domingo, 25 de enero de 2015

25: Medellín: Deterioro y abandono de su patrimonio histórico: El Castillo de los Botero



25: Medellín: Deterioro y abandono de su patrimonio histórico: El Castillo de los Botero



El Castillo de los Botero

Víctor Bustamante


Las personas que no desean que Medellín continúe siendo desmantelada en su escaso patrimonio histórico fuimos sorprendidos el domingo 18 de enero, en las redes sociales y en algunos diarios de la ciudad, ante la noticia de la previsible demolición del Castillo de los Botero en Buenos Aires.

En la actualidad dicha construcción ha sido empobrecida en su alrededor al verse cercada por diversos edificios de apartamentos. Incluso por el avance de la clínica misma, la edificación se ve perdida, extraviada ante la osadía de los urbanistas que no valoran absolutamente nada de lo que sea patrimonio sino que sus agallas mercantiles van detrás de la especulación, la rentabilidad y arrasar cualquier tipo de construcción que no obedezca a sus intereses. 

Ante la destrucción del patrimonio la historia de nuestro urbanismo es la historia natural de los mercachifles antioqueños, urbanistas constructores de aburridos apartamentos para vivienda donde ellos decidan, sobrepasando cualquier tipo de normatividad con las excusas que ellos prefieran y adecúen.
Hablar de patrimonio con un urbanizador actual es saber de antemano el arte de esconderlo todo en la superficie, es la única verdad que los lleva a justificar sus acciones. De ahí que la ciudad sea cada día, con la anuencia de las autoridades responsable de esta destrucción, un adefesio sin patrimonio sino de lugares construidos con un estuco mezquino que da la apariencia de modernidad.

Hay una coartada de parte de los dueños del Castillo de los Botero: la construcción se ha ladeado, afirman que hay aguas subterráneas, los techos y las tapias se deterioran; todo un cuadro clínico para justificar con su desidia su demolición. No sabemos en que han invertido 600 millones y si cogieron algunos goteras con esa cifra. En El Mundo, 22/enero/2015, se afirma en un pie de foto: “De ser desmontada la Casa Botero, los directivos de la Nueva Clínica Sagrado Corazón tienen pensado “ampliar el parque que tenemos para que los familiares esperen a los pacientes o el parqueadero”. ¡Qué filantropía! ¡Qué deseo de servicio! ¡Qué cuidado con la comunidad! ¡Qué servicio al cliente!  Afirmación ridícula de quien la dijo, insensible e insensata además. Tumbar una casa de esta índole para construir un parqueadero.

Luego, en una nota aclaratoria se escudriñan las normas legales que no permitan que tal crimen arquitectónico se realice a la luz del día y con las leyes que los justifique y mentiras de quienes piensan destruirlo como excusa. También es notoria, en este país de leyes, la eterna contradicción que da pie a los abogados para pegarse a lo que sea de una manera legal, lejos del sentido práctico de conservar la ciudad. Les basta una coma mal colocada, la significación de una palabra, la ambigüedad de las mismas disposiciones, algún  dato olvidado.

Se añade en la misma nota de El Mundo

“La Dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura confirmó a este medio de comunicación que “la Casa Botero no se encuentra inscrita en la Lista de bienes de interés cultural del ámbito nacional”. 

Según un documento oficial firmado por el líder del programa Unidad Ordenamiento Territorial del Departamento Administrativo de Planeación Municipal, Jaime Humberto Pizarro Arteaga,  el 6 de mayo de 2011, “se constató que el inmueble posee valores importantes en su arquitectura, los cuales fueron valorados en el marco de la formulación del Plan especial de protección del patrimonio cultural inmueble de Medellín, pero no han sido declarados como patrimonio inmueble municipal mediante acto administrativo que así lo defina”. 

Sin embargo, el director de Planeación Municipal, Jorge Pérez Jaramillo, explicó que “la reglamentación vigente es el Plan de Ordenamiento Territorial (Acuerdo 48 de 2014)”, y enfatizó que “el documento dice que esta Casa hace parte del Componente del grupo indicativo para procedimientos de declaratoria como Patrimonio”, por lo que su desmonte deberá ser aprobado por las entidades competentes.

Acerca de los deterioros sustentados por la Nueva Clínica Sagrado Corazón, Pérez Jaramillo concluyó que “cualquier edificación de la ciudad que esté en una condición de riesgo, si el Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres (Dagrd) determina que debe tener algún tratamiento lo tendrá. Que haya alguna condición de riesgo aplica para los patrimonios y cualquier edificación” y que hasta ahora no ha sido presentado a su entidad soporte alguno de fallas".

Hasta aquí el panorama jurídico a la espera de las agallas y del salvajismo destructor que legalice una posible demolición. Añade Natasha Molina, administradora de la clínica. “No vamos a demoler la casa, la vamos a desmontar, ya que según el análisis técnico de un experto representa un peligro”. Extraña leguleyada entre demoler y desmontar. Y eso que debe ser una profesional en su área, pero una despiadada con el patrimonio de la ciudad. Luego compara el caso con el de Space para cuidar a sus empleados y pacientes. Pero olvida la fatal Natasha que el Space debió su caída a los malos manejos y pésimos cálculos, y a la voracidad de los urbanizadores negociantes, y el Castillo de los Botero lleva en pie más de cien años. Este último una casa patrimonial y el otro un edificio de apartamentos, que en su mismo nombre indica el arribismo paisa. Esperamos que no haya bufets de abogados a la caza de justificaciones, de influencias, de coimas a funcionaros para justificar este absurdo. Lo cual es una costumbre en un país, en una ciudad, donde se ha perdido el concepto de ley como legalidad en sí que debe ser acatada y que se asume como un ornamento, es decir lo que no existe, lo falso, el oropel de la escritura, en códigos que son burlados a plena luz del día con los antifaces de la excusa y de la burla, del vencimiento de los términos, del silencio hasta que los procesos precluyan, dentro de ese concepto de la ley no como ordenamiento sino ornamento.

