lunes, 27 de mayo de 2013

9. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico, León de Greiff

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9. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico.

 

León de Greiff

Víctor Bustamante

 

Desde 1970 cuando se cristaliza la asunción de cierto cosmopolitismo en Medellín, donde la ciudad construida por las otras generaciones necesitaba entre comillas un maquillaje, y creer ser modernos por ampliar calles o levantar ilusorios rascacielos, mientras en esta estolidez se conservaba de otro lado la mentalidad de la celebración de las fiestas de silleteros, el desfile de mitos y leyendas, o sea de  espantos, y otros eventos de la cacharrería paisa,  también al mismo tiempo se destruye el teatro Junín cuando era presidente de Coltejer Rodrigo Uribe Echavarría y alcalde de Medellín  alguien que no merece ser mencionado.

En esos años la expresión máxima fue construir una  autopista, que no sirvió para mejorar  el tráfico como es la Avenida Oriental, pero  también es la fatídica  irrupción de políticos y administradores públicos llegados no sé sabe de qué arcadia maligna porque la ciudad no se les salió de las manos sino que la dejaron guayaqulizar con sus improvisaciones.

En la actualidad por muchos edificios que proyecten construir y se brinquen las legislaciones que dicen otra cosa, por muchos planeadores y jefes de patrimonio que no sabemos en realidad qué hacen, por muchos encargados de cultura que tampoco sabemos qué hacen porque no son cultos sino especializados en proyectos, y técnicos de ocasión, olvidan que un buen administrador necesita sensibilidad.

Por eso este poema de León de Greiff nunca podrán destruirlo ni escribirlo pero nuestro gran poeta, que exploró espacios creativos como ninguno en esta tierra de otros leones, pero hambrientos por dilapidar la cosa pública, sí los señala con su dedo acusador.

Este poema cumple en el 2014 cien años y ahí está definida cierta clase de antioqueños. Me refiero a los políticos taimados y no ilustrados, y a los malos administradores públicos que por vivir en las estratosferas, y en olvido de la ciudad donde la palabra es sinónimo de la mentira.
Ahí León los señala.
 

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Villa de la Candelaria


León de Greiff

                A Joya, Tiza y Leo

 

Vano el motivo

 desta prosa:

 nada...

 Cosas de todo día.

 Sucesos

 banales.

 Gente necia,

 local y chata y roma.

 Gran tráfico

 en el marco de la plaza.

 Chismes.

 Catolicismo.

 Y una total inopia en los cerebros...

 Cual

 si todo

 se fincara en la riqueza,

 en menjurjes bursátiles

 y en un mayor volumen de la panza.

 

1914


miércoles, 15 de mayo de 2013

LAS DOS FAMILIAS DE DON EFE GOMEZ por Orlando Ramírez-Casas

Doña Isabel Gómez 



                                                Efe Gómez






LAS DOS FAMILIAS DE DON EFE GOMEZ

Orlando Ramírez-Casas

Fue la noticia del día en los noticieros: Pasado mañana renunciará el Papa Benedicto XVI, de 87 años de edad.

Al caer la tarde, llegamos a casa de doña Isabel Gómez Agudelo vda. de Correa, de la misma edad del renunciante. Esta hija del maestro Efe Gómez conserva, a su edad, una lucidez, una vitalidad, y una amabilidad envidiables.

    El Papa renunció y se retiró a descansar, pero nunca se descansa de la tarea de ser madre y abuela, que la acompañan a una hasta la muerte –nos dijo doña Isabel.

Nos habló, entonces, de su matrimonio con un compañero de trabajo en Avianca, donde laboró. Y nos habló de sus días de soltera, mientras esculcaba una caja con fotografías de las distintas épocas vividas. De pronto un par de lágrimas rodaron por sus mejillas:

    ¡Ah!… ver álbumes de fotos viejas es duro. Se le arruga a una el alma de la tristeza.

Nos mostró las fotografías de sus tres nietecitas impúberes, por los días en que las visitó en París. “Tan lindas. Están grandes y siguen siendo bonitas”. Nos mostró fotos de sus hijas. “Son bonitas”, le dijimos. Entonces buscó otras en que aparecen ella y sus hermanas cuando estaban solteras “También son bellas”, agregamos. “Es que mi padre era buen mozo, y mi madre era linda. Nos viene de raza”. Su aspecto tiene el señorío y la plácida serenidad de una vejez vivida sin angustias, “Aunque vivimos momentos duros en la vida. No todo fue agua de rosas”, nos dice, pero su voz no va acompañada de nostalgia sino, paradójicamente, de una risa franca y contagiosa, como quien da a entender que ya ha pasado la página del dolor.

    Mi madre, Elena Casas Restrepo, tiene su misma edad, doña Isabel ¿Acaso fueron amigas?

    No la recuerdo. ¿Dónde estudiaba?

    Hizo primaria en la escuela de las Hermanas Salesianas de María Madre Mazzarello, al voltear la esquina de su casa.

    ¡Ah!, es por eso. Nosotras éramos pobres al morir papá, pero un tío materno se hizo cargo y nos puso a estudiar en buenos colegios como si fuéramos ricos.

    Tal vez fue el tío Miguel, autor de la letra de Antioqueñita…

    Noooo. El tío Miguel pilaba por el afrecho viviendo en casa prestada por mis abuelos.

Su hijo David pasaba en las mañanas a casa de doña Inés Agudelo Zuluaga vda. de Gómez a bañarse y vestirse para ir al trabajo. Tuvo una novia a quien quiso, pero ella quería a otro y lo desdeñó, por lo que él se suicidó disparándose en la cabeza durante una función de cine en el Teatro Junín.

    Fue velado en nuestra casa, y allí mi tío le dedicó los siguientes versos, mientras contemplaba el féretro con estupefacción:

Me dicen que sus desdenes
te llevaron a la fosa.
Más vale morir de amor
que de cualquier otra cosa”.

Vivieron épocas difíciles, de eso no hay duda, pero ahora puede verse a doña Isabel viviendo unos años postreros tranquilos y rodeada del afecto de su descendencia.

Al llegar a casa, le conté a mi madre sobre esa visita.

    ¿Vos la conociste, mamá?

    A ella no, porque era de las que estudiaban en colegios de transporte en bus. Yo era estudiante de las de a pie. Su hermana Margarita sí fue amiga de mi hermano Antonio José, que también fue amigo de don Efe Gómez y se consideraban colegas por poetas y porque los dos trabajaron en las minas del Zancudo. Recuerdo unos libros que le reclamó don Efe a Antonio, y él le contestó con esta estrofa:

Don Efe:

La colección de Cyrano,
que prestóme Margarita,
de una manera inaudita
se me voló de la mano.
Un día muy inhumano,
con estilo no gallardo,
al gran coronel Fajardo
de pena se la presté
y no la recuperé.
¡Qué pena he sentido yo!
Perdón de mi ilustre bardo,
pido con todo respeto,
y le ofrezco mil disculpas.
Antonio Casas Restrepo”.

La pena del tío Antonio fue por la involuntaria pérdida de los libros prestados, y su impotencia para devolverlos puesto que su situación económica no era boyante por esos días.

    Es que en otros tiempos la situación económica de la familia fue dura. Gracias a Dios ahora me está tocando vivir una vida descansada y con comodidades, rodeada del amor de todos ustedes.

