martes, 24 de junio de 2014

6 Parada Juvenil de Lectura Medellín, 2014 . Encuentro de escritores






6 Parada Juvenil de Lectura Medellín, 2014 . 
Encuentro de escritores

21 y 22 de junio en el Aeroparque Juan Pablo II.

Sábado 21 de junio

4:00 p.m. Juegos y despojos. 
Encuentro de escritores.

La palabra puesta a prueba en la obra de narradores que conocieron la tragedia, en las mismas calles donde de niños jugaron policías y ladrones y la Vuelta a Colombia con tapitas de gaseosa.

Invitados: Juan Álvaro Romero, Iván Guzmán y Henry Díaz.

Modera: Juan Diego Velásquez.



Encuentro de escritores, 6 Parada Juvenil de Lectura

Víctor Bustamante

Medellín es una ciudad contada, reflexionada, cuestionada, vivida desde muchas esferas, por esa razón este tipo de encuentros da pie para que cada uno de sus escritores nos cuente su visión, nos defina su mundo creativo, sus sueños así como la posibilidad de compartir su experiencia.
Por esa razón, aquí en este encuentro, desde diversas perspectivas cada uno de estos escritores da su versión, no solo sobre su experiencia creativa sino su reacción de amor conflicto hacia la ciudad.
Esa particularidad es notoria y es lo que enriquece la literatura. Henry da una posición contundente al decirnos de la necesidad de la persistencia en la escritura, la disciplina es lo que hace al escritor, así nos comenta una anécdota sobre uno de sus libros, que no fue tenido en cuenta dentro de un concurso local y en el exterior fue laureado. Álvaro también mantiene su disciplina en el teatro, y la pasión por él es su hálito de vida, junto a sus obras. Iván de J., metódico, persiste en su afecto hacia la obra de García Márquez y en su manera analítica de entender el proceso literario. Por supuesto, el poeta y cineasta Juan Diego dirigió y mantuvo el pulso de la mesa con sus intervenciones precisas.
El habla, el diálogo nos muestra la posibilidad de compartir y de escuchar de manera directa como nuestros escritores nos entregan sus utopías, su espacio creativo y como seguimos en la creencia de un Medellín mejor, lleno de expectativas, de saber cómo la ciudad es construida en cada palabra, en cada evento donde la compañía, y la alegría nos definen nuevas posibilidad de crear tejido social




6 Parada Juvenil de Lectura Medellín, 2014



6 Parada Juvenil de Lectura Medellín, 2014

21 y 22 de junio en el ue Juan Pablo II. 







Rodrigo Saldarriaga in memoriam



domingo, 22 de junio de 2014

Juvenal Viloria Por Orlando Ramírez-Casas (Orcasas)

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JUVENAL VILORIA ROMERO

I VILORIA ABRIÓ LOS OJOS EN LA CUNA PICOTERA

Por Orlando Ramírez-Casas (Orcasas)

El barranquillero modula en ráfagas de letras “tragaás, ¡miejdaaa, o´jodddaaa!”, igual que el tema que ofrece “ron pa´l que está sentado”, pero los oídos cachacos creen oír “Rompa el que está sentado”, y eso explica por qué Viloria no tituló su composición “La hamaca rayada”, sino “La hamaca rayá”.

Juvenal Enrique, un enjuto hombre de piel curtida y 1.65 mtrs. de estatura, al que su delgadez hace ver más alto, fue acunado en la Barranquilla natal por el sonido alegre de la música caribe que salía de los picós; la institución fiestera de la tierra currambera cuyos dueños, llamados picoteros, dan lo que sea por tener un disco de su exclusividad. Pick up significa tocadiscos y se asemeja al picoteo de las aves al clavar la aguja en el disco y volverla a levantar. Orgullosos de sus aparatosos pick ups forrados de luces, les ponen nombres como decir “El rey del Bronx”, “El Isleño”, “El Coreano”, y otros.

El día 31 de diciembre de 1938 la gente parrandeaba en Barranquilla despidiendo el año, pero Ana Cristina Romero Atencio, la madre, se retorcía con dolores de parto recibiendo a Juvenal Viloria Romero, que nació de manos de una partera entre la alegría del barrio Montecristo, y mientras abría los ojos al mundo los picós sonaban por doquier a volumen venteado. Treinta años de vivir en el barrio Gerona de Medellín no le han borrado el acento costeño que tiene desde entonces.

Tiene ancestros extranjeros. “Mi abuelo paterno era español, y mi abuelo materno era cubano. De ellos me viene la música porque tocaban y fabricaban instrumentos. Pero también de mi abuela materna que era palenquera descendiente de esclavos africanos y cantaora de alabaos y lamentos a golpe de tambor en fiestas y velorios”. Desde que soltó la lengua se le oyó cantar, y gracias al talento que le fluye en la sangre no tuvo dificultad en tocar “una flauta que me regaló Crescencio Salcedo, amigo de mi padre”. Pero no aprendió a tocar profesionalmente para desenvolverse en la vida como músico, ya que “apenas llegué a utilero de orquestas. Aunque don Otoniel Cardona Urán de Discos Victoria me montó mi propio grupo llamado Don Juve y su banda. Tengo alrededor de 27 canciones grabadas con mi voz”.

