sábado, 31 de diciembre de 2011

Final de año

Final de año
Víctor Bustamante

Ah, otra vez el final de año
una suerte de guerra personal trazada con inventario siempre en rojo.
Cómo lloramos por las instantes que tienen que irse,
cómo bebemos por las personas que se fueron, como si este año no tuviera también que irse.
Cómo denigramos por lo dejado de realizar.
((Criaturas de doble sentido y ambición añoramos y en el momento de realizar las buenas ofrendas y los buenos actos nos mata el egoísmo))
y es que caemos en cuenta que nunca cambiaremos.
Seguiremos siendo malvados, mentirosos,
egoístas y un poco ladrones y bastante haraganes, y, sobre todo, malos poetas.
Eso, criaturas llenas de remordimiento.
¿Qué diferencia existe entre el último día del año pasado y el primer día del año nuevo?
¿Acaso los faroles no espían sin cambiar su rostro mientras apuramos el mismo trago de la noche anterior?
¿Acaso las lluvias van a ser más dulces
y las noches más serenas sin caer en cuenta que prístinos pisamos las mismas arenas del espacio y del tiempo?
¿Acaso no vemos las calles vacías porque avaros hombres y mujeres se encierran a mascullar: el ejercicio de un dios?
¿No es acaso un día igual a otro día que deshilvana nuestros pasos en la terrible liturgia de sus instantes que caen sobre el polvo de las palabras?
Hemos medido el universo y sus objetos,
las distancias de los viajes con la luz, las estaturas, la cantidad de dinero depositado en el banco,
el aceite al auto, cuánto gastamos de agua y energía y teléfono.
Medimos la sombra que proyectan las estatuas sobre los parques
Pero nunca cambiamos
esa es nuestra materia más deleznable
Anhelamos un final de semana, un final de hora, un final de día, un final de año,
un final de siglo, un final de milenio, de era para mostrar nuestras babas más sublimes.
La única certeza es que somos inmutables:
violentos, mentirosos y haraganes.
Pero nos gusta cambiar de calendario porque un año es demasiado largo y aburren
las mismas fechas.
Desbocados
seguimos bañándonos en ese río de Heráclito que es el tiempo con las mismas sombras de las calles anónimas y tumultuosas.
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Final de año con canciones estúpidas y falsas conmemoraciones, lágrimas vivas.
Desde la mañana de este anónimo 31 pesan y pasan los segundos, los minutos
esperando que suene la última campanada en la esfera de esta noche,
Para empezar las evasivas buenas intenciones por cambiar.
¿Cambiar?
Los juegos artificiales golpean el domo del cielo y reverberan su ripio de estrellas
los cláxones saludan con virulencia cuando faltan cinco minutos:
Luego es el silencio en las radios y en los teles
Silencio porque ya estallaron la pólvora y las lágrimas sobre las huellas sucias de nuestras vidas.
A las dos horas hemos olvidado que ilusoriamente pisaremos la otra playa de otro año cuando en verdad estamos en la misma playa del mismo día de la misma noche.
Nada cambia
Una fecha es apenas una medida.
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Pero antes de pasar este pasaje de la ilusoria última noche con el peso de nuestras historias
He salido para saludar a mi vieja ciudad
abandonada hoy después de las seis de la tarde
Los habitantes que no se han ido a veranear
van de afán, cargados de licores, con miedo de que los sorprenda en las calles el eterno río de esta noche
sin un taxi que los lleve a casa,
El comercio cierra,
las cafeterías también cierran temprano
Las putas también cierran su yo para llorar con lágrima intensa por su adrenalina
las iglesias que se han adueñado de la eternidad del tiempo ofrendan sus promesas entre nubes de incienso místico.
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En una acera detrás del Hotel Nutibara un desechable atenazado por el acido se empeña en arreglar un enorme y dorado reloj de muro encontrado en la basura porque a lo mejor quiere
escuchar esas 12 letales campanadas
bajo el frío mercurial de un puente.
No encuentro a ningún amigo en Versalles
Me voy para La Huerta a mirar con cara de sonámbulo
y a beber con cara de sonámbulo.
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Al otro día perdidos en la playa de un ilusorio nuevo día/
Desolados/
creemos que la vida comienza
cuando ávidos de ceremonias seguimos igual este 1 de enero de cualquier año
No realizo contabilidades
he perdido mi infierno mi eternidad
Nada soy en la espesa piedra de esta noche
Nada debo
Sé que no espero nada de mi aventura
Ni de los arquetipos del tarot
Escucho los mismos pájaros romper la mañana mientras los sacuden cuerdas de electricidad,
algún petardo parte la mañana
Pero no es por la celebración del año nuevo
sino del mismo año que es toda la vida
y el camino furtivo hacia la muerte

………….

