curiosidad en las salas de cine, mas como denuncia que como cine mismo.

Pero de ese verano también quedaron algunas fotografías, con cámara en mano por las calles de Cali, de Ospina y Mayolo ah, y algunas chicas, y era que la foto y el evento se lo merecía, una cámara de cine era en ese tiempo de baja tecnología un tesoro.

Todo lo anterior para que continúe abierta esa pregunta sobre por qué Palau no fue compañero de generación de aquellos: Ospina, Mayolo, y Caicedo, en esa perspectiva de crear un cine colombiano. No sé, si se debería a diferencia de conceptos, o a caminos diversos en un cometido de hacer cine de una manera personal. O a que la cámara, como el balón, tenía su dueño.

Desde su primer filme Palau ha ido construyendo un cine con su sello personal, algo que es difícil por la tentación de hundirse en el pantanero de la llamada realidad social, de la violencia para conmover jurados y público. Palau va por otro camino, su camino es ese sendero del bosque que se abre y se cierra a su paso. Él indaga sobre el país desde otra óptica, cada una de sus películas nace y obedece a preguntas, cada una de sus películas es también una respuesta a esas preguntas. No como un acto solipsista sino como un ajuste de cuentas consigo mismo. Y, sobre todo, cada una de ellas, sus realizaciones, son un pedazo de la historia del país, de ese país encorsetado que niega sus historias, aquellas que dan lustre y presencia con su cine.

De ahí que A la salida nos vemos (1986) nos da la idea de un camino que Palau vivió y escoge, y así mismo se aparta de un cine que vendrá después: el cine como una expresión de sus creadores al decidirse por la denuncia social y dejar de lado su mundo personal que es al fin de cuentas ese cine que marca un concepto que le da ese toque valioso a quien lo filme: el cine de autor.

Y, ¿por qué digo cine de autor?, porque en sus películas cada una se enlaza con la anterior ya sea desde un aspecto anecdótico o formal o en alguna detalle. Palau nos muestra como el prepara y narra cada una de sus película y como las va situando en su filmografía personal.

En A la salida nos vemos esta todo el mundo de recuerdos de Palau, su ciudad, idílica, Tuluá, y en ese momento vital de la adolescencia cuando el bachillerato abre las puertas a otros mundos, a otras percepciones y además posee el fatum de saber que es un momento en la vida en que algo se va. Es el momento de las grandes despedidas. De ahí que esta película nos de ese peso específico de saber que el cine colombiano narra ese hecho, que no es solo un cumulo de anécdotas, sino que en ese fresco, con su música de bar, con la prostituta generosa, con la barra de amigos, y sus maldades desafiantes en el colegio que luego se convertirán en risas y recuerdos,  en ese momento preciso es al mismo tiempo la despedida, el adiós definitivo al mundo de la primera oración donde la lealtad es una presencia, no una mentira. Y no es un ajuste de cuentas, sino la narración de ese momento idílico al cual regresamos, con toda la ternura narrativa de su autor. Por eso esta película hace parte de un testamento generacional, cuando los estudiantes adolescentes aun poseían humor, clase, y narra una Colombia muy específica: la de la adolescencia con un fuerte constreñimiento de lo social, la educación religiosa, y así mismo los bailes en el patio solariego cuando aún las familias poseían su fuerza, su capacidad de unir bajo la férula de los padres. Con cierto toque de ingenuidad y de buen humor como correspondía a una época determinada los años 60 trascurren y ahí nos vemos reflejados en la memoria contemporánea de un pueblo Tuluá donde la música arde con esa poder de convocación, en esos momentos felices en el patio de los sueños perdidos donde aparecen los primeros flirteos amorosos y donde el bachillerato da ese estatus a los estudiantes, pero de antemano también es ese camino del ser adolecentes para llegar al terreno taciturno, calculador de la madurez.

Además esta película nos muestra y completa otro ámbito de Tuluá, la cotidianidad, lejos del mundanal y violento universo descrito por Álvarez Gardeazábal en Cóndores no entierran todos los días, luego filmado por Francisco Norden.

