sábado, 21 de febrero de 2015

Guillermo Cabrera Infante, Forever / Víctor Bustamante




Guillermo Cabrera Infante, Forever

                                                                   Para Miriam Gómez

Víctor Bustamante

Cuando el boom literario vivía su apogeo, también existía otra connotación: ser de izquierda para posar de consecuente con ese despelote monumental que es y ha sido Latinoamérica. Era le época de los dictadores de derechas o militares con sus golpes de estado. Solo brillaban, como respuesta, quienes eran amigos de Fidel, sí, el tirano. En un comienzo estuvo Vargas Llosa hasta que sucedió lo del premio en Venezuela y el denunció a Haydee Santamaría por invitarlo a que le dieran el premio al partido comunista venezolano que así mismo ellos luego reembolsarían el dinero del premio. Luego Cortázar, a pesar de su lucidez, se convirtió en un viejito verde de la política al escribirle a Castro pidiéndole casi excusas y diciéndole, caimancito, solo por haberlo criticado. 

La ruptura del boom fue en el caso Padilla cuando Goytisolo le pidió solidaridad a García Márquez. Este se excusó, todo en él era así, eterno enamorado del poder, genuflexo siempre convivió allí. Por eso en el Otoño del Patriarca escribía sin darse cuenta de la tragedia y pantomima de su amado Castro. Cínico le diría Sontag. Nunca le perdonaron a Borges haber hablado sobre Pinochet, mientras todos los que apoyaron a Castro ocultaron y no se dieron cuenta de la clase de tirano que se incubaba desde otra dirección. Terminaron criticando a Borges que fue marginado por los llamados intelectuales de la perversa izquierda que ya dominaban los medios. El otro grande, Cabrera Infante, casi se le considera un apestado.

¿Y qué ocurrió luego con Cabrera infante? Fue marginado por sus propios amigos del boom. Y a más de eso cuando se iba a exilar en España los tentáculos del castrismo lo impidieron y debió irse a vivir a Londres. Solo una persona lo acompañó en su resistencia de disidente que era la única posición política clara: Miriam Gómez su mujer. Y un gran escritor que fue capaz de criticar los abusos y mentiras de Castro, Mario Vargas Llosa.

Y por supuesto, que con sus ensayos nos abrió los ojos con respecto al trato que muchos personajes de izquierda latinoaméricana le daban al tirano caribeño. La situación en La Habana no era como habíamos pensando. ¿Libertad?, pura palabrería, y lo peor, a pesar de ese libro de denuncia, de la situación cubana, Mea Cuba, muchos intelectuales  aun piensan que al vanguardia es el régimen desueto de un emperador del odio como es Castro.

Hasta aquí una forma sucinta de su claridad política, y de su valor civil al denunciar el ambiente político y social en declive de la isla.

Ahora hablemos de literatura.  

En la década de los años 70 se leía con denuedo Tres Triste Tigres de Cabrera Infante en Medellín. Aun andaba embelesado con Cortázar y con Onetti de quien no he perdido mi amor. Incluso hubo un lugar, que prefigurará luego: los bares de salsa de la ciudad, en su homenaje: Los Tres Tristes Tigres donde nunca fui. Pero en ese tiempo no quería leer a TTT porque lo asimilaba a novelas pesadas y aburridas como las de Carpentier, como las de Jorge Icaza y Ciro Alegría que eran las enseñadas en los colegios como referencia. O la de algunos autores de Centroamérica, como Asturias,  que sus libros se me caían de las manos.

Nunca quería leer a Cabrera Infante. Hasta que un amigo, un hombre llamado Jesús, me llamó y me dijo, léete ese libro: La Habana para un infante difunto. Confieso, lo leí de un tirón, y aun lo sigo leyendo como todos los libros de Caín. Me gustaba esa manera de Cabrera Infante de acercarse a lo popular, a lo erótico, al habla, y a un campo donde pocos escritores incursionaban como es el cine y la vida en los teatros. Y a más de eso a caminar de su mano por las calles de La Habana. y así, sentir esa ciudad como si la transpirara y transitara cada que lo leo. Luego sus libros me abrieron esa buena dosis del mundo que me hubiera gustado escribir, y de él lo aprendí, y por eso su presencia en mi escritura, es la presencia de mi maestro. Sé el plano de sus calles, de los lugares donde vivió, de sus paseos en su auto por el malecón, de las noches habaneras, de sus mujeres.