Siendo niño una palenquera, paisana de su madre, pasaba por las calles barranquilleras pregonando la venta de “alegrías”, como se denomina un dulce apelmazado de coco, azúcar, ajonjolí, y maní; endulzado con piloncillo o azúcar morena; que fabrican en El Palenque de San Basilio. “Mi hermana me retó a que le hiciera una canción a la palenquera para que nos regalara sus alegrías. Era una negra sabrosa, y yo le hice ese pregón en ritmo de calipso, que fue mi primera composición”. No sabe solfeo, no sabe leer o escribir notas en partitura, y no toca ningún instrumento; pero la melodía y el pregón se le vinieron a la cabeza y se ganó el derecho a tener dulces gratuitos por muchos días. “No irás a decirme, Juve, que ese fue tu primer amor”, comenté. No lo fue, pero la negra Antonia Cañate sí fue la causante de que Santiago Viloria Morales, su padre, se fuera tras ella y dejara a su familia.

Acerca del pregón “El pistacho” (“¡Manicerooo, aquí va el maní!; ¡Manicerooo, aquí va el pistacho!”) cuenta el coleccionista Carlos dj1963 que “Evaristo Pinedo, picotero del Isleño, en su momento le vendió este tema a Concepción `Conce´ Hernández, propietario del pick up `El coreano´, por una gran suma de dinero; diciéndole que era exclusivo y que lo había traído del extranjero. Luego Concepción se enteró de que había sido grabado en Colombia por el inventor de la champeta, maestro Abelardo Carbonó, y Conce quedó viendo un chispero. Desde ahí bautizaron a Evaristo `el pistacho´ Pinedo”.

Para cuando el padre se fue de casa, ya no vivían en Montecristo sino en Barrio Abajo, pero la madre lió bártulos y se fueron a vivir a Barrio Arriba con Juvenal de 12 años. “Ustedes venían de menos a más, hombre Juve”, le dijimos. “No, home, qué va, ¿Sabe comu´é, cachaco? Fue de máj a menoj”. Entonces contó que Barrio Arriba, “por Shanghai”, era una zona de tolerancia a la que apodaban el barrio chino y estaba habitada por prostitutas francesas desplazadas de la segunda guerra mundial, que hablaban bien la francolengua nativa, machacado el idioma español, y perfecto por señas el del sexo, que es un lenguaje universal. El día en que llegaron al barrio chino la ex mujer de Viloria y sus dos hijas mayores, con el chiquillo, fue inolvidable porque dos prostitutas se enfrentaban en duelo a cuchillo venteado, prendidas de las puntas de un pañolón, dispuestas a llevarse una la vida de la otra. “Pelearían por hombres, supongo”, le dijimos. “Homeee, no. La pelea fue por un lío de marihuana que a la una se le esfumó y la otra se fumó. La pilló por el olor dulcete, la saliva gruesa, y los ojos enrojecidos. Escúlqueme, si quiere, bufoneó la ladrona, pero la dueña sacó un cuchillo y se dispuso a acomodarlo en el enmarihuanado corazón, por entre el resquicio de las costillas”. Con semejante bienvenida, la madre casi sale despavorida para otro lado, pero Juvenal ya había olido que en ese lugar había un mundo que él quería conocer y se enfrentó a la vida como mensajero de burdeles, familiarizándose con bandidos y prostitutas francesas, entre ellas una bella treintañera (“Para sejte sincero, home cachaco, todaj laj francesaj eran bellaj. Ahí no había ni qué escogé”) que puso sus ojos en el que ya era un muchacho espigado “y de buen ve, compa, de buen ve” al que convirtió en amante corriendo el riesgo de ser procesada por corrupción de menores. Él tenía 14 cuando ella le parió el primer hijo “que se llevó a Hamburgo, y sólo sé que se llama Enrique Juvenal Viloria Pizziotti”. Teotiste, la francesa de apellido italiano, era una mujer culta que leía poemas y tocaba el banjo para acompañar canciones que cantaba con buena voz. “Cuatro años vivimos juntos, y fue ella quien me enseñó a leer porque yo sólo vine a estudiar en la nocturna el quinto de primaria, después de que Teo se fue a Alemania”. Ella le enseñó a leer, pero empezó a celarlo hasta con la sombra y se volvió pesada para un muchacho de 16 que en lo económico no tenía necesidad de trabajar porque ella lo mantenía, pero en lo afectivo era un ave que ansiaba volar y no atarse a un solo amor por el resto de la vida.

Más de una docena de hijos tuvo Viloria por ahí regados: Uno, el de Hamburgo; dos, en Cartagena; tres, en Santa Marta; cuatro, en Barranquilla; “y otro en Venezuela, cachaco, mientraj duraron mij correríaj”. Eso da once, pero completó quince con dos que tuvo Rosario cuando Juvenal había sentado cabeza en Medellín, donde piensa morir y dejar en reposo las cenizas; y otros dos con la única mujer que pudo arrastrarlo hasta el altar. “¿Cómo viniste a parar a tierra paisa?”, preguntamos. “A Medellín, desde mediados del 70, por la música. Enviudé de mi segunda mujer que me dejó con cuatro huérfanos y Rosario, la tercera, con quienes me vine a poner un restaurante en Barrio Triste; pero con el tiempo las cosas se vinagraron porque se volvió llevada de su parecer y yo del mío. Entonces apareció Luz Marleny Gaviria, la cuarta, una paisa veinte años menor que yo que me sedujo con su bailado de trompo, y me animé a calentarle el oído. En 1985 nos casamos por la Iglesia, y ya hace 28 años de eso. Tener ella 27 y yo 47 no fue inconveniente para que me aceptara, y aquí vamos. Mi hija vive en Estados Unidos y es madre de ese niño de 6 años, el nieto que nos acompaña; y tenemos un hijo de 12 que está estudiando. Es el último porque no hay cama pa tanta gente”.


