sábado, 29 de diciembre de 2012

EN MEDELLIN TOCÁBAMOS EL CIELO

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EN MEDELLIN TOCÁBAMOS EL CIELO

Francisco Velásquez G.


Jairo Osorio Gómez, profesión escritor, fotógrafo y editor, acaba de publicar “En Medellín tocábamos el cielo”, un libro conveniente para debatir en público las inconsistencias y vulgaridades de una ciudad en la que tanto sufrimos y amamos.

Todas las florituras que se le echan a esta “más educada” Medellín, son apenas cantos de sirena para su real significado cotidiano. Nuestra capital se ha vuelto una ciudad enrarecida, además de encarecida. Los denominados espacios públicos, que los ciudadanos cubrimos con los pagos de tantos impuestos que nos son impuestos, cada día se privatizan mas y son “particulares” quienes resultan enriquecidos con el usufructo de tales sitios.

Y aunque existen los oriflameros de la publicidad, los relacionistas públicos del engaño y la argucia, y los burócratas de la nómina dentro del regimen que es la administración pública, se tipifican los entramados y la mentira en forma pura para hacernos creer en hipotéticas transparencias a fin de que sintamos que andamos en el mejor de los mundos: con alumbrados nos engatusan y nos hacen pensar que esta ciudad es la mejor de todas con ese ánimo paisa de exagerar lo propio como sistema de trapisonda que no nos tragamos sino nosotros mismos.

Y las grandes empresas, los emporios del poder mercantil y financiero, hacen propio el diseño de tales propuestas para disfrazar y engañar a sus pobladores. Recuérdese un vituperio y un adefesio que colocaron frente a un museo de arte dizque para expresarle su amor a la ciudad, que hoy es un fiel reflejo de nuestra suciedad y desinterés en ella, por parte de una generación en trance de degeneración ante el dinero fácil y la sexualidad insustancial, enmascarada en el traqueteo que constituye la actividad más sobresaliente de nuevos ricos como los de “las ganitas” paisas.

La reflexión del libro es construida con gran rigor de lenguaje y una postura ética -en el sentido de ser riguroso conmigo mismo, es decir escribir solo lo que quisiera leer como lo mejor- que le ameritan diferenciarse del común de los textos que sobre esta ciudad se publican en los periódicos y revistas de turismo y farándula. (Que se han convertido en un solo escarnio).

El punto de vista del escritor analista mira a Medellín desde las desgarraduras que produce, donde la miseria cotidiana se pavonea por sus calles más ostentosas; los amores clandestinos se tienen que resolver con bastantes peripecias ultramundanas; y los artilugios de la clase dominante se convierten en premisa publicitaria para someter la inconsciencia que nos caracteriza a los paisas, tan afamados pero tan cuestionables, por ser tan aviesos y decididos a comprender que todo lo que dentro de Antioquia se considera una virtud, traspuestos sus límites fronterizos es considerado un delito.

La ciudad que también dio la espalda al río y sus quebradas porque lo único consistente es conseguir plata a cualquier costo porque en ese postulado nos formaron desde niños: “Consiga plata honradamente mijito pero si no puede hacerlo así, consiga plata” es más o menos la categoría que nos inculcan.

Por lo anterior no podríamos encontrar la ciudad que los dioses se soñaban “para que en ella vivieran los hombres”. Aquí no caben sino los comerciantes, contrabandistas y mercachifles del uso de la tierra.
No en balde esta ciudad anda hediendo mucho últimamente como decían, en su denuncia, muchos de los grandes escritores y poetas que nos han precedido, con toda la calidad argumentativa que han compartido en sus realizaciones literarias.

El libro pulcramente editado es el mejor alegato para comprender esta villa incomprensible a menos que la literatura la revele como lo hicieron desde  Tomás Carrasquilla, Fernando González y León de Greiff hasta Jaime Espinel, Fernando Vallejo, Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, Alberto Aguirre y ahora Jairo Osorio quien ha conseguido un libro bien realizado hasta la saciedad y con un denso análisis que hace que Medellín quede desenmascarada en el despropósito que caracteriza a los insaciables funcionarios de gobiernos, coludidos con los urbanizadores, -hacheros de siempre-, que incluso validan una escultura homenaje a la moto sierra que existe en Mutatá, donde fue erigida durante el reinado del paramilitarismo que tanto daño ha hecho a esta “patria” tan exaltada por el Presidente del que tanto supimos y sufrimos en su doble mandato.