Poseía el mito de los escritores que viven y traspiran la ciudad. Uno de ellos, Joyce y Dublín, pero sospecho que es por la traducción que hacer perder el color local, que es lo que da peso a la literatura y no me llega. Uno lo lee pero algo falta en las traducciones. No sé qué es; pude ser el significado de  las palabras. En la traducción eso, su tono, se pierde.  No encontraba en Cabrera Infante, el tono intelectual de algunos escritores de su generación, que matizaban, pensaban sus escritos con cierto apartamiento que hacen perder lo valioso en la literatura, la pasión.

Cabrera situaba La Habana en toda su dimensión y con su transgresión. Me sentí  mirándome en sus libros, y en él vi lo que pocos escritores, por su incuria en no conocer las ciudades, sí hizo Cabrera: uno siente La Habana descrita y escrita en sus calles, sus cines, en sus plazuelas, en sus personajes. Cabrera en ese sentido da dimensión a la ciudad, la vive, la ausculta. Y no solo eso, capta de oído lo que se hablaba y la música, por supuesto, no escapa a su peregrinaje. En él está la cubanidad en su grado máximo.

En La Habana para un infante difunto se aparta de su amado Joyce que tanto lo influenció en TTT. Lo cual no es ningún dato sospechoso. Uno viene de algún escritor. La originalidad no existe sino en los escritores que se leen, que te antecedieron. La originalidad de la escritura está la tradición literaria. Uno viene de alguien. Con La Habana para un infante difunto, escrito en el exilio de verdad, no el exilio rosa de algunos escritores latinoamericano que lo fingieron en Europa, Cabrera nos abre las puertas a la lectura de El Satiricón y al poder de la nostalgia descrito por Proust. Él da otra dimensión a La Habana, La Habana del recuerdo, tan nítida, que uno la siente. No La Habana destruida por la utopía de la revolución, convertida en el negocio particular de una familia que masacró la economía de una isla. Una Cuba que era reconocida y estimada en el mundo por sus intelectuales por su carácter, siendo rebajada a una simple provincia del marxismo tropical y a la pobreza.

Hace 10 años se murió en Londres Guillermo Cabrera Infante, mi maestro, uno de mis grandes y amados maestros de la literatura. Él nunca calló ante los crímenes del castrismo y su lucidez aún se mantiene intacta. Así haya muerto en el exilio, perdura su honestidad intelectual, su compromiso con la literatura. Siempre escribió sobre lo que él quiso, nunca novelas por encargo, lo cual lo sitúan en el país amado de los grandes amigos con los cuales se busca una buena conversación y el continuo aprendizaje que es la vida, el proceso de creación de un escritor.

Hoy le podría contar al escritor, a Cabrera Infante, como sus detractores continúan embozados en el mundo sucio del silencio, del interés y ambición personal, ah, y de la indolencia con el otro, con los disidentes. Le contaría que su país se cae a pedazos. Pero que su literatura, su férrea honestidad intelectual, sus libros, aun nos dan la vivencia, la calidez de La Habana. Pero sobre todo su presencia allá en su casa de Gloucester Road donde su exilio nunca fue dorado.



lunes, 16 de febrero de 2015

26. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico. Pedro Justo Berrío




26. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico. Pedro Justo Berrío


No seamos injustos con Pedro Justo

Víctor Bustamante

Alguna vez decía Carlyle sobre la importancia del papel de los grandes hombres como referente para la formación de una mentalidad. Claro que eso ocurrió hace algunos años. A él, a Berrío, le podríamos aplicar estas mismas palabas del inglés: "La democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan". Eso fue Berrío, un político destacado, casi con la veneración de sus ciudadanos. En Medellín Pedro Justo Berrío se ganó ese apelativo de un grande hombre debido a sus ejecutorias, y probidad, no en vano en su monumento en el Parque de Berrío fueron escritas estas palabras: “Al incorruptible y modesto ciudadano Doctor Don Pedro Justo Berrío?”

