martes, 19 de marzo de 2013

6. Medellín: deterioro y abandono de su patrimonio histórico


 



Las casas de Fernando Botero en Medellín

Víctor Bustamante

La ciudad, Medellín, posee su historia y sus historias. Cuántas veces he pasado, hemos pasado, frente a tantas fachadas, a tantos lugares y no sabemos nada de ellos. No hay identificación  de la ciudad, que es una de las más caras maneras de apropiarnos de ella, de quererla, de cuidarla: es nuestro hábitat. Solo las iglesias, las calles y los parques se constituyen en punto de referencia, pero nunca los lugares habitados por sus artistas que a fin de cuentas son quienes le dan lustre a la ciudad.  En este sentido no ha habido un proceso de ilustración a los estudiantes, a los habitantes, a los políticos, a los administradores. Simplemente la ciudad se deja abandonada a su misma suerte, a los caprichos de algún vecino, de algún propietario. De esa manera siempre nos referimos a la historia en general, es decir, al paisaje, a lo que se mira a simple golpe de vista, sin saber que ahí, precisamente ahí, han ocurrido historias, vivencias gratas y valiosas que es lo que le da presencia y preminencia a una ciudad.
Por muchas calles que pavimenten, por muchos edificios que se erijan, por mucha publicidad que se haga para internacionalizar la ciudad, no se podrá tapar ese sol esplendoroso de su vida interior, esa vida que se convierte casi en la marginalidad de Medellín. ¿Por qué lo digo?, por una razón de peso, la ciudad tiene su historia rica y vital. Cuántas veces nos referimos a que un escritor o artista vivió en Medellín y lo hacemos de una manera fría sin saber sus lugares vitaales. Cada generación pasa por encima de ellos y los estropea, piensa que la ciudad que cada cual vive es la ciudad sin historia, simple sin necesidad de preservarla: una ciudad fugaz que nunca puede pertenecer a quien no la conoce de una manera entrañable. Con Medellín ocurre lo más fácil y el clásico lugar común: pensar y  enseñar el archivo valioso de sus grandes fotógrafos de una manera descontextualizada.
Por esa razón necesitamos redefinir el concepto de patrimonio. No hacerlo de una manera insignificante, improvisada sino que se establezca lo que en realidad le da valor a determinados lugares. No podemos asumir la ciudad como si fuéramos eternos transeúntes desaprensivos; pasar de largo por ella sin conocerla, porque conocer a Medellín es valorar sus lugares, no asumir el ademán del que viaja en taxi; dar una dirección y ya. Medellín es más que eso. Han destruido tantos lugares valiosos, pero aún quedan  muchos que es necesario proteger para que la ciudad no quede sin puntos de referencia. Hay una mala idea del concepto de progreso; se asume como si todo lo anterior no sirviera, y lo único cierto es que cada generación establece de una manera desaprensiva una ciudad sin puntos de referencia.
En el caso presente es inaudito como los propietario de la casa donde nació y vivió Botero una buena parte de su infancia no le hayan prestado atención al pintor cuando pretendió comprarla, estos escuálidos señores prefirieron convertirla en lo que es hoy: un vano edifico de tres pisos y dejarle perder todo su poder de seducción como hacen en los países ilustrados de  conocer y respirar el ámbito del pintor más grande que ha dado el país y Latinoamérica. Pero no, la pobreza intelectual de estos señores se vio reflejada en esa actitud de mercachifles  De ahí que Medellín no posea sitios históricos de peso porque los dejamos perder.
Por mucho Parque de las Esculturas, que es muy visitado, y por mucho museo con obras del pintor, con esa valiosa donación a la ciudad. Lo cierto es que una parte del hábitat de Botero ha sido destruido. Para los planificadores de oficina, para los encargados del patrimonio mirando revistas también en su oficina, esto no interesa, pero así como otros países dan la batalla por preservar sus instituciones recordemos que estos lugares también son nuestra institución.
Aún queda, ya cambiada en parte su fachada de la otra casa de Botero, la segunda, en Prado. Por estas calles caminaba el pintor a los cafés del Centro o a las casas de Lovaina a vivir esa ciudad que se escurre en nuestros dedos y que la indiferencia oficial y más aún la ciudadana, lo permite. Desde muchos ámbitos se pide cuidar los bosques, las selvas y eso está muy bien, pero se les olvidó la ciudad. Muchos piensan que la ciudad se autodestruye cada cierto tiempo, por esa razón tan endeble Medellín es una ciudad sin historias, sino propensa a la alegoría de los asesinatos. Hace poco me decía un taxista que un extranjero visitó a Medellín queriendo conocer el sitio donde fue abatido Pablo Escobar. Ayudado por el cine sin argumentos tanto internacional como local que piensan que Medellín es ese tipo de asesinos como su expresión más acabada, nunca el Medellín hermoso que vivieron y viven sus artistas.
Cada que encontramos estos lugares abandonados o destruidos, es como saber que la historia y las referencias parece que no importaran a nadie. La sociedad civil no ha pensado el concepto de patrimonio de una manera digna.
La historia de Medellín y su topografía urbana, lo valioso de su patrimonio no puede pertenecer  al silencio-