El recuerdo de la “Beya Villa” trasciende la nostalgia; toca las fibras más sensibles de la cultura antioqueña, descrita con severidad por Fernando González en Los Negroides: “El tipo es don Pepe Sierra, genio del ‘conseguir plata para yo’; el tipo es don Esteban Jaramillo, genio del ‘llevarse la plata para yo’. El hombre gordo ha inventado nombres: ‘cementerio de los ricos’ y ‘el cementerio de los pobres’. Sólo en Medellín existen estos nombres. Lo primero que retira de su almacén el medellinense es con qué comprar ‘local en el cementerio de los ricos’; lo segundo es ‘para comprar manga en El Poblado’, y lo tercero es para comprarle el Cielo a los Reverendos Padres. ¡Gente verraca! Motivación estéril. Motivación individualista. Gente que mata la vaca del vecino cuando muerde la yerba del cerco divisorio. Gente vengativa. Gentes que han construido habitaciones llenas de comodidades para su pobreza espiritual y que toleran la inmundicia de nuestros gobiernos” (Envigado, diciembre de 1935).

Y todo en Medellín, para ajustar, “la ciudad pacata de Colombia, Eterna primavera de la hipocresía, la asustadiza y cruel y vengativa y corrompida y rezandera. Roma de las rifas y de las trampas, regida hasta hoy por los enredijos de rata del tanto por ciento y el cuánto me debés. (¡Cómo la queremos!). Por una diabólica simplificación los antioqueños, confunden el misterio de un destino con la ramplonería del oficio, la vivencia con la supervivencia, un lugar en este mundo con una casilla en la nómina: la meta es acomodarse y la virtud medrar. El sueño dorado del paisa es culminar una carrera o alcanzar el éxito, que para ellos es el triunfo en los tejemanejes del trueque, la compraventa y el contrabando. Esto angustia, es tétrico e insalubre para crecer, afea y ennegrece la juventud y el aprendizaje de la aritmética, ciencia esencial entre tenderos, reino de la bárbara sensualidad, entendedor del mundo como acumulación y ruido, acción y excremento”. Toda la diatriba es de Eduardo Escobar.

Hacia 1935, en Los Negroides, Fernando González en Envigado, sentenciaba: “el medellinense  tiene su lindero en sus calzones; el medellinense tiene los mojones de su conciencia en su almacén de la calle Colombia, en su mangada de El Poblado, en su cónyuge encerrada en la casa como vaca lechera. Motivación estéril. Motivación individualista. Gente que mata la vaca del vecino cuando muerde la yerba del cerco divisorio. Gente vengativa. Gentes que han construido habitaciones llenas de comodidades para su pobreza espiritual”.

Para finalizar hay que destacar la finura de la edición, su papel esmaltado delicioso, su caja tipográfica amplia y con blancos suficientes para facilitar su lectura, el formato del libro que es novedoso y asegura su manejo, las fuentes bibliográficas que son certeras y sin dubitaciones, y el refinamiento textual que lo convierten en un verdadero texto impreso con calidades indiscutibles de rango literario.
 Además lo pedagógico de Jaime Jaramillo Escobar en la presentación donde rememora la ciudad desde los cinco enfoques de un obsedido enamorado de la ciudad que recrea la miseria al margen de la opulencia (ciudad objeto), la propia percepción y aspiraciones (ciudad ideal imaginaria), el verla analíticamente (ciudad atolondrada), la confidencial (ciudad secreta) y la verdadera (ciudad real).


Medellín, enero del 2013


jueves, 27 de diciembre de 2012

George Harrison, El señor de la guitarra

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George Harrison, 
El señor de la guitarra

Saúl Bustamante C


A Nueva York
Llegamos expectantes
Agosto victorea
En la séptima avenida
Ante nosotros
Una cosmopolita torre de Babel
Esa mole cilíndrica de concreto y acero
El jardín cuadrado de  Madison
Guarda cuarenta  mil almas adictas al rock
Hierve la sangre al límite de la tarde
Unas tenues luces disimulan mi asombro
El sudor, el humo del cannabis me hace tartamudear
Esperando esa ráfaga que serpentea los aires brumosos
Tras su acústica  guitarra aparece místico,
Hare krishna
Dejado atrás su Rickenbacker  eléctrica de doce cuerdas
Un tanto nervioso
Esparciéndose  en los espacios
Allí donde el eco degenerado agrada
Un soplo de sentimiento
Delgado un hombre  mitiga sus cantos
De traje blanco, de cabello rebelde
Deja un recuerdo valioso a sus fanáticos
Veo  su  mentón,  poblado de espesa barba
Lleva consigo la mirada serena
Después de  fumar un  cigarrillo
Mister Papadopolous
Frunce su ceño
Toca modestamente
Si si do  mi do mi mi
Con su clavijero apuntando al horizonte
Queriendo llamar  la atención  de su Dios
Bangladesh  guarda su nombre
A orillas el fértil delta del Ganges
El sol le acompaña cada amanecer
El sol lo cuida
El sol más fino ilumina su camino
Sus cenizas no han callado
Son  un manto de música
Que viaja al gran triangulo de la India
Tras su transito por esta tierra azarosa…

Enero 29 de 2011.



