martes, 31 de julio de 2012

Juvenal Herrera Torres


Juvenal Herrera Torres.
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Rodrigo Herrera
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Juvenal Herrera Torres
Víctor Bustamante

Pocas veces vi a Juvenal Herrera, el antólogo de poesía revolucionaria, el gran amante de la vida y pensamiento de Bolívar. De él sabia que lideraba la Tertulia de Juve, allá en la América cerca de la carrera 80. Y en efecto alguna vez,  estuve ahí, donde lo vi bohemio lejos de su militancia y encontré una persona amable, melómano de vocación.
Juvenal Herrera hace parte de esa serie de intelectuales serios de izquierda, nunca permeados por los botines políticos y los meandros de las entelequias para justificar el cambio de posición, es decir con una mano en la tesorería oficial y la otra en el bolsillo con la luger dispuesta a eliminar a sus contradictores.
Ahora su hijo Rodrigo, quien ha regresado de España, nos da una imagen de su padre, y nos lee un poema de aquel que merece un lugar en la literatura nuestra y que a veces cierto sectarismo lo olvida.
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De un mismo fuego
Juvenal Herrera Torres
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Podrían ser ondas errantes
de una música astral,
o formas que contienen el rayo de la voz
sobre el yunque del viento
o contenidos que forman los seres y las cosas
con el fuego animado
en las fraguas del alma...
El Todo es
entraña de luz y movimiento:
diamante donde fulge la palabra
arrancada en jadeo milenario
a las oscuras simas
del silencio...
Podemos suponer que vamos siendo
y que la sangre nos viene
desde siempre
por los cauces que abrieron las manos y lo besos:
que el tacto se anima
en todo lo que toca,
que todo es emanación de un mismo fuego
que se enciende y se apaga
en sucesivos y eternos parpadeos...
Podrían ser los átomos
que tejen universos en la mente del hombre
o mera alucinación encadenada
a nuestras hondas combustiones químicas...
no hay norte ni sur ni este ni oeste.
Son nuestros límites
los que crean la ilusión de ubicarnos
en un rendija chispeante
que nos asoma al Cosmos...



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sábado, 14 de julio de 2012

hospital Colombia / víctor bustamante


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hospital Colombia

víctor bustamante

siempre  la muerte que respira detrás de mis espaldas
que nunca da la cara -muerte traicionera-
que se pasea por los caños
que sale a las calles / que amedrenta /
que se amasa en las manos de los gallinazos de frac / que te atisba con carabinas de mirada telemétrica /
que golpea a tu puerta para entregar una invitación a tu funeral /
que afila el hacha & el machete /
que se pasea por las calles a la espera de tu menor descuido

la señora de la muerte continúa con su devoción & nadie la detiene/ posee todos los documentos en regla:
pasaporte para el primer mundo/ visas de estadía para el inframundo/ certificados de vacuna contra la malaria/ seguridad social
está instalada aquí en el pretil de hierro/ en la circunstancia de una caminada por las calles/ en la esquina olvidada del barrio donde los muchachos de verano fuman marihuana
se pavonea por los techos & parqueaderos con su guadaña de neón & las tijeras de átropos
con sus ak 47
con sus mini uzis
con sus puñales de odio
con sus minas quiebrapatas
con la motosierra de cuatro velocidades a destajo
con sus masacres
con sus fosas comunes
con sus bombas caseras
con el ácido que se le arroja a una niña en su rostro
con las traiciones sempiternas desde el subsuelo

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ella calcina / estrangula / abomina  / aniquila / cuece las alas de la imaginación a los poetas
atisba sin pestañear en la ráfaga que se dispara detrás de la moto
en los adolescentes en que se llevan para el monte
en las bombas que caen desde los aviones
en las bombas que colocan en cada calle
en los cadáveres secuestrados
ahí va podrida en su ordalía que desgrana miedos cuando maquilla sus labios de sangre & lava & sus huellas dactilares para salir a lo suyo
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cada mañana un locutor en la radio
cuenta que unos estudiantes mataron a patadas a un compañero de colegio
cuenta cuántos soldados han sido asesinados en una emboscada por la guerrilla
cuenta como mueren bombardeados cincuenta guerrilleros
..

dame & te doy
toma & dame

...