A los pocos años de muerto la ciudadanía quería tributarle un homenaje, y lo hizo, dándole nombre al parque principal de la ciudad, y además eternizando su memoria con una estatua. Fue el primer gobernante antioqueño de una probidad  absoluta y de una  ascendencia total. No creo que en la actualidad existiera unanimidad para que un político contemporáneo mereciera un homenaje de estas calidades. Son tantas las veleidades que uno se pregunta qué ha pasado en estos cien años para que ese ejercicio sea tan discutido. Para muestra un botón sucio: un diputado copió de El Rincón del Vago, en Internet, parte de su tesis y ahí sigue campante. No hablaré de otros casos, más deleznables, por una razón de peso, más de un rostro, iba a decir, de muchos de  nuestros dirigentes se caería como una máscara en el Festival del Diablo. Maquiavelo es su cartilla predilecta.

Carrasquilla recibió clases con Pedro Justo y narra cómo era Berrío, un hombre con sentido común y deber civil que caminaba por las calles para dirigirse a la Universidad de Antioquia, en la Plazuela de San Ignacio.

Luego de abandonar el cargo Berrío se va a vivir a Santa Rosa pero debe volver a Medellín debido al daño que le hacía a su salud el intenso frío de su ciudad natal. Se instala a vivir en la casa 102 entre Carúpano y San Félix, que la construcción de la Oriental destruiría.

Hasta aquí las huellas del ámbito vital de Berrío se han borrado por sus mismos herederos políticos. Es cierto un político aclamado y probo parece no existir y señala sus ejecutorias.

La ordenanza número 26 del 4 de agosto de 1890, mandó a erigir una estatua en homenaje a Berrío. Los contactos se realizaron en París donde se envió la propuesta a Juan C. Ordoñez, y este al señor Emiliano Isaza, secretario de la legación colombiana ante la Santa Sede que contacta a Giovanni Anderlini, discípulo de Tenerani, quien había ideado la estatua ecuestre de Simón Bolívar en Bogotá. El gobernador le envió a Ordoñez, intermediario, tres pequeños retratos de Berrío, uno de ellos de cuerpo entero, un boceto con la acostumbrada postura de Berrío con los brazos cruzados y en traje civil. El dibujo modelo lo realizaría Fráncico A. Cano, el contrato y copia de la ordenanza también se enviaron a Italia.

El día 29 de junio 1895, onomástico de Berrío, se realizaría la ceremonia de descubrir la estatua. Los planos del parque los realizaría el arquitecto Antonio J. Duque.

Este texto se extiende un poco, solo quería referirme a algo inaudito: la situación actual del monumento a Berrío en el parque, lo han cubierto con una base redonda y han encapsulado la estatua de Berrío en una caja blanca, donde se lee “Paisa compra paisa”, y en la base, “Orgullo paisa. Desde diciembre ese armatoste ridículo cubre a Berrío de toda la magnificencia de su obra, de lo que proyectó para la grandeza de un departamento.

He averiguado en la red y en ningún lugar del mundo he visto cubierto el nicho de  las estatuas que hacen homenaje a sus héroes para vender sanduches, perros calientes, chicharrones, pescado o jugo, o la yerba del diablo. La de Lincoln en Washington la veo intacta en tiempo real con el líder aferrado a su silla. La estatua de la Libertad en New York todavía saluda a los viajeros con su antorcha en la mano derecha. En Londres el almirante Nelson en Trafalgar Square sigue ahí sin ningún problema. En Paris la estatua de Napoleón aún sigue de pie sin ser cubierta por nada que oculte su memoria y su presencia, síntesis de su legado.  En Madrid el monumento a Miguel de Cervantes luce primoroso bajo el sol. Julio César en la Plaza Santa María Nova en Roma está intacto y pendiente de la ciudad que ayudó a forjar. En Roma hay unas 2500 estatuas que imprimen su sello y el peso de su historia a la ciudad. En Medellín unas se las han robado, otras las han despedazado y así.