 


lunes, 24 de diciembre de 2012

Festival Alternativo de Poesía de Medellín: Andrea Tierra y Edmar Castañeda

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Festival Alternativo de Poesía de Medellín: 

Andrea Tierra y Edmar Castañeda


Víctor Bustamante

Tal vez de la sorpresa de encontrar un par de colombianos que en Nueva York han llevado su arte y de saber todo el talento que derrochan con un amigo en común: Ricardo Peña Villa que no sospechábamos que estaba tan bien rodeado.

Es raro el azar al saber que ellos habían llegado a Medellín en este diciembre y ahora es saber como Andrea derrocha su talento con su música, la fuerza que le da a su interpretación, como nos gusta: que sienta las canciones y a su lado Edmar derrochando su talento, dándonos a entender que el arpa también puede acompañar de una manera fluida de parte de quien sabe ejecutarla de esa manera como él.

Además Andrea nos ha leído sus poemas con ese tono de intimidad femenino, dodne exprea su trasegar y las motivaciones que la rodean.

Cierro, noche de diciembre en la cual quedamos perplejos los asistentes a este evento ante tal derroche de música de poesía y de ejecución. Ya sabemos que el arpa se pasea por otras latitudes lejos de los compases gratos de la música llanera porque Edmar le ha dado otro destino: adaptarla a su gusto y buscarle otros sonidos.

Luego de la presentación de Andrea, ella nos concedió gentilmente una pequeña entrevista donde nos cuenta los motivos de su estadía en Nueva York, sus sueños de poeta y sus logros como cantante. Queda faltando una buena conversión con Edmar pero ya llegará el momento en que no se nos pierda.

Para ellos va nuestra amistad, nuestra mayor consideración y así mismo la ventura para que su talento perdure.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Gustavo Mejía Fonnegra

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Gustavo Mejía Fonnegra


Víctor Bustamante

Hay un cortometraje que se llama “El Cargador de hombres”, del cual Gustavo Mejía Fonnegra fue su director. Pues bien, por esas casualidades que entrega esta ciudad llena de transeúntes y de intelectuales que uno no sabe donde viven, conocí a Gustavo, en e programa de radio En defensa de la palabra. Inicialmente este diálogo es para saber algo del cuento que le han publicado, de la mención que h logrado, pero para sorpresa nuestra también Gustavo posee la memoria de haber conocido a Fernando González, de haber departido con él así sea un poco de lejos, por esa suerte de distancia que el maestro de Envigado parecía mantener con algunas personas, De todas maneras Gustavo nos entrega esa versión de sus visitas a ese recinto que fue mítico, Otraparte, así como su definición de lo que fue esa generación de los años 60 con sus búsquedas y con sus utopías como fue el nadaísmo.
Pero la sorpresa mayor es haber conocido al autor y directos del cortometraje, “El Cargador de hombres”, que me causó una grata impresión por el tema, ya que en la evolución del transporte, no solo por esos pagos se utilizaban los caballos y mulas sino a hombres especializados en esa manera peculiar de trasportar personas.
En alguna geografía histórica sobre el país, había mirado un grabado con indígena cargando un hombre blanco, español a lo mejor que leía mesurado mientras el otro, lo cargaba con su esfuerzo, eran símbolos de pura esclavitud, luego supe que esa práctica continuó por muchos años.
En este cortometraje Gustavo nos entrega esa versión de ese país sin memoria y cada que encontramos algo que nos abra una puerta hacia esos momentos es algo que nos deja perplejos.