en el hospital Colombia hay hombres que asesinan a sus mujeres
una mujer apalea a su marido por malos tratos
un padre de familia envenena a sus hijos / a su mujer & luego se suicida
en un accidente vial murieron cincuenta personas
& la ciudad posee abismales & abisales fronteras invisibles
con fosforescentes alambradas mentales  de odio
la industria de la muerte es nuestro principal renglón noticioso
& por eso no quiero salir a la calle
se me quitaron las ganas de escribir las líneas de algún poema
estoy harto de la muerte
pero esa es nuestra mayor epopeya

cómo nos encanta hablar de los ahorcados al amanecer

& como si fuera poco los celebramos con rezos & largas oraciones
en este fértil valle de la silicona donde los microchips irradian en los relojes callejeros
cuántos vamos sumando en ese periplo de la fornicación

ah, esa inconmensurable necesidad de hablar de los muertos que aparecen a cada hora

ahí vamos en fila escudriñando sus rumores que persisten con nuestros pasos que llevan al cementerio de su mano/ la de ella

sí/ se ha vuelto la industria de los miedos & de los medios
ahí nos confrontamos cada noche / cada tarde
cada mañana las trompetas de la muerta suenan a los cuatro vientos
por la radio / por la red / por la tele / por los diarios
la padecemos como negros ángeles aniquilados de la desolación

..

hospital colombia que nos llena de epitafios
ya no hay manera de escribir más epitafios
otro réquiem
más oraciones fúnebres
& los campos ya no producen tantas flores para colocar sobre los féretros


hospital colombia
lleno de falsos espíritus que ofrecen un porvenir no sabemos hacia dónde
porque hace años que vivimos en este inmenso campo de concentración
en este horno crematorio lleno de publicidades & paredes invisibles & alarmas invisibles donde reposan nuestras iniquidades


hospital colombia donde algunos soldados se desvanecen en la tarde arropados por la fiebre
& por las infusiones gota a gota que bajan a su torrente sanguíneo
hay muchos desfigurados & sin piernas
tuvieron más fortuna porque los otros murieron
en una emboscada

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hospital colombia donde un guerrillero tiene tifus & peste & renguea
está a punto de morir & solo tiene los primeros auxilios que son los últimos
sobre las hojas de coca traspiran los colibríes & el sol allá en la copa de los arboles es una reminiscencia
ha disparado desde los catorce años para no morir de hambre en montañas desoladas
en campos aniquilados

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hospital colombia donde los jóvenes van a la guerra en abril & se matan hasta el final de año & su único gran maestro que los alecciona es la muerte que bebemos cada día

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hospital Colombia donde aun viajan los trenes con vagones cargados de muertos rumbo a los ríos o al mar
& en los anfiteatros persiste la pestilencia de la carne quemada
ya no hay tiempo de escribir un sentido epitafio o una oración fúnebre como haría bossuet para una dignidad suprema
ya no hay tiempo sino de las fosas comunes de los otros de verde olvido/ los paras
de cavar & cavar para que cuerpos anónimos queden tirados desde el alba en una playa de san bernardo del viento
o desde una playa de necoclí
la muerte como una santa sucia se enseñorea sobre quienes apenas
cumplen los dieciocho movidos desde arriba con los hilos de las marionetas
un muerto es reemplazado por otro
un muerto es golpeado por otro
& perdura esa larga sucesión de esa saga que nos persigue con sus ojos inyectados de negro odio & letal veneno

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hospital colombia
estoy aquí sentado en esta piedra del día sin saber adónde ir
solo me empujan las velas de un puñado de palabras
sé que me falta más cordura
pero en el hospital colombia nadie la posee
ya curamos las pestes con antibióticos
& seremos la peste como en un paisaje de hieronymus bosch donde la muerte atisba desde una rodela
ella está aquí & nosotros mismos somos los asesinos
somos esa peste negra que oprime el gatillo
nunca nos ha importad qué sentirá el otro
quien tiene el poder de la muerte triunfa /se hace temerario & es amado por las boquitas despistadas de las núbiles lolitas ocasionales
no acudo a la idea de dios porque es el mismo brebaje venenoso de la espera
no no
cuántas veces te han matado & te seguirán matando
cuántas veces los ves por ahí con su maleficio en la mano & nadie los detiene

 . 

hospital colombia cerca de ríos & de selvas
& de leprocomios & de locos en sus asilos
& de ancianos que han sobrevivido para contarnos la verdadera historia de la vileza