Sobre estas casas de Botero, donde nació el pintor, Santiago Londoño nos dice:
“La fachada de inspiración Art Deco, que mira hacia el oriente , presentaba una puerta de entrada con dos alas, una ventana rectangular a la izquierda y una gran ventana circular a la derecha , al lado derecho estaban las cuatro alcobas  y al izquierdo un salón, un pequeño patio, el comedor y la cocina. Hoy ya no existe  porque fue demolida para dar paso a  un modesto edificio de tres pisos, levantado tiempo después de que el artista intentara comprarla”.
El mismo Botero la recuerda: “Era blanca y tenía el zócalo pintado de verde, tenía una fachada angosta y en el interior la distribución era larga, los espacios y cuartos  estaban dispuestos unos tras otros  con un patio intermedio. Mi cuarto con ventana era pequeño y  quedaba al fondo”.
La cultura de una ciudad no solo se enseña en los museos sino que la ciudad misma con la preservación de sus lugares es en sí una punto de referencia con sus historias que se han vivido.
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Bibliografía
Londoño Vélez Santiago. Botero  o La invención de una estética. Villegas editores, Bogotá, |990.





sábado, 9 de marzo de 2013

5. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico María Cano

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.5. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico  María Cano

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María Cano

Víctor Bustamante

Por estas calles de Bomboná y Maturín, arriba, aquí en Villa con San Juan,  caminaba María Cano, hacia su casa. También esta casa familiar, luego de la muerte de sus padres con escasos meses de diferencia, don Rodolfo Cano y Amelia Márquez,  la habitaban sus hermanas Carmen Luisa que trabajaba donde Melitón Rodríguez y María Antonia, la Rura, que era médium y una mujer muy solicitada en Medellín por loe empresarios para saber las fluctuaciones de la precios del café en Nueva York.
La casa ha sufrido variaciones: su puerta principal de madera ha sido reemplazada por una metálica. Hay una placa exigua colocada por tres entidades que pueden hacer más por este lugar, pero que para salir del paso y quedar bien con su conciencia nada más han hecho. En la década del veinte la Junta Obrera y sus militantes, que eran incondicionales con ella, le habían colocado teléfono en esta casa, así como una placa magnificándola como Flor del Trabajo.
Solo una vez me permitieron entrar al interior de esta casa, y me sobrecogió saber que en este lugar asimismo respiró y vivió Luis Tejada durante sus estadías en Medellín. También protegidos por estas paredes en la década del veinte, cada ocho días había una tertulia literaria. Allí acudían para discutir diversos temas: Efe Gómez, Luis de Greiff, El “negro” Antonio J. Cano; Horacio Franco; Miguel Agudelo, Luis Tejada Cano, Benjamín Tejada Córdoba, Emilio Jaramillo, Eladio Vélez, Abel Farina y Tomás Uribe Márquez.
Luego sirvió esta casa como punto de encuentro para reuniones políticas. Ya como Flor del Trabajo, María Cano, Elías Restrepo Uribe, Pablo Hernández, Alfonso Cano M., Enrique Álvarez,  Emilio Zapata y Fabricio Hurtado, compañeros de la junta de obreros,  se reunían durante  cada semana desde las 7 y media hasta las 9 y media de la noche. Esta actividad a su vez arrastró a María Cano a convertirse en una gran oradora, una mujer de armas tomar, que visitó casi todo el país en pos de dar un mensaje de solidaridad. Como oradora el poder de su palabra no tuvo rivales sino admiración entre personas tan diferentes como Carlos E. Restrepo y Alfonso López Pumarejo.
En esa Villa, en este barrio aun intacto en parte, y con la tranquilidad de antes, María Cano se erigiría como una mujer, valerosa y la mujer de más presencia en la vida política del país, pero no en el sentido de la politiquería de tres centavos que nos ha masacrado, sino en su aspecto de reivindicadora de los derechos fundamentales de los obreros, claro que cuando llegaron los estalinistas al país a fundar el partico comunista, efectuaron la primera purga con María Cano: la dejaron de lado en todo lo que había realizado en pos de crear un partido bajo las sinrazones de que su putchismo era algo que iba en contravía de la historia, cuando en realidad era por puros celos, María Cano los aventajaba. Una de esas alimañas, Guillermo Hernández Rodríguez, iniciaría una campaña de desprestigio y agravio a María Cano.
Pero ahora visitamos la casa de María Cano, no podría precisar como ninguna administración ha tomado cartas en el asunto para preservar este lugar, tampoco lo ha hecho ninguno de los movimientos de izquierda ya que para ellos la palabra patrimonio no existe en su catálogo, menos las ligas de mujeres que andan muy ocupadas creyendo que la presencia de la mujer se encuentra merodeando en las secretarias del municipio y no en el momento de mantener la memoria de las mujeres relevantes y su legado, y en no dejar que los puntos de referencia histórico, en este caso a María Cano, se olvide con su presencia y su valor.