Recordemos que el poderoso sector de la salud con gabelas oficiales también ha causado estragos arquitectónicos en el barrio Prado, y en el conjunto arquitectónico del Hospital San Vicente de Paúl, bajo el lema beatífico de servir a la comunidad.  

Este truco, este engaño, para la destrucción de nuestro patrimonio, se ha manifestado a través de la reciente historia de Medellín para cambiar y para obviar la exigua y débil reglamentación en este sentido. Ya desde principios del siglo pasado conocíamos una de las triquiñuelas preferidas: incendiar las casas para justificar su demolición. Nadie revela cómo se incendió de una manera inexplicable lo que quedaba de la Farmacia Pasteur; cómo se abandonó durante unos cincuenta años la sede del Manicomio de Aranjuez; todos los años de olvido de la casa Barrientos; la destrucción adrede de la Estación Villa -en una sola noche con las técnicas más elaborados de los asesinos- la derribaron; cómo se dejó deteriorar la cárcel de la Ladera; como se cerró el Palacio Nacional para justificar su venta a un mercachifle; cómo se destruyó el Pasaje Sucre burlando las premisas legales dando pie a un premio internacional, el Atila, al alcalde destructor. 

Total. Medellín no supo, no sabe qué hacer con su patrimonio histórico. O si sabe, verlo en fotos, y no poseer la posibilidad de vivirlo, de parparlo de saber mostrar con orgullo esa ciudad que pudo haber sido una obra de arte construida por tantos ingenieros, por tantos arquitectos, por tantos maestros de obra, pero que poco a poco es destruida por cada generación que nunca supo de la valiosa historia cotidiana de la ciudad.

Un poco de historia del Castillo de los Botero

Francisco Navech, ingeniero arquitecto y electricista, radicado en Medellín, fue quien diseñó la casa de Ricardo Botero a finales del siglo XIX, donde el nuevo urbanismo había ideado otros rumbos por el Paseo de Buenos Aires (Ayacucho). Por esa calle llena de historia, en las madrugadas se escuchaban los cascos de las recuas de mulas dirigidas por los míticos arrieros que se dirigían de Santa Elena a Rionegro. Los planos para la casa fueron elaborados por Juan Lalinde quien en dos de sus construcciones: la casa de Manuel Uribe Ángel (demolida) y la del fotógrafo Pastor Restrepo, dispuso mansardas sobre el techo de su último piso.

Navech, de nacionalidad italiana para unos; francesa o catalana para otros, pertenecía a la comunidad de los Hermanos Cristianos. Había llegado con ellos al país, a Medellín, en 1897. Luego, en 1902, Navech elaboró los planos y dirigió la construcción del templo en estilo gótico Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Buenos Aires, contiguo al Castillo de los Botero, principiado a construir por el Vicario del Arzobispado, Víctor Escobar Lalinde, pero terminado de construir, entre los años 1902 y 1907, por Horacio Merino Rodríguez. 

Navech, al retirarse de la comunidad, se fue a vivir a Fredonia donde construyó, en 1913, el acueducto y ayudó en la instalación de la planta eléctrica y la de Aguadas en 1914. También en 1916 ensambló en Amagá la planta eléctrica. Como si fuera poco también diseñó los planos para la iglesia del Poblado. Su profesión lo había llevado a diseñar el edificio Miguel Vásquez B., Incluso allá tenía su oficina. Esta edificación luego fue demolida para construir el actual edificio del Banco de Colombia, ahí en Colombia con Bolívar. También había diseñado la fachada del colegio de San José en la Avenida Juan del Corral entre Maracaibo y Caracas (demolida) y la casa de Juan Pablo Villa en Palacé (demolida). 

Francisco Navech adecuaría su apellido al español y terminaría llamándose Francisco Navache Sabi o Francisco Naveche. Se había casado con Carmen Emilia Escobar Montoya. Francisco Navech murió en Medellín en 1924.

El Castillo de los Botero comenzaría a poseer su halo particular: se convirtió en un punto de referencia para los visitantes. Jean Peyrat en su Guía Ilustrada de Medellín, 1916, recomendaba al turista subir por Buenos Aires hasta la Puerta Inglesa, y al regresar por el mismo camino, que se detuviera en la capilla de Buenos Aires cerca a la casa de Ricardo Botero ya que desde allí obtendría una hermosa vista de la ciudad. Allí, en esa mansión, se llegaron a celebrar secciones de espiritismo y de masonería, costumbre arraigada entre los exportadores para averiguar las cotizaciones del dólar en Nueva York, el alza o baja de los precios del café, ante la lentitud del telégrafo. Esta fama dudosa en la calenturienta Medellín, llevó a que más tarde doña Mercedes Saldarriaga de Botero, y sus hijos, donaran los terrenos para la construcción, contigua a su casa, de la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

En el libro La Ciudad 1675 1925 de Agapito Betancur, dice: “Entre las residencias privadas, en la ciudad y en los campos, son dignas de mencionarse la de don Ricardo Botero en el Paseo de Buenos Aires”. La casa hacía parte de un conjunto más grande conocido como El Castillo de los Botero, integrado a la iglesia. 