                            

II. VILORIA AL FIN SENTÓ CABEZA


En sus comienzos Viloria Romero se paseó por los barrios bajos de Barranquilla, pero mucha agua ha corrido bajo el puente en los 75 años que cumplió en Medellín este diciembre de 2013, cuando va completando 340 composiciones registradas que se iniciaron con aquel “Pistacho” que compuso a los 8 años. “La última vez que hice cuentas iba como por 334 o 336 cuando Gaviria era presidente”. Más de 20 géneros abarcan sus composiciones que pasan por el porro, la gaita, la cumbia, el bolero, el tango, el son flamenco, el twist, el paseo vallenato y otros. “Vea, le digo con toda franqueza. Por muy buena voz que tenga un cantante no es na, si no tiene compositores que lo respalden”. Es innumerable la cantidad de amigos que le ha dado la música, colegas con quienes se ha codeado, y nos habla de Pacho Galán, de José Barros, de Edmundo Arias, de Marco Rayo, de Gustavo Quintero, de Nelson González, de Luis Felipe “Don Filemón” González, de Pepe Aguirre, de Alberto Podestá, de Joe Arroyo, de Julio “Fruko” Estrada, y más, y más, y más. Eso para hablar de los que tuvo amistad estrecha, porque hay otros con los que se conoció en eventos profesionales y lo ayudaron, como decir Yamid Amat, Rocío Durcal, Shakira, y muchos otros.

Veo, hombre Juve, que Rodolfo Aycardi también grabó tu música”, le dijimos. “Yo conocí a Rodolfo cuando era un muchachito de unos 13 años nacido en Sincé, Sucre, y salió a cantar como espontáneo en un negocio de fiesta y baile que yo tenía. Me gustó y le recomendé que viajara a Medellín donde estaban las casas grabadoras. Fue mi amigo hasta sus últimos días en que yo era una especie de paño de lágrimas para sus vicisitudes del alma, puesto que en lo económico él hubiera podido vivir de sus regalías si las hubiera administrado con juicio”.

Esto dio pie para que le hiciéramos una pregunta: “Entonces, viejo Juve, ¿un músico puede vivir de sus regalías?”. Él sonrió. “Vivir sí puede. Yo vivo. No como un potentado, pero vivo de una asignación mensual que me da Sayco por ser autor de composiciones clásicas y unas regalías de unos pocos pesos que me llegan una vez al año pero que me permiten atender a mis necesidades”. Su música le ha dado algo de dinero, algo de prestigio, y muchas satisfacciones.

Una composición de Viloria que causó impacto en la voz del venezolano Pastor López, con sus compatriotas Nelson Henríquez y su Combo, fue “La hamaca rayá” (“Me mezo para allá, me mezo para acá… la hamaca de rayitas yo no la puedo dejar… y puedo decirles que sí sirve”).

Pero tal vez la composición que más renombre le ha dado es “La saporrita” (“Siempre que yo voy a un baile, me busco una saporrita y, para reponer la entrada, bailo la noche enterita”).

¿De dónde surgió ese tema, maestro?”, preguntamos a Juvenal. “Bueno”, nos contestó, “No está en el diccionario. La inventé, en vez de sapita, para referirme a una muchacha baja y gruesa que baila bien; y tiene que ver con eso de que uno va a los bailes picoteros pagando el valor de la entrada y encuentra muchachas altas y bonitas que todo el mundo quiere bailar y se creen la última gaseosa del desierto. Yo prefiero una gordita cariñosa. El título es original, pero he oído una gaita llanera, de Ovidio Rivera, titulada Mi saporrita; y creo que ese título se inspiró en el mío”.

Los venezolanos Nelson (González) y sus Estrellas fueron un fenómeno de popularidad en Colombia, y vinieron con el cantante Luis Felipe “Filemón o Felo” González, hermano de Nelson. “Vea, usté. En 1973 yo le entregué La Saporrita a Filemón en el Hotel Prado durante los carnavales de Barranquilla, y el vio de inmediato que iba a pegar duro por lo que resolvió sacarlo para diciembre pero con su propio grupo de “Don Felo y su banda”, lo que causó rompimiento con Nelson. Luis Felipe lo volvió un éxito en Venezuela con su grupo La Súper Banda de Filemón. Es mi amigo, y reconoce que La Saporrita es el tema que le ha dado mayores satisfacciones”.

Juvio, como le dicen en familia, habla con afecto de un disco “Que me grabó Joe Arroyo en Discos Fuentes incluido en un long play titulado El Negro Chombo”. Se trata de su tema “El pescador”, pero aclara que “no me lo vayaj a confudí con otroj del mijmo título, Cachaco”. Es aquel que dice que “Hace frío, tengo sueño, /se lamentaba un pescador… /Era un morenito isleño, /parecido a mi color… /comentaba el pescador… /comentaba su dolor… /a la orilla del mar”.

Maestro Juve, le decimos, hay dos o tres composiciones en las que aparece usted compartiendo autoría con Alejo Durán, como decir “Compadre Pancho” y “Susto mañanero”… La mención del juglar vallenato puso nostálgico a Juvenal. “Alejo fue mi maestro, un padre, un amigo que me engrandeció con sus consejos. Hizo ese trabajo e incluyó esas composiciones mejoradas con sus arreglos, pero son mías porque todas mis composiciones, bonitas o feas, llevan la letra y la música que yo les pongo”. Tanto aprecio le tuvo, que compuso un paseo vallenato en su homenaje titulado “El vallenato mayor”, disco grabado por el cantante Iván Villazón (“Famoso fue el negro Alejo en toda su vida. /Fue la primera corona que dio el Cesar”).

