sábado, 19 de septiembre de 2015

34 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico: La Toma


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34 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico: La Toma


Gloria y caída del Barrio La Toma

Víctor Bustamante
Para Luis Fernando González Escobar

De suyo, el nombre de La Toma, es neutral, no refiere la adopción de un nombre extranjero como es el de Medellín mismo, que con el tiempo hicimos nuestro. Tampoco refiere a la fracción de Belén, ni a Robledo, ni a Aranjuez, ni a Buenos Aires, ni a Boston, ni a Prado, menos a Guayaquil; nombres extraños al ámbito local. No, no, La Toma es ese nombre local dado por el imperio del gusto popular, apocope de La Bocatoma, para referirse a la Quebrada Arriba, que aún persiste a pesar de los diversos cambios en la topografía citadina, y que ha permanecido intacto hasta ahora, hasta que el plan parcial con su eufemismo lo destroce.

En 1860 la avenida La Playa llegaba hasta Los Naranjitos, una cuadra arriba del Puente de Córdoba, desde ahí hasta la Quebrada Arriba, existían arboledas, solares llenos de rastrojos, casas humildes con techos de paja donde las familias convivían con anímales domésticos: perros, cerdos y gallinas. Entonces la quebrada Santa Elena era esplendorosa con sus charcos cristalinos; uno de ellos muy visitado, el de Las Perlas. De allí partía una canoa donde tomaban el agua para uso en los hogares.

Con el tiempo y la destrucción de su hábitat, la quebrada perdió una tercera parte de su caudal. Además, sus orillas y su cauce, fueron ahondándose debido a una razón de peso, empezaron extraer la arena y las piedras para otras construcciones.

También allí se situó la primera planta eléctrica de Medellín. Desde de 1895 la Compañía de Instalaciones Eléctricas del Distrito de Medellín, aprovechaba el caudal de la quebrada Santa Elena y sus afluentes, La Castro y la Santa Lucía, en el paraje Las Perlas. Fue toda una aventura traer las máquinas en barco desde Nueva York, luego recorrieron tramos en tren, carros de bestias y hasta presos enganchados de la cárcel.

En 1895 las bombillas brillaron por primera vez en Medellín, no como alumbrado público sino como servicio para algunas familias privilegiadas. Durante la crisis económica de comienzos del siglo XX, luego de la guerra de los mil días, la compañía fue controlada por la familia Echavarría, dueña de Coltejer en 1907, que consumía casi la mitad de la energía.

El alumbrado público, luego de protestas de la ciudadanía ante la injerencia de la textilera, se inauguró en 1898 a las siete de la noche, con las visitas de personas de varios municipios.  150 bombillas de arco en el parque de Berrio, ante una multitud de personas ampliaron la noche en la ciudad. Un ingeniero español José María Zapata era el responsable de este proyecto; traído desde Nueva York se convirtió en una eminencia.  

Pronto olvidamos que desde allí, desde La Toma, también se generaron los vatios suficientes para crear la primera base industrial de la ciudad. No solo Coltejer, el Molino Caldas de Coroliano Amador para triturar chocolate y después trillar café, en otra construcción aledaña, proveniente de su hacienda el Corcovado, sino que también se crearon otras fábricas, ya fuera de jabones y empresas menores, y más allá, por los lados de  Ayacucho, la cervecería Tamayo.

Aquí, junto al Puente de la Toma, el de madera y techo, el sector también se llamaba Campo Alegre por una cantina, punto de referencia. Allí la pasaba Abel Farina, inmerso en su poesía, y, por supuesto, también siguió yendo a La Gironda en el mismo paraje. Allí el poeta en el letargo de la ciudad, entre el agua de la Santa Elena y el verde de las montañas y el licor, a veces con Tartarín, pensaría que vivía en Francia, y no solo eso, crearía esa música interior de su poesía que tanto admiraría León de Greiff, su amigo, y también escribiría algunos poemas en francés, mientras soñaba con el simbolismo y abandonaba su carrera de abogado.

Coroliano Amador, lejos de algunos tramposos empresarios antiqueños, por el año de 1872, reconstruiría el camino hacia Rionegro y vendería a su alrededor, lotes para edificar casas, ofreciendo agua y materiales de sus haciendas aledañas.