Ricardo Botero Saldarriaga había nacido en 1869. Estudió en la Universidad de Antioquia y en Europa. Heredó con sus hermanos la fortuna de su padre José Miguel Botero Pardo casado con Mercedes Saldarriaga. 

Descendientes de José María Botero Arango, José Miguel y Pedro Luis Botero Pardo, se casaron respectivamente con las hermanas Mercedes y Matilde Saldarriaga, quienes tuvieron negocios personales aparte de los de sus esposos. Luego de la liquidación de la firma Botero Arango e Hijos, las hermanas Mercedes y Matilde Saldarriaga de Botero y sus hijos crean en 1898 Boteros y Cía., siendo Carlos y Ricardo Botero Saldarriaga los administradores de la compañía.

La actividad económica de los Botero consistía en ser agentes de negocios, comerciantes, comisionistas y su correspondencia refiere transacciones con dinero de remesas en el exterior, cuentas de crédito, pedidos, compras y remisiones de café, ganado y otros artículos para uso particular, informes de cuentas y estado de las distintas haciendas.

En su magnífico libro, Buenos Aires Portón de Medellín, Orlando Ramírez Casas, nos informa que a los Botero se le deben cuatro construcciones de postín: su castillo, de corte republicano; la iglesia, de estilo gótico, y los edificios Mercedes y Matilde, de arquitectura colonial. Estos dos últimos situados en el Parque de Berrío que fueron demolidos para erigir la actual sede del Banco de la República.

En el Castillo de los Botero, en 1956, funcionó la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la U de A. y desde 1970 hasta la fecha de hoy la Clínica del Sagrado Corazón.

Esperamos que los dueños de la Clínica del Sagrado Corazón sean asistidos no solo por médicos y consejeros sensatos con la ciudad, sino que eleven oraciones, maitines y plegarias al Sagrado Corazón de María para que los vuelva más concienzudos y les dé una luz de esperanza, ya que salvar un edificio de esta índole es como salvar una vida de las cuales ellos seguro son muy meticulosos.



No queremos que Medellín sea la más demoledora

miércoles, 7 de enero de 2015

Jesús Cañas Escobar - Babel


BABEL
N 15. Diciembre 2014-Marzo de 2015

-Patrimonio-

Jesús Cañas Escobar

Contenido:

Valoración de su obraConversación con Gustavo Cañas Mejía (hijo) • Jesús Cañas José Bustamante H. • Jesús Cañas Escobar Víctor Bustamante• Retrato de un fotógrafo Julián Ospina • Don Jesús Cañas Escobar Víctor Raúl Zapata Carmona •Jesús Cañas   o la presencia de lo cotidiano Edgar Bustamante•


Director: Víctor Bustamante
Editor: Edgar Bustamante
Trascripción de textos: Alejandro Bustamante, Alba Salazar
Publicidad: John Harold Dávila
Juan Guillermo López (+)


Hicieron posible este número:
Gustavo Cañas Mejía
Luis Carlos Murillo
Néstor López
Gustavo Zuluaga
Saúl Bustamante
Giselle Cañate
Diana Zapata
Marianela Márquez
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ISSN 17945585
Tel. 2346731-3175234257
babel.literatura@gmail.com