 ...

los desalojos poseen su clase / su tono de clase/
no hemos curado esa peste negra
ahí escuchamos en las noticias la saga de muertos que es lo que conmueve
pensé que era la pornografía nuestra perversión diaria / pero no/ es la muerte
esa que es visitada por los diez periodistas japoneses
{(para ellos es un espectáculo filmar muertos tirados en la calle
con sus hermosas canon digitales)}
la graban / la entrevistan con su guadaña
en ese hospital colombia que se despedaza día a día

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una madre espera que su hijo llegue después de diez años
arregla su cama
barre el piso & limpia el polvo de sus retratos
cada noche apaga la luz & reza una inútil plegara
esas plegarias infructuosas en el hospital colombia
allá en el mayor hospital mental a alto costo donde todos estamos enfermos

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en ese hospital colombia todos hablan entre sí se nombran entre sí & se felicitan entre sí
pero el hospital colombia continúa mal
el ojo del poder insiste desde sus palacetes o desde sus islas de verano o en sus viajes al extranjero que el país va muy bien en sus encuestas con cifras maquilladas
con estas cifras {(como el canto inútil de las cigarras de verano)}
nos dicen que el hospital colombia resplandece
pero más allá de su fachada lustrosa sabemos que esta noche vendrán más muertos
& que los familiares de los otros asesinados & de los desaparecidos & de los secuestrados & de los que yacen en fosas comunes nunca tendrán un atisbo de ternura

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hospital Colombia
no podemos cavar tantas tumbas todo este verano negro



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Estado mayor del neonadaismo
Desde las trincheras de algún camposanto
Medellín y julio 14 y 2012


miércoles, 4 de julio de 2012

Carlos Mario Garcés


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La casa de Resfa de Carlos Mario Garcés

Víctor Bustamante

En la literatura antioqueña de principios del siglo pasado, hay un personaje que casi se hace invisible, la Sulamita, en poetas de diverso caletre es mencionada con cierto gracejo como una manera de hacerle un guiño al lector, ya que el escritor le quiere decir a este que él la conoció, o al menos a una de ellas. Entonces era tal la percepción de una de estas mujeres, que se le daba ese toque bíblico al deseo para no quedar amparados bajo la señalización de los lectores como alguien mundano. Así esta mujer que se le resiste a Salomón, en el Cantar de los cantares, pasa a formar uno de los primeros iconos eróticos de la región, junto al exceso de poemas a la madre.
Cuando Medellín se hace moderna, a principios del 1930, hay una de ellas Helena, en Una mujer de cuatro en conducta, que pasa de servir como domestica a trabajar en cafés del centro de la ciudad para terminar regentando una casa de citas muy elegante en Prado. Esta novela terminó cautivando a las estudiantes cuando las colocaban a leer ese libro como una manera de aleccionarlas, y era leído como un manual de iniciación erótica.

Carrasquilla, mas cauto, sitúa una de esa casas de madamas, a lo largo de la Calle Arriba, La Playa, pero nunca las describe en su interior.
Al final de la calle de Óscar Hernández,  este narra la vida no solo de las putillas que llegan de los pueblos para alimentar el deseo de los medellinenses, sino que alrededor narra toda la cáfila de personajes alrededor de este ambiente

Hay una novela del médico Jorge Franco Vélez, Hildebrando,  donde se sitúa la vida de los estudiantes y sus ritos de iniciación no solo etílica sino amatoria por los lados de Guayaquil y de Lovaina.
Manuel Mejía las hace visibles como las Barbaritas en La casa de las dos palmas y en Aire de tango las visibiliza junto a aquel que nunca pudo ser Gardel, Jairo, el amante de tangos y de los cuchillos.

También en algunos cuentos Darío Ruiz sitúa estas mujeres por la calle Junín en los bares de prestigio. Mario Rivero las vive a su manera de idílico poeta, y el Profeta Gonzalo Arango en Antes del Hombre, visita una putilla que le canta canciones y lo hace casi feliz con sus ganancias, gigoló literario, mientras este nihilista de postín creaba todo un movimiento poético y una manera de ser, a partir del fuego de esa vida disoluta.
Mientras tanto, el deseo proscrito a las afueras de la ciudad, es decir a la antigua salida de la llamada carretera vieja situada en Las camelias, nombre que evocaba a una de las putas de renombre y a una novela de Dumas, la Dama de las camelias.