sábado, 2 de marzo de 2013

4. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico. Efe Gómez

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LAS CASAS DE
DON EFE GÓMEZ

Orlando Ramírez Casas



Alonso Álvarez Gaviria, para servir a usted… como antioqueño del puro plan de la villa de Medellín… Nacido en la Quebrada Arriba entre el Puente de Mejía y el Puente de La Toma”.

Así se presenta el personaje biografiado al narrador en el cuento “El paisano Álvarez Gaviria”, en la semblanza que hizo el ingeniero fredoneño Francisco “Don Efe” Gómez Escobar, quien de soltero trabajó en el Chocó donde debió conocer a alguien cuyas señas quedaban retratadas en este cuento en que hace nacer al personaje en el barrio de la Quebrada Arriba a orillas de la quebrada Santa Elena, la que hoy corre cubierta por la arborizada avenida La Playa de Medellín, avenida que recibe ese nombre porque cuando la quebrada corría descubierta sus orillas estaban bordeadas de arena donde las mujeres iban a lavar ropas y los hombres a mazamorrear oro en batea. El personaje del cuento dice que nació “entre el puente de Mejía, y el puente de la Toma”, lo que sitúa su venida al mundo entre la carrera 45 (El Palo) y el puente que une a los barrios de Buenos Aires y Enciso (carrera 32).

    Yo conocí la quebrada cuando estaba destapada –nos dice la octogenaria doña Isabel Gómez vda. de Correa, hija del maestro Efe Gómez, quien a sus 87 años conserva una lucidez, una vitalidad, y una amabilidad envidiables.

A unos 50 metros de la avenida La Playa en cercanías del puente de Mejía, sobre la carrera Córdoba (carrera 42 nro. 50-69), vivió el maestro Efe Gómez sus últimos años; y allí lo veló en 1938 su viuda, doña Inés Agudelo Zuluaga, antes de ir a vivir con sus huérfanos a la casa de Ayacucho con Mejía Peláez que se conoció como “Casa de don Efe Gómez”. Don Efe Gómez no vivió en ella. “Esa casa nos fue regalada por iniciativa de doña Sofía Ospina de Navarro, porque habíamos quedado muy pobres, ya que mi padre ganó plata a montones pero fue despilfarrada en la vida bohemia”. Cuando se casaron, Don Efe tenía 50 años de edad y su esposa 20, pero 30 años no fueron óbice para ese matrimonio que se realizó entre “mi padre, que era un hombre buen mozo; y mi madre, que era una mujer muy linda”, según cuenta doña Isabel; como tampoco lo fue el hecho de que Don Efe, soltero consuetudinario hasta ese momento, tuviera 7 hijos con una campesina de los lados de la finca de sus hermanas en El Picacho “de los que sólo sobrevivieron el mono Bayardo, un pelirrojo pecoso que era un tarambana al que mi padre quería mucho y mi madre toleró a regañadientes; y Cecilia, que con ciento y pico de años aún vive en un asilo de los Estados Unidos”.