Con el correr de los años, la vida igualó a estas dos abuelas que pudieron ser amigas de juventud, por la vecindad; pero no se juntaron, por sus destinos.




LA CIUDAD: PROMESA MODERNA. de Fernando Cruz Kronfly

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LA CIUDAD: PROMESA MODERNA de  Fernando Cruz Kronfly 


Víctor Bustamante




La Revista CIUDAD dirigida por Guillermo Álvarez en la celebración de sus 30 años programó, del escritor Fernando Cruz Kronfly, LA CIUDAD: PROMESA MODERNA. Donde es notorio el pesimismo ante la nueva situación de las ciudades, ya que mientras nuevos fenómenos sociales aparecen los encargados de estar al frente de estas ciudades, como es el aparato burocrático siempre quedan atrás debido al conjuro que obra como un narcótico pesado, la cuestión política, mientras afuera de sus recintos la ciudad se debate ante los continuos abandonos solo apaciguados por la publicidad de alguna obra pública que actúa como un emético a veces poco sustancial, pero si merecedor de algún efecto publicitario donde el periodismo ha caído en las mismas redes de la política y al volver apéndice de estos olvida su papel de cuestionador.
Todos sabemos que en este contubernio hay situaciones que no se tocan. Y que l idea de progreso ascendente necesita un replanteamiento urgente ante la barbarie que aparece desde todos los ángulos en los centros urbanos. Como el autor afirma la miseria y el esplendor persisten.
La ciudad parece desbordar sus límites y, lo peor, no hay manera ni líderes capaces de dar soluciones, solo los inútiles análisis que no conducen sino al olvido de la razón y al silencio con un pobre norte: el consumo desbordado.
.Lucido y cuestionador Cruz Kronfly nos da su visión sobre el tema de las ciudades tan necesario en estos tiempos donde la mentira y el capitalismo salvaje solo tiene un mensaje: la cultura del entretenimiento. Cierto mientras la ciudad ofrece toda posible Ilustración la barbarie campea desde todos los ángulos.



sábado, 4 de mayo de 2013

Enock Roldán y su película sobre la Madre Laura, Luz en la selva. / Víctor Bustamante

Hermana Alba Nubia quien representa a la Madre Laura en su juventud

Misión de Dabeiba



Enock Roldán y su película sobre la Madre Laura, Luz en la selva










Enock Roldán y su película sobre la Madre Laura, 
Luz en la selva.


