lunes, 20 de abril de 2015

“POEMAS PARA ESOS BREVES ESPACIOS” de EDGAR BUSTAMANTE / Por Carlos Alfonso Rodríguez





“POEMAS PARA ESOS BREVES ESPACIOS”
  DE 
EDGAR BUSTAMANTE
                                                     

 Carlos Alfonso Rodríguez
   
        Ha pasado desapercibida en los grandes cenáculos literarios de Medellín, en los principales diarios pero también en los pequeños medios: revistas, mini-periódicos, radio-periódicos, programas radiales y televisivos. El libro “Poemas para esos breves espacios” (Medellín, 2011). Desde el título del libro entraña una propuesta nueva en la prolífica producción poética antioqueña, colombiana y latinoamericana actual.
     En los treinta poemas de los que está compuesto el libro y en cada uno de los textos de la obra se denota y manifiesta una novedad, que tiene que ver con la generación que encarna y a la que pertenece el autor del libro de poemas. No sólo en el país del café, sino también en el mundo. Es la generación que heredó: la globalización mundial de la economía. El mundo se había convertido por los países poderosos del planeta, en una aldea a la que “todos” supuestamente teníamos acceso, vinculación y derecho. Por lo cual automática e inmediatamente éramos ciudadanos universales, ya no simples mortales de nuestras regiones, países, ciudades, barrios y casas.
     Cuando hay un libro que se llama “Poemas para esos breves espacios”, hay también muchas sugerencias, entre ellas, responder que si bien es cierto, los espacios universales pueden ser reales; también es mucho más cierto que los espacios pequeños, breves, íntimos, cotidianos y familiares, son más urgentes, precisos, humanos y reales. Entonces, el poeta que ha reflexionado bastante para lanzar su primer libro, responde a la situación trascendental por la cual atraviesa el mundo en su incesante transformación tecnológica, modernista y global.
     El libro “Poemas para breves espacios” otorga la impresión de haber sido concebido como un todo, como unos lienzos o unas imágenes que se complementan unas tras otras, o se suceden, alternan e intersecan, pero siempre entorno a lo íntimo, familiar o local. Sin embargo, el escenario de su poética es claramente definido, porque es evidente que es la ciudad el mundo que engloba la poesía del libro, la esencia poetizada, narrada y contada. Por lo cual no es una situación extraña que el libro “Poemas para esos breves espacios”, empiece con un canto al iniciarse la obra, que es como la más completa afirmación de una propuesta elucubrada, con serenidad y reflexión: “La Arteria”.
     Debo manifestar que nunca conocí física o de manera activa la “Arteria”, pero sé que fue una taberna en el centro de la ciudad, exactamente en la Playa, y que fue un lugar de tránsito, punto de encuentro y centro de operaciones de poetas y autores de la ciudad de Medellín en los años 80 y comienzos de los 90. También eso nos recuerda e informa la larga data del proceso de construcción de estos cantos, que en su aparente transparencia, diafanidad y sencillez, poseen grande trabajo digerido en el tiempo y en los años, que es como se produce la poesía que trasciende. Porque la poesía de los “genios” se publica generalmente a los 16 o 17 años. Los genios como Rimbaud, en verdad no han existido nunca, fueron grandes inventos de las pléyades, grupos, asociaciones o editoriales. No es malo ni grave creer en los genios, pero de alguna manera revela una soberana ingenuidad de aquellos que asimilan por entero estos viejos cuentos, o de igual manera lo difunden emocionados cual grandes hallazgos.
     “La Arteria” fue también una de tabernas que frecuentaron los afamados “Nadaistas”, entre ellos, el más memorable, radical, desfachatado y extremo: Darío Lemos.

ARTERIA

Las palmas bracean a la orilla de la calle
y dan sombra a los transeúntes
que cabalgan hacia la memoria de la muerte.

Unos con las manos en los bolsillos,
otros con las miradas al horizonte gris de La Playa
y con sus cabellos al compás del viento
sonríen frescamente con la lentitud del medio día.

El otro con un morral al hombro
y un niño asido a su mano
va en busca de la noche y de un refugio,
cruza la calle y se pierde
con el destino que lo toca.
Atrás La Playa
queda intacta con sus historias
y sus miles de pasos perdidos.

A un lado los bronces
dignifican lo que fue la Arteria
y sus sentidos puestos
en los poemas que habitan la calle.

     Aparentemente, “La Arteria”, es un poema común, cotidiano e intrascendente, pero no lo es; porque el poeta logra retratar una época, incluso una época de gran violencia, pero además retrata una ciudad con palabras o un país de metáforas. Ocurre que tiene tanta sutileza que lo dice con una carga estética persuasiva. Pareciera que cada palabra ha sido pensada lenta, profunda y de manera intensa, para fotografiar toda una época de la ciudad, de una generación o varias generaciones, y plasmar en ella su esencia misma.
     De esta manera se inicia un libro que no es una involución poética, sino más bien la ratificación de la necesidad de poetizar en estos tiempos de forma distinta, con respecto a los autores no solo del siglo pasado, sino también de autores de hace más de un siglo, porque habitamos un mundo drásticamente diferente, de retos y cambios, en donde el universo de la calle, el barrio, la ciudad atravesada de avenidas, tiene que hacerse presente o vivencial, por eso es que el libro no de casualidad, más bien por causalidad se llama “Poemas para esos breves espacios”, esos breves espacios del universo cotidiano que no se desligan del universo familiar e íntimo, sino más bien que se complementan, que participan en nuestra vida diaria y se universalizan.