    Mi padre, soltero y parrandista, llegaba a veces de madrugada a la finca donde vivía en El Picacho; y entraba al cuarto donde dormía montado en el caballo que dejaba amarrado a la baranda de la cama, porque no tenía alientos de llevarlo a la pesebrera.

Dentro del matrimonio Don Efe tuvo con doña Inés doce hijos, incluidas dos parejas de mellizos que le hicieron decir al maestro que él había nacido dotado “con escopeta de dos cañones”. “La casa donde murió mi padre está intacta, como entonces, y es ahora el restaurante La Antigua, frente a las instalaciones de El Pequeño Teatro”. Queda en diagonal porque el frente, propiamente dicho, es el callejón (calle 50 A) de la Universidad Cooperativa de Colombia. “Yo era una adolescente de 14 años cuando él murió, pero me impresionó que cuando lo estábamos velando en la sala de la casa salí a la esquina en el momento en que bajaban con una carretilla y en ella transportaban el busto de mi padre que habían desmontado de su lugar y no sé qué se hizo, o adonde lo llevaron. Sentí como si en esa carretilla estuvieran trasteando su memoria”.

Nunca tuvo casa propia el maestro Efe Gómez, puesto que la casa de Ayacucho, con su bello antejardín, sus cinco habitaciones, su pileta, su pozo de agua propia, y su amplio solar sembrado de frutales, había sido el sueño que don Efe no pudo ver cumplido en vida. “La soñaba desde que estaba de novio con mi madre, que de soltera vivía en la casa del frente con mis abuelos”. Los abuelos maternos fueron el abogado Avelino Agudelo y doña Anita Zuluaga, padres de doña Inés. “Que construyeron una mediagua en el solar, con entrada por la calle Colombia, para que viviera en ella mi tío Miguel, que fue el autor de la letra del bambuco Antioqueñita, con música de Pelón Santamarta”. La casa que fue de don Avelino es ahora un centro de diagnóstico automotriz; y la que fue de doña Inés en su viudez, contigua al estadero Jardín Clarita, fue derrumbada y es ahora un parqueadero y cambiadero de aceites para carros, y su acera una fritanguería callejera de chunchulla, dando cumplimiento a la letra del tango: “Se van, se van, las casas viejas queridas”.

En varias casas vivió el maestro Efe Gómez. La primera, en Maturín entre Pascasio Uribe y Recaredo de Villa, “fue donde nacimos la mayoría de los hijos”. Era propiedad del canónigo Jesús María Marulanda, pero fueron desahuciados porque el canónigo necesitaba “ponerla a rentar debidamente”. Fueron a vivir algunos en una finca del padre Agudelo, en Bello; y otros donde las tías Gómez. “Luego vivimos en una casa de El Palo entre Cuba y Miranda, y después nos fuimos para la casa de la finca Miraflores, rodeados de mangas y de vacas de ordeño”. Cuando la situación económica mejoró, alquilaron una casa amplísima de dos pisos donde cupieran los Gómez Agudelo en el primer piso y las hermanas Gómez Escobar en el segundo. Estaba situada frente al Instituto Isabel La Católica o CEFA, en cercanías de la Plaza de Flórez. “De allí nos fuimos a vivir a la casa de Córdoba entre Colombia y La Playa, donde murió mi padre”.

    Ojalá conserven esa casa donde él murió. Sería una lástima que también la tumbaran; como sería una lástima que demolieran la casa donde nacimos casi todos nosotros en Maturín con Pascasio Uribe –nos dijo doña Isabel Vda. de Correa.

    Nada de raro tendría, doña Isabel –le dijimos– los paisas somos más buenos para tumbar monumentos arquitectónicos que para mantenerlos.

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