Medellín- Colombia





Valoración su obra:
 Jesús Cañas
José Bustamante H.
La fotografía de Jesús Cañas corresponde a una visión del mundo muy específica, de alguna manera idílica. Esto es un mundo que no existe y por eso la hace valiosa, esos momentos pertenecen a unas circunstancias propias antes del rompimiento del núcleo social. El apacible Barbosa de las fotos es apenas una reminiscencia, la dulzura de lo que no existe; esto es el pasado. La fotografía tiene el poder de seducción con las cosas muertas, pero de esa misma manera devuelve su poder de convocación al reinstalarlas como si no hubiera pasado nada y ahí está el engaño, un engaño que se acepta con la insistencia del tiempo irrecuperable. La fotografía es el único arte que copia la realidad escueta y como existe, sin artificio y ahí está su nulidad, absorbe el tiempo hacerlo evasible. En estas fotografías existe un fresco social que corresponde a un momento donde el fotógrafo no sospechaba que sus imágenes se iban a prostituir después del 70. El fotógrafo de pueblo es un artesano que tiene su secreto: devolver la imagen, espejo de bromuro y papel, y sales de plata y hacerla eterna.
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Don Jesús Cañas Escobar
Víctor Raúl Zapata Carmona
Nacido en 1919 en Barbosa, hijo único del hogar de don Paulino Cañas y doña Engracia Escobar. Hombre de finos modales y corteses andares, amante del teatro y la poesía, gracias a sus capacidades y habilidades histriónicas, de hecho representaba obras de teatro en lo que fue el antiguo teatro de Barbosa, otrora administrado por don Román Salazar, donde en las décadas del 60 y 70 disfrutamos, los amantes del cine, de grandes realizaciones, sobre todo del cine mexicano. Pero era allí donde don Jesús Cañas deleitaba y entretenía a los barboseños con delicadas obras de teatro y con sus poesías, en especial “El seminarista de los ojos negros”, poema de Miguel Ramón Carrión.
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RETRATO DE UN FOTOGRAFO
Julián Ospina
Las calles polvorientas o pantanosas, según fuera la época del año, pues, ninguna de las angostas vías de Barbosa viejo, conocían la bondad del asfalto, los adoquines o cualquier tipo de ladrillo con los que hoy se pueden adornar. Las calles eran además, peatonales y vehiculares, en cualquier sentido, y a pesar de tener nombres y nomenclatura, también tenían apodos. Por ejemplo, mi vieja calle, en la que nací, la de mis antepasados, la misma que me vio crecer y hoy todavía soporta mis pasos, debe aparecer en los correos como carrera Bolívar o carrera; sin embargo, a alguien le dio por ponerla “Tacamocho” terminaba en un camino que conducía a un pequeño puente sobre la quebrada la López y desembocaba en un potrero conocido como el guayabal; también a la calle 17, se le conoce más como la “Calle de las Brujas”, otra es El Talego, El Callejón, La Variante, El Portón y la Calle del Comercio entre otras. Ya en otra oportunidad nos ocuparemos del origen de estos nombres.
Cómo evitar la nostalgia que producen los recuerdos, evocar en la memoria lugares, personajes e historias, cuántas veces nos burlamos hasta de nosotros mismos con aquellas vivencias del pasado, pero también cuántas veces se ahoga nuestra garganta y se inundan nuestros ojos, al recordar seres o amigos que ya no están, los rincones de nuestras citas amorosas y hasta la tienda donde comprábamos dulces o bolas de cristal.
Pero aun así, como es de bueno recordar y contarle a nuestros hijos y nietos cuan diferentes eran las cosas, los lugares y las gentes. Utilizando un poco de inspiración macondiana y retrocediendo en el tiempo tan solo cincuenta años, bien se pudiera escribir un gran libro, poniendo en escena una sola de aquellas calles con sus gentes y su cotidianidad.
Que tal entonces si retrocedemos en el tiempo y recreamos lo que fue la Calle del Comercio, solo entre carreras 13 y 14.
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Jesús Cañas   o la presencia de lo cotidiano
Edgar Bustamante
Solo podemos enunciar y sumar a esta gran lista de personas hacedoras de cultura a uno más que con su dulzura nos supo dejar la historia su historia inmersa en todas las calles que transitamos.
El Zurdo, la Banda de Barbosa, los Tapias, la Selección Barbosa de 1980, Pascuala Muñoz, Luis Tejada, entre otros, tenemos que rescatarlos, para que las nuevas generaciones cuenten a sus hijos, así como nuestros padres nos contaron, que en cada uno de nosotros existe un gran barboseño que quiere su pueblo con un orgullo y para enriquecer nuestra tradición.
Creo que a todos ellos debemos considerarlos hijos ilustres de Barbosa, pues al país tenemos que mostrarle. Y a nuestros jóvenes que sepan que muchas personas han labrado su camino.
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Jesús Cañas Escobar
Víctor Bustamante
Cierto. Este el primer aspecto que prima en las fotos de don Jesús, hacer relevante un momento especifico, la devoción del pueblo. Lo cual se completaba con las innumerables fotos de matrimonios, de bautizos y de primeras comuniones. Pero estos ya eran retratos realizados en su estudio. En muchas casas de Barbosa deben de permanecer fotos que él tomó durante unos treinta años, donde el paisaje humano fue plasmado de una manera consuetudinaria por él, y que el tiempo ha convertido nada menos que en ese paisaje de miles de personas, muchas de ellas, de las cuales solo ha quedado un retrato en un momento especifico de su vida; considerados, luego, instantes cenitales en la formación e información de cada uno de ellos. Y algo cierto, esas procesiones era, son toda una puesta en escena debido a la preparación de las andas con los diversos pasos, los apóstoles detrás, así como los policías o soldados, según el caso, custodiando el evento junto a los sayones de túnica y gorro morado con la cara tapada algunas veces. Estos eran los capirotes nazarenos de origen español, usados en la Inquisición, ya que estos sayones, además, eran los encargados de ejecutar los condenados a muerte. Así se creaba la dualidad de dos cuerpos de seguridad unidos en el tiempo. Las procesiones se convertían en un evento social, pero también en un acto de representación con tintes teatrales.




lunes, 5 de enero de 2015

“MEDELLÍN: CINE &CENIZAS” de VÍCTOR BUSTAMANTE /Carlos Alfonso Rodríguez






“MEDELLÍN: CINE & CENIZAS”