Luego Lovaina se convierte en el sitio obligado de políticos, de poetas, de recibimiento a visitante ilustres que querían conocer a la Vila, a la manera de Burton, para conocer una ciudad es imperioso conocer primero a sus mujeres.
Todo lo anterior para hablar de un libro escrito desde el interior, dentro del corazón, de ellas, así como de esa vida sentida como contemporánea desde la infancia; La Casa de Resfa, de Carlos Mario, nos da una certera definición de lo que es en realidad esa vida donde muchos naufragan por curiosidad, otros buscan allí su resorte vital y muchos poetas imaginan la marginalidad de una vida soñada con el placer a la mano, ante pupilas hermosas donde las palabras solo tiene una equivalencia: el dinero

Con La casa de Resfa, conocedor de la materia, Carlos Mario Garcés nos adentra en su interior de esa casa de putas tan visitada como manera de inicio o configuración de entrada para apaciguar los dolores del amor, buscar el placer como emético. Él nos lleva a cuestionar algo, hay que vivir allí para conocer sus secretos. Carlos Mario lo ha escrito, lo evidencia la textura de los personajes ya que cada uno de ellos cumple una función en la casa, cada uno de ellos hace parte de ese mundo, tan personal, revisitado por medio de la memoria y que lo instala da de una manera tal, que su poder de evocación los hace reales. Sueños derrumbados, frustraciones, tiempo inútil del places debido a la pérfida carne son la materia del libro.
También hay algo que desnuda, y nos deja absortos, y es el paso no solo del tiempo sino del placer por la vida de cada una de estas mujeres. es como la culpa que se hace perenne como una manera de reclamo desde su interior. Porque eligieron esta vida y no la otra, pregunta que nunca se hizo en el omento de su mayor esplendor cuando nadie se atrevió a pensar que casa uno de nosotros tiene una posibilidad de saber, de vivir y de tener el placer como una manera de sospechar que es necesario, como una válvula de escape, con el placer en si. Y que estas casan distribuidas a lo largo y ancho del territorio de la ciudad, servía como catarsis a que los matrimonios no se dañaran. Si bien estas casas fueron reubicadas, el paso del cementerio de san Pedro hasta el barrio Antioquia. Estos lupanares sirven para mantener intacta la presión y desalojo afectivo del hogar.

Después de que algunos de los escritores mencionados dijeron algo sobre esta zona donde se podía ir a buscar placer, resulta que llegaron los historiadores y los sociólogos a buscar una explicación a este fenómeno. Pero Carlos Mario ha regresado y nos ha dejado con un palmo de narices al contarnos desde la intimidad de quien conoció este lugar, y nos describe cómo es en realidad, cada uno de ellos.

Hay un territorio de nadie para los poetas y las putas la marginalidad, el tiempo sin sosiego, el deseo de vivir de otros, el deseo de soñar en utopías, el paso del tiempo y las costuras del alma vuelta otra vez añicos, Carlos Mario nos ha llevado de visita al interior de sus recuerdos, a la presencia de su élan vital.

Para decirnos: y ninguna de ellas fue tan vilmente saqueada.
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                   DESDE LA GAVIA                                                     
EL GAVIERO PERIODICO LITERARIO
         LA POESIA Y LOS FESTIVALES




Carlos Mario Garcés Toro
                                                                                                                          
No estamos en contra de los festivales de poesía
estamos en contra de los que han hecho de la poesía un mercado bursátil.
No estamos en contra del poeta
estamos en contra de los que hacen de la poesía una mercancía.
No estamos en contra del poeta
estamos en contra de los inquisidores que sutilmente han acallado la voz de otros poetas.