Por esta calle, la 51, que era al camino Medellín Rionegro, caminó José María Córdoba para encontrarse con Francisco José de Caldas. Luego, mucho tiempo después, las hordas de trabajadores de Coltefábrica le daban vida como núcleo obrero, bullicioso y parrandero, para solo citar algunos eventos separados en el tiempo, mostrando así su prosapia y no la simple calle de ahora, ampliada para el señor de la posmodernidad que es el auto,  y, por supuesto, esquelética y sin prosapia como se pretende.

Por La Toma quedaba la última Calle de los Indios, los Paucares; estos habitaban una curiosa vivienda de dos piezas con tabiques, casi sobre la Santa Elena, construida con cañas de maíz y estacones de sauces. Indios que luego fueron educados y absorbidos por el medio, que no solo los entronizaría en la educación y en el medio social desde lo bajo, sino que les esquilmaría su dignidad.

Carrasquilla menciona algunos medellinenses de mundo que se iban por la Quebrada Arriba a divertirse en casas de mujeres alegres, madamas del sexo, y a tomar chicha; otros olvidaron que la idea inicial era proseguir con la Avenida La Playa hasta arriba casi hasta Bocaná. Otros historiadores y arquitectos se detenían a lamentar la pérdida de las mansiones de la Playa, cuando la élite local, arribista y sin corazón, decidió irse para Prado, luego merodearon por la ciudad hasta dejarla a su suerte. Pero La Toma, lugar humilde y de mala fama, casi permaneció intacta, y cuando en la ciudad decimos intacta, es decir que fue abandonada, hasta que hace pocos años una administración le dio por construir la Casa de la Memoria. Y como siempre ocurre en las taimadas administraciones una obra social, educativa; eso sí, con mucha publicidad, es la excusa preferida para cambiar de fisonomía al paisaje citadino, aquí no hay nada que valga como referencia al patrimonio, menos la certeza de saber que este era el Medellín inicial, la ciudad a preservar. No, no, de ninguna manera, una buena excusa, como la Casa de la Memoria, servía para menoscabar la credibilidad pública que a fin de cuentas, por así decirlo, no le interesa su ciudad. Pero, es cierto, no me dejo seducir por este tipo de proyectos, ¡que no!, este tipo de destrucciones con buenas intenciones, luego de los titulares traen como consecuencia que el paisaje ha sido alterado, que ese sitio, la primera ciudad en su entorno urbano, fue golpeado de frente, y a que, en este sitio colocado casi a la fuerza, sus casitas de más de cien años, humildes, fueran despreciadas por la traílla de urbanistas de la mano de políticos trashumantes en su ideología, y su nuevo concepto de ciudad, en apariencia porque las ganancias y la dulce morfina de sus utilidades es lo que interesa a ese dúo dinámico y perverso entre la administración publica y consorcios privados. De ahí que ni la historia industrial de la ciudad fuera respetada, de un tajo siniestro Coltefábrica fue convertida en apartamentos para vivienda, y un nombre que es un insulto, y una burla para nuestra historia, Villa telar.

De tal manera en este sector con una admirada historia y presencia de lo popular se borró también de golpe el papel de las mujeres como trabajadoras e iniciadoras de su liberación del hogar y de las cargas domésticas, para pasar a formar parte de la clase trabajadora, así se deja de lado la ciudad donde hubo un Patronato de Obreras, de ahí que para ellos, los que erigen túmulos cinerarios con sus fastos, olvidaron que por esos lados las mujeres comenzaron su lucha, su reivindicación. Es cierto bajo esa óptica, y la costosa y zanahoria de la modernidad sin sosiego, y la inserción demagógica de la ciudad a los cauces turísticos, Medellín se da el lujo de decir no, no aquí no ha pasado nada. Así, de tajo, se borró un parte de nuestro ser medellinense.

No me seduce la Casa de la Memoria, un ente municipal erigido por aquellos mismos que han dilapidado y callado ante la ignominia. El mismo Estado con la cara de municipio celebrando lo que nunca fue capaz de prevenir, el crimen. De esa manera con esta construcción en forma de ataúd, se lava las manos. ¿Por qué lo digo?, desde ahí, desde las oficinas de los encargados de prevenir este estado de cosas, se sabía lo de la Escombrera, lo de la Curva del Diablo, lo del río Medellín como botadero de cadáveres y se sabe, aun lo de las fronteras invisibles y las bandas en los barrios y del crimen organizado en la ciudad.