En 2003, Palau filma Hábitos sucios basado en una noticia de prensa, suceso real por supuesto, el asesinato de una monja en un convento de la Comunidad de las Adoratrices en Bogotá. Allí Leticia López es acusada de asesinar a una de sus compañeras, Luz Amparo Granada, y sobre ese leitmotiv gira la trama de la película. Además Sor Juana Inés de la Cruz es admirada por ellas, así como la presencia de Foucault ronda por estos pagos. Palau aquí se centra en el rostro de cada una de las monjas como si nos advirtiera que cada una de ellas guarda un secreto de sí misma, no solo tras las puertas del convento, tras las puertas de sus cuartos sino que dentro de ellas mismas algo deambula, algo sospecha el espectador que debe revertir a la realidad. Palau se detiene en los rostros, los ausculta, los analiza, merodea como si quisiera darnos a entender que en esos rostros que son la huella de cada persona algo se esconde desde la más violenta diatriba hasta el oasis personal pero también las pasiones de alto cuño.

De esa manera no miramos el paisaje de las calles de Bogotá, las prostitutas gastadas y su posible reeducación, las paredes y ventanas coloniales del claustro, los patios bordeados de árboles y matas con flores sino los rostros que definen a cada persona. Aquí la cámara busca la expresión aniquiladora y delatora de la cara de cada una de las monjas, quiere advertirnos que es más importante el paisaje, la mirada, la desazón de cada rostro que lo exterior. Sabemos que hay un crimen sin explicación, que hay un juez que indaga, que hay unas monjas que niegan, sabemos que hay una crítica al establecimiento religioso de una manera abierta como nunca se hizo en ninguna película en el país, pero también sabemos que en el transcurso de la película se desvanece la idea de encontrar a la culpable mientras se fortalece la visión de la vida cotidiana en un convento.

Esta película toca, como ninguna en el país, el drama que se vive no solo en los conventos, con su rigidez moral y estrictas normas sino que explora el otro lado, la culpabilidad, el señalamiento, el secreto, la vida en el claustro con la soberbia de pensar que hay un Dios presente y un cielo soñado, y esquivo. Pero también su autor explora no solo la apacibilidad del lugar, la vida monacal donde uno piensa que no existe la envidia ni el señalamiento, porque él nos lleva poco a poco a saber cómo en el convento los maitines son la música que acompaña, y las oraciones se convierten en el apaciguamiento del alma, sino que en las noches arde la carne con una manera violenta, pero dulce, para regresarnos a decir que lo divino a veces no es humano y que lo humano, esos cuerpos de las bellas monjas y novicias, son en realidad lo divino lo que brilla en lo que San Juan de la cruz diría la noche escura del alma.

En El sueño del Paraíso (2007), la ficción supera toda la ficción, la realidad supera su propia realidad. Un estudiante japonés, Juzo Takeshima, lee María y se enamora del paisaje del Valle del Cauca y desea viajar a ese extraño y lejano país, Colombia. Y a partir de ese evento inaudito, porque lo es, porque María le da ese poder de ensoñación, de convocatoria para viajar. Cómo una novela que es solo palabras y una trama y un destino y un paisaje conmueve tanto el alma de una persona lejana, al otro lado del mundo, un antípoda pertinaz, que emigra con su familia a un país desconocido.

Pero para sorpresa en esa calma de ese valle, que también es verde, donde se instalan, aparecen los hacendados del Valle con sus acusaciones, con su poderío y desacierto a verlos como rivales. Llegan las sospechas de ser colaboradores de los países derrotados en la II Guerra Mundial, las detenciones y confinamientos en Fusagasugá pero también parece el conflicto amoroso en la destinaria de cartas lejanas. Así, Isabel y Judi, quienes también viven su encuentro, luego sabrán de los presagos que los cerca.