Porque la poesía es el más alto sistema de conocimiento,
la poesía es un espejo, una respuesta a la existencia, aunque sin explicaciones.
La poesía enseña, permite descubrir y redescubrir el mundo, sensibiliza y humaniza la razón y los sentimientos, permite trascender, con imaginación y espiritualidad.
Porque la poesía es la voz de los descamisados,
es la voz de los campesinos y obreros,
  
es la voz de las putas y ladrones,
es la voz de los desempleados e indigentes,

es la voz de los que por casa tienen la calle, 
es la voz de los ebrios en su barco,
es la voz del burdel y del suburbio,

 es la voz del rico y del magnate, 
es la voz del ateo y del religioso,
  es la voz del monje que se masturba,
es la voz de la doncella que palpa sus senos,
es la voz de los enamorados,
es la voz del beso y de las caricias,
es la voz del amor y de la soledad,
es la voz de la existencia y de la muerte,
es la voz del evangelio,
es la voz del revolucionario,
es la voz de la abeja y el jardín,
es la voz del eco en las cavernas por donde corre un arroyo,
es la voz del lagarto que se arrastra por las arenas en el desierto,
es la voz de los caballos que corren por la playa frente al mar,
es la voz de las estrellas que titilan en la noche,
es la voz en el juego de los niños,
es la voz de la belleza y el arte,
es la voz del agua,
es la voz del fuego,
es la voz del aire,
es la voz de la tierra,
es la voz de la luna en un espejo,
es la voz de un amigo muerto,
es la voz de nuestros mayores,
es la voz de las cuerdas de una guitarra,
es la voz de lo que somos y no hemos sido,
es la voz de todo cuanto existe,
es la voz de lo más sagrado.
Por eso el que la convierta en un mercado bursátil
será expulsado de su templo
y por los siglos de los siglos
será llamado poetastro. 




MANUAL PARA APRENDER A FORMULAR PREGUNTAS

1. ¿En poesía sólo puede considerarse como un buen poeta aquel que ha sido invitado al festival de poesía de Medellín?
2. ¿Únicamente puede ser buen poeta aquel que ha sido invitado al festival de poesía de Medellín?
3. ¿La sola organización y logística del festival de poesía de Medellín garantizan ya de por sí la presencia de la dignidad de la poesía?
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Del libro La Casa de Resfa
(2008)

DIRECCION DE LA CASA

La casa estaba ubicada al sur de Medellín,
en la calle 8ª, número 52-41,
entrando por el antiguo callejón
frente a la fábrica de detergentes Inextra.
Se distinguía por el balcón de azulejos blancos y negros,
y las dos palmas que sobrepasaban por encima del tejado.
Por eso la casa en un tiempo se llamó Las Palmitas.
Sólo después vino a llamarse La casa de Resfa.
Al subir las amplias escaleras
nos encontrábamos con una espaciosa sala bien amoblada,
con dominio de los tonos cálidos y acogedores.
En los divanes conversaban las parejas
bajo alegres lámparas circulares,
en las paredes exóticos gobelinos,
y pinturas de mujeres entre pavos irreales.
Cruzando el pasillo se distribuían
la segunda y tercera salas,
que daban acceso a catorce estancias.
Si se giraba a la derecha,
se encontraban dos habitaciones suplementarias con delgados tabiques.
Por disimulados orificios
se podía mirar a los que dejaban luces encendidas.
Al gordo Juancho le vimos follar:
tenía un culo grande y peludo,
que mecía como una batea.
Le gustaba poner a sus queridas
en la posición de monje.
El atractivo balcón exhibía a las muchachas,
que esperaban como en un puerto, el puerto de la noche,
a ver quién atracaba con sus distintas luces.
En un costado el despacho de la administración,
donde se seleccionaba la música
y las chicas entraban contoneándose,
con sus labios de brandy,
a pedir una canción, o pagar la tarifa.
Por esas escaleras vimos subir desde famosos políticos,
deportistas,
empresarios,
humoristas,
hasta curas y señoras extraviados en la noche.


MÓNICA LA BELLA

Tuve la fuerza de la belleza que poco a poco fueron limando
el bar y las horas de trabajo.
Por mi atractiva figura pude elegir con quiénes iba a la cama.
Pero Fabio fue mi único amor.
Lo mataron con otros la noche que robaban en el almacén eléctrico
de Carabobo con Juanambú.
Durante largo tiempo me pareció verlo que llegaba en la noche,
vestido con su pantalón blanco (que tanto me gustaba),
su barba bien afeitada,
y entraba a la sala donde las muchachas esperábamos.
Ahora que estoy vieja y sola
(hijos no tuve),
acostumbro entrar en la tienda de licores
que queda detrás de la iglesia de La Veracruz,
donde las coquetas intentan atraer a los transeúntes
con sus caderas pálidas y sus ojeras de caballo.
Dibujo frente al espejo con el lápiz la raya de mis cejas
y salgo a la calle. La misma calle Boyacá
donde ya nadie me recuerda.
Tres cuadras abajo
hace más de cuarenta años yo era la reina.
Los amigos con los que me gustaría hablar ya están muertos.