Víctor Bustamante


                                                                        Para Juan Diego de Velásquez

Enock Roldán fue uno de los pioneros del cine colombiano debido a su olfato para interpretar de una manera muy peculiar algunos hechos históricos que lo legitiman con sus tres películas principales: Luz en la selva (1956) sobre la vida de la Madre Laura, El Hijo de la choza (1961) sobre Marco Fidel Suarez y Llanto de un pueblo (1965) sobre la inundación de El Peñol. Tantos cineastas de papel que existen en Colombia merodeando por tanta oficina sin riesgo ni talento y Enock Roldán de su propia inventiva y riesgo fue capaz de realizar estos tres largometrajes que pertenecen a la escasa filmografía nacional.
Antes de ser cineasta trabajó como soldador en el Ferrocarril de Antioquia. Su activad en el mundo del cine se inició como vendedor de acciones en Procinal en 1954 perifoneando desde un carro. Trabajó como ayudante del cineasta argentino Antonio Enrique Jiménez. En alguna ocasión ofició de actor para una publicidad de Maizena. Luego le compró a Camilo Correa una cámara de 16 milímetros por la suma de 300 pesos y comenzó a filmar partidos de fútbol, corridas de toros, así como matrimonios, fiestas sociales y religiosas.
Para obviar el veto de los distribuidores de cine a los propietarios de los teatros si presentaban cine nacional o de la competencia, -no les alquilaban sus películas, con lo que se veían los empresarios nacionales abocados a la quiebra-, estos cerraban sus puertas al incipiente cine colombiano. Por esta razón Enock Roldán resolvió ir de pueblo en pueblo por los caminos de Antioquia, agreste e inhóspita, a presentar el cine que él mismo realizaba.
Camarógrafo, guionista, creador de efectos especiales. Este cineasta encarna el prototipo del hombre que supera las dificultades del medio para imponerse. Venció el veto al cine nacional y empezó sus giras en un auto Pontiac, que según él mismo, el auto viejo y pícaro quería tanto las mujeres, y es tan vagabundo, que se abre la puerta sola para que ellas entren.
Después cambiaría el Pontiac por un jeep Willys pintado de verde y rojo. Parecía un altar. Él elaboraba unas bolitas de lata sobre un andamio en las cuatro esquinas de su jeep, y colocaba un letrero en las portezuelas: “Se filma hasta el diablo”
Don Enock conoció a Ana María, su posterior esposa, en un tablado popular en el parque de Bello. Actriz aficionada, venía procedente de Abejorral, de una finca llena de rastrojos. Como era avispada en la escuela la emplazaban a presentarse en comedias. Una de ellas Pantaleón. Sus hermanos eran incultos, el mayor la catalogaba mal y llegó a quemarle los libretos.
En Bello presentaron un drama donde actuaba como la novia. El galán era un marinero que comenzó a enamorarse de ella. Y cuando iban a despedirse, ella llorando, se marcharía al campo, y como él se va en el barco, ambos deciden volarse. Él tenía que viajar, ya que el barco no podía regresar por él. Como iba a ocurrir un problema porque al barco le cobraban multa, él hace que el viaje no se haga. De todas maneras él se voló con ella, pero luego los sorprenden.
El grupo se llamaba Los Candelos. Los artistas eran don Víctor y don Fabio. Presentaban estos programas en las escuelas. Ana María a veces representaba el papel de marido malo que le pegaba a su mujer. La mujer salía a pedir limosna. El marido (Ana), decía: “¿No traje comida hace poco?” La mujer respondía: “Eso hace como un año”. El marido era un borracho e insistía: “No te acordás que te traje unas ancas de marrano”. También hacía recitaciones con su hermana cuando venía la virgen en las romerías y viajaban a los pueblos. Ellas eran fuertes y creaban cantarillas, colocaban los moñitos y las insignias.
En otras comedias oficiaban en el papel de viudas, hacían llorar a las mujeres. Para el Día de las Madre, en una actuación, se comparaban dos niñas que tenían mamá y las que no. Una de ellas pregunta: “¿Qué haces aquí? ¿Qué esperas?” Responde la otra: “Estoy aquí viendo la tumba de mi madre? “Ah, ¿tu madre está muerta?”. También presentaban comedias infantiles como  Caperucita y el Lobo en las escuelas, en el campo. Era complicado salir para un tablado a disfrazarse de viejo o vieja.
Enock Roldán tenía 57 y ella 15 años. Después de una presentación él se le preguntó: “Señorita, ¿quién le enseñó eso? Yo tengo una empresita. Me gustó como sabe hablar y como se entiende con esto”. De tal manera Ana María empezó a recogerle la taquilla en Cine al Día que funcionaba en el teatro Sinfonía de Medellín. A don Enock le daban un día especial para presentar sus películas. El horario era desde las dos de la tarde o en la noche. Él exhibía sus propias películas, así como las de Marisol. Así se convirtió en empresario de cine por el porcentaje, presentando cine de 16 milímetros y demostrar como este se podía hacer en el país.
Ana María comenzó a colaborarle en sus idas a los pueblos. Cuando tenían dos años de viajar Enock la celaba: “Lo que pasa mona es que yo a usted la quiero. Una correría duraba hasta quince días presentando sus películas, principalmente El hijo de la choza, la cual se conoció en toda Antioquia. Esta ha sido la película más rentable del país hasta 1965. Las exhibían en escuelas y colegios sin cobrar, a veces de noche, con tal que en la  casa parroquial dejaran exhibir la película para mayores ya cobrando, porque en muchos pueblos no existían teatros.
Para estos cineastas nómadas, una gira se organizaba de una manera casi improvisada. “Vámonos para tal pueblo”, decía él. Y durante las presentaciones algún conocido le insinuaba que porque no iba a tal pueblo cercano. Con el propósito de conocer se dirigían allí. Ana María manejaba las máquinas de proyección,  devolver las películas, a arreglarlas, y Enock se iba a confirmar donde presentarían las películas anunciadas.
En los pueblos cercanos a Medellín presentaban películas cada ocho días. Él las anunciaba con parlantes a la llegada de cada población, él mismo elaboraba los carteles con retratos. A lado y lado del jeep cargaba una cartelera de triplex. Llueva o truene iban allí pegados los retratos de escenas y actores de las películas. La propaganda perifoneada decía: “Cuando una mujer se enamoró de un hombre, entregó su virginidad y después la echó a la calle”. La anécdota de la película, El hijo de la choza, refiere que ellos se enamoran en las mangas de Salento. Cuando ella iba a lavar el galán le llevaba confiticos y comidita y se fueron enamorando. Embarazada fue a la casa del hombre, y como era una persona muy importante, Rosalía le preguntó que iba a tener un hijo suyo. Él respondió: “Vete no tengo nada que ver con vos”. La película enseña un truco cinematográfico ideado por Enock: sobre el agua limpia de una quebrada bajan unas azucenas, y cuando ella se entrega al hombre las azucenas se vuelven marchitas. Metáfora visual.
La película, durante las presentaciones, era vista varias veces por los mismos espectadores que regresaban a las seis y a las diez de la noche. Al otro día muchas de esas personas también volvían a la función. Estuvieron once años presentándola. Esta era tomada como un ejemplo por parte de las monjas para educar a sus alumnas.
Después de llegar a algún pueblo Enock bajaba la cartelera del jeep y la colocaba a la entrada del lugar de la presentación. Cuando lo llamaban de los pueblos o de algún barrio de Medellín para exhibir sus películas, se situaba en la puerta del lugar con un tarro de galletas para cobrar y echar allí el dinero de las entradas. La cartelera enseñaba un diablo en ambas caras y encima se leía, Error Films. No era una sigla variación de ese actor Errol Flyn. Lo de Error Films, quería decir Elías Enock Roldán Restrepo, “Se filma hasta el diablo”. Él era muy estricto mandaba a elaborar las boletas con el logo de Error Films, y las entregaba contadas. Ana María, como administradora, tenía que entregarle la suma precisa. Ella recibía los títulos, llevaba la contabilidad, también le tocaba entregar las películas a las distribuidoras  en el centro de Medellín.
En una visita a Ituango el primer carro que entró fue el de Enock. En ese tiempo algunos obreros estaban abriendo la carretera, ya que por una trocha se iba por una manga hacia el pueblo. Allí existía la sensación que dentro de un mes terminarían la carretera. Sus habitantes estaban locos por conocer un carro. Enock y su compañía de cine portátil les daría ese gusto.
En San Andrés de Cuerquia cuando entraron perifoneando la película, los señores mayores se asustaron al escuchar esas voces de los pesados parlantes y los niños se escondían. Cuando se detuvieron frente a la plaza, las personas estaban impresionadas porque el carro hablaba. Poco a poco se fueron arrimando para observar el auto extraño. En ese lugar permanecieron ocho días y cuando se despidieron, algunas personas agradecidas, les ayudaron a que el jeep sorteara las partes difíciles de la trocha.
La película preferida de Enock era El hijo de la choza por su repercusión histórica. Él era muy exigente y perfeccionista, volvía a ponerles sonido a las películas, decía no importarle la cantidad sino la calidad. A cada trabajo le ponía mucho cariño, si algo debía repetirse en la locución lo hacía. A la salida de cada pueblo comentaba: “¿Cierto que la película gustó mucho?, es que esa película es muy buena”.
Él las revelaba en Fotomar o en Kodak. Ana María pegaba las películas. Él pagaba por pies los rollitos. Una película tenía un montón de rollitos.
Cuando a Enock lo llamaban o él iba a grabar, decía: “Señora, ¿me permite filmar? También filmó la Feria de las Flores donde aparece Chalupín. A él le gustaba mucho captar, por ejemplo, accidentes de tránsito, un muerto, pero siempre pedía permiso.
Como eran personas sin compromiso con el ánimo de salir adelante, a recorrer el mundo, lavaban la ropa donde llegaran. De ahí seguían para otro municipio y había lugares donde no sabían qué otros pueblos seguían. Visitaron Anorí, Amalfi, Gómez Plata, Caramanta, Valparaíso, Andes, Bolívar, Carmen de Viboral, Amagá, Titiribí. En síntesis todos los pueblos de Antioquia hasta Juntas de Río Verde, Uramita, Abriaquí donde existían indios de verdad.
En Cañasgordas sucedió algo el día de la presentación, el alcalde preguntaba acerca de los detalles de la filmación. Don Enock le había obsequiado pases. Ellos se despidieron y dijeron: “Nos vamos para el teatro doctor, allá lo esperamos”. El alcalde dijo: “Voy por mi novia”. Y ya adentro, cuando comenzó la función, hicieron algunos tiros y mataron al alcalde. Se fue la luz, la gente corría y atropellaba. Al otro día don Enock hizo la propaganda que repetiría la película pero no se pudo presentar. La entrada se cobrada a siete centavos, a veces rebaja hasta cinco para dejar entrar a todo el público. De ahí se fueron para Dabeiba. Allá presentaron El hijo de la choza. Regresaron a Cañasgordas y dieron gratis la película, al que entrara, porque ya mucha gente la había pagado.
A veces la proyección era sobre un telón. Llevaban uno grande y  otro pequeño, de acuerdo a la sala, y si la pared era blanca proyectaba sobre ella. El jeep era cabinado, en él cargaban un proyector Bell and Howell de 16 milímetros, con sonido óptico y magnético. Siempre llevaban otro de repuesto.
Según la temporada del año salían con La pasión de Cristo, donde actuaba Francisco Rambal, también llevaban películas de amoríos, caricaturas como El ratón Miguelito. Esta era la primera película que  ponía a llorar a todo el mundo. En ella se le salía el corazoncito a pedazos cuando Mimi traiciona a Mickey.
Presentaba también su documental la Fiesta de las Flores, algunas filmaciones sobre Santa Fe de Antioquia. El público pedía muchas caricaturas y El hijo de la choza. Duraban exhibiendo esa película en un pueblo hasta una semana.
Enock Roldán tenía don de gentes, cuando presentaba sus películas, explicaba a los asistentes cómo las filmaba. Le había tocado pedir ayuda pero la timidez era su gran obstáculo, nadie lo patrocinó. Alguna vez fue a pedir apoyo a un presidente de la República, a la cita fue vestido con el traje de Marco Fidel Suarez utilizado en El hijo de la choza, sin lograr su propósito. Decía que su vocación era tal, que él trabajaba por cualquier cosa solo por hacer cine, y que cuando comía le causaba remordimiento, porque ese dinero le hacía falta para la labor que quería y que así dejaba de comprar pies de película. Estas eran compradas de contrabando a precios muy altos. También era muy religioso, cada año hacía una peregrinación a su pueblo Santa Rosa de Osos, donde la Virgen de la Misericordia.
 Era recio, responsable, impulsivo. Así lo define su hijo Enock. Cuando se le ocurría una idea, debía hacerla de inmediato. Era estricto y puntual, se levantaba a las seis de la mañana. Las vecinas decían que don Enock es un reloj para nosotras. Hubiera trabajo o no nunca dejaba de asistir a esas fiestas, las cuales animaba, le ayudaba a los curas, llevaba soportes, banderas y amplificadores.
Si a las dos de la mañana tenía una idea, se levantaba para realizar alguna corrección, le decía a su hijo Enock: “¿Cómo te parece ese trayecto en tal y tal parte?, hice ese arreglo y no me gusta”. Su hijo le respondía: “Hombre Roldán, pero ¿a estas horas?” “Es que se me va la inspiración”. “Es que en este momento estoy mal de la voz”. “Acuéstese que yo lo hago”. O preocupado por cumplir sus compromisos, le decía a su hijo: “Tenemos que sacar ese fondo musical, no es apropiado para esta película sobre la Feria de las Flores. Es necesario solo antioqueñidad”. A él gustaban mucho las cumbias y los porros. Una de sus frases características al filmar era: “Esta escena está exactamente bien porque quedó normal y natural”.
Dejaron de viajar a los pueblos cuando comenzaron a atracarlos. Una vez iba para El Peñol y en Santa Elena los detuvieron a tiros, y  a la voz de pare se agachó y echó el carro hacia delante. Al jeep lo atravesaron a tiros. Después volvió más acompañado y más tarde se cambió a la publicidad por esa dificultad y debido al alza de los materiales de cine. Los altos impuestos y la dificultad para importar lo desanimaron a seguir filmando.
En 1956 había fundado su productora de cine, Error Films, este año filmó su primera película argumental Luz en la selva, sobre la Madre Laura, fundadora de la comunidad de las Lauritas, las cuales le pagaron la suma de 22.000 pesos. Esta película que dura dos horas y media, fue filmada en material reversible de 16 milímetros, es sonora y en color. En ella participaron alumnas del colegio de las religiosas, así como las monjas y él mismo las maquillaba.
El equipo técnico estuvo conformado por la guionista que fue la reverenda madre Natalia, director y jefe de cámaras Enock Roldán, locutor Marco F. Eusse, sonido Guillermo Isaza. En una entrevista añade su director que la revelaron en laboratorios propios, y que será exhibida a partir de 15 de febrero de 1956 en varios teatros colombianos y en los países vecinos.
Se inició la filmación en Jericó donde nació la Madre Laura, hasta su muerte en Belencito con todos los sucesos y peripecias de su existencia. Siguen su huella en los lugares donde la religiosa  estuvo, como las selvas de Urabá, en Medellín, en Heliconia en Cañasgordas, con indios de la Guajira y sus raras costumbres, así como en Maracaibo, Caracas en Venezuela.
Muchas escenas fueron filmadas en territorios selváticos de Colombia, Perú, y en las tierras de indios Colorados y Longos que habitan la misión de Santo Domingo en Octavalo y Tebuche, en Ecuador, donde existe una casa de la Madre Laura dedicada a la labor evangelizadora. En ese instante la comunidad contaba con diez mil monjas dedicadas a una obra misional en las selvas de estos países.
Como escenas de interés grabaron el bautizo a un niño de los Colorados donde el brujo de la tribu tuvo que recorrer una distancia de 270 kilómetros entre extensos territorios selváticos y ríos torrentosos para llegar a tiempo a la ceremonia. También filmaron escenas donde los indios capturan peligrosas culebras cuyo veneno no tiene antídoto conocido.
Luz en la selva estuvo guardada muchos años en el convento de las Lauritas, y existe la noticia de que ha sido restaurada con la ayuda de la Secretaria de Cultura de Medellín y parece que la veremos en estos días.