En una lista tan prolífica de composiciones, como las que Viloria tiene catalogadas en su listado, es difícil abarcar toda su discografía; pero mencionaremos algunas que han tenido particular notoriedad:

Camisa floriá –floreada–, El coche, El compadre Pancho, Cumbianita, El gallo moro, El granjero, La hamaca rayá, La palmita, El pescador, El pistacho, La rapiña, La saporrita, El vallenato mayor, Susto mañanero, Vieja corraleja

Y, ¿Cuál es la última, maestro Juve?”. Se queda pensativo. “La última, no sé. Aún no llega. Pero la más reciente apenas le he tarareado la melodía a un amigo para que monte la pista en su organeta, y por aquí tengo la letra que me perdonará que sea patoja”. Es un tema que compuso la semana pasada cuando los camarógrafos de Tele Antioquia visitaron el barrio Gerona, donde vive, para emitir el programa “Camino al barrio”. La joven Juliana Arias Saldarriaga es la presentadora y Viloria, al verla, puso en la voz su tono más engolado y con mirada y gestos de crooner la señaló con el dedo como si fuera una batuta mientras cantaba el tema de autoría e interpretación del dominicano Cuco Valoy:

Te escribo esta carta, Juliana, /para que sepas de mí /y sepas cómo me encuentro /sólo por quererte a ti… /Juliana, ¡Qué mala eres! /¡Qué mala eres, Juliana!

La chica protestó:

     ¡Ay, no, todo el mundo me la dedica. Me tienen cansada porque yo no soy Juliana, la mala; sino Juliana, la buena!”.

     Ah, en ese caso –dijo el músico– no volveré a cantarle a la mala sino a la buena. Cuenta con eso”.

Promesas de músico. Hay quién dice que no hay que creer en ellas pero él cumplió, y esta es la letra de “Juliana, la buena”, el son caribe que le dedicó:

Estribillo: Fíjate, ¡qué menequeo /el que tiene esa mujer!, /pa que no sigas diciendo /que Juliana mala es.

Canto: Por el camino del barrio /de Gerona, en un fiestón, /pude charlar con Juliana/que hacía televisión. /Le dije: “¡Qué mala eres!”. /Lo dije de vacilón. /Me dijo: “Yo soy la buena, /no la de aquella canción; /no, señor”. / Me pidió que tenga en cuenta, /y que cambie mi expresión; /Juliana es mujer inquieta, /le gusta la locución, /bonita, graciosa, esbelta. /Para ella es este son.

Estribillo: Fíjate, ¡qué menequeo /el que tiene esa mujer!, /pa que no sigas diciendo /que Juliana mala es.

Canto: Qué cosas tiene la vida… /En Gerona me encontró /andando con la familia /de la televisión. /Juliana me preguntó /los pasajes de mi vida, /la teleaudiencia lo vio… /¡Ay, vecinos de Gerona, /un abrazo con amor!

Estribillo: Fíjate, ¡qué menequeo  /el que tiene esa mujer!, /pa que no sigas diciendo /que Juliana mala es.
                                                       
No sabemos qué futuro le espere a este tema que ha compuesto el maestro autodidacta Juvenal Viloria pero, como le ha pasado ya muchas veces en la vida, de pronto encuentra un buen arreglista y un buen intérprete que vistan con traje de luces esta inspiración suya y la conviertan en otro éxito surgido de uno de los muchos episodios pasajeros en su trajinar por los caminos de la vida.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)









sábado, 21 de junio de 2014

6 Parada Juvenil de la Lectura 2014

6 Parada Juvenil de la Lectura 2014



21 y 22 de junio en el Aeroparque Juan Pablo II.

Sábado 21 de junio

4:00 p.m.

Juegos y despojos. Encuentro de escritores.

La palabra puesta a prueba en la obra de narradores que conocieron la tragedia, en las mismas calles donde de niños jugaron policías y ladrones y la Vuelta a Colombia con tapitas de gaseosa.
Invitados: Juan Álvaro Romero,
 Iván Guzmán y Henry Díaz.

Modera: Juan Diego Velásquez.














Domingo 22 de junio

4 a.m. 

Sueños y palabras. Encuentro de escritoras.

Los sueños de las mujeres a través de las generaciones han contribuido con singular vigor a moldear la civilización contemporánea, en su búsqueda incesante de una vivencia plena y propia de lo cotidiano.
Beatriz Valencia, María Elena Giraldo y María del Rosario Romero.

Modera: María Cecilia Estrada


















Viajando con los clásicos José Guillermo Ánjel y Reinaldo Spitaletta



Viajando con los clásicos 
de 
José Guillermo Ánjel y Reinaldo Spitaletta

Víctor Bustamante

La idea del viaje en la literatura no deja de ser desconcertante, debido a la promesa de lo que conlleva y trae: el legado de algunos libros que se han escrito, así como la circunstancia en que fueron escritos, el formato en que se leyeron, así como quienes lo leyeron, y cuál fue el motivo para que se escribiera; lo anterior para considerar la historiografía sobre la presencia del libro, ya que el libro nos ha sido enviado desde la profundidad del tiempo y poco ha cambiado en su formato. El libro es un espejo de quien lo ha escrito, y de quién proyectó un mensaje, una historia, una diatriba, una aventura al mar de la noche y de los tiempos, y el cual, el curioso lector tiene en sus manos para leerlo. Cierto, en él existe un mensaje el cual nos da entender que el hombre no solo ha sido un guerrero, muchas veces, en el peor sentido del término sino que ha escrito los poemas más dulces.