viernes, 14 de diciembre de 2012

Mario Tierra

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Mario Tierra

Víctor Bustamante

En estos días de diciembre   la música parrandera ocupa su lugar. Desde mediados de noviembre va apareciendo en las emisoras para avisarnos que va a acompañar el espíritu de la Navidad.
Todas las influencias son notorias: el catolicismo con la Natividad, los irremediables pesebres, pero ahí a su lado los villancicos que auguran un nacimiento que como siempre ocurre de nada nos sirve, el mundo sigue igual: guerras, corrupción, chanchullos, licor, el mar perdido y nadie dice nada en el país de las mentiras y de las conjeturas. Todos parecen y felices porque nace de nuevo el Mesías, y es verdad, nos sirve de calmante para pensar en un tiempo ilusorio que no vendrá, todo sigue lo mismo.
Los más modernos se asilan en Santa Clauss, hablan de trineos, de sus barbas blancas y vestido rojo, entre estas dos creencias dos limites el que nace y el hombre anciano que riéndose entrega juguetes, pero en los almacenes a costos exorbitantes; signos del comercio que es quien maneja los ciclos del tiempo.
Pero entre lo mencionado hay algo que perdura, y es el espíritu popular, esa música que algunos llaman guasca, otros parrandera y que denominan ese espíritu atrabiliario y campesino de la ciudad. Es como un querer retornar a las montañas donde hay tantos insectos y demasiado verde y pocas chicas para nuestros gustos. Pero dentro de ese intento metafísico, es decir ficticio de querer retornar a la naturaleza, sabemos que la música parrandera expresa algo muy de nosotros: el doble sentido. Siempre me he preguntado la razón por la cual este tipo de música atrae, resuena cada. No sé qué habría dicho Freud en el chiste y en el inconsciente sobre esta manera de ser del antioqueño.
Todo lo anterior para decir algo sobre uno de los exponentes máximos de ese espíritu antioqueño como es Mario Tierra, quien no solo ha cantado y compuesto música parrandera sino que es un gran trovador, y además mantiene esa vena de poeta.
Aquí nos declama algo de poesía, canta algunas partes de sus canciones pero además nos cuenta algo de su vida, ahora que está residenciado en Miami, persistencia y trova, poesía y música parrandera son sus paraísos. Cierto, la activad de su pulso creativo






domingo, 9 de diciembre de 2012

EL OLIMPO DE MI BARRIO ¿REALIDAD O FICCIÓN? por Rubén López Rodrigué

 
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EL OLIMPO DE MI BARRIO ¿REALIDAD O FICCIÓN?

Rubén López Rodrigué

Decía Rilke en Cartas a un joven poeta que «Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pues para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente»[1]. Traigo a colación esta cita para hablar del reciente libro de un escritor que, ajeno al divismo, no se inscribe en ese reproche del poeta. El Olimpo de mi barrio, de Fabio Zuluaga Ángel, comienza con el ascenso del narrador protagonista por la loma de su antiguo barrio y termina con el descenso de un hombre a la tumba; ascenso y descenso que metaforizan una ley de la vida: todo lo que nace muere.

Dice el narrador: «Vuelvo al barrio después de treinta años para asistir a las exequias de don Arturo el polvorero, uno de esos personajes casi míticos que habitaron este pequeño espacio perdido en el universo, que con el tiempo ha llegado a ser el único barrio de mi entraña. Lo abandoné a la edad de veinte años y me fui con mi familia a vivir a otro sector de la ciudad»[2]. Así comienza la obra cuando el autor-narrador llega al barrio caminando por la empinada carrera Mon y Velarde y a su paso por calles y esquinas la percepción de personas y cosas hace aflorar los recuerdos y lo que eran islitas en su mente se concatenan para armar un entramado literario.

De modo que el escritor extrae su tema de los recuerdos infantiles y juveniles. Después de Oro, evangelio y reino, una afortunada selección de crónicas de Indias, y de la desafortunada novela El árbol de abuelitas, Zuluaga Ángel se nos viene con un libro donde a personas comunes y corrientes les ocurrieron hechos como los siguientes. La abuela al pasar por la calle Bolivia le cayó en la cabeza una hoja de palmera y fue llevada a la policlínica municipal donde permaneció inconsciente durante tres días. La hermosa Nena, de quince años de edad, entró a formar parte de la Comunidad de María Auxiliadora; apenas cursando tercero de bachillerato las monjas la habían sonsacado, sin permiso de sus progenitores. La modista Paulina se dedicó a sostener a su madre con su trabajo y después de la muerte de esta decía que se quedó soltera porque prefería vestir a sus clientas y llevarles los caprichos en lugar de desvestir borrachos. Tito Gallo, el ciclista, en una vuelta a Colombia rodó por el pavimento, estuvo varios días en estado de coma, entre la vida y la muerte, perdió la razón, saludaba con sonrisa de bobo y se metía entre los juegos de los niños. Los mellizos Jairo y Alberto eran inseparables desde niños, los vestían igual, alejados de los demás muchachos del barrio; abandonaron pronto la escuela y no aprendieron ningún oficio por andar pegados de la falda de la sobreprotectora madre. Enrique se alistó como voluntario de la guerra de Corea y volvió con dos medallas en el pecho y una locura que lo hacía librar combates imaginarios, hasta que una noche de luna llena murió al saltar por la terraza de su casa, y al año siguiente su madre, con la que  vivía, murió de pena moral. Aníbal el escultor, hijo único y huérfano de padre y madre, vivía solo en una vieja casa de tapia que había heredado de sus padres, con la única compañía de su gato Micifuz; como pensaba que un artista no debía casarse, tenía en su alcoba la escultura de una mujer desnuda, de la que decía era su amante y fiel compañera.