Bibliografía:
-El Colombiano, Medellín, 1956.
-Conversación con familia de Enock Roldán, 1998.
-Revista Huellas de Bello.
-Archivo Enock Roldan.


miércoles, 1 de mayo de 2013

Camilo Antonio Echeverri, “El Tuerto”: ¿Y quién carajos era ése? / Carlos Bueno Osorio (2)


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Camilo Antonio Echeverri, “El Tuerto”:
¿Y quién carajos era ése?

 
 
Carlos Bueno Osorio

Parte 2

Camilo Antonio, gestor de la propuesta de Rionegro, vio caer ante sus ojos, uno tras otro, sus ídolos, sus dioses, sus principios filosóficos y no tuvo como consuelo un cargo público ni se lucró de los beneficios económicos del poder, pues nunca incursionó en los negocios privados; fue, pues, un perdedor de dos yemas para utilizar su terminología, con su partido y con el contrario.

Reconfortado por esa catarsis espiritual reinició en Bogotá su tarea periodística y panfletaria contra sus viejos amigos, los radicales, y enfila sus baterías de luchador impenitente contra la candidatura de Aquileo Parra, que se disputa con Rafael Núñez la presidencia de la Unión para el año 1876.

El partido Liberal vive una profunda división; el grupo independiente que recogió las huestes dispersas del viejo mosquerismo, intenta sacudirse la hegemonía radical proponiendo la candidatura Núñez, con el apoyo de algunos radicales desilusionados de su partido; otros liberales buscan refugio en las toldas del partido Conservador, como José María Samper, y los más se marginan de la lucha electoral18.

La aparatosa elección de don Aquileo Parra, las evidencias de fraude electoral y las denuncias sobre la violación del sufragio en varios estados, prenden nuevamente la chispa de la guerra civil y el partido Conservador se levanta agitando la bandera de la persecución religiosa.

Camilo Antonio, recién convertido al cristianismo y aterrado por las noticias sobre la elección de don Aquileo, decide que ésta es una guerra justa, pues se violó de manera flagrante la voluntad popular y se atropelló la pureza del sufragio. Se alista en el ejército conservador de Antioquia, que marcha hacia el sur, comandado por el general Marceliano Vélez. Esta guerra tiene, quizá más que otras, un marcado tinte clerical; las imágenes de la Virgen del Carmen y de Cristo Rey presiden la marcha de los ejércitos antioqueños y hasta un mesías que pregona en Abejorral el fin del mundo con su caudal de seguidores, se suman a la vanguardia para exterminar las huestes del demonio y aminorar la ira de Dios; con este conspicuo ejército de cristeros viaja Camilo Antonio como coronel sin tropa, ingeniero sin funciones e historiador sin datos, como cuenta en su “Autofotografía moral”.