Por esa razón cuando leemos una libro como Viajando con los clásicos de José Guillermo Ánjel y Reinaldo Spitaletta, la idea del viaje se hace presente: allí en cada una de esas referencias, en cada una de esas discusiones que dan pie para acceder al conocimiento nos damos cuenta de los diversos edificios teóricos que el hombre ha construido en su devenir y ha perseverado en las utopías más elocuentes.

Guerras, crueldades, dicterios, doctrinas, salmos, pensamientos, extrañas filosofías, manifiestos, devaneos teóricos, geografías, pero también las utopías y los escépticos discursos sobre la felicidad e igualdad del hombre nos trae este libro donde se conjuga el deseo de leer como una manera de salir del estremecimiento y de la pobreza intelectual, para decirnos, sus autores, como la Ilustración se define a partir de las gratas lecturas, de la convivencia con los libros.

Pero también la idea del viaje aparece y reaparece al leer en este libro, no solo en el evento en sí de leer, sino en saber que nos hundimos a través del tiempo, no como una alegoría del pasado sino para aprender y sopesar toda la aventura intelectual que nos han legado en el trascurso del tiempo diversas civilizaciones, así como los vasos comunicantes entre diversas ideas materializadas en especulaciones que la memoria de los libros hace visibles. Esa cercanía haría impensable la evolución del pensamiento.

Nada tan frágil como los libros, el papel es volátil y perecedero, pero también nada tan poderoso para acceder a la cultura de una manera tan gratificante y fácil. Tan letal e imperioso.

Este libro es ante todo el homenaje a la memoria de un legado, a la síntesis de la escritura, el amor a la perdurabilidad de la palabra, y sobre todo el culto secreto a la inteligencia, a la ascesis de la necesidad de leer en estos tiempos de alta tecnología, y alto analfabetismo cultural donde el entretenimiento y la trivialidad parece ser la definición de cultura que yace exacerbada en el culto a lo pasajero, pero que no debe olvidar sus raíces: los libros.


viernes, 20 de junio de 2014

23. Medellín: Deterioro y Abandono de su Patrimonio Histórico: La Ladera







23. Medellín: Deterioro y Abandono de su Patrimonio Histórico: La Ladera 

Cárcel de la Ladera


                                                              Para Fernando Zapata Uribe


Víctor Bustamante

Así fuera una cárcel con toda la leyenda negra que esta poseía a lo largo de su vida útil, unos 55 años, no podríamos olvidar que un arquitecto brillante como Goovaerts la había construido, y que con el tiempo se convertiría en un bien patrimonial, y que esa misma saña con que fue destruida no era el motivo para borrar de un manotazo el hecho de que en este sitio hubiera existido ese correccional. Simplemente se hizo lo de siempre, en esta tierra de la desmemoria, se cerró la cárcel, y se olvidó unos años, los suficientes, para que se convirtiera en un sitio lleno de ruinas y miseria, con lo cual se justificó su destrucción. Es la misma intención que se manejó con las estaciones del ferrocarril, el Parque de San Antonio, con el Hospital Mental de Aranjuez, con el edificio de la Farmacia Pasteur, con el Hotel Bristol; se cierran, luego se abandonan, hasta que las ruinas son palpables y no queda otra opción que demoler estos sitios. Todo lo que sea referencia histórica y sentido de pertenencia de la ciudad: estorba. Así se borra la memoria y se justifica su decadencia cuando otra generación no sienta como suyo alguno de esos lugares, al solo ver ruinas.

Por qué razón no se le dio otro uso al edificio de la cárcel si hacía parte del legado de un gran arquitecto como Agustín Goovaerts. Medellín durante cada alcaldía sufre un desmantelamiento patrimonial y los ciudadanos en el embeleso que se mantienen apenas conocen la ciudad.

Sobre el ámbito de la Ladera Jorge Iván Ríos Rivera nos da su versión:

“Desde luego la presencia de la cárcel fue lentamente estigmatizando a los habitantes de la zona, caracterizando sus vidas como pertenecientes a un barrio de tercera categoría en tanto que la dinámica que generaba la cárcel hacía que muchos delincuentes, viciosos e inquilinatos se apostarán al lado de la misma. Mucha de la actividad económica del barrio en sus orígenes estuvo relacionada con dicha cárcel. Dicha cárcel de La Ladera, famosa por tener en sus celdas a ladrones y asesinos durante la década del 50-60, fue un comienzo brusco y lamentable históricamente hablando para el sentido comunitario, dado que la institución carcelaria en mención, invisibiliza un poco la dinámica del trabajo comunitario, pero a su vez le da un toque especial, dado que permite que el sector se divida en cuatro grupos.

La Ladera es uno de esos recodos de recuerdos que se quedaron en la memoria de cada uno de los habitantes de Medellín. De los viejos habitantes, porque muchos tuvieron que convivir con Calzones, aquel ladrón que en épicas hazañas robaba a los ricos para darle a los pobres, o de Tirofijo, ladronzuelo que se pasaba la tardes enteras pensando en cómo tumbar a sus víctimas; o Toñilas, quien después de robar y estar metido en la cárcel, se dedicaba a leer a los presos”.

En 1914 el terreno apto para el pastoreo y las posteriores invasiones citadinas, donde se construiría la Cárcel Celular de Varones de Medellín fue comprado por el Gobernador Julián Cock Bayer por $12.000.00 pesos. Allí se había construido la “Casa de La Ladera”, desde fines del siglo XIX, y esta fue objeto de interés para distintos propósitos parte de funcionarios y dirigentes, hasta que finalmente se le dio la función que había recomendado el señor Cock Bayer.