MEDELLÍN

En los resquicios del día
capturo en las calles de Prado
su geografía esencial de las fachadas europeas
con azules impertinentes,
más allá Lovaina de esquinas polvorientas
y vidas estrechas de mordaz envergadura.
En un bar
la otra ciudad,
la que no conocemos sin atributos,
aquella que pertenece a todos.

     Aparecen en sus poemas precisamente todos los grupos que convergen, habitan y viven en la ciudad, en los segundos o las horas, en el día o en la noche, en el paraíso o el infierno, en el bien o en el mal, en la compañía o en la soledad, así en este canto:

INFINITO MAL DE LAS PALABRAS

Oníricas
llegan desde cualquier lugar
acompañadas de gracia
y movimientos como de marionetas.
Su olor a calendario,
a trapo viejo
contrae ese aroma de los años gastados,
agota las miserias,
las vuelve suyas.
Con arraigo de otros tiempos,
Un aliento desaliñado,
puro
y un olor a café
esculpen ardientes hilos sucesivos.
Con ellas
las posibles fronteras.

Las minorías
tejen falsos testimonios en la noche de la sangre.
Y en la ventana
el cuerpo se aviva
y en dilatado laberinto de metáforas
se sumerge
en el infinito mal de las palabras.

     Creo, que el autor logra plasmar el estruendo de la ciudad, con una grande fineza de la que son depositarios en modo exclusivo los buenos, los laboriosos y excelentes poetas. “Poemas para los breves espacios” es un libro que nos revela un autor para tener en cuenta en cualquier antología de la nuevas y sobresalientes voces colombianas en el tercer milenio.
     Obviamente, hice varias lecturas de este libro, en la primera me impactó el último de los treinta poemas o cantos: “Una rosa y cinco centavos”, inspirado en uno de los grandes poetas y narradores de todos los tiempos Edgar Allan Poe. “Una rosa y cinco poemas” no es un poema convencional, tampoco es un poema común, es un poema que nace o se produce de la devoción especial a un autor para quién al poeta de este libro no le basta conocer la obra escrita, no le satisface saber su biografía, porque necesita conocer su hábitat o espacios en donde caminó, vivió, trasegó, respiró el mismo autor de “Narraciones extraordinarias”, para de esta manera testimoniar un espacio, una atmósfera y una convicción más allá de su poesía, narrativa y vida.


UNA ROSA Y CINCO POEMAS
(E. A. Poe)     
                   Sobre tus poemas:
                                        Una rosa.
               Desgastados por los días
            Y unos cuantos centavos.

Desde la mañana
cobijada por un sol abrasador
el día se desenvuelve para la primavera.

Entre gentes de color
y en una esquina
torturada por la cotidianidad
y la sonrisa de un niño
escucho el graznido de un cuervo
que desde lo alto de la habitación
despliega el saludo de su ala izquierda.

Su mirada atraviesa
el lente de mi cámara

Rodeado por el halo invisible del poeta
me alientan sus palabras leídas en el libro de pastas
plateadas con su negra efigie.

Baltimore
ciudad enquistada
en la furia de tu adolescencia.

De pronto
el hilo de tu pluma
recae sobre el universo.

Tu casa
infinito mal de palabras.

Te busco
entre la muchedumbre
que no conoce tu significado
y en el peor de los casos
ni deletrean tu nombre.

Tu furia y melancolía
atraviesan la nueva Jerusalén
de aquellos Padres Peregrinos
incluyendo el alba negra de Baltimore.
Solo comparto
tu otro pequeño espacio
a la otra orilla de la calle
entre las hojas verdes
y el ruido de tu convulsionada vida.

Busco tu nombre
y al encontrarlo veo
una rosa desgastada por lo días
y unos cuantos centavos
disueltos por mi pequeña hija.

Escucho el corazón delator,
palpo tu nombre
que se incrusta en mí
como el sol de diciembre.

Ahora solo te buscaré
en el lugar preferido de mi biblioteca
y en cada palabra
cuando los pájaros
se ponen en el alero de mi hombro
y canten pequeñas palabras de amor.

Ya seremos otros
diferentes a tu Annabel Lee
que seguirán el río del tiempo.

    Celebro este libro, festejo el poemario: “Poemas para esos breves espacios” de Edgar Bustamante (Barbosa, 1968), porque lo he disfrutado. No solo porque es una verdadera novedad en el mar de publicaciones que se suceden día a día, semana a semana, mes a mes y año tras año, sino porque es supremamente grato encontrar obras, libros o poemarios merecedores de breves comentarios como el presente.




1 comentario:

Michael Smith dijo...

Gonzalo Arango habla sobre Edgar Bustamante:
http://www.elprofetagonzaloarango.com/La_amistad_llamada_Camilo.html