Bien pronto descubre que el arte de la guerra no es el fuerte de don Marceliano Vélez, que rehúye los enfrentamientos con el enemigo, que está más interesado en parlamentar que en combatir y que el formidable ejército antioqueño y sus novedosos fusiles de aguja se evaporan como el alcanfor a la vista del enemigo; asistió a las batallas del “Arenillo” y “Garrapata” y regresó con los ejércitos derrotados y con el estigma de los vencidos, precisamente cuando entran triunfantes a Medellín las tropas liberales al mando del general Julián Trujillo, el 5 de abril de 1877.

Cruel paradoja la de Camilo Antonio: cuando por fin es derrotada la hegemonía conservadora de Antioquia, reformada su Constitución e introducidos algunos de los principios que él defendió en Rionegro, está en la otra orilla, vencido y desprestigiado, mientras sus viejos amigos del radicalismo antioqueño ocupan los cargos de dirección en la región, usufructuando una victoria por la que nunca expusieron el pellejo. Camilo Antonio, luchador infatigable, funda un nuevo periódico, La Balanza19 y desde allí, continúa su guerra solitaria contra el general Marceliano Vélez, contra los liberales y los conservadores.

En 1879 se opuso con todas sus fuerzas a la revolución iniciada por el escritor Jorge Isaacs en Antioquia, y que se ha llamado La revolución radical. Camilo Antonio dice que no es más que una zambra hebreo-morisco-beduina seguida por una chusma de insensatos20 y nunca le reconoce a Isaacs el título de radical.

En 1880 apoya la candidatura de Rafael Núñez. Ingresa por esta vía a la tolda de los liberales independientes, pero una vez que este controvertido político llega al solio de los presidentes le declara la más furibunda oposición y lo combate desde las páginas de los diarios con tenacidad y violencia. Siempre en la oposición, siempre derrotado; cuando las causas que ha defendido triunfan, él está del otro lado de la medalla.

Estos cambios de partido, de bandera, de color político, a juicio de María Teresa Uribe, no entrañan inconsistencia, veleidad o carencia de criterio, como lo analizaron sus conciudadanos, sino más bien la fidelidad extrema a sus propias convicciones de la justicia, la democracia, la libertad. Nunca se arrepintió de sus aventuras políticas y de sus viajes a las toldas contrarias; lo único que lo atormentó siempre fue haber apoyado a Núñez y haber creído en sus promesas de regeneración. Sobre este aspecto dice en su “Autofotografía moral”: “Fui nuñista porque yo creía, como muchos, que ese hombre era liberal; cuando me vi en peligro de quedar cogido en la infame ratonera que armó con los ultra católicos, con los religionarios y con los conservadores, quité el polvo de mis sandalias y dije: padre, perdóname, pequé contra ti, mea culpa”.

Vuelve a las toldas del viejo radicalismo al filo de 1885, precisamente cuando quedaba sepultado para siempre el proyecto político del radicalismo y se quemaban en la batalla de “La Humareda” los principios libertadores de la constitución de Rionegro, declarada muerta en un famoso discurso de Rafael Núñez en julio de 1885.

Pero, más que todo, Camilo Antonio Echeverri descolló como escritor original y de peculiar estilo. Se ha dicho que como escritor, fue algo paradójico en sus ideas, pero expresivo, original, nervioso y, a veces, deslumbrante, con grandes recursos para la dialéctica. Sobre este aspecto, el general Rafael Uribe Uribe21 expresó: “Pocas veces se verá un escritor más prodigiosamente fecundo y más poderosamente original, pues fuera de la innumerable muchedumbre de artículos suyos que andan impresos, deja gran copia de manuscritos inéditos... La paradoja constituye el fondo de muchos de sus opúsculos; no esa paradoja artificial y rebuscada, sino la consistente en el atrevimiento de las ideas y en la audacia de las teorías; es esa paradoja prudhoniana, a quien el vulgo de los pensadores sólo moteja con ese calificativo porque contraría los sistemas y principios recibidos, pero que Dios sabe si no llegará a ser en lo futuro la verdad única, la verdadera verdad, entrevista por esos grandes espíritus. Camilo Antonio Echeverri se produce en todas sus obras con sorprendente brillo de imaginación, con lógica rigurosa, en estilo conciso y sentencioso, emitiendo su pensamiento en períodos cortos y entrecortados, fórmula de pasiones en efervescencia”.

Por su parte, don Isidoro Laverde Amaya, en la obra Apuntes sobre bibliografía colombiana (Bogotá, 1882), hace esta apreciación: “Expresivo y acertado anduvo Joaquín P. Posada cuando, al analizar en sus Camafeos el estilo de Echeverri, lo califica de más que cortado, cortante; porque, en efecto, la condición característica de su lenguaje es la prontitud, la viva ironía con que hiere a su contrincante en la discusión de teorías políticas o de problemas sociales, y la certeza con que expone sus juicios, revestidos de una fraseología brillante y animadísima... Notase que tiene formado un estilo peculiar suyo en que juega el primer papel la poderosa imaginación con que nació, y en el que por las pausas y cortes en la redacción, resaltan las formas y reminiscencias de sus lecturas favoritas de autores franceses. Cuanto al interés con que el público lee siempre los productos de su pluma, inútil es estampar aquí lo que todos proclaman; debemos sólo observar que se da la preferencia a aquellas de sus producciones en que sobresale el espíritu de controversia y de réplica, porque es tan vigoroso y fecundo en la dialéctica, e inflexible en sus argumentos, como original, peregrino y ocurrente en sus ideas”.

En el periódico El Espectador, don Fidel Cano dijo: “La admiración a la inteligencia y a las obras del doctor Echeverri, no tenía por límites las montañas antioqueñas ni siquiera las fronteras de Colombia, sino que se extendía por muchos de los pueblos americanos que hablan español. Para conquistarla contó el ilustre escritor con claro y poderoso talento, cultivado tan esmeradamente, que en algunos ramos del humano saber alcanzó la profundidad de la verdadera ciencia, y en casi todos los otros vasta y amena erudición; y tuvo, además, a su servicio una de las imaginaciones más vivas, fecundas, flexibles y originales: facultad preciosísima que si solía extraviar al pensador, cubría casi siempre de luces y de flores la obra del escritor, mejor dicho del poeta; porque el doctor Echeverri no sólo cuando versificaba, sino también cuando escribía o hablaba en prosa, se alzaba a las cimas de la poesía, en las cuales su alma respiraba y movía las alas como en su natural elemento”.

Sin embargo, su prologuista de las Obras completas de 1961, Gonzalo Cadavid Uribe, sostenía que una razón de su impopularidad se desprende del modo y manera que usó para pensar. “Lo lee uno, y le parece que el autor no tiene tiempo de vaciar en el papel todo lo que se le viene en marejada alucinante de ideas férreas, sustantivas, y por eso pone a traquetear sobre los rieles de la prosa, cortada, seca, fría, el tren empenachado de las ideas, sin ninguna metáfora, sin una sola sonrisa de decadentismo ni una sola flor de mórbida pasión sensual. Parece que detrás de esa prosa no hubiera un corazón, sino una lanza; no una pasión sensible, sino una armadura acerada; no un cerebro, sino una máquina de calcular. La mística está en el fondo de todas mis meditaciones, escribe. Lo malo es que se quede en el fondo; lo doloroso es que no aflore para nada”.