              de

 VÍCTOR BUSTAMANTE
                                                                                                          
                                                               
Carlos Alfonso Rodríguez
    
     El más reciente trabajo literario escrito y publicado en Medellín, por Víctor Bustamante (Barbosa,1954). La novela “Medellín: Cine & cenizas” (2014). Es una grata construcción literaria, una maravillosa ficción, una simpatiquísima comedia, una gran crónica urbana y un extraordinario reportaje. En donde el personaje central de toda la historia es “El mirón” un inquieto adolescente que empieza fisgonear a todas las vecinas de la vecindad, barrio y pueblo, porque se ha encontrado prematuramente con un insaciable despertar sexual que desde entonces nunca se apagará ni se extinguirá en su vida, por lo menos durante la historia, relato y ficción, ese despertar se mantiene incólume, erguido y viento en popa.
     “El mirón” se aficionará al cine que se convertirá en una fiebre, obsesión y pasión cuasi enfermiza, pero paralelamente a esa fiebre, obsesión y pasión, contraerá un virus humano, no contagioso, pues se volverá un jovenzuelo enamoradizo, mujeriego e infiel, que perseguirá mujeres solitarias en los cines, en las calles, en las bibliotecas a las que seducirá con la magia de su encanto espontáneo, natural, cinéfilo y su pelo revuelto imitando a los Beatles, Mick Jagger, Cat Stevens y a otros mechudos de los años 60 y 70.
     “El mirón” será una hombre sexualmente insatisfecho, goloso y un permanente buscador del amor a través de nuevos cuerpos, labios y formas para lograr triunfar no en él, sino sobre el amor y sobre todo encima de la piel de las féminas que se le atraviesan en su vida o en sus vidas, como en el caso de la perfecta doctora que vivía en el Edificio Teatro Colombia, construido sobre lo que fue quizás alguna vez el antiguo Teatro Colombia.
     “El mirón” es a veces un joven solitario que recorre la ciudad, cafeterías, bares, tabernas, plazuelas, parques, heladerías, estanquillos, en donde hace planes, proyectos, aventuras. Luego regresa y vuelve a caminar por todas esas mismas calles, callejuelas, pasajes, jirones, largas avenidas, centros comerciales y tantos otros recovecos citadinos.
     “El mirón” vagará por los cines y teatros de toda la ciudad de Medellín, porque hay que reiterar que la ciudad es uno de los grandes personajes a través de todo el relato o narración. Por ello es que vemos desfilar a los teatros más importantes, pero también a los más escondidos, ignorados y olvidados, que a través de esta novela en forma de crónica o crónica novelada nos permitir conocer el autor. Sin duda que la gran protagonista es la ciudad, sus teatros de otrora o antaño, sus cines, sus calles, sus jóvenes habitantes, sus cafés, sus nuevas tribus urbanas que tienen sueños, aspiraciones, anhelos, deseos.
     Sobre todo esos deseos inacabables que mantienen y sostienen vivo a “El mirón” que junto con sus amigos quieren, pretenden y tienen interminables aventuras, una de ellas hacer cine y películas, como todas esas películas que habían visto en muchas tardes, en largas horas, en tantos días y años. Pero las condiciones para realizarlas se les volvían cada vez más difíciles e imposibles, porque de modo equidistante hacían otras actividades, oficios, vidas, en medio de tantas limitaciones de la época. Sin embargo, esa llama se mantendrá encendida en sus corazones, cuerpos y cerebros por siempre.
     “Felipe el hermoso” es un amigo de “El mirón” que se encuentra en sus entrañas, en su más profundo afecto y corazón. Es un talento creativo, socio, compañero de sueños, andanzas, viajes y escrituras literarias. “Felipe el hermoso” le permite a su amigo conocer las nuevas tecnologías de la diagramación y redacción frente a una pantalla, abandonando para siempre y de por vida esas viejas máquinas con teclas marca “Olivetti” que ahora son reliquias de antigüedad y unos pequeños monstruos de fierro, lata o alambres.
     “Felipe el hermoso” siempre adelantado poseía una cámara filmadora moderna que la delincuencia común se la arrebató, pero al forzar e intentar no dejarse robar su herramienta de trabajo, le cayeron sendos tiros que le causaron la muerte. Todas estas acciones y hechos ocurren en la más reciente época de la violencia de los años 80 y 90 en la ciudad.
     “El crítico” es un cinéfilo sabelotodo, chispeante, autosuficiente que trata de instruir a algunos muchachos en la más reciente cinematografía local y universal. “El crítico” conoce el tema, pero decide volverse un profeta que se las emprende gratuitamente contra los libros, libreros y autores de libros, pues aseguraba que en el futuro nadie leerá y que todo pasará por las luces, fantasías y sombras del cine.
     “El crítico”, gracioso, simpático, divertido, durante su presencia o existencia en el documento literario lanzará un mensaje de absoluta lucidez, profundidad y trascendencia, que se confunde en un bronco grito desgarrado y desgarrador, pero sin dejar jamás de ser memorable: “Nuestra memoria, debemos proteger nuestra memoria cultural” (Pág.226).
 