Son personajes insignificantes de barrio que al ser contrastados y asimilados con héroes griegos del Olimpo adquieren una grandeza insospechada. Es la magia de la literatura, palabras mágicas que como sucede en los cuentos folclóricos hacen volar alfombras. No en vano en su Historia natural Plinio decía que lo maravilloso tiene tanto atractivo como la verdad.

Se me antoja resaltar la agudeza del escritor como observador de la vida cotidiana, como rastreador perspicaz de las costumbres urbanas. El Olimpo de mi barrio, a pesar de ser atravesado por el hilo negro del velorio de don Arturo el polvorero, se compone de meritorios cuentos donde prima el estudio de caracteres sobre las costumbres de sus personajes. De esa observación cercana de la gente nace el humor –ese que va en favor de la salud y el bienestar del ser humano– y que en apuntes como el que viene sirve de paliativo a las tragedias: Don Víctor «Ya borracho, se iba a llevar a su viejo amigo el Mono Cárdenas, el comisionista del barrio, hasta su casa. Apoyada la mano de cada uno sobre el hombro del otro, bajaban tambaleándose por la empinada calle, pero cuando llegaban a la casa del amigo, este se devolvía a llevar a su amigo Víctor hasta la suya. Así se pasaban un rato, yendo y viniendo de una casa a otra, hasta que alguna de las esposas intervenía, enérgica, y daba por terminado el sainete»[3].

Quisiera detenerme un tanto en el asunto de la observación, ya que es un elemento caro al autor. El escritor debe ser un buen observador, alguien que sabe escuchar y puede avisar del peligro; no es un profeta como en ocasiones se afirma de Kafka, por el contrario, el escritor checo era un observador profundo y sus narraciones siempre lindaban con la locura. Se puede presuponer que Zuluaga Ángel volvió al barrio de su infancia, observó cosas que antes había tenido ante los ojos muchos años atrás y registró cada detalle mínimo para imprimirlo en su memoria. Y es que un escritor debe ser un observador de lo que le rodea, incluso si lo que escribe es fantástico o ciencia ficción, pues aunque estemos en Alaska o en la Patagonia seguimos escribiendo sobre los que les pasa a hombres y mujeres, elfos o alienígenas. Pero además de la agudeza en la observación, entreveo una agradable sutileza para narrar que produce un sentimiento parecido al de la lírica. En sus cuentos corre una sutileza poética adherida al tono musical, hecho que ya le había señalado el escritor Mario Escobar Velásquez, a cuyo taller perteneció por varios años.

La brevedad de los cuentos que conforman el libro es como una quintaesencia de avinado del barrio de una infancia conmovida por hechos notorios. Es importante hablar del cuento por encima de las particularidades barriales o provincianas, puesto que apunta casi siempre a lo universal, incluso más que la novela. El cuento se rige por estructuras muy sui generis, dado que su integración es vertical, mientras que la estructura de la novela, siguiendo con el símil geométrico, es horizontal y esto último no aplica al libro en cuestión. Al decir que el cuento es vertical y la novela horizontal, evoco a Borges cuando dice que el cuento es síntesis, mientras que la novela se puede alargar hasta el infinito.

Ya se trate de las señoritas solteronas, del comisionista, del polvorero, del joyero, de la modista virgen, del electricista, no obstante la ficción al aplicarles los mitos griegos de Helios y Prometeo, Hermes y Tiresias, Hera y Heracles, Jasón y los Argonautas, Penélope y Ulises…, en las historias cotidianas de barrio, donde ellos son protagonistas, la verosimilitud de marcado carácter autobiográfico se inscribe dentro de un realismo que, por instantes, no excluye el vuelo lírico. No se trata aquí de un realismo ingenuo (como registrar lo que dice una verdulera, luego desgrabarlo y publicarlo tal cual), sino que el agobio de la realidad nacional se manifiesta con dramatismo, así sea mediante el lugar común y la obviedad.