Camilo Antonio Echeverri, espíritu inquieto, febril y turbulento. A raíz de su muerte, Juan de Dios Uribe, el conocido Indio Uribe, en una página de evocación, plasmó en estos términos las facciones de su amigo: “Camilo A. Echeverri tenía 60 años: lo había envejecido pero no doblegado la edad. Su cabeza no tenía pelo, y su frente estaba pálida; en su rostro, enjuto y rasurado, sólo rastreaba un pobre bigote duro y unas cuantas hebras en el extremo de la barba; dominábalo una nariz correcta, y se destacaban allí, en el rostro, el ojo derecho brillante y el izquierdo blanco y dormido en profunda noche. Su voz, naturalmente áspera, tenía entonces inflexiones más duras, que dado el aspecto de Camilo en sus momentos de cólera, se diría que su acento salía de una caverna”.

Sanín Cano contaba que sólo una vez le cupo la buena fortuna de verle y de oírle. En Medellín, en la antigua plaza de Villanueva, “una tarde del año de 1880, vi colocar una tribuna portátil. La gente empezó a reunirse alrededor de la cátedra improvisada, y cuando éramos cerca de ciento, subió a ella, impávido, vestido con traje de verano, con un rollo de papeles en la diestra, el gesto epigramático en la comisura de los labios y en el ojo ausente, Camilo Antonio Echeverri, más viejo en apariencia que en realidad. La disposición de espíritu era regocijada en el auditorio. Tenía ya el inagotable escritor fama de humorista entre sus lectores, y empezaba a circular entre los que no leían ni pensaban por falta de tiempo y de otras cosas más sustanciales, la especie de que Camilo andaba un tanto descabalado espiritualmente. Todo hombre que no señala con rigor en su vida las características de la medianía, va adquiriendo reputación de loco entre sus contemporáneos.

 “Además, Echeverri había llegado a la época, fatal en el hombre de ideas, en que las suyas empiezan a ser anticuadas para la generación siguiente. De modo que ese cliente de cara humorística y de reputación literaria vastamente difundida, era para los más un loco; para los menos, un escritor que chocheaba. Se hizo un gran silencio. La tarde era plácida y la soledad de la despoblada llanura, que se extendía hasta los contrafuertes del cerro Pan de Azúcar, aumentaba la impresión dominante de taciturnidad. El silencio pesaba como un remordimiento. Lo rompió el orador para decir que iba a hablar de los seminarios, y después de haber pintado uno de ellos con los colores más siniestros, explicó, en formas aparentemente exculpatorias, que no se refería al de Medellín sino al de Bogotá. Le agregó nuevas sombras y detalles ominosos al cuadro, agregando: Pero mis oyentes deben tener presente que esta desventurada descripción se refiere solamente al seminario de Bogotá, no al de Medellín; el de Medellín es mucho peor. Antes de esta salida el auditorio había empezado a dar muestras de impaciencia. La carcajada con que algunos espíritus irreverentes acompañaron la estrambótica peroración, exacerbó el ánimo de la mayoría, que allí empezó muy en breve a tomar actitudes amenazantes. La conferencia no llegó a su término.

 “Para ser un escritor jocoso, al Tuerto le cerraba el paso la excesiva seriedad con que él había contemplado siempre la existencia. Se complacía en la descripción de los aspectos desolados de la vida, y por la impresión que sus escritos dejan en el ánimo del lector, puede creerse que no el arte sino una preocupación moral determinaban esta preferencia. No fue un ironista: le faltaban la fina preocupación de la forma y un dominio seguro de las ideas. De ordinario las ideas le dominaban como oprime a los temperamentos débiles la excesiva humedad de la atmósfera. No fue tampoco un humorista, porque se tomaba a sí mismo y al conflicto vital demasiado en serio”. Fue un humorista frustrado.

Gonzalo Cadavid Uribe, igualmente prologando sus Obras completas, dijo que “Camilo Antonio Echeverri no ha obtenido de su posteridad la consagración que merece. Apenas ahora, por gracia de la tesonera voluntad de un editor amigo de lo bueno aunque sea viejo, viene a poder ser revisado en una edición pulcra, no en esos mamotretos horribles con que se ha descuidado hasta ahora su fama. Los hombres menores de cuarenta años lo desconocen, en su gran mayoría, como desconocen a todo el que no sea su contertulio, su amigo, su adulador o su querido; los liberales no lo recuerdan, porque nuestros partidos no tienen memoria; los conservadores lo olvidaron, porque fue su enemigo, y nuestros partidos creen que el enemigo no es una dimensión necesaria y que no existe la urgencia de recordarlo con la insistente voluntad con que se recuerda al afiliado; los católicos no lo aprecian, porque anduvo de coqueteos con ellos, en una actitud irresoluta que ni le cosechó premios ni le atrajo maldiciones; los anticatólicos no se inspiran en él porque tienen a mano, más frescos, ejemplos más viriles de falta de fe; sólo los interesados en cuestiones de literatura antioqueña lo estudiamos  y recordamos, para tener que decir, al fin, que si es el más agudo de nuestros pensadores es el más anti literato de nuestros literatos, un jurista y un filósofo perdido a veces en la maraña de la literatura, que no da a su personalidad prestigio nuevo”.

Y agregaba sobre su posteridad: “Yo creo –y que se me excuse la intromisión–, que en el caso de El Tuerto Echeverri entran como principales ingredientes de su falta de popularidad los temas de que se ocupó y, más particularmente, el modo como de ellos se ocupó. En el escritor político su empeño de preocuparse exclusivamente de su contemporaneidad es una limitación peligrosa. La figura del general Tomás Rengifo, por ejemplo, es una estantigua, hoy, que no pone pavor en nadie y que a ninguno mueve a entusiasmo; lo mismo puede decirse de don Aquileo Parra o del general Marceliano Vélez. Figuras todas muy de tercer orden en el panorama nacional, y que el autor hubo de tomar en cuenta porque el azar de una época las puso a la luz cruda de la anécdota de su día”. 

Sí. Camilo Antonio Echeverry es el más idóneo representante del Radicalismo en Antioquia, pero el divorcio entre los principios filosóficos abstractos y generalizantes y una realidad social compleja y desconocida; esa separación entre la teoría y la práctica que distinguió siempre al olimpo radical, tuvo su expresión dramática y dolorosa en la vida y en la producción intelectual de este pensador antioqueño. Estuvo, sostiene María Teresa Uribe, en contravía del proyecto político de los antioqueños, pues ambos, el de los radicales y el de los antioqueños, sólo se unieron en un punto, las propuestas económicas y el interés monetario y mercantil de una burguesía naciente que se dividió en dos partidos distintos por procesos de legitimación diferenciales, pero este aspecto no contó para nada en las preocupaciones de Camilo Antonio y se quedó sólo, librando sus batallas desde las columnas de los periódicos y perdiéndolas todas como el general Aureliano Buendía.

Su integridad ética sorprendería hoy: “Nunca, ni por un segundo, he intrigado ni trabajado secretamente en favor mío ni en contra de otro con miras pecuniarias ni en asuntos políticos o de partido. Y, a la verdad, aun cuando he vivido politiqueando y en medio de los partidos, he permanecido –cosa rara– extraño a todas las maniobras y a todas las intrigas”.