Para la construcción de la cárcel, en 1921, se hizo cargo el Arquitecto Ingeniero del Departamento, el belga Agustín Goovaerts. De tal manera se adecuó la antigua Casa de La Ladera, y junto a ella se erigieron pabellones, patios con celdas. En un principio ésta fue pensada para cárcel, es decir, estaba siendo construida para detenidos preventivamente y sumariados, no para condenados. Su nombre era Cárcel Celular de Varones de Medellín, luego Cárcel Judicial de Varones, y con los años, simplemente La Ladera.

Ubicada en el barrio Enciso, inició su funcionamiento en noviembre de 1923, cuando el edificio se hallaba aún inconcluso. Su primer director fue Julio Viana. Dos años después de haber puesto en funcionamiento una parte de la cárcel, y al ver que los trabajos para concluirla no prosperaban, algunos funcionarios y la prensa empezaron a preocuparse”.

A principios de la década del 50 algunos presos de La Ladera participaron en la construcción del Estadio Atanasio Girardot.

Uno de sus reclusos más famosos fue el escritor nadaísta Gonzalo Arango, quien pasó tres días allí, ya antes Mauro Álvarez había escrito un libro sobre esta prisión. También Camilo Correa, luego del descalabro de Procinal, dirigió un periódico de su creación, La Ladera, también dictó allí cursos de periodismo a los presos. También allí se filmaron algunas escenas de la película “Bajo el cielo antioqueño”.

Con los años, el crecimiento de la población reclusa y el abandono estatal para su terminación, acentuaron problemas como la inseguridad, pues se presentaron fugas: una de ellas la de Toñilas vestido de mujer; otro caso grave el hacinamiento, que llegó a superar el 400%, pues para la época de su clausura, en enero de 1976, albergaba unos 3400 presos, siendo su capacidad para 800 presos. También habia indisciplina interna, ya que fueron constantes las riñas, heridas y muertes de presos dentro del plantel.

Tras varios años de abandono, éste lugar pasó a ser el lote para el parque biblioteca del mismo nombre. Como dato curioso, en los años 70, llegó a Medellín una pareja de misioneros canadienses, “los Rendle”, quienes sintieron pasión por el trabajo en las cárceles, inicialmente en “La Ladera” y después en “Bellavista”.

Javier Alexander Macías nos da su versión de la vida alrededor de la cárcel:

“Los días en el barrio La Ladera comenzaban antes de las 4 de la mañana, cuando los guardianes de la cárcel comenzaban a levantar a los presos con sirenas y pitos para hacer el conteo y saber quiénes estaban y quienes habían aprovechado la complicidad de la noche para escapar a esconderse entre los solares de las pocas casas aledañas.
Luego el esperado día de visita. Eternas filas se prolongaban por esas calles erguidas para alcanzar a ver al reo que pagaba una pena por delitos cometidos en alguna parte de la ciudad.
A un lado, trasnochados y esperando a los clientes, se veían hombres y mujeres que esperaban con ansía estos días de visita para vender “chucherías” a los visitantes, e incluso a los carcelarios y encarcelados.

Pero ya no está la cárcel y las historias que se tejían por las calles del barrio La Ladera han cambiado de protagonistas. Aún hay solares, pero ya no se esconden allí los delincuentes, sino los niños que juegan y se ocultan, mientras otros cuentan en forma regresiva desde 100. La historia ya se vivió, pero aún quedan por sus calles, retazos esparcidos que le han dado identidad.

Las calles de La Ladera han cambiado. De aquellas empedradas ya no queda nada; incluso, las casas de entejados de barro y puertas torneadas en madera, se han ido cambiando por altas cajas de apartamentos pintados con diversos colores. 

Aún se ven los vendedores de chucherías en las esquinas, pero ya no hay largas filas de compradores en la cárcel, es más, ya no hay cárcel. Ahora reposa bajo los nuevos muros dedicados a León de Greiff, uno de los mejores poetas que ha dado este terruño colombiano enmarcado en montañas o en llanuras, la libertad del conocimiento y no la represión de las acciones.

Ya no hay cadenas ni grilletes, sólo niños y adultos que juegan en lo que fueron los patios convertidos en canchas, donde alguna vez estuvieron los presos. La alegría se toma este espacio que es el centro de La Ladera. Allí conviven y convergen todos los habitantes del barrio, en una mezcla de presente y pasado que se conjuga entre los muros de lo que un día fue una prisión”.


Bibliografía:
-El Colombiano, Medellín, 1976
-Macías, Javier Alexander. Un barrio anclado en la historia
El Mundo, Medellín, jueves 19 de Junio de 2014
-Ríos Rivera, Jorge Iván. Historia De La cárcel "La Ladera". http://clubensayos.com/Acontecimientos-Sociales/Historia-De-La-c%C3%A1rcel-La/439346.html
-Posada Segura, Juan David y Luz Marina Acevedo Jaramillo. Privación de libertad en los establecimientos de Medellín. Junio 2011.   http://web.usbmed.edu.co/usbmed/elagora/htm/v12nro1/pdf/PRIVACION-DE-LIBERTAD.pdf