Por otro lado, si un libro es como un organismo vivo en el que todas sus partes interactúan entre si, ignoro qué función cumple el cuento «La misa», único que no se relaciona con los mitos del Olimpo, y donde la religiosidad del autor, a lo mejor enterrada, al parecer interfiere como un lunar negro sobre la belleza y coherencia del texto.

El libro comienza y termina con el funeral de don Arturo el polvorero, dándole así un carácter de circularidad como la serpiente o dragón Ouroboros que se devora la cola, que empieza al fin de su cola y simboliza el ciclo del devenir en su doble ritmo: el desarrollo del Uno en el Todo y el retorno del Todo al Uno. Comienza con el ascenso y concluye con el descenso, pues no todo se compone de poesía, vino, rosas y luciérnagas. Esa es la trágica metáfora de la vida: todo lo que nace muere.

 

Rubén López Rodrigué



[1] Rainer María Rilke, Cartas a un joven poeta, Madrid, Alianza Editorial, 1985, pp. 25-25.
[2] Fabio Zuluaga Ángel, El Olimpo de mi barrio, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2012, p.11.
[3] Ibíd., pp. 25-26.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Sobre La novela de la muerte de Cortázar: Fernando Rivillas

 



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Sobre


La novela de la muerte de Cortázar
de
Fernando Rivillas
Víctor Bustamante  
 
 
       Este es el primer texto sobre el escritor argentino que se ha escrito en el país desde el punto de vista de una biografía. ¿Por qué Cortázar?, nuestro mito, nuestro amigo que abrió con su literatura la puerta a otras sensibilidad de la ciudad, que además expresó, a pesar de la lejanía, el nuevo concepto de ciudad que se desplegaba con sus reuniones de clubes de la serpiente, del caminante citadino, renovando nuestra admiración por Paris y desalojando los clichés de nuestra manera de escribir. Todos amamos a la Maga en su doble papel de ser evanescente y perdurar. Cortázar no solo creó un estilo de narrar sino un estilo de vida. Parecería extraño que desde Medellín se haya escrito este texto o mejor desde Apartadó donde apartado del mundo cultural vive Fernando Rivillas, su autor. Pero ya sabemos lo que puede la literatura. Cuando un libro es clave para una generación, como fue Rayuela, este texto se convierte en algo con tintes bíblicos, algo personal con sus conversaciones imposibles para arreglar el mundo caótico, para cotejar esta metafísica de estudiantes con licor y jazz de por medio el humo en la atmósfera del cuarto con la cercanía del llanto de Rocamadour filtrándose y recordándonos que alguien inocente nos delata. Cortázar reveló el habla común, los delirios patafísicos, el adentrar en otras realidades que están ahí cerca, insospechables, por eso diría Rivillas, Cortázar y ningún otro. Cortázar siempre fue joven y nos expresa con nuestras utopías.
      La novela de la muerte de Cortazar (2004) escrita por Fernando Rivillas revela toda la pasión y la ficción de lo que ocurre con los escritores que amamos. Él no pretende corregir al autor, buscar las fallas que el hipócrita lector de pronto no pudo escribir. Rivillas lo entrega vivo y actual, así sea en esa lejanía que es la muerte.
       Este libro posee dos caminos narrativos. Uno de ellos la biografía a la inversa que comienza con los funerales del escritor, la reverencia y el desalojo en su cuarto, los amigos absortos, el camino de la enfermedad, el penoso deceso, sus caminadas por Barcelona, el reconocimiento de algunos espontáneos, los diagnósticos de su enfermedad. Poco a poco va entregando un Cortazar que fue traductor, maestro en apartados lugares de su patria. Metáfora que obra como si asistiéramos al nacimiento que es la imagen que perdura. Cortázar no ha muerto y nos acompaña desde su eternidad de papel.
       Apoyado en los textos del mismo autor y en visiones, perversiones, entrevistas y ensayos Rivillas establece una relación entre los escritos del argentino cotejándolo con sus vivencias para recordarnos, hombres de mala fe, como la literatura se nutre y se mantiene viva debido a ese humus que la alienta y la tatúa en nuestra memoria: la vida misma. Toda opinión, cercanías, recuerdos le sirven de material para decirnos una biografía interior del argentino.
       Todas las biografías son arbitrarias y posibles. Una vida es muy difícil atraparla en algunas páginas que forman un libro. Una biografía posee muchas arbitrariedades. Incluso en un cuento de Cortázar, los pasos en las huelas se refiere a esa imposibilidad. Las biografías constituyen un género con muchas vertientes que intratan atrapar una vida llena de sentimientos, dudas, traiciones perversiones risas o mucho escepticismo.
       Rivillas prefiere seguir los rastros del argentino en sus mismas palabras, lo rastrea en cuentos, poemas, novelas, ensayos y los coteja con las opiniones, ensayos y visiones de otros para entregarnos el mapa interior de Cortázar. Él que opinaba sobre diversos tópicos. Y es que caemos en cuenta que los escritores poco a poco con su red de palabras y cercanías van escribiendo ese red que es su vida de una manera indirecta como si sus propias palabras lo hubieran atrapado.
       Otro de los caminos posibles es la ficción en los capítulos impares donde el autor  entrega la posibilidad de que la Maga sea buscada por los lectores a través de la doble ficción y asumimos la posibilidad de que Lucía se lea en el libro, que se busque como si nos adentramos dentro de un espejo. Así mismo algunos escritores de renombre quieren sabe dónde está la Maga y quieren buscarla como si ella aún mirara vitrinas por alguna calle anónima.
       En este texto encontramos una cita íntima y precisa de qué pensó Cortázar sobre algo en algún momento determinado. Rivillas hace arqueología literaria y devuelve la ética del argentino, tan cercana, en la paciencia del detalle. Como diría Nabokov allí está la gran literatura.
       ¿Cómo no leer este texto con devoción, si inspecciona una gran escritura y los avatares de una vida y nos participa de la curiosidad de saber que ya no se perderán en esa intemporalidad los datos desperdigados en la intemperie de tinta y olvido? Rivillas los arrebata y recupera la extensión de la memoria.
 