MERY LA PROVINCIANA

Todo se nubló desde la tarde aquella en el trapiche,
cuando mi padre me tomó a la fuerza
y me arrojó al suelo, entrando con violencia en mi identidad.
La sangre corría a borbotones por mi centro,
como a borbotones bullía la miel en la paila.
Aquello se volvió una costumbre.
No sé si mi madrastra lo supo.
Cansada, huí con el Raúl a la ciudad,
quien después me dejaría abandonada.
Rodé de cantina en cantina,
hasta llegar a la casa de doña Resfa.
Tenía dieciséis años.
Dicen que era agraciada,
mediana de estatura,
delgada y de piel clara.
Mis dientes eran parejos y blancos, y brillaban a la luz de la luna.
Las noches las comparaba con el trapiche de la finca,
donde la caña a exprimir y a beber éramos yo y las muchachas.
No sé por qué, al poco tiempo,
me enamoré del nieto mayor de la patrona.
Una noche de copas, a hurtadillas, me acerqué a su cabeza dormida.
Le besé en la boca.
Su boca era como la boca que tuve
antes de la tarde aquella en que mi padre, en el trapiche...
Él tenía trece años.
Era esquivo como un tiernerito.
Cuando lo acariciaba en la cara, en el pecho y en su centro,
temblaba como un niño perdido en el sueño.
No hicimos el amor. Sólo nos acariciábamos
furtivamente a escondidas de la casa.
Después sobrevino la trifulca con unos clientes en el salón,
quebrazón de botellas y heridos.
Con el rostro cortado debí marcharme de la casa.
En lo sucesivo me perdí en el laberinto de la ciudad,
de donde años más tarde me sacaron muerta
y me llevaron a enterrar a mi pueblo.
Lo único limpio que tuve fue aquel beso.


JANETH LA LOCA

Lo último que recuerdo es que el tipo me golpeaba con brutalidad,
y yo sentía cierto placer, pero al mismo tiempo rabia.
La esfera multicolor de la lámpara despedía intermitente sus rayos,
que parecían repetir el eco de las sombras en las paredes,
y mi cabeza giraba en un torbellino de rencor y cansancio.
Los gritos se confundían en la habitación,
mis manos y mi rostro se llenaron de sangre,
las sábanas y la almohada se llenaron de sangre,
y en el rincón las rojas huellas de mis dedos en el muro.
La navaja como espuela de gallo se ensañó en su cuerpo.
Dicen que fueron más de setenta puñaladas.
Buscaba en su sangre, en el florero de su vida,
encontrar una flor blanca no marchita,
pero sólo encontré la misma flor nefanda.
Por eso me trajeron a este lugar demencial
donde vivo encerrada en mi pesadilla.
Me veo caminando por una larga galería de alta techumbre,
que me deja sin aliento.
Hasta mí llega una enorme puerta infranqueable,
con un broquel de bronce desde donde mira un deforme animal.
Abro la puerta. Del otro lado me encuentro
con un largo desierto que cubre toda mi mirada.
El viento golpea mi rostro con manotadas de arena.
En un montículo, medio enterrada, veo la calavera impasible de una vaca,
detrás de la cual surge la niña que fui, con su muñeca de trapo,
llevada de la mano por una anciana de blanca vestidura.
La anciana desaparece borrada por la arena,
la niña se me acerca y en el recuerdo brumoso
volvemos a cantarle a nuestra muñeca de trapo
la canción del reencuentro:
Fray Santiago, fray Santiago,
duerme usted, duerme usted,
suenan las campanas, suenan las campanas,
din don dan... din don dan...din don dan...