Siempre recalcaba ese aspecto combativo y contestatario de su actitud ante los políticos y sus componendas: “Ignoro absolutamente, tanto en globo como en sus detalles, la historia de todas las intrigas y de todas las revoluciones dirigidas por los Presidentes de la Unión contra los Estados soberanos, para el efecto de hacer mayorías en favor del candidato oficial o de los intereses del ciudadano Presidente; hoy, según creo adivinar, esas intrigas se llaman evoluciones; la palabra suena con más dulzura por la feliz supresión de la  r;  prueba evidente de progreso y de buen gusto”.

Categórico en la denuncia de su independencia ideológica y política:” Dicen que soy valiente; pero fuera de los casos –1851, 1854, 1860, 1864, 1867, 1876– en que las circunstancias, las pasiones enemigas, la necesidad o el honor me han obligado a alistarme en algún ejército, jamás he sido miembro de la política militante, a no ser con mi pluma, en la tribuna y por mi propia cuenta. Esa sociedad industrial anónima que cada cual llama mi partido, me es completamente desconocida”.

Siempre un periódico, un escrito en su horizonte. Intuitivo y penetrante, sabía bien el papel del periodismo en tiempos belicosos: “En la prensa de campaña son necesarios a veces, según mis principios estratégicos, ataques simulados, falsas alarmas, retiradas aparentes, mentirosos partes de batallas. La prensa política militante tiene su arte, pero también tiene su ciencia. Sus batallas se dan en el escritorio, que es el Estado Mayor General, aunque se ganan en la imprenta, que es el verdadero campo de batalla”.

Y más preciso aún y marcando su aislado territorio de combate: “Yo, en la guerra tipográfica, he sido un verdadero clérigo suelto aunque voluntario entusiasta: nada de disciplina, ni de reconocer a hombre alguno como jefe. Y eso no tanto por vanidad, o presunción, cuanto por ignorancia de los hechos. Y he ignorado los hechos porque no he sabido cuál es la fuente pura en la cual se pueda adquirir noticias de ellos. Sin otro punto de referencia que los decires de la primera hora, me he lanzado a la lid, sin preocuparme quizá debidamente acerca de si mis movimientos eran o no concordantes y armónicos con el plan de los directores de la guerra. Desde este punto de vista, soy no tanto presuntuoso, cuanto egoísta, irreflexivo, precipitado, impaciente y excusable”.

Señalaba Rafael Uribe Uribe que “como polemista fue verdaderamente formidable; quizá no quedó hombre, creencia ni institución contra quien no rompiera lanzas, llenando la liza con el estruendo de sus gritos de cólera y ensordeciendo el espacio con el ruido de sus golpes. Fue uno de los pocos folletistas que hayan merecido este nombre en el país. Siempre fue acusado de inconsecuente y versátil. Puede aseverarse que nunca varió de ideas por interés personal, sino de buena fe, obedeciendo a su ardiente temperamento. Esa aparente movilidad de ideas y ese frecuente cambio de opiniones acerca de los hombres, las explica C. A. E., si no alcanza a justificarlas, en aquel curioso pasaje de su artículo “La gloria”: Los cerebros ardientes están obligados a recibir, bajo la forma de ideas, una multitud de inquilinos rencillosos, intolerantes, inconciliables e intransigentes. Este cambio constante de inquilinos produce contradicciones aparentes, que son llamadas volteretas, faltas de carácter e inconsecuencias por los minúsculos, los intrigantes y los miopes. Pero ese es un grande error; la luna es siempre la misma a pesar de sus diferentes fases; el plenilunio y el novilunio son meras ilusiones de óptica, simple cuestión de reflexión de luz”.

Solitario y batallador. Y para darle forma al panorama de su trasegar, el foro, el periodismo y la loca bohemia no eran precisamente actividades de muy buen recibo en un pueblo de comerciantes y beatos de misa y camándula y una permanente hostilidad que iba desde el murmullo sordo hasta los amenazantes anónimos se levantaron contra este radical poeta y loco que defendía asesinos confesos, denigraba del papa y sus ministros y despreciaba olímpicamente el dinero y los negocios.

Y terminemos esta semblanza con Gonzalo Cadavid Uribe22: “¿qué nos mueve hoy a leer a un escritor como El Tuerto Echeverri? Las razones de leer son, para cada hombre, distintas; se lee buscando tantas cosas, que cada escritor tiene su público. ¿Cuál será el de Echeverri? Indiscutiblemente, lo será una minoría de hombres pensantes. No lo buscarán los literatos puros, porque no les dará las bellezas que ellos estiman tanto. Habrá, para quien conozca sólo algunas producciones, notas de sensacionalismo en esta reimpresión –notas de un sensacionalismo casi folletinesco, con las que Echeverri, si hubiera sido un literato, habría escrito, no una defensa penal, sino una novela–. Por ellas lo buscarán algunos, ésos que leen con la misma razón por la que beben aguardiente o fuman marihuana, para embriagarse con cosas fuertes”.