Pero algo es cierto, en La Toma habitaba, y aun habita a grandes destrozos lo popular, y caminándola, la conocemos. La historia de la Quebrada Arriba como la llaman sus exegetas, y La Toma como siempre la conocí, nunca fue escrita, es más, nunca se escribió una gran novela sobre ella, por una razón de peso, nuestros escritores en la primera mitad el siglo pasado andaban muy ocupados en hacer política, y ser gramáticos. Luego del gran golpe de mano Nadaísta, muchos pensaron que el llamado realismo mágico era el camino díscolo y empedrado a seguir, y como no lo lograron bajo la férula casposa de la universalidad, entonces llegaron a escribir toda la hojarasca literaria sobre la mafia local y sus adláteres. Por eso La Toma y Guayaquil desaparecieron ante nuestros ojos, su escritura, nunca urgente, se volvió historia, es decir, nada, hojarasca y por eso nunca se escribió un gran libro sobre esos dos grandes sectores donde lo popular dio mito a tantas creencias, a tantas ceremonias donde lo sagrado como mentira fue profanado por la música y los poetas.

De ahí que desde fin del siglo XVIII hayamos olvidado que La Toma fue habitada por músicos de renombre como Esmaragdo Díaz, que tocaba la bandola junto a Félix Cano y Heliodoro Arroyave. También vivió el guitarrista Alejandro Vélez, Rigoletto. Mucho más tarde por estas calles, sabemos que existieron bailaderos de porro, tango, y también bares, como La Copa de Oro, El Barcelona, El Deportivo, donde llegaron tantos futbolistas como el Charro Moreno, el Manco Gutiérrez, Pécora, Lanza, y otras cantinas visitadas por Larroca, Armando Moreno, y, antes, el mismísimo Gardel. Y más tarde viviría el tenor Jairo Villa. Luego la habitarían grandes bailarines y músicos de la Orquesta la Italian Jazz, del Combo di Lido y de la Sonora Dinamita de Edmundo Arias.

De tal manera La Toma no solo fue lugar de prostitución, de casas de mujeres alegres permitidas en baja voz, con la ferocidad de los bombillos llamando al placer con placé, sino que fue un enclave habitado por músicos.

Aquí por esta calle, la 51, caminó Alba del Castillo, nunca una virgen al sol, sino una cantante soñadora. Por aquí Matilde Díaz habitó el mismo sitio, una pensión casi intacta aun, pero luego de quince años y de vivir en varios sitios de la ciudad, Lucho Bermúdez al irse con ella le compondría un porro "Hasta luego Medellín". Donde lo festivo ocultaría el amor del compositor por la ciudad. Lucho vivía en Medellín desde el 1948 hasta 1962 y Matilde cantaría ese porro. También en esa misma pensión vivió Miguel Zapata Restrepo, godo a ultranza en el periódico La Defensa, luego fue director de Clarín. Miguel Lenguas le dirían, por el poder de su palabra, por la sintonía de Clarín el noticiero que paralizaba la ciudad que aseveraba, decir lo que otros callan, a las doce y media del día. Luego Miguel Zapata se dejó tentar por la política llegando a ser alcalde de Bello. Furibundo hincha de Cochise le escribiría un libro, así como al obispo timorato Miguel Ángel Builes, y también su propia historia como burgomaestre. Pero también perdería credibilidad, y sus amigos, los políticos, le recordarían dándole su nombre al puente de la Aguacatala.

En este video, en esta memoria que nos calcina, Fadduil Alzate, presidente de la Mesa de Patrimonio de Medellín, nos lleva de su mano por el barrio de su niñez, no en vano su padre tuvo una tienda en el barrio. Él conoce cada uno de sus rincones, de él sabe cada una de las personas que lo habitó y lo que ocurrió en este barrio nunca pendenciero como Guayaquil, sino de regusto popular, adherido a la historia misma de Medellín; es más, es el Medellín inicial. En este barrio de dura ley, en este barrio deicida por sus músicos y escritores que lo buscaron, tierno pedazo de Medellín, aún conserva su lejana historia que trasluce a flor de piel en las palabras de Fadduil. Aún perduran en su memoria el hecho de que por estas calles, y en una esquina de bohemia, se encontraran Fernando Botero y García Márquez, Así como un capítulo olvidado de García Márquez, quien vivió una temporada por estos pagos, antes de darle esa crisis de soberbia: creerse el colombiano más ilustre.

Aquí, donde la Casa de la Memoria exhibe su fachada gris de ataúd y concreto, Fadduil nos indica como quedaba un bar mítico, la Gran Parada, también bailadero,  con bellas mujeres, donde llegó Daniel Santos, Rogelio Martínez, Edmundo Arias, José Barros y el musicólogo Hernán Restrepo Duque que se quedó atrapado en esta música, que luego él mismo refirió en Radio Lente, su programa radial, con tanta donosura.