Qué dirán los turistas de la ciudad más innovadora, de la ciudad más educada, que hasta sus grandes hombres son desplazados y tapados con un cubículo y publicidad demagógica, es decir olvidados por una generación de tecnócratas que no sienten el pulso de la ciudad, del Centro digo, y anoto, del Centro abandonado a su suerte. 

No sé si las estatuas sean consideradas adorno  o patrimonio en ese maremágnum de legislaciones que nadie responde. Somos kafkianos a morir. Seguro no aparecerá el funcionario que dio la orden menos el gerente del Centro. ¿Hay gerente del Centro? Iba a referirme a los concejales pero estos deben estar en campaña desde el primer día de su legislatura. 

Teníamos noticias del carácter mercachifle de los paisas al destruir casas patrimoniales para abrir negocios, pero si miramos las diversas fotografías de Berrío en su monumento es la primera vez que en Medellín ocurre un disparate de esta índole.

La Antioquia vocinglera, la que se extasía con los juegos de chance que ocupan los antes poderosos edificios de los bancos de la calle Colombia con Bolívar, la ciudad de los casinos que remplazaron los teatros, de los estriptis, de los jibaros, los brujos de tarjeta, de las prepagos, la de los vendedores de mercancías chinas del Hueco, la de contrabandistas; se ha apoderado del Centro. Esto para referirme a una parte; la otra, la de las vacunas y la de los atracos perdura con baja intensidad, y ahora, la barbarie, corona su obra con la armadura que le han dispuesto a uno de los antioqueños ejemplares.

¿Hay un encargado del espacio público en la ciudad? ¿Hay dolientes del patrimonio, en este caso los monumentos que poco a poco se abandonan?  La incuria a Berrío hoy es equiparable a la desidia con el monumento a Cisneros en la época de El Pedrero.

Inicialmente pensé que se trataba de una instalación a la manera de Christo que tapaba con mantas de tela edificios, incluso el Pont Neuf, para tomarles fotografías. También llegué a pensar que algún imitador de las bagatelas de Jeff Koons había decidido crear una instalación, pero este cachivache que ofende y esconde al héroe lleva más de tres meses cambiando la historia, degradandola al folclor del más bajo calado: situar un cacharro que servirá para el escenario de los cantantes varados de diciembre y luego para la venta de chicharrones y jugos, tinto, cerveza, tapetusa y whiskey Old Parr 100 años destilado en Manrique, y música guasca para poder ocultar el monumento a uno de los antioqueños ilustres, que en realidad sí lo fueron.

Es cierto, Medellín se precia de realizar eventos internacionales de gran vuelo, pero en el fondo la mentalidad de montañeros con corazón municipal aún perdura. La ignominia a Berrío es apenas un escudeto del descuido.




sábado, 14 de febrero de 2015

Medellín / Manel Dalmau Etxalar





Medellín / 


Manel Dalmau Etxalar

"Se apaga el sol al sur de Medellín. Se respira una furia que escupe frenazos, estafas, balazos y navajazos. Los peatones atraviesan con un miedo desatado a ser atropellados en los pasos de cebra, o a ser atracados en la esquina sin nombre, o asesinados en los callejones sin apellidos. Es el pánico diario de una ciudad con leyes invisibles, donde los turistas buscan polvos mágicos y los hambrientos devoran las partículas de la miseria.

Medellín es una villa vestida de novia decepcionada, que se le corrió el maquillaje de la eterna primavera con el sudor de los aguaceros y el temblor de un sol impertinente. El amor es un caso sin resolver, la capital del departamento de Antioquia tiene la etiqueta de antro peligroso, donde la amabilidad es un truco y la cortesía una trampa. Así es retratada por cronistas extranjeros atrapados a sus clichés, periodistas de lenguaje amarillo o visitantes perezosos.