     “El mirón” y sus amigos más próximos “Berto Luchi” y S. J. intentarán realizar una proyección cinematográfica organizando un viaje al eje cafetero, que hasta finales del siglo pasado y en los comienzos del presente siglo se pensaba que por aquellos lares terminaba el mundo; pero en realidad desde allí en adelante apenas comenzaban otros y nuevos mundos. Estos socios y amigos serán testigos de esa fiesta pagana, libertina y libérrima que es la fiesta del Diablo en Rio Sucio, en ese carnaval que como todos los carnavales que en el mundo han sido, o son, empiezan con bailes, danzas, borracheras y terminan entre gemidos, sábanas blancas, catres rotos. Ante el entusiasmo desbordante de un diablo rumbero, bailador y ardiente.
     Luego de degustar los platos, potajes y bebidas típicas, los mismos socios de la historia literaria, más una invitada. Después penetrarán a un resguardo indígena llamado Cristianía, ubicado en el municipio de Andes, en donde “El mirón”, “Bertoluchi”, la S.J. y la rola de los Moscoso se quedarán boquiabiertos porque los indígenas de esa comunidad del suroeste antioqueño en un acto cultural en lugar de entregarse a unos rituales mágicos con la naturaleza, el sol, la luna y todas las estrellas, incluso las estrelladas, se pusieron a tocar vallenatos con guitarras eléctricas, batería, órgano y bajo. Olvidándose para siempre de sus encuentros con las verdaderas estrellas.
     “El mirón” que ha conquistado a mil y un mujeres en su recorrido por la ciudad: actrices, empresarias, ejecutivas, abogados, punkeras, estudiantes universitarias, estrafalarias, excéntricas y frustradas. Con quienes ha visitado salas de cines, tabernas y teatros. Al final de todas sus aventuras eróticas, ocasionales, circunstanciales y heterosexuales, pudo conocer los favores de una profesora que le confiesa en las cabinas de una taberna “que lo quiere y querrá siempre como una madre y que ella no quería otra cosa que hacerlo feliz…, pero no en el sexo o por lo menos no en esos lugares. Hay que agregar que la señora profesora era gaga y claro gagueaba durante cada una de sus declaraciones amorosas, diálogos, sermones y consejos, en lo que podría ser también el éxtasis de la historia, el desenlace total del gran relato, que voluntario o involuntario aparece ante los ojos del entusiasmado lector. “El mirón” en buena cuenta y en franca lid era el terror de las profesoras solitarias vagando en la ciudad nocturna.
     Pero “Medellín: Cine y cenizas”, no es solo una obra de ficción, porque si el autor se hubiese propuesto eso, creo que lo hubiese logrado holgadamente; en verdad el autor no ha pretendido ejercer el arte por el arte o la literatura por la literatura, en tiempos en donde la pureza no se encuentra ni en los púlpitos ni en los altares ni en los conventos, mucho menos en los territorios de la creación literaria o la ficción.
     “Medellín: Cine y cenizas” es una gran crónica, un gran reportaje urbano, aunque manifestar esto sea un tema bastante polémico en estos tiempos; porque hay quienes todavía creen que nos existe literatura urbana, cuando en verdad la literatura urbana es la única que existe, el resto bien podrían ser solo borradores, garabatos e intentos.
     Si la ciudad es protagonista de la historia en esta obra literaria, el autor es un declarante excepcional de los cambios, sucesos, aciertos, abusos y excesos de una época y un tiempo, que cronológicamente viene a ser el de los años 80 y 90. Tiempos de grande convulsión social, cultural y política en Colombia, América y el mundo.
      El autor es un testigo de la ciudad y el mundo, el título de la obra “Medellín: Cine y cenizas” es una ubicación geográfica, una referencia histórica, el diagnóstico del tiempo y la realidad, un antecedente universal. El retrato de “El mirón” es el rostro feliz, simpático y superficial. Detrás de “El mirón” está el autor, está el testigo de su tiempo, el cronista de su época. Bien puede estar también toda una generación; pero esencial y objetivamente está el autor. No porque lo comentamos o quisiéramos que fuese así, sino porque el autor de la obra quiere desmitificar la ficción y untarla de realidad desde el propio título y en este aparte.

     “Vi, vimos tanto cine que descubría a Murnau, pero también al vampiro de M, con la soberbia actuación de Peter Lorre, y el cine alemán de importancia antes de Hitler y después del furioso Fuhrer. La cita era cada jueves a las tres de la tarde. Yo había terminado una carrera que nunca amé, economía. Y mis gustos se torcían hacia el arte, ese abismo creativo de donde no se tiene escapatoria, y lo más posible y seguro es el fracaso. Dudaba si hacer cine o literatura, pero había un secreto: la literatura uno la realiza sin pedirle aprobación a nadie, en completo secreto, mientras el cine es un trabajo en equipo y se necesita mucho dinero.”(Pág.176.)