También doña Elizabeth Montes, Presidente de la Junta de Acción Comunal de La Toma, nos sirvió también de guía a través de las calles de este barrio, ahora tomado, donde descubrimos los pasajes dentro de las manzanas, y, así mismo, nos amplió su visión de un barrio que no es de tan baja estofa y de viciosos como se cree.

La quebrada Santa Elena, parte esencial de La Toma, corre por el barrio y nos enseña el abandono, la inercia pública con la quebrada matriz de Medellín, precisamente en el momento en que más burocracia oficial hay, ineficiente, por supuesto,  y más se habla de conservar y mantener el medio ambiente. La quebrada corre hacia el río Medellín antes de ser sepultada, antes de ser tapada desde el Pablo Tobón hasta el río mismo, convirtiéndose en uno de los principales crímenes ecológicos de la ciudad.

Como si no bastara, hace pocos años las mentes grises y chatas de Planeación Municipal, permitieron que al puente en mampostería, aun intacto, le fueran tumbadas sus pretiles para ampliar su calzada, y pasar por ella la ciudad más educada.

Sí, en esta mañana soleada de junio, donde los cerros en la parte alta de Buenos Aires lucen las volutas de humo de los incendios de verano, la Toma es revisitada por Fadduil, por Gilberto, por Elizabeth y Adriana. Y algo es cierto, cada que se tumba de esa manera un edificio patrimonial, el condumio burocracia municipal y urbanizadores, sin criterio, se asilan en nuevos proyectos para cambiar la faz de la ciudad sin estudios que lo justifiquen, y así nos damos cuenta que la ciudad parece que la fundara el egoísmo y la insensibilidad de cada una de las administraciones.



sábado, 12 de septiembre de 2015

Víctor Raúl Jaramillo ..¡Y Qué..! / Sin Tapujos








Víctor Raúl Jaramillo.

 ¡Y Qué..! / Sin Tapujos

Víctor Bustamante

Ahora regresa Víctor Raúl con dos libros, ¡Y qué…!, y Sin Tapujos, como, siempre con su escritura tan personal, su desconfianza perenne ante el estado de una cultura llena de mentiras y altibajos, con la anomia presente, y que él crítica, y lo cual es su sello que lo define.

Esa búsqueda interior lo ha llevado a transitar caminos donde él mismo casi se define, lo asalta la idea de que es un poeta místico, pero que en realidad es algo inusitado ahora en la cultura del entretenimiento donde solo interesa la fugacidad de un titular. Víctor Raúl es un escritor que no relata lo que ve, sino que ahonda en sí mismo en la honda noche de su ser, en su introspección. Es ese ser lleno de continuas preguntas, de un constante interrogar, así vaya de la mano de Caeiro, de Pavese, así nos recuerde a Gonzalo Arango, así descienda a algún místico desconocido.

La vitalidad en Víctor es su palabra, esa, que, acerada, aparece en sus noches, esa que, a veces, nos da la impresión de ser un diario y lo es, pero matizado de sus imprecaciones de su tratar de comprender su ser para alejarnos del reino de la perversa mentira que habita. De ahí vivimos una ciudad que en su mejor tono nadaísta, vía Gonzalo Arango, nos retrotrae y la cuestiona. De ahí que lea estos dos textos como una unidad, ya que ahí, en ellos, está impreso el carácter de su autor.

Por eso el poeta escucha el sentimiento de su encierro, los territoritos personales para mimetizarse a su manera y decirnos su propia concepción de ese instante que lo arredra que es la definición de su propio oasis donde se encierra y pernocta para salir fortalecido

Por eso no da concesiones y cuestiona el papel del escritor, del filósofo, del místico, del amor, de la muerte, de la vida ordinaria para el sacudirla a su manera, pero, así mismo, crear una opción nueva. De ahí que después de fustigar el estado de cosas, la podredumbre creativa que calcina a tantos escritores por su afán en ser algo, cuando la escritura es el oficio más oscuro, Víctor nos da una luz de esperanza, en un país sin esperanzas, una suerte de tregua en Sin Tapujos donde acude al principio de esperanza para intentar dilucidar las asperezas y así surge una buena idea, a su manera, de proponer una salida.