DIANA LA DEL PUBIS RUBIO

Ella llegó a la casa.
Venía recomendada por una familiar del campo
para residir por un tiempo entre nosotros,
mientras se organizaba en un trabajo de oficina que le habían ofrecido.
Por eso le alquilaron el cuarto pequeño con vista al patio,
junto a los otros cuartos que quedaban separados de la casa.
Desde un comienzo me pareció una muchacha normal,
hasta la noche en que descubrí que era bella.
De ahí en adelante todo cambió.
Cuando me quedaba solo en la casa
buscaba en la bolsa de su ropa
los siete calzoncitos de colores.
El que menos usaba era el blanco.
Lo sabía porque era el que menos aparecía
colgado en el tendedero del baño.
Los estrechaba contra mi cara, contra mi pecho, contra mi ingle,
en ellos me vaciaba y me quedaba con mi calor pegajoso
en la urdimbre de hilo.
Una tarde regresó a casa más temprano que de costumbre.
Entró al baño y abrió la llave.
Me apresuré a mirarla por un pequeño orificio
que yo mismo había practicado con mi navaja.
La vi pasar el fragante pomo acariciando los pezones
y el pubis rubio y todo el cuerpo,
y adornarse con diminuto encaje y seda transparente.
Esa tarde salió.
Al regresar por la noche,
la vi bajarse de un auto azul
desde el cual un hombre mayor
la despedía a besos.
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martes, 3 de julio de 2012

Thomas Bernhard.


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 Thomas Bernhard.

En noviembre de 1967, al final del sexto año de una relación de tres décadas, Thomas Bernhard, renovador de la narrativa en alemán y campeón de las más desagradables controversias, escribe en una carta a Siegfried Unseld, mucho más que su editor: “Un autor es alguien absolutamente lamentable y ridículo y, bien visto, un editor también”. Cualquiera familiarizado con la obra del escritor y dramaturgo austriaco reconocerá en esas palabras un pulso inequívocamente bernhardiano, la prosa adictiva de un escritor que, se diría, aplicó la técnica de la tierra quemada a la literatura: para resultar efectiva, la destrucción debe empezar por uno mismo.

Muchas de las peleas se deben al asunto central de las misivas: el dinero

La misiva está contenida en Correspondencia (1961-1988), extraordinario volumen de la joven editorial barcelonesa Cómplices. Se trata de una selección y traducción del alemán de Miguel Sáenz del mamotreto publicado en 2009 por Suhrkamp Verlag para dejar constancia de la relación “especial” y “personal”, se apunta en el libro, entre uno de sus autores más respetados y Unseld, que rigió hasta su muerte en 2002 los designios del sello al frente del que sucedió al fundador en 1959. Hombre cultísimo y atento exégeta de las motivaciones de sus literatos, definió al timón de aquel barco la cultura alemana de su tiempo con una nómina de autores que incluyó a Hesse, Max Frisch, Bertolt Brecht o Günter Grass.

Con Bernhard empezó a trabajar en 1961, tras el envío de una carta fechada por el escritor en Viena: “No lo conozco a usted, solo a personas que lo conocen. Sigo mi propio camino”. Desde aquellas líneas hasta la desaparición del autor austriaco en 1989, a causa de una sarcoidosis padecida durante décadas, los senderos de ambos transcurrieron paralelos, o más bien mecidos por los vaivenes del humor de Bernhard.

“Y como puedo llamar al mío el mejor editor de Alemania”, se lee en una carta de 1966. En 1972, la cosa ha cambiado —“Cada vez me imagino más a la editorial como una anónima potencia enemiga”—, mientras que 1973 resulta un perfecto simulacro de la fluctuante relación. “Naturalmente, esta carta no me resulta fácil, pero tenía que escribirla. Marca un punto final”, sentencia Bernhard al principio de un año que termina con efusividad navideña: “Pienso que no debemos separarnos (…) con la mayor atención, con todas mis posibilidades, quiero caminar con usted”.

La mayoría de los desencuentros se deben al asunto central del libro: el dinero. Las obsesiones contables del escritor ya protagonizaron el volumen Mis premios, rescatado por Alianza en 2009 (pese a haber dejado prohibido en su testamento que se publicase nuevo material tras su muerte, el desfile de inéditos no cesa; para otoño se espera en el mismo sello la edición de Goethe se muere). En la intimidad de la relación con su editor la fijación pecuniaria llega al paroxismo. Bernhard se escuda en el coste de mantener sus ¡tres! casas (nada desdeñable parque inmobiliario para un autor de culto), así como en su negativa a girar con la rueda del mundillo literario; a aceptar “las tentadoras ofertas de los abyectos periodistas y del entorno ensayístico más abyecto aún”.