Y Valentín se pasea por Medellín del mismo modo que se dejó llevar por la Barcelona yonqui, el París racista, una Nápoles de camorra, un Buenos Aires traidor o una Nueva York sin ideas.

Y Valentín, amante eterno, encontró la cortesía del amor a los pies del desconsuelo de mármol barcelonés, en el cementerio parisino de Père Lachaise, en el horizonte marítimo del puerto napolitano, en la boca gritona bonaerense, o en la pequeña Italia neoyorquina.

Y en una noche cualquiera, en esta furiosa Medellín, Valentín encuentra confesionarios con sosiego en algunos parques sin cagadas de perro, en algunas orillas de aceras sin peatones, en grotescos rincones pintados con luz de gas, en esta ciudad colombiana fascinante, con su rostro sin muecas, con su amor derramado por todas partes, es otra Medellín, la de gente trabajadora, la de la creatividad que se mueve con más ganas que buena estrella, la de amores y amistades que sobreviven a las etiquetas, a la violencia, a la soberbia.

En la esquina de la casa museo Otraparte, esa que sobrevive frente a una gasolinera con recelos y restaurantes de mordiscos chatarra, hay una puerta de hierro fundido con una frase en latín:

“Cave canem seu domus dominum”.

Esa puerta abierta como una boca de quijada rota, te lleva al universo eterno de Fernando González, un brujo antioqueño, colombiano, latinoamericano, de mundo redondo y completo.

Por allí vivió con su esposa, sus brisas, sus hijos, sus lluvias, sus hermanos, sus espíritus, sus amigos, sus pensamientos.

Hay un jardín, saqueado con orgullo por las manos de los desheredados de esta ciudad, caminado en silencio por los lectores de la vida, descubierto por la curiosidad de los viajeros, coloreado por las paletas de los artistas, fotografiado por las pupilas de las princesas, grabado por las avenidas de las televisiones, añorado por nadaístas, anarquistas y locos de la nada.

En ese jardín alumbrado por la sombra de los mangos y las raíces de plantas que hablan solas, donde las ardillas se sienten reinas y las abejas son dueñas del sabor de su miel, se plantaron tres bancas que son como las gradas de un estadio de fútbol, o butacas de un teatro, o asientos de un bus de largo recorrido o de una estación de tren o de un apeadero para el sofoco.

Es de noche honda, con un azabache descarado que amaga la sonrisa de la luna tras esas ramas robustas de los árboles que protegen el jardín de Otraparte y que someten en forma de cruz la transparencia de un cielo desenfocado.

Y en esas bancas se sientan los solitarios, que alumbran sus lecturas con la llama de las candelas, de los cigarrillos o de sus demonios. Unos leyeron a Poe, en busca de Annabel Lee, otros a Bécquer, a Cortázar, a Machado, a Borges, al Rivas o a los negroides de Fernando.

Otros se acercan a las columnas de Universocentro, a los ruidosos artículos del Colombiano o a las calladas arengas de la izquierda nacional.

Algunos de ellos escriben versos, otros relatan viejas historias de malas horas, y tal vez escapan las culebras de la borrachera, las mariposas de amores traviesos o la luz de una condena.

Este jardín de Otraparte es una estación de paso, con amantes que se esconden del ruido, que descubren la humedad del sexo tal vez virgen, o la rigidez de una erección suprema, o los recuerdos de un amor escrito por entregas, o el final de una pasión firmado con un beso de limón.