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Notas

1. “Durante algunos días fue imposible salir de noche a la calle, porque sabíamos que había soldados disfrazados de paisanos con encargo de apalear a algunos diputados. Hecha la proposición de que la fuerza armada fuese retirada a cinco leguas de distancia de Rionegro, fue aprobada; pero los batallones fueron alojados el uno en Marinilla a una legua de distancia y el otro en La Ceja, a menos de dos, lo que no era obstáculo para que con frecuencia se les trajese a pasar revista a Rionegro, siempre que en la Convención se discutía alguna cuestión importante. Se nos refería que el general Mosquera en sus conversaciones hablaba de disolver la Convención y de fusilar tres, cuatro, cinco o hasta trece diputados. Los nombres preferidos por él para estos actos políticos eran: el general José Hilario López, el general Gutiérrez, Antonio Ferro, Francisco Javier Zaldúa, Bernardo Herrera, Aquileo Parra, Felipe Zapata, Foción Soto, Santiago Izquierdo, Camilo Antonio Echeverri y el autor de estas líneas, el cual tenía el honor de figurar en todas las combinaciones. Un año después, en una noche en que la lluvia había impedido la sesión de la Asamblea de Cundinamarca, conversábamos en el salón de las sesiones algunos diputados que habíamos alcanzado a llegar: Uno de ellos Francisco de Paula Mateus, que en Rionegro visitaba con frecuencia al general Mosquera. Volviéndose a mí, exclamó: Me alegra de verle a usted vivo. – ¿Por qué?, le dije. – Porque en Rionegro el general Mosquera tenía la idea fija de fusilarlo. Camacho Roldán, Salvador. La Convención de Rionegro. Biblioteca Básica Colombiana. Colcultura, Bogotá, 1976, pp. 230-231.
2. “Se recordará que la libertad absoluta de imprenta, adoptada en 1851, a proposición de Rojas Garrido, confirmada en la Constitución de 1958, a pesar de la mayoría conservadora, era considerada entonces por todos los partidos como un canon esencial de la vida republicana. El primer enemigo de ella, de la libertad sujeta a restricciones y aun de la imprenta misma, fue Rafael Núñez, entonces partidario de ella. La libertad de la palabra  se debe también a proposición de Rojas Garrido. Antes de proponerla en Rionegro se acercó a consultar conmigo la idea. Díjele que eso necesitaba meditarse un poco, porque según el dicho de Franklin, la libertad de la palabra implicaba la libertad de garrote; y en fin, que él tan partidario de la represión al clero por el abuso del púlpito y el confesionario, quedaría en contradicción si después consideraba como delito los excesos demagógicos de los predicadores. – A los clérigos siempre tenemos que reprimirlos, de suerte que puede agregársele esa excepción a la garantía. No –le repliqué–, las libertades con excepciones son semejantes a las murallas con brechas: por ellas puede penetrar el enemigo”. Camacho Roldán, Salvador. La Convención de Rionegro. Biblioteca Básica Colombiana. Colcultura, Bogotá, 1976, p. 237.
3. Expedida la Constitución de 1886, de acuerdo con el artículo transitorio K, se expidió el decreto 535 sobre “Sobre libertad de imprenta y juicios que se siguen por los abusos de la misma”. Autorizaba a la policía para que impidiera la circulación de publicaciones cuando atentaran contra la honra de las personas, el orden social o la tranquilidad pública. Cubría todos los delitos desde la calumnia y la injuria hasta la prohibición de publicar caricaturas. Núñez llega a prohibir la venta callejera de los periódicos y a autorizar que, en casos que juzgue el Gobierno, se suspenda absolutamente las publicaciones y se incauten las imprentas. En tiempos de la Regeneración todo en la prensa era delictuoso.
Fidel Cano diría que ese decreto “es modelo de labor finísima contra el pensamiento escrito... y mañana se prohibirá publicar cuanto se refiera a la pena de muerte, la propia libertad de imprenta, el derecho electoral, o cualquier otro asunto de importancia política o social”. El fundador de El Espectador, precisamente, bautizó esta norma como La Ley de los caballos, ya que aparecieron unos caballos muertos en el Valle de Cauca que fueron atribuidos a los liberales y sirvió de pretexto para la expedición de esta legislación persecutoria de periodismo. Además, quedaba cubierto todo el proceso social, económico, político, cultural y científico sobre el cual debía recaer el control sin contemplaciones. Dejamos de ser un Estado de derecho y nos convertimos en un Estado policiaco. Rafael Núñez escribe al vicepresidente Jorge Holguín: “La imprenta es incompatible con la obra, necesariamente larga, que tenemos entre manos. No es elemento de paz sino de guerra como los clubes, las elecciones continuas y el Parlamento independiente de la Autoridad, es decir, son enemigos del género humano. Al sol no se le discute, si se quiera que haya sistema planetario y tengamos calor y unidad”.
En 1894 Miguel Antonio Caro justificada estas medidas en aplicación del artículo K, letra con que los romanos marcaban a los calumniadores: “Impúgnese la justicia administrativa aplicada a la represión de la prensa incendiaria, haciéndose falsa aplicación de aquel aforismo según el cual no puede nadie ser a un tiempo juez y parte en una causa”. Elegante forma de explicar el control oficial del pensamiento. –Nota del antologista–.
4. En el momento más pugnaz de la contienda política entre los radicales liberales y los partidarios de la regeneración, especialmente Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro a mediados del siglo XIX, los radicales se negaron a utilizar en sus escritos y publicaciones la Y, que llamamos griega para diferenciarla de la que llamamos i latina. Consideraban que su uso era una concesión a los gramáticos conservadores y regeneradores y un iluso pasado greco-romano que estos encarnaban. Así, en 1871, José María Rojas Garrido puso como una de las bases de su candidatura presidencial, la libertad de pensamiento, sin dogmas y sin gramática. Obviamente salió derrotado. En todos los textos contenidos en esta edición, incluso en los publicados por su esposa, Marina viuda de Echeverri, en 1932, los autores utilizaron el apellido escrito Echeverri, así. Salvo la investigadora María Teresa Uribe de H. que prefiere escribirlo Echeverry. Respetamos su grafía.
5. Sanín Cano, Baldomero. Escritos. Biblioteca Básica Colombiana, Colcultura, Bogotá, 1977. 789 p.
6. Uribe de Hincapié, María Teresa. Figuras políticas en Antioquia. Siglos XIX y XX. Memorias de eventos científicos colombianos. ICFES, Bogotá, 1988. 11 p.
7. Llano, Teodomiro. Biografía del señor Gabriel Echeverry. Bogotá. Casa Editorial de Medardo Rivas y Cía. 1890, pp. 67-71.
8. Galindo, Aníbal. Recuerdos históricos 1840-1890. Bogotá, Editorial Incunables, 1983, p. 52 y siguientes.
9. Se denominó Gólgotas a la facción liberal que tuvo su origen en la Escuela Republicana, posteriormente esta corriente pasó a denominarse Escuela Radical.
10. Sobre las actividades del doctor Camilo Antonio Echeverry en pro de la organización de los artesanos en Antioquia ver El Liberal, Medellín, octubre de 1851.
11. Si bien la Escuela Republicana y los Gólgotas fueron los iniciadores de las escuelas de artesanos, éstos se separaron de sus maestros a raíz de las propuestas gólgotas sobre libertad de comercio y pasaron a engrosar las filas del sector draconiano después de 1852; jugaron un papel muy importante durante el gobierno de José María Obando y fueron la fuerza de choque de la dictadura de José María Melo.
12. Echeverri, Camilo Antonio. La neutralidad de Antioquia. Medellín, Imprenta de Balcázar, 1860.
13. Echeverri, Camilo Antonio. Otra vez Antioquia. Medellín, Imprenta de Balcázar, 1860.
14. Estas afirmaciones circularon en un folleto anónimo publicado en Bogotá y al parecer ampliamente difundido en Antioquia. Ver: La Campaña de Antioquia. Bogotá, Imprenta de Cualla, 1862.
15. Camacho Roldán, Salvador. Memorias. Medellín, Ed. Bedout (S.F.), p. 262 y siguientes.
16. Sobre la alianza tácita del Radicalismo con los conservadores antioqueños, sus puntos de acuerdo y de divergencia, ver: Uribe de H. María Teresa. “Las clases y los partidos ante lo regional y lo nacional”. En: Lecturas de Economía, Medellín, Nº 17, mayo-agosto 1985, pp. 23-43.
17  El Índice [Redactores Camilo Antonio Echeverry y Ricardo Wills]. Serie I, Nº 2 –abril de 1865–. Serie II, Nº 133 –julio 26 de 1870–. Medellín, Imprenta de Silvestre, Bogotá. 1865-1870, semanal.
18. VÉLEZ, Marceliano. Las memorias del señor Camilo A. Echeverry y mis actos en la revolución de 1876. Medellín, Imprenta de Gutiérrez Hermanos, 1878.
19. La Balanza. Redactor, Camilo Antonio Echeverry. Nº 1 –abril 3-1880–. Nº 16  (julio 23-1880) Medellín 1880, semanal.
20. ECHEVERRY, Camilo Antonio. El clero católico romano y los gobiernos políticos de Antioquia. Medellín, Imprenta de Silvestre Balcázar, 1866.
21. Uribe Uribe, Rafael. Noticia Biográfica y literaria. Bogotá, Editor Jorge Roa. Biblioteca Popular No.       37, 1883, pp. 211-214.