De ahí que suplique adelantos, aplace devoluciones de préstamos, exija resultados (“Que una editorial como la suya no haya podido vender más que mil cien ejemplares de Trastorno es tan absurdo que nadie puede creérselo”) y denuncie agravios, como en esta carta de 1985: “Cuando pienso en el gigantesco esfuerzo publicitario que ha hecho durante tres meses con el libro del Sr. [Martin] Walser mientras que por mis Maestros antiguos no ha hecho casi nada, se me pasan las ganas de seguir colaborando”. Ante las embestidas, Unseld, consciente de la inveterada lucha de clases del mundo del libro —a él dedicó El autor y su editor (Taurus), que abría una frase de Goethe: “Todos los editores son hijos del diablo”— reacciona con razonable generosidad y paciencia. “¿Cuándo eliminaremos de nuestra correspondencia y relación la tediosa cuestión del dinero?”, se pregunta en 1969. Y él se responde tres años después: “La señora Ninon Hesse [viuda de Herman] me dijo que en cuestiones de dinero había que tratar a los amigos como si fuesen enemigos”.

En efecto, Correspondencia es sobre todo un libro acerca de las fluctuaciones de la amistad a través del tiempo y del espacio. Bernhard remite cartas desde su casa en Ohlsdorf, desde Viena, Palma de Mallorca o, en 1985, el hotel Plaza de Madrid, que halla “espantoso” en la comparación con el Ritz (“probablemente el mejor del mundo”). Unseld escribe desde Fráncfort del Meno, sede de Suhrkamp, pero también de Dubróvnik, Salzburgo, Zúrich o Albufeira —“¡Falta alguien en la playa! (donde, según Alberti "acaba el mar y principia la tierra”), exclama en una postal de 1980—. En las notas al pie, que constituyen un libro en sí mismo, se recogen apuntes de los resúmenes de viaje de Unseld, dictados al regreso de los encuentros con el escritor, ceremonias de apaciguamiento cuando la relación epistolar adquiría tintes prebélicos.

“Recojo este encuentro con Thomas por separado, fue demasiado insólito, o totalmente típico de Bernhard”, se lee en 1973. En otro, del año siguiente, se detalla el estreno en Viena de la obra de teatro La partida de caza, con el escritor convertido en “el más importante autor de Austria pero también el más discutido”. “Después del segundo acto abandonó el teatro y, cuando recogió su abrigo en el guardarropa, el hombre que lo atendía le dijo: ‘¿Tampoco a usted le gusta la obra?”

"Unseld es la gran revelación del libro”, explica el traductor Miguel Sáenz

“Unseld es la gran revelación del libro”, opina el traductor Sáenz, autor de una sobresaliente biografía Bernhard (en Siruela). “Sin su paciencia y su fino manejo, hoy quizá no contaríamos con una obra sobresaliente”. El apoyo incondicional del editor durante décadas fue más allá del mero sostenimiento literario y superó desagradables traiciones como la que supuso la decisión del escritor de vender en los setenta a la salzburguesa Residenzverlag su célebre serie de relatos autobiográficos.

De esa controversia hay material en Correspondencia, como de otras sonadas polémicas del levantisco Bernhard: de sus encontronazos con los festivales de Salzburgo al secuestro judicial de su novela Tala en Austria en 1984; de su perpetuo choque con la crítica al enorme escándalo que supuso en la Viena de 1988 el estreno de Heldenplatz, última obra dramática, en la que arrojaba a la cara de sus compatriotas el júbilo con que recibieron a Hitler.

En el desagradable torbellino de la última provocación llega lo inevitable. En noviembre de 1988, tres meses antes de la muerte de Bernhard, Unseld gira un telegrama, el último, en el que escribe en minúsculas: “Para mí no solo se ha alcanzado un límite doloroso sino que se ha traspasado (…). no puedo más”. A lo que el escritor responde: “Bórreme de su editorial y de su memoria”.

El editor no hizo ni una cosa ni otra. Cuando murió Bernhard (y se supo su última voluntad: prohibió vender o representar sus textos en Austria), Unseld escribió un obituario en Die Presse: “La vida de esa persona encantadora fue un ejercicio en la cuerda floja, apuntaba a lo total y lo perfecto, sabiendo que lo total y lo perfecto no era soportable”.

El País. España, julio 3 2012.