martes, 4 de diciembre de 2012

Sobre la decencia en la poesía: Víctor Rojas y el secuestro y asesinato de Gloria Lara


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Sobre la decencia en la poesía:
Víctor Rojas y el secuestro y asesinato de Gloria Lara


Víctor Bustamante

Hubiera querido no escribir este texto donde una institución cultural tan prestigiosa y alguien que considero amigo, va a ser el oferente, de una persona, en este caso Víctor Rojas, que según la nota que me envían, estuvo involucrado en el asesinato de Gloria Lara. De ninguna manera una persona decente puede prohijar este acto que mancilla la poesía y la ética, y cuestiona todo el quehacer humanistico de dicha institución, Otraparte, y del poeta Luis Fernando Cuartas.

Hay un coctel difícil de dirigir y es esa unión macabra entre poesía y la mala política. La poesía es la más alta creación del ser humano y la mala política es ese invento del demonio ya definido por Maquiavelo.

Como aun somos soñadores, pretendemos que la poesía debería ser algo así como un acto creativo puro, alejado de esa pócima letal que es la mala política, donde se olvidan los hechos, y sobre todo en nuestro país sin memoria y donde alguien puede lavar su imagen sin haber pagado sus culpas.

De ninguna manera uno puede hacerle un guiño a la impunidad y pensar que nada ha ocurrido, y dejar la decencia y contaminar la poesía con este tipo de personas.

A continuación doy el enlace del portal “VÍCTIMAS DEL COMUNISMO – MEMORIA HISTÓRICA 4”, http://www.periodismosinfronteras.com/victimas-del-comunismo-memoria-historica-4.html. Si dicha institución, Otraparte, y el poeta que celebran a Víctor Rojas desmienten con mucho gusto me retracto y publico la nota correspondiente al caso.

Poesía y política, sobre todo la mala política es un coctel imposible de digerir. Pero aun creo en la pura creación del hombre y de su libertad, eso sí nunca sería indecente en la poesía y celebrar este tipo de personas con estas palabras del ingenuo Cuartas: “El estilo de Víctor Rojas es vigoroso, directo. Sus frases suelen tener una fuerza descriptiva y una acerada capacidad de síntesis”, pensé que iba a decir, “una acerada capacidad de secuestro y muerte”, pero bueno la historia estará presente y juzgará este tipo de eventos.

Esperamos que Otraparte y Luis Fernando Cuartas nos den una explicación sobre este tema ya que lesiona de una manera grave la imagen de Medellín, que de ninguna manera puede convertirse en un lugar para lavar la imagen de este tipo de personas y darle un golpe bajo a la poesía. Tanta labor que han hecho las diversas administraciones para volver a caer en esta mancha que ensucia de nuevo a Medellín.