Son noches que van y vienen, en un refugio que ve pasar las sombras del tráfico a golpe de calma. Cerca del jardín, a pocos metros del rostro de un sátiro garabateado de piedra, con un gesto de ironía por sonrisa, está la greca sobrada de tinto, iluminada con la bombilla que parpadea dudas y que recibe los galantes revoloteos de polillas y mosquitos. Los pasajeros de Otraparte van y vienen, buscando descanso en las bancas del jardín, encontrando sabor con el tinto de esta mansa greca, donde hubo un tiempo donde tomaba Fernando González tragos de palique con los viajeros, y que ahora se la apropian los nuevos locos de esta nave mundana de palabras y nómada de sentimientos.
Valentín agoniza en una noche de Febrero en la ciudad de Medellín, esa ciudad sin primaveras, ni otoños, capital de centros comerciales, cuando el 14 de Febrero es fecha de regalos con disculpas para unos novios torpes, o caricias atrevidas de esposas que comprenden, o versos en los labios de los adolescentes que se besan por primera vez, o amores eternos en los temblores de los más ancianos que han sobrevivido a mil batallas injustas, o ese perdón que llega con paciencia, o ese anillo de compromiso que se pierde en el bolsillo de la mentira, o esos revolcones que llegan sin avisar en los asientos traseros de un coche, o esa botella de vino tinto que se bebe sin prisa y que prende la luz de las miradas.
Cada vez que se muere el sol sobre la ciudad de Medellín, los amantes encuentran rincones como este jardín en Otraparte, donde Valentín, descubre un nuevo lugar donde poder volver. Volver al delirio del caminante, del que busca su destino paso a paso". 
……


Manel Dalmau Etxalar. Nacido en un pequeño pueblo del pirineo catalán cuyo nombre es La Pobla de Segur. Adoptado en la ciudad de Medellín en 1998, paisa chivado desde Enero del 2010. Periodista, documentalista, historiador, dinamizador cultural y onanista compulsivo. Forma parte del equipo de la casa Museo Otraparte desde el año 2010. El “NO” de su gorra es un adverbio positivo y un morfema ácrata. Es un “NO” a la intolerancia, al desajuste social, al abuso, es una invitación para que todo aquel que lo lea, se invente su propio NO. Es un yonqui de la tertulia y un borracho de silencios. Intenta soñar.



4. Festival Alternativo de Poesía de Medellín. Bienvenida a Gabriel Jaime Caro






4. Festival Alternativo de Poesía de Medellín. Bienvenida a Gabriel Jaime Caro


Gabriel Jaime Caro

Víctor Bustamante

Gajaka ha regresado de Nueva York, donde reside a veces la mitad del año, o donde pasa temporadas desiguales. Allí es posible saber cómo participa en velas poéticas, en programas de radio por Internet. O sea la poesía lo mantiene ocupadísimo rodeado de sus grandes amigos de diversos países donde confluyen la escritura y la amistad. Pero hay algo que lo define: siempre permanece atento a Medellín.

Ahora en esta noche de enero unos amigos le hemos dedicado una reunión para celebrar su llegada desde la ciudad del norte de donde llega con esa vitalidad tan suya, con esa poesía, con su sello personal, a borbotones, para decirnos que por supuesto él está presente, que reinicia así, sus labores poéticas, con ese sello tan personal que le hace falta a la poesía del país, enmarañada en falsas solemnidades o en la fantasía de papel de la solidaridad de los negociantes y salvadores de la poesía entre comillas del universo como ellos se autodenominan.

No, Gajaka es un ser autentico, y de ahí que su poesía pronuncie su personalidad su carácter alegre, la majestad de su palabra como nadie lo ha expresado en el país de los ocultamientos.

Para él nuestra bienvenida, nuestra solidaridad sin cortapisas, nuestra admiración, así a veces cruce la frontera del neonadaísmo que es su verdadero ser, y se oscurezca en el neobarroco como su apetito poético.


 Para él nuestra bienvenida, nuestra solidaridad sin cortapisas, nuestra admiración, así a veces cruce la frontera del neonadaísmo que es su verdadero ser, y se oscurezca en el neobarroco como su apetito poético.

Últimamente lo vemos visto muy chic en las redes sociales. Sus amigos Gustavo Zuluaga,  Carlos Alberto Álvarez, Helena Restrepo, Rubén Vivas, Fernando Rivillas, Carlos Enrique Ortiz, y Carlos Alfonso Rodríguez, entre otros, le damos una cordial bienvenida a la Ciudad más Demoledora.