miércoles, 11 de junio de 2014

3 Festival Alternativo de Poesía de Medellín



ajuste de cuentas

víctor bustamante

no vamos a traer culebreros a alto precio
ni a los mismos 8 poetas que van de ciudad en ciudad como gitanos sedientos de argollas & narigueras de lata
no vamos a traer magísteres de literatura / sin poesía/ disfrazados de chamanes
ni dudosos indígenas
ni hablaremos de ritos ancestrales mientras chupamos cáscaras de limón
ni del lugar común del fuego sagrado ni de las negritudes de oficina
ni vamos a hablar de la paz como negocio mientras bajo la mesa alimentan la guerra
ni posaremos como árbitros de la poesía
olvidando que esta vibra en las calles,
en los cuadernos de notas/ en los pasadizos del alba/
en los bares donde alguien te mira de reojo/ en los estriptis dónde una muchacha espera quien le dé un perfume chino
en los iconos multicolores de los jíbaros/ en los parques donde muchachos aburridos se exhiben/ en los saunas donde los cuerpos se preparan para los asaltos / en medellín mirado desde las colinas mientras un viento tísico nos enseña su destrucción de postal poética e industrial / en las calles & en las páginas luminosas que caminamos
la poesía no es esa religión en que el hermano seudo místico pretende confundir para él convertirse en el amo de terciopelo sin amor mientras nos reímos de su miedo a la desaparición de la humanidad como estrategia para los incautos mientras calla ante los campos de concentración & se duerme en los confesionarios del facebook
no invitaremos poetas a mirar desde un balcón el cielo estrellado de medellín este solsticio de verano mientras curiosos preguntan a qué horas comienzan los tiroteos para fotografiarlos con sus cámaras de 24 pixeles
tampoco llevaremos poetas de nepal o de maguncia / de zanzíbar o de la ambigua suecia a las comunas para que vean las casitas de cartón & los dientes cariados de los niños para luego posar de poetas & extender la ponchera de limosneros en europa
no queremos turismo poético a precios onerosos mientras los colegiales se indigestan de mala poesía
cuando las solteronas solo vienen el centro de la ciudad para mirar vitrinas & masticar chicles de contrabando
no vamos a chantajear a nadie ni a cerrar programas de radio
ni a oscurecer el mundo porque hablan mal de ti
ni a llorar cuando la fragancia de un bareto inflama el espíritu burlón
pero si escucharemos los sonidos de cuerdas de acero galopando en noches húmedas & el vino negro & pavoroso como los acordes de la buena poesía

la poesía saldrá indemne de estos comerciantes
& volverá a ser prístina /
fresca & sentida en esos instantes de los que planean la oscuridad

entonces las palabras ya no serán reglamentadas
cuando la vida fluye & se abre a decir lo que tengas que decir
ah, dije se abre mientras la última línea te escribe

...
....
neonadismo
poesía & vida
desde las calles de medellín

hasta la victoria’s secret

viernes, 6 de junio de 2014

Niño de buena ortografía mata a su hada madrina-Rubén Vélez




Presentación del libro
Niño de buena ortografía
mata a su hada madrina
de 
Rubén Vélez

Conversación con Víctor Bustamante y el autor
Día: jueves 17 de julio
Hora: 7:30 p.m.
Lugar: Casa Museo Fernando González Otraparte
Dirección: Carrera 43A N° 27A Sur - 11, Envigado


.......



Niño de buena ortografía mata a su hada madrina 

de

Rubén Vélez

Víctor Bustamante

Vanidoso e inteligente, incisivo y procaz, Rubén Vélez en este libro nos provoca, nos lleva al corazón de su mundo, pero al mismo tiempo nos evade. La narración huye, es decir, el escritor inmoviliza el tema; no quiere narrar más. Cuando aparecen aristas que enriquecen lo que relata, cierra su aliento creativo. Lo indeleble de su memoria se instala, pero al mismo tiempo lo indecible es su norma, se detiene. Hay páginas que merecen haber sido ampliadas. Él se precia de no ser novelista, pero en estos aguafuertes quedan tantas preguntas, tantos deseos de leer más de muchos pasajes, pero el autor nos evade de nuevo, decide cerrar esas puertas y no relatar más. En muchas de estas páginas Fernando Vallejo hubiera escrito, como le ocurre últimamente, una novela de afán. Pero Rubén Vélez, aquí, es cauto, como nunca lo ha sido, cierra la puerta de sus laberintos, y a más de eso, guarda sus llaves.  Y es extraña esta decisión ya que él es un gran lector de Proust, aquel que se tomó todo su tiempo para entrar no solo en el interior de sí mismo sino para describir una sociedad con el detalle que es lo que enriquece un relato.

¿Por qué razón Vélez no nos dio ese deleite? ¿Por qué se limitó a reflexionar sobre determinados temas y no profundizó más en ellos? ¿Acaso por su desconfianza en la propia literatura?, situación que lo atormenta, y que le lleva a descreer de todo su ámbito. Desde los reseñadores, desde los críticos, desde los espacios, que se abren para la literatura, desde los escritores mismos, desde los epígonos de otros escritores; en síntesis en su propio malestar. Creo que en Medellín, él piensa que no hay escritores, ya que no realiza ese deber de ser contemporáneo, y se queda en su torrecilla de plástico y neón: su desconfianza a lo que se escribe aquí, sobre la ciudad buscada desde diversos tópicos, siempre ha sido palpable. Un elogio a un autor es digno de su sospecha, una diatriba calma. Pero en la escritura no siempre se trata de mantenerse en guerra, un buen libro abre puertas, cercena la monotonía, un buen libro nos redefine una historia de Medellín, en este caso su libro.

Él abre su álbum familiar para referir su cara memoria con esas fotos amarillas, poseídas del aura de lo que se desliza en el tiempo, a punto del olvido, pero que el autor se niega a dejar de lado. Nos dice, como vivió una infancia feliz en Laureles al lado de una familia numerosa, un padre serio, una madre protectora, y hermanos pragmáticos. Y no solo eso, nos entra a su casa y con esa ironía de su escritura refiere el destino de una sirvienta cuya vida fue la soledad y trabajar como una máquina: síntesis de esas palabras que obran como una mala impronta: El antioqueño no se vara. Rubén descree de todo y de todos. Escéptico, examina su época de estudio donde sobrevivió a la crueldad de sus compañeros de bachillerato, evade los ritos religiosos para ser un buen muchacho, a su manera. Y, por supuesto, lo que más ama, sus viajes a las fincas y sus tours por Europa, y aquí no nos amplía lo de sus viajes, tampoco de Medellín la ciudad por antonomasia en su escritura; todo gira en torno a él. Ahí se moldeó su carácter: la desconfianza de todo cuánto se escribe aquí, pero una sola ciudad no es solo un escritor tan valioso como él, son las otras escrituras.