He preguntado a uno de los directores de Otraparte sobre el tema y me dice que está estudiando el caso y que Víctor Rojas viene como “poeta y editor”. Es como si invitáramos a Luis Alfredo Garavito, el asesino de niños, como oferente y consejero a dictar una conferencia sobre violencia familiar  o sexualidad a Bienestar Familiar.

La falta de solidaridad con las victimas, lleva a muchas personas a creer que aquí, en el país, no ha ocurrido nada, que esas son mentiras de la derecha, sólo para encubrir y pasar de lado. Nunca sería capaz de ser una persona propiciatoria de este tipo de eventos, menos con quienes están vinculados al Estado colombiano y reciben dineros de él. Ellos, al realizar este tipo de certámenes. No podrán decir que no hay libertad de expresión, sino que hay un límite ético que es ser decentes. En este caso la institución Otraparte y el poeta Cuartas, no lo son.

Hoy es un día aciago para la poesía y el quehacer cultural en Medellín.

Víctor Rojas le debe una explicación a los familiares de Gloria Lara y a la decencia de la poesía.

Otraparte y el poeta Cuartas le deben una explicación a la ciudad.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Flor María Bouhot

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Flor María Bouhot

Víctor Bustamante

La primera noticia que tuve sobre Flor María Bouhot, fueron unas pinturas suyas aparecidas en El Mundo. Eran pinturas con mujeres eróticas, sensuales pintadas con colores muy vivos y labios rojos. Desee conocerla pero ya sabemos que hay fronteras, entre la poesía, y la pintura que son muchas veces, por fortuna, franqueables. Me explico si bien nuestra materia son diferentes, las palabras que llevan a imaginar. Sus colores, sus trazos llevan a ver su energía creativa. Nunca la vi en fotografías, pero luego supe que vivía en Bogotá. Más tarde continué encontrándome pinturas suyas sobre el Carnaval de Barranquilla como si desde allá, desde la lejanía, sin conocernos, se estableciera una presencia a través de su arte.

Vuelvo a su pintura: ya he mencionado su energía visible en sus trazos, la apertura de otro tipo de belleza notorio en esos rostros y esos cuerpos que de una vez impactan, ninfas, ninfulas que enseñan su erotismo de una manera tan pura que no queda más que desearlas también, en complicidad con la pintora que nos ha descubierto su mundo. Y una palabra que ella menciona en esta conversación: los colores. Y es ahí donde reside esa materia suya . por supuesto afín a cada pintor, malear los colores, mezclarlos, darles su tono preferido para de una vez decirnos: he ahí algo que salió de mi imaginación: uno de sus creaciones. Flor María abre, explora otros temas, de ahí su interés que nos llama para decir, yo estoy aquí dentro de las pintoras del país.

Hay frases que hacen carrera entre los artistas, que se vuelven puro cliché, ante quien todo lo duda. Una de ellas: lo importante de un artista, es su obra no su persona. Por fortuna son solo frases de un amaneramiento nunca exquisito. Es mas, Flor María, la menciona aquí. Pero ante quién admiramos una obra, digo que siempre queremos preguntar algo sobre su arte y sentir que aquí hay alguien con quien el diálogo y nuestra vehemencia no debería ser dejado de lado. Una artista es alguien que tiene mucho que decir, por mucho que lo intente en sus cuadros queda algo por decir, y por esa razón aquí aparece una Flor María Indita para mii, la que yo quería conocer: talentosa, tierna y con una meta muy definida: ser artista desde su adolescencia.

Cuando leo un poema, una buena novela, veo una película escucho alguna canción, y en este caso, veo una pintura que me saca de contexto, es decir me agrede de una manera hermosa, deseo conocer a quien la elaboró. Por esa razón desde hace muchos años quise conocer a Flor María.

Por esa razón alguna vez, el Hamaquero me habló de ella y de inmediato le dije que le hiciéramos algo. No sabia que ella había recalado en México, destino de tantos grandes artistas colombianos. Y henos aquí un 21 de noviembre en presencia de la pintora, Flor María Bouhot, en toda su bonhomía

Flor María es sin duda una de las grandes pintoras del país, y lo más raro es la razón por la cual ella está algo oculta en estos días. No sé si se deba a su estadía en México, porque su pintura aun resplsndece con sus colores, su sensualidad, -no la misma-, la de esos colores intensos que  nos dicen que aquí en esta tierra de grandes pintoras aun persiste ella donde es perenne una búsqueda muy peculiar el tono de ser siempre ella misma.