     Cuando el autor de la gran crónica novelada “Medellín: Cine y cenizas” hace la salvedad y aclaración del cine alemán antes de Hitler, lo que quiere decirle al lector es que durante el gobierno del Fuhrer el cine en Alemania se convirtió en propaganda política y estatal al servicio del nazismo. Tal cual lo hicieron los norteamericanos cuando se convirtieron en la Meca del cine a través de su famosa fábrica de películas llamada “Hollywood” o el gobierno de Musollini, que trasladó la Meca del cine mundial a Roma.
     En América el cine mexicano fue patrocinado en décadas por el PRI para entornillarse y enriquecerse en el poder de una revolución que la hicieron campesinos, aldeanos e indios mexicanos. En Argentina el general Perón administró  y alimentó la pasión futbolera nacional en películas como “Pelota de trapo” (1948) de Leopoldo Torres y “El hincha” (1951) de  Manuel Romero y Enrique Santos Discépolo.
      “Medellín: Cine y cenizas” nos transmite el cine como una pasión o como una manera de vivir, pero también como un puente con la historia local, continental y universal, como un encuentro entre la ficción y la realidad, dos fuentes que necesitan retroalimentarse para retratar la vida cotidiana, el habla, el lenguaje, la memoria y la vida.
    “Medellín: Cine y cenizas” es además un archivo de películas, actores, directores, productores cuya lista no se termina, y por el contrario en países como Colombia es apenas un hermoso amanecer y un territorio libre para ejercer la creación, por lo que también la obra se convierte en un valioso material instructivo e informativo.
    “Medellín: Cine y cenizas” tiene un vuelo imaginativo de alto voltaje y un aliento poético en su narración que le hace sentir al lector el estar frente a una obra maestra, brillante y deslumbrante, comparable al mejor Jhon Dos Passos, García Márquez, Cabrera Infante, Vargas Llosa o Fernando Vallejo. Esto es lo que nos ha dado el autor Víctor Bustamante a través de cada una de sus páginas en su más reciente obra.
     “Medellín: Cine y cenizas”, acaba cuando “El mirón” ya no es una adolescente, ni un jovenzuelo enamoradizo, sino un hombre entrado en años que continúa recorriendo las calles, las avenidas, los teatros, los cines de la ciudad; pero que ahora es capaz de atestiguar cómo ha cambiado la ciudad y aquella que él vio de niño, que recorrió de adolescente y amó en su juventud es otra al paso del tiempo. Sin embargo, ahora la ciudad ha desmoronado los viejos cines, los antiguos teatros, incluso los más emblemáticos. La modernidad ha desbaratado sistemáticamente los teatros o los ha vendido a sectas religiosas que en lugar de la fantasía de la imagen, comercia con la magia de la palabra o las oraciones contabilizadas. 
     Hasta ahí una apretada síntesis de “Medellín: Cine y cenizas”, una novela moderna, divertida, jocosa y desternillante que involucra al lector con la historia y los personajes de la misma, e incluso hace añorar a la ciudad, a la antigua ciudad, a la que fue, a la que es actualmente; porque ésta obra nos traslada a ese universo a través de cada capítulo. Pero quiero manifestar que si bien esta obra en cada una de sus páginas nos entrega mucha información e historia, hay cosas o hechos que verdaderamente nos debe, y que uno quiso encontrar a través de la historia y acaso con el deseo de hallarlo se recorrió vertiginosamente las 363 páginas que trae la obra; porque el solo hecho de ver la foto en la contra carátula del cine Junín, ese monumento cultural que fue, ese gran centro de animación urbana que se inauguró un 4 de octubre de 1924 y que de manera arbitraria se desbarató para siempre en octubre de 1967, entonces, uno se interroga: ¿Por qué se acabó ése lugar? Pues en verdad no era un teatrillo insignificante, sino un verdadero palacio, un monumento arquitectónico en donde entraban más de 4,000 personas cómodamente instaladas. Era, efectivamente, una referencia histórica y cultural que identificó no sólo una generación sino varias generaciones de antioqueños, colombianos y residentes de la ciudad, quienes aún tienen el derecho a saber de los intríngulis, el quid y el motivo por los cuales un día de la noche a la mañana se tomó la determinación de acabar con ese espacio. Entonces, uno empieza a imaginar que la historia completa del teatro Junín aparecerá en algún momento en “Medellín: Cine y cenizas”. Y la verdad es que esa historia real, integral o completa no aparecerá a pesar del deseo de encontrarla. Y el lector empieza imaginar o especular qué razones o motivos justificaban terminar con un gran símbolo de la ciudad o de una época, o sea de la vieja ciudad. Dejar ese cine vivo era como abrir las compuertas y el desborde cultural antes o prematuramente, pero se decidió por sacrificarlo, derruirlo, tumbarlo y demolerlo, para imponer una edificación industrial, moderna y simbólica. La verdad es que una cosa no contradecía ni perjudicaba la otra, pues las dos propuestas bien podían haber convivido, en tiempos en donde no se hablaba de convivencia y tolerancia. Por eso es que uno de los pasajes que recuerdo con honda nostalgia y dolor de “Medellín: Cine y cenizas” es cuando el padre de “El mirón” trae al niño a conocer la ciudad y le muestra el espacio exacto y le dice a boca de jarro: “Ese era el teatro Junín”, pero “El mirón” que todo lo quiere ver, observar e investigar se acerca a ese lugar y encuentra un terreno lleno de fierros, columnas de acero, arena, piedras, adobe y cemento.

     “Mi padre me señala como la cosa más normal del mundo, que ahí quedaba el teatro Junín. Solo miro el rostro, uno de los rostros de la destrucción. Ese es mi primera visión de Medellín: destruido y armado sobre sus mismas piedras. Luego no solo sería un remordimiento, sino que mantendría en vilo esa pregunta: ¿por qué razón habían demolido el teatro que era, es una memoria?, como si quienes asistieron allí cada que pasaran, muchos años más tarde, por el edificio Coltejer, vieran en su recuerdo una suerte de espectro.” (Pág. 45)

     Por lo cual creo que Víctor Bustamante no ha olvidado la profunda historia del viejo Teatro Junín, sino que la ha postergado acaso para contarnos una gran novela en donde el protagonista central solo sea  “El Teatro Junín” con todas sus historias, sus personajes y fantasmas, sus leyendas contemporáneas entre míticas, fantásticas y reales como la de J.B. Londoño, Carlos Gardel en pleno concierto, La Sonora Matancera, Celia Cruz, Alberto Beltrán, Oscar Tirado, Alfredo Sadel, hasta Oscar Golden y los Yettis en los años 60, etc. y etc.
     He leído de manera paciente toda la obra escrita de este autor y considero que “Medellín: Cine y cenizas” es el trabajo más logrado en su creciente haber, con un lenguaje que se mueve entre el más fino humorismo, el manejo de una sutil ironía y un ligero sarcasmo que hace de su lectura un acto placentero, entusiasta y ameno.
     No tengo ninguna duda que “Medellín: Cine y cenizas” es un gran trabajo literario de Víctor Bustamante y la consagración definitiva de uno de los narradores más importantes de la ciudad de Medellín en estos tiempos. En buena cuenta en mi cuestionable parecer, es el Truman Capote, el Tom Wolfe y el Gay Talese colombiano y un nuevo precursor del periodismo. Hace buen tiempo vengo manifestando a los cuatro vientos que Víctor Bustamante es el más notable autor de su generación, y ésta obra no me deja la más mínima vacilación.
                               