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miércoles, 14 de diciembre de 2011

León Rodríguez



León Rodríguez
Víctor Bustamante

Se dice, y es un hecho, que el cine es una actividad realizada en conjunto. Y es cierto, pero quien se lleva las palmas siempre es el director de la película, los otros que intervienen permanecen al margen en las letras minúsculas de los créditos. Son pocos los directores de cine que al mismo tiempo son camarógrafos. Uno de ellos podría ser Pasolini, que husmeaba en todo, solo para citar un caso, o que Fellini estaba pendiente de una manera obsesiva de los planos de sus películas: nada dejaba al azar.
Además son pocos los camarógrafos de cine que son directores de una película. Pero lo que sí es cierto es que el camarógrafo es una parte de mucha importancia dentro de una filmación; él es quien escribe las imágenes, quien cita los encuadres, quien está viendo y filmando de primera mano una película, en él está la captura y la presencia de lo que quiere el director. El director da una idea, ordena, el camarógrafo está ahí como un amanuense para darle vida y memoria a esas ideas.
Si el camarógrafo se equívoca el director debe ser a medias condescendiente, sin el director se equivoca todo mundo ahí en el plató, en el set, para comprenderle; se debe de ser complaciente. La iluminación, los encuadres, los planos son vistos por primera vez por el camarógrafo, y éste los plasma para la posteridad del cine
Todo eso nos cuenta Leo en esta conversación. Él ha participado en muchas producciones y hasta en la tele, creo que es el director de fotografía más activo en nuestro medio de cine y de la tele; además es editor, lo cual lo lleva a estar presente de una manera total en la terminación de uno de esos trabajos cinematográficos.
Aquí conversamos sobre Gregg Toland que siempre se quejó de las apropiaciones que de sus ideas hizo el talentoso y soberbio Orson Wells.
No olvidemos a Bergmam sin Sven Nykvist, que Storaro trabajó en muchas películas de Bertolucci, que el cubano Néstor Almendros y su obra era “un épico combate de la luz contra las tinieblas”. Ellos dieron su presencia en las diversas películas donde estuvieron, nunca de manera secundaria. Poco se ha escrito sobre las ideas, sobre los aportes, sobre la intervención de los directores de fotografía en el desarrollo de una película, sólo se habla sobre el director de ellas como el supremo responsable. Poco se ha escrito de una estética, así en palabras mayúsculas, de uno de esos camarógrafos como el pintor de esas imágenes, entre sombras y luces, entre colores y poesía pictórica de la fotografía de cine.
Por eso Leo es una presencia del cine en Medellín, lo amerita todo su trabajo.








lunes, 5 de diciembre de 2011

Oscar Hernández Monsalve




Oscar Hernández Monsalve
Víctor Bustamante

Oscar Hernández Monsalve ha transitado por la poesía y por la novela, y se le conoce sobre todo, por su columna “Papel Sobrante” que hace unos cincuenta años publica El Colombiano. Desde ahí conocemos el pulso de sus criónicas, los avatares que le interesan, pero también lo ha definido como un excelso columnista lo cual ha escondido su obra.
Ha tenido oficios diversos camionero, cantante de tangos, vendedor de… lo cual no ha sido óbice para que mantenga su afán por la literatura que a fin de cuentas es lo que nos convoca ahora.
Hay un libro de él, “Al final de la calle”, que me ha servido para completar esa textura de lo que es y ha sido Medellín. Aquí el escritor ha situado cerca al cementerio de San Pedro ,esa zona de exclusión de una ciudad, a partir de una prendería donde su dueño Daniel y sus amigos el peluquero y el sastre se encuentran a conversar sobre esa monotonía que en apariencia es la vida de un barrio, pero el autor a partir de contarnos la vida y milagros de cada uno se va adentrando en ese tejido social y de mentalidades que conforman un barrio, allí donde las prostitutas hicieron su canon, en ese barrio para ellas, transcurre la vida de una ciudad con sus relegados, donde aun existe algo de cordura y respeto.
Al final de calle está la esquina, y en esa esquina, a partir de unos pocos personajes que conversan sobre lo cotidiano de sus vidas se dibuja una ciudad de gentes venidas desde muy lejos por motivo de la Violencia, de personajes que tienen que vivir al día como el lustrabotas. A partir de estos personajes Óscar Hernández nos da su versión de la ciudad, una versión que para mí era desconocida, así como desconocida era esa bella prosa de su autor que ha sido ocultado por el  advenimiento de otras literaturas en los últimos años.
Algo es cierto, muchas de los textos que dice y escribe Oscar Hernández las repiten otros, ahora cuando él ya había descrito la parte humana de esos personajes y no se había quedado en el alarde de hablar de la maldad per se.
Eso, es la literatura un cúmulo de olvidos pero sabemos que Óscar Hernández está ahí, sereno y vital con su narrativa y con su poesía.
Él nos ha narrado la vida de los humildes, de los marginados inmersos en ese territorio del mal, que es el desalojo, sin aspavientos y sin la necesidad de que sea el próximo guión para una película sino la presencia de su intensidad narrativa.