lunes, 11 de agosto de 2014

Darío Ruiz Gómez / Las Sombras


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Darío Ruiz Gómez / Las Sombras


Darío Ruiz Gómez / 

Las Sombras

Víctor Bustamante



En un puñado poemas Darío se refiere a Arguelles y Madrid, con una factura tan considerada que creo que él ya empezaba a pensar en la creación de un libro total donde diera su perspectiva de España, su vivencia, en esos años de la década del 50 en que vivió allá. Pero si en sus poemas es contundente y vivido, en este libro, Las Sombras, su quehacer literario se ve dividido por dos atmósferas que quiere darnos: España y la otra orilla, Medellín. Y cuando digo dividido es porque en los poemas existe la contundencia del relámpago, la tentativa infinita de la poesía, la presencia fuerte de ese país. En cambio en Las Sombras, la escritura es densa, elocuente, muy personal. Obliga a que su lectura sea lenta, como si el autor nos llevara a detallar su presencia en las atmósferas de Madrid: sus calles, sus cines, algunos personajes; ese ámbito que él mismo padeció de alguna manera, una España casi llevada al encierro, a la especulación pero también a otros territorios, pero que este libro no deja que su memoria la deje perder. La instala de una manera tal, que sabemos que la ha sentido casi suya. Allí no hay ningún alarde lastimero, ninguna aprehensión falsa como ocurre en algunos libros de memorias de exiliados o de turistas al desgaire. No, Darío nos sitúa una Madrid entrevista en las calles, en las boîtes, en los cines: la vida misma. Todo acto en el salón de baile bajo la ejecución del himno de España y la presencia de la falange.

En cuanto a la vivencia en Madrid, hay más presencia, más descripción, tal vez debido a la independencia y liberalidad lejos de ese Medellín del encierro, así como el hallarse inmerso en un país desconocido donde cada ámbito, persona, cada vivencia y exclusión merece ser nombrado. Las calles son designadas como si la memoria no dejara pasar esos eventos, la presencia del cine y de las calles, las experiencias amatorias. Hay un Madrid que a pesar de las limitaciones de no habitarla totalmente como su lugar de origen es más sentido, una España más descrita y al ser más descrita es la necesidad de la memoria por buscarla con más ahínco. Ese Madrid descrito y escrito es una presencia fuerte en el autor.

El Medellín de la segunda parte no está localizado en la topografía urbana como si el autor por excesivo pudor huyera de mencionar y le causara malestar volver a esa idea de hacer presente a la ciudad. Lo digo porque en sus anteriores libros la ciudad es nombrada en sus detalles. Pero si hay un gran sentido del espacio en la casa, en el ámbito de las calles, algunos barrios. O sea, es descrita en sus detalles pero no es nombrada. Así mismo es indiferente a la mención de los nombres de las personas los cuales dice de una manera indistinta, el benefactor, el niño, los padres, como si ahí no interesará el ámbito del lugar ni los personas sino la atmósfera, la pesadez del recuerdo, de esa presencia mirada desde la caverna platónica, esas sombras que pasan de un sitio a otro, su hermano, sus padres, el mecánico, ninguno tiene nombre, pero si, quien narra es preciso en situar sus lugares interiores extendidos a las atmósferas de sus espacios, detalla los cuartos, la presencia y preeminencia de los sucesos, el atosigante mundo religioso de procesiones, de quietud pero sobre todo de  miedos y de un mundo cicatero, oscuro otorgado por esa atmósferas llenas de cementerios donde la muerte es una presencia no aceptada como destino de la vida sino como la imposición a las ideas, a la no aceptación del otro, a la no mención del otro que posee sus disquisiciones.

Darío en su nuevo camino de su escritura nos define una Medellín llena de una decepción radical, debido a esos espacios cotidianos sombríos, a la presencia de asesinatos que maceran cualquier atisbo de liberalidad, a las imposiciones claustrofóbicas. Esta Medellín no había sido narrada, algo sabíamos de ciertos aires falangistas en la mentalidad paisa, pero la desmemoria impuesta siempre ha dado la impresión de que aquí no ha pasado nada. Los falangistas son los otros, indefinibles y oscuros, sombras reales de las que nadie habla. En ese te sentido Darío instaura una memoria que no se menciona la españolizante, franquista y católica más cerca de la falange que de la realidad nacional.

Cierto, este periodo de la vida cultural, social de Medellín no había sido narrado, ese periodo de mandato de obispos y curas, laureanista y ortodoxo y muchas veces asfixiante, con fanatismo a bordo, se olvidó, o mejor se escamoteó.  En la novela antioqueña este período nunca fue narrado, se prefirió el indigenismo algunas veces. Dejar de lado ese periodo descrito por Darío es no saber explicarse la actualidad que vivimos, desde allí residen muchos síntomas. Ya desde el 38 el apoyo a Franco como una “causa nacional” en el país, y en Medellín, al recogimiento fondos, hasta se escuchaba un pasodoble a Francisco Franco y el himno de la falange española cantado por unas damas de la ciudad.


Las Sombras nos devela dos ciudades, dos momentos históricos específicos. Darío los ha vivido, los ha padecido, los ha disfrutado y los ha escrito. Nos ha dado su memoria. Ignorarla no es fácil.









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