viernes, 2 de enero de 2015

EL HAIKOAN / JUAN MARES




EL HAIKOAN

JUAN MARES

¿Novedoso? No sé, pero si dentro de esta atrevida exploración logro el efecto  de descubrir algo, que presumo sea interesante, al menos para mí, me declararé en trance poético. El asunto es el siguiente: los poetas nadaístas  y entre ellos Gonzalo Arango, y sobre todo el autor de Sinfonía para máquinas de escribir: Darío Lemus. Estos buscaban eso del “Poema total”. En realidad nunca he sabido que entendían ellos con eso del poema total. Se me ocurre que un poema total es lo más parecido a uno que escribió Gonzalo A. con aquello de: “Una mano mas otra mano no son dos manos, son manos unidas/ …” O algo parecido, si es que estoy en mis cabales.

Miremos los que considero mis poemas totales:

Del universo vengo
En el universo estoy
Al universo voy

Y no se requiera ninguna otra explicación  para atribuirle lo pretendido. Y luego lo acompañé de otro, del mismo corte y confección, que titulé como Retruécano y dice así:

La historia en el tiempo
Uno en el tiempo
Y el tiempo en la memoria.

En el primero tenemos al SER dentro del universo mientras que en el segundo es el universo dentro del SER. Y la opinión resultante de esta mirada ya es asunto para discernir entre los interesados querido lector.

En cuanto a este que sigue lo justifico de la siguiente manera:

Hoy estoy
Voy y soy
-(            ).

Doy las conclusiones que me han dado varias personas al leer este texto, pues de manera ¿plana? Siempre optan por pensar que está inconcluso y terminan por llenar la zona del entre paréntesis. Así lo hizo un contertulio, un poco panteísta, con quien compartí el texto de la siguiente manera:

Hoy estoy
Voy y soy
-(Universo).


 Otro más de aproximación al Zen, como dando respuestas tipo koan dijo:

Hoy estoy
Voy y soy
-(Vacio).

Otro por el mismo orden lo definió así:
Hoy estoy
Voy y soy
-(silencio)

Otro aplicó:

Hoy estoy
Voy y soy
-(pasado y futuro).

Otro más ingenuo o más listo me dijo:

Hoy estoy
Voy y soy
-(Espera).

Uno que me descrestó y que sentí como una aproximación a lo que se da en llamar iluminación zen, como un verdadero koan, al responder casi de manera espontánea fue, a pesar de su aparente “mamada de gallo”, para nuestra cultura occidentalizada, la de un muchacho  del colegio, hace unos años atrás, cuando en el lugar vacío puso:


Hoy estoy
Voy y soy
-(“Vaca”).

Un lector asiduo a la biblioteca Pública Municipal F.G.L. respondió así:


Hoy estoy
Voy y soy
(Polvo cósmico)






La versión de un amigo poeta, de Medellín, contribuyo al ejercicio, miremos el efecto:


Hoy estoy
Voy y soy
(Sueño que existo)



Siguiendo esta línea se puede realizar un taller con gomosos en el asunto y nos maravillaríamos de los resultados. Como se puede ver, ese silencio o vacío allí encerrado, se torna muy locuaz. Es poner a los signos en su papel comunicante desde la sorpresa, la imaginación y la experiencia de cada lector. Que el texto haga honor a Borges como un poema total donde quepa todo concepto.

Recuerdo, además, que este experimento ya lo había realizado en un poema que salió en Poteas, titulado: Silencio mohoso   y que concluye de igual forma, solo que allí cualquier lector avezado, capta ahí mismo que la palabra que está entre paréntesis, no escrita, se refiere a Silencio. Veámoslo:

Silencio arrugado
Del viejo acordeón roto
Ya sin teclas
De juguete
Cuando fue el abuelo un niño.
Silencio gastado de dos viejos solitarios
Un día domingo
Sin crispetas
Y sin cinco.
Otra vez silencio
(algo renovado)
Y siempre el mismo
__(                               )…                      



No es para darme razón, es para jugar con el pensamiento, ya como niños grandes jugando al significado o esculcando hasta encontrar un roto en nuestra LANIAKEA:

Puede ser
O no debe ser
Falta ver.

Otra dimensión del haiku


Juguemos pensando con estos tres ejercicios, donde se combinan koan y haiku y que denomino “Haikoan”.



Este es un ejercicio en busca del poema total, que en tres versos encierre uno o muchos universos. ¿Cómo concluirías este poema, o lo dejarías así?

A este ejercicio le denomino Haikoan.





1

Hoy estoy
Voy y soy
(      .      )











Otra dimensión del haiku






2



Hoy estoy
Voy y soy
(      .      )











3


Hoy estoy
Voy y soy
 (             ).