Es como si el poeta nos dijera que escribe para que no suceda lo que teme; para que lo que lo aturde y lo hiere, para que lo que lo molesta y agrede, sea dejado de lado; que la escritura sea un exorcismo pero así mismo un camino para llegar a la utopía.

De ahí que el poeta intenta curar las heridas con sus batallas personales. En este sentido, con su poesía, con sus ensayos, con su música, con sus noches, llenas de diatribas y conjeturas, invoca, y, por supuesto calma y sana las hostilidades con su palabra, con su reflexión.

Escribir así, es recordarnos que persiste la desgarradura. Que el poeta en su lucidez, nos dice que no olvidemos que todos estamos heridos. Así Víctor Raúl, Lucifer el Hermoso.







miércoles, 9 de septiembre de 2015

Omar Ardila / Devenires menores




Omar Ardila / Devenires Menores

Víctor Bustamante

En pleno encuentro de escritores de cine en Pereira, Omar Ardila, no solo habla sobre cine colombiano, sino, que luego nos entrega su último libro. Se trata nada menos de Devenires menores, por supuesto le recuerdo que hace algunos años quiero filmarle una lectura de poesía; lo que muchas veces es casi imposible debido al ajetreo de cine.

Cuando filmamos surgieron algunas preguntas solo con referencia a la poesía; quería explorar esa parte suya tan creativa, y ese tono poético que lo hace peculiar.  De ahí que Omar se mueva en esas aguas, mejor en esos océanos profundos de la reflexión, del cine y de la poesía. En estos campos él busca preguntas y   con su perspicacia añade sus respuestas luego de transitar por los áridos terrenos de la filosofía. De ahí que este libro sea una compilación de aquellos escritores que jugaron un papel preponderante en Occidente, debido a su marginalidad, pero no es una marginal cualquiera sino un asomo a otro extremo creativo, a nuevas metáforas, y sobre todo, a la exploración de otros mundos paralelos dentro del cual vivieron, padecieron, fueron dejados de lado pero que la fortaleza de su obra crece con el brillo inusitado de aquellas zonas oscuras por la cual transitaron.

No en vano cuando Omar realiza una antología de poesía anarquista, ya sabemos que él, no se iría a conformar con los poetas o cineasta que deslumbran sus fans con las mismas metáforas y con el llamado buen gusto, y por supuesto, con el conformismo. Los poetas cineastas y escritores de los de titulares diarios ya sabemos que han sido amaestrados hace muchos años y no dicen nada nuevo, pero obstentan esos títulos: ser paradigmas, pero en realidad lo que manifiestan es el desconcierto general, dicen siempre lo mismo y toman la literatura no con riesgo que se merece sino con el conformismo del amanuense que puede repetir el mismo poema bajo ópticas diferentes, y no piensa, como su colección de medallas, con sus menciones, con sus acrisolados relumbrones, que esos reconocimientos terminaron amansándolo. Las lisonjas lo convirtieron en un escritor gris.

De ahí que los escritores, que a fin de cuentas fueron seleccionados por Omar en Devenires menores, abrieron una fisura, fueron tildados de locos, como Artaud; de  maricas y ladrones como Genet; de comunista como el gran Pasolini, y el caso inusitado de Fijman; o de Juarroz, a quien Ardila le dedica un ensayo de recuperación, por su carácter inaudito, es uno de los escritores argentinos poco mencionados que se apartó del sol esplendoroso y enceguecedor de Borges,  para buscar su centro, en su interior, su poesía.

Siempre hemos amado a los escritores marginales, ya que el poco abuso de su poesía crea una serie de epígonos que terminan agotándolos. Cuando visitamos, por ejemplo, a Artaud lo observamos como poeta y creador teatral, y provocador, que se apartó de la gelatina del manual surrealista; Pasolini de recio carácter, con su poesía y, sobre todo, el debate político que fue capaz de llevar a cabo en un momento muy álgido para los italianos. Si recordamos la admiración de Sartre por Genet, es por algo que él, como académico, no poseía: vida. Genet tiene vida y poesía lo que no disfrutaba Sartre en su papel del administrador del existencialismo.  De Fijman solo sabemos la inusitada lucidez, y de Juarroz, que vivió en Medellín, su apartamiento, pero también su extremada indagación poética.

En conjunto, este libro, lleva a esas vidas, a esos actos creativos de aquellos, que son poco visitados, pero que brillan con esa luz propia de quien aún tiene palabras para decir y, sobre todo, sacudir el conservadurismo de la poesía y de literatura y del cine.