De ahí, que es una gran tontería académica decir, buscar, que determinado libro expresa un país, una ciudad. Un gran libro apenas expresa determinada realidad que el escritor ha vivido, un libro escrito sobre el Centro de Medellín es tan diferente como uno escrito sobre las comunas, como un libro escrito en el Poblado o Laureles; cada uno tiene el carácter de su autor. Decir lo anterior es volver al lugar común: nunca un escritor expresa una sociedad. A lo mejor puede dar signos de una generación determinada con todo lo arbitrario que es afirmarlo.

Por supuesto, cada autor escribe sobre el tema que desee y así mismo sobre cada detalle y sobre la extensión que quiera. De todas maneras cuando miramos un texto sobre el mismo tema, la infancia, el camino de la madurez, por ejemplo en Hace tiempos de Carrasquilla ahí palpita la ciudad, Medellín es una presencia.

En este libro Vélez pasa por encima de muchos eventos, de un sinnúmero de instantes que exigían una reflexión, más profundidad. Uno de ellos, la vida en los saunas: el escritor apenas los cubre de la misma niebla que matiza esos lugares. Sus hermanos, sus padres, así los presente, siempre están al margen. Por tal razón, si Proust escribió su vida en detalle, Vélez que ha vivido más que el francés, en esos aguafuertes, con fotos a bordo, agolpa sus recuerdos, los cuales muchas veces son víctima de su acedia.

Tres temas lo obseden: su ego que cuida como una gema valiosa, sus bellas crónicas familiares, Medellín y montar en el bus de Laureles,- ruta 191, lo cual reitera. Ama viajar, enseñarnos sus fotos en Europa, los amores furtivos de los saunas y su simpatía por Tadsio, aquel andrógino de Muerte en Venecia, por el cual Dick Bogar muere en le playa después de ver como, por descuido, le resbala la sombra en los ojos, puro rímel de utilería. Película que destruyó a Tadsio, Björn Andrésen.

Tal vez en la foto de Tadsio, Björn Andrésen, presente en este libro, se puede resumir esa preocupación de Rubén en la escritura, el paso definitivo y certero del tiempo, ya que él mismo añade que ha dejado de ser fotogénico. O sea, la madurez llega con todos sus fierros a realizar y a depositar la exigencia de que ese es el destino de la vida: todo es fugaz, y el alado pájaro de la juventud pasa por el tierno y oscuro horizonte de lo vivido, pero Rubén no lo hace con nostalgia sino como una presencia fuerte, porque ha sobrevivido a una época difícil.

Un libro narrado con fotos nos da la sensación de estar mirándolo con la sevicia del áulico, y que, quien escribe nos dice, ahí estuve y esto fue lo que sucedió allí, y lo que opina sobre él. Las fotos nos sirven de guía junto a las explicaciones del autor. No podría decir la misma frase: Una imagen vale más que mil palabras. Esa conjunción crea más interrogantes.

Rubén en lugar de narrar más su periplo lo acompaña de fotos, pero las fotos son interrogadas por el lector para una labor simple: especular, y la especulación es en tono menor, un simple relleno de cada uno para preguntarse qué ocurrió, donde fueron tomadas esas fotografías, quienes son las otras personas, qué de esos lugares, objetos, situaciones, que no escapan a la mirada inquisidora y arbitraria de Rubén quien nos describe su mundo lleno de esa épica de querer convertirse en escritor adosado de ese romanticismo que tanto reitera. Pero no hasta el punto de ser reiterativo con dos canciones populares que amaba su madre: Lamparilla y El camino de la vida.

Un álbum remite a entrarnos al interior de una escena determinada en instantes preciosos en que la fotografía era valiosa por su escasez, y cuando remite a algo vivido es irrepetible, esa es la evocación de las fotos. Pero surgen más preguntas, ¿por qué el poeta apenas nos da una explicación?, ¿Por qué no quiere ir más allá?, pero sabemos que al mirarlas él mismo, queda atorado, así como el lector, en la perennidad de esos instantes. Una fotografía instala el recuerdo y cada que se mira entrega ese poder y esa rabia del paso del tiempo. Rubén las acompaña con lo que podríamos decir notas explicativas, dudas, resentimientos, sedición, seducción. Pero no le bastan esas palabras, algunas de las dos puede, más que la otra, aunque a veces se pueden complementar lo visual con la palabra.

Brillante y consentido, desconfiando y crítico de sí mismo, y de todo el ambiente literario, Rubén ha escrito un libro que nos llena, donde la nostalgia no se menciona, donde la vida fluye, donde Rubén está de cuerpo presente con los límites que él mismo impone.

A veces, Rubén es anárquico, y sus textos se deslizan hasta el punto de ser un rebelde con sus causas, pero luego mantiene un equilibrio y resuelve ir a ese lugar donde instala su silencio, entonces la evocación del malditísmo, como actitud huye, y de esa manera nos queda una sugestiva historia de Medellín, de Laureles, que nadie lo ha narrado como él, así dude de su mismo talento. Entonces caemos en cuenta de lo valioso de su escritura, de su rigor, del talante de su persistencia.