Encuentro que como contrapunto es similar a la historia de María ya que esta historia, este romance inconcluso, llega a su fin cuando Isabel también muere, presagio mendaz. Ya que no solo es la misma novela, María, que ha motivado al japonés a viajar sino que el mismo vive drama de un amor inconcluso bajo una definición diferente, el azar en un mundo ya complejo. Pero también la película recupera algo que está casi perdido en nuestra historia, los apresamientos a los alemanes, italianos o japoneses debido a que los absorbe el deseo contrario de los Aliados y es así que nos damos cuenta y recordamos que en el país de los olvidos y de la negación, que es Colombia, también existieron centros de reclusión, pero también, una justicia banal y humana manejada por empresarios  para vilipendiar a los japoneses valiosos al llegar al Valle con una ética del trabajo y de la vida diferentes a las del colombiano raso.

Palau filmó un Corazón de mujer, con guion de Darío Ruiz Gómez, basado en un cuento de Efe Gómez, que no he visto, tampoco un largometraje suyo En India, basado en El sueño de las escalinatas de Zalamea Borda, cuando el Gran Burundun le daba madera a Gonzalo Arango y este le respondía aún más feroz. También Palau tenía, tiene una anterior relación con el tango, no en vano su corto Lunfardo, que nunca visto, y así mismo, él adelantaba una idea cercana: filmar un largometraje sobre la vida de otro poeta, tanquero él, Tartarín Moreira, y otro proyecto sobre Hernando Tejada, que no se realizaron. Pero Palau continúa con el tango y de ahí sí filma La caravana de Gardel (2015). Este hecho luctuoso que aconteció en Medellín y convirtió al Inoxidable en un mito según algunos, dejando al tango, valioso y elaborado musicalmente, apresado en un lento e inconcluso funeral, al morir uno de sus iconos más celebrados. Este hecho fatídico bastó no solo para que Medellín se apropiara del cantante sino para que lo celebrara cada año, olvidando escribirle un libro de su último viaje el cual escribió Cruz Kronfly, en el cual se basa la película, y además que en la tierra de cineastas olvidaran filmar este largo funeral. Por supuesto que ahí estaba Palau para devolver esa memoria e instalar al mayor cantante de tangos. 

Así es Medellín le gustan las celebraciones y los onomásticos, le encanta las especulaciones tangueras, le encantan los millonarios coleccionistas que viajan al sr del contente a buscar grabaciones costosas y únicas, le encantan lo ensayos sobre tango, le desvela los acontecimientos y el excesivo conocimiento sobre el tema, pero olvidaron, los cineastas locales, filmar su versión de Gardel lo que con donosura Palau nos devuelve. Hace poco cuando salió por fin la película La caravana de Gardel los especialistas se enojaron porque no era fidedigno, porque se saltaba algunos momentos, porque se ideaba otros instantes, porque los actores son muy jóvenes añade una fan del cantor. También hay silencios de los críticos cítricos, aquellos que no han filmado un fotograma en su vida y se la pasan urdiendo postales demacradas sobre otros directores lejanos. Pero lo único cierto es que La caravana de Gardel ya camina con tranquilidad y aun conduce los restos de Carlitos hacia esa eternidad de celuloide.

A esta ahora, en esta noche de octubre Palau en su palacio creativo, en su ánimo y vigor por dar a conocer el cine, su cine, a lo mejor se encuentra en alguno de los municipios de este bello país definido a la manera del historiador Samper, presentando su película sobre Gardel, y desde acá, desde este rincón de Medellín, desde la mansedumbre de una poco shakesperiana noche de invierno le enviamos nuestro saludo, por seguir presente en la cinematografía del país de realizadores sin cine, de salas sin cuota de pantallas, pero sabemos de su tesón, de su talento para narrar la historia, las historias de este país, que nadie ha narrado. De ahí su toque personal, su cine de autor como ninguno en el país, que no busca las grandes tragedias del momento para irse a Europa sino la vida de ese país violento, dulce, amargo que vivimos cada día.




                                                              